Regreso al río Bita

Para 1996 año en que regresamos al rio Bita, las cosas empezaron a ponerse difíciles en los llanos. El descubrimiento y destrucción por parte del ejército de laboratorios de Coca a orillas del río tenía en descontento a los insurgentes dueños de los mismos. Nuestra presencia en la zona ya no fue bien recibida y este fastuoso paraíso de pesca quedaría vedado por más de diez años.

Extrañando los Pavones. Colombia 1996

La cultura de la pesca se hereda, por lo menos es mi caso, pues durante muchos años observé a mi abuelo y a sus compañeros llegar de los concursos de pesca organizados en el Club Cazadores de Bucaramanga. Escuché sus increíbles historias, vi el resultado de los largos días de esfuerzo a la orilla del río y percibí el peculiar olor del cual siempre se quejaban sus esposas.

 

 

 

Un poco de envidia

Cada vez que veo los documentales americanos de pesca en televisión y el equipo del que disponen estos deportistas para sus faenas, comienzo a comparar sus vivencias y necesidades con los pormenores de nuestros viajes para gozar de la misma afición y disfrutarla a nuestra manera. El eslogan internacional “pesque y suelte” lo debemos cambiar infinidad de veces por el de “pesque y coma” pues en ocasiones no sabemos qué será el desayuno, o con quienes tendremos que compartirlo sin posibilidad de réplica.

Añoraba poder usar todo lo que veía en esos programas de pesca, una camioneta 4×4 climatizada, nevera con bebidas siempre heladas y detrás un fabuloso bote en su respectivo remolque, un ayudante para las carnadas, además de uno que otro lujillo para hacer más placentero el viaje.  

En nuestras aventuras, la vieja camioneta del tío seguía acompañándonos y en ella recordábamos las historias de viaje. Las de mi abuelo, que pescaba en los arroyos cerca de la ciudad, hoy convertidos en la red de alcantarillado de la misma, o aquella cuando el ejército nos hizo descargar la camioneta en busca de armas, o la vez que la guerrilla realizó un retén en la vía a Puerto Cayumba en el río Sogamoso y se burló del tipo de vehículo que usábamos, ofreciéndonos por un módico precio una 4×4 con placas de Popayán.

Nuestra realidad por muchos años fue otra, los mejores sitios de pesca estaban rodeados por grupos al margen de la ley y no se podía aparentar llevando modernos carros a las zonas complejas, esos vehículos serían su trofeo, ya fuera para chantaje económico, robo o simplemente incineración. Con los años aprendimos a sortear con ellos a contestar sus preguntas en los retenes ilegales o cuando llegaban sorpresivamente a nuestro campamento y en general a vivir en un medio hostil y a aprovechar los períodos de tregua o negociaciones para disfrutar de unas cortas vacaciones y planear nuestras aventuras.

                                                                     

De regreso a los llanos

Teníamos que atravesar dos de las tres cordilleras del país, así que para mantener al conductor de turno alerta hablábamos interminablemente durante el trayecto, pero el tema de conversación siempre sería el mismo, la pesca. Sumábamos al repertorio de historias la última faena realizada, en el Cachira, en el Sogamoso y por supuesto la del año anterior por la misma ruta al río Bita, las contábamos una y otra vez, hasta que estas momentáneamente se veían   interrumpidas por el refunfuñar de mi tío diciendo “Aaah, otro peaje”.

Después de dos días de ruta, La tarde comenzó a caer y se hizo difícil divisar el camino a seguir, Henry y yo nos paramos sobre los estribos laterales de la camioneta e indicábamos la ruta. El cansancio nos tenía doblegados. El viento caliente y el barro de nuestras prendas impedían que el viaje fuera placentero, decidimos dormir a la orilla de un arroyo y contemplar el majestuoso atardecer llanero, largo, rojizo y sin límites.

El nuevo día comenzó con el primer baño en dos días. Las aguas cristalinas del arroyo no podían ocultar nuestra suciedad, muchos pececitos se acercaron a buscar algo de comer entre el barro y el jabón que nos estábamos quitando. Sobre la inmensa llanura se apreciaban los pocos árboles que quedaban, ésta era la zona ganadera más grande del país. Los ganaderos recogían sus animales una vez al año, marcaban las nuevas crías y escogían los animales gordos para venderlos, soltando nuevamente el resto del hato para repetir el proceso al año siguiente. Se necesitaba disponer de cuatro hectáreas de tierra para poder alimentar a un solo novillo, pero llevábamos horas de camino y no veíamos ninguno, únicamente grandes extensiones de pasto, agua y lodo.

 

Zona Caliente

Habíamos tenido que parar cinco veces en los retenes del ejército y la policía, la zona estaba caliente como ellos decían, la guerrilla estaba llevando insumos para el procesamiento de coca llano adentro, por lo que les resultaba sospechoso el tremendo trasteo que llevábamos en la camioneta y mucho menos hacia donde nos dirigíamos. Debíamos abrir maletas, descargar algunas cosas, permitirles requisar todo nuestro equipo, pero nuestro discurso estaba más que aprendido repitiéndolo constantemente a las autoridades y haciéndoles ver que éramos simplemente pescadores en busca de aventura.

Llegamos a Aguacacias, entramos a la única tienda decorada todavía con adornos navideños.  El surtido estaba sobre un estante y dos vitrinas, donde había licores, aceite para motores fuera de borda, herraduras, machetes, algunos medicamentos y muy pocos alimentos.  Pedimos unos refrescos a la propietaria del lugar, una morena descalza en vestido de colores, bastante ajada por el sol del llano, quien después de atendernos preguntó por nuestro destino.

—Vamos hacia el río Bita a pescar —contestó mi tío.

—“Señores, que tienen que hacer por allá; allá están los muchachos, los guerrilleros, quédense por aquí, vayan al Meta o al Tomo que también hay pescado” —contestó angustiada.

Sin titubear mi tío le explico lo inexplorado del río Bita, que pocos pescadores iban hasta ese lugar y que queríamos buscar nuevos sitios de pesca. La señora hizo un gesto, mezcla de precaución e indiferencia, como sabiendo que haríamos caso omiso de su sugerencia. Le preguntamos las indicaciones para llegar al próximo pueblo y nos despedimos del lugar.

Llegamos a casa de Luis Felipe, recogimos la gasolina para el motor fuera de borda, nos obsequió una pierna ahumada de danta que había cazado días atrás y partimos hacia el río. Establecimos el campamento en un barranco despejado de fácil acceso al río para poder bajar el bote y como protección de las culebras cascabel y taya x, las de mayor abundancia en la zona.

El suero antiofídico liofilizado que siempre portábamos, no necesitaba refrigeración y servía para la picadura de unas quince especies de víboras, afortunadamente nunca habíamos tenido el gusto de comprobar su efectividad.  La fresca y oscura noche llegó y con ella el ruido de los animales, inquietos por la presencia de los intrusos y tal vez burlona por el ataque de la plaga de zancudos que inmisericordes se deleitaban con el nuevo manjar, nosotros.

 

Cambio de dieta

Era divertido sentir la gran pelea que nos ofrecían los pavones, ya teníamos la experiencia del año anterior de donde y como capturarlos. Así que comenzamos a buscar otros sitios de pesca y a explorar mejor la zona, río arriba y río abajo hasta que dos días después el motor comenzó a fallar y fue necesario realizarle mantenimiento al sistema de succión de agua. Luis Felipe llegó sorpresivamente al campamento con su esposa en una ruidosa moto, los saludamos efusivamente como si estuviéramos esperando su visita. Fue agradable tener compañía después de haber estado solos varios días en ese paraje. Observaron sobre las cuerdas el pescado seco lo revisaron y nos recomendaron aplicarles más sal a unos y no darles tanto sol a otros. Luis Felipe necesitaba vigilar el estado de su cultivo de yuca al otro lado del río, así que montamos su moto en el bote y lentamente lo pasamos a la otra orilla. Al regreso nos obsequió parte de su escasa cosecha. Las dantas habían arrasado su cultivo.

Nuestra fosfórica  dieta  de pescado estaba saturándonos, así que decidimos ir en busca de huevos de tortuga, pero cuando pasábamos  por las  playas del río, únicamente encontrábamos los cascarones de los huevos  y a sus depredadores, garzas y aguileros saboreando su festín, pues desafortunadamente las tortugas después de enterrar sus huevos en la noche, dejaban sobre la arena la inconfundible  huella de sus patas, así que cada  mañana, las aves solamente tenían que seguir el camino marcado hacia su desayuno. 

Salimos en su búsqueda con los primeros rayos del sol y en la segunda playa en la que desembarcamos, encontramos tal cantidad de huellas que parecía que todas las tortugas hubieran tenido una reunión de desove colectivo la noche anterior. Seguimos unas huellas al azar, escarbamos suavemente la blanca arena y a unos cincuenta centímetros de profundidad encontramos el nido con cuarenta huevos del tamaño de una bola de ping-pong.  Fernando los depositó sobre el sombrero y luego con ramas empezamos a borrar las huellas de los demás nidos, esperando dificultar el trabajo de las aves, por lo menos el de ese día. 

Luis Felipe también decidió colaborarnos en el cambio de dieta y esa noche salió de cacería con el tío Fernando. Escuchamos el disparo y horas más tarde regresaron con una enorme babilla de cincuenta kilos. En la mañana Luis Felipe afiló su cuchillo y se dispuso a pelar y deshuesar la babilla con la experiencia y agilidad de quien lo ha realizado muchas veces.  Preparó la carne, la saló y fritó un gran trozo, era la primera vez que yo probaba este tipo de carne y la verdad sea dicha, aunque un poco fibrosa, era de exquisito sabor. Mi abuelo nunca nos dejaba comprar pescado seco en los mercados de la ciudad en la época de semana santa, decía que le metían babilla por bagre, pero después de haberla degustado fresca en la orilla del rio, prefiero la carne de babilla a la de pescado.

 

El Laboratorio destruido

Después de almorzar, Luis Felipe nos invitó a conocer un laboratorio de coca destruido por el ejército, bajamos por el río una hora en bote hasta llegar a la parte más tupida de ese bosque, amarramos el bote, caminamos dos minutos y sin darnos cuenta estábamos en medio de lo que había sido el complejo. Era muy difícil ocultar los complejos cocaleros a lo largo del río por la escasa zona de bosque, pero la gente lo intentaba. Luis Felipe nos decía que habían proliferado muchos campamentos por donde habíamos pescado el año pasado.

Haciendo de guía turístico nos mostró todos los rincones del lugar. Camarotes para el personal, varios ranchos con techos fabricados rústicamente en madera y plástico, canecas quemadas, piezas de vidrio, parte del sistema eléctrico de la construcción completamente chamuscados. Inexplicablemente todos percibimos la misma sensación de destrucción y maldad en el ambiente, salimos de allí muy rápido hacia el bote, como temiendo contagiarnos de algo. Ya entendíamos porque había tantos planchones abandonados en el río, después de destruir un laboratorio los planchones que transportaban insumos de una orilla a otra perdían su función y era difícil trasladarlos por el río hasta otro campamento, preferían hacer uno nuevo.

Después de la desagradable experiencia, regresamos a nuestro campamento y no volvimos a tratar el tema. Luis Felipe decidió quedarse con nosotros un par de días más hasta nuestra partida, no sabíamos si por voluntad propia, o enviado a cuidarnos para tratar de que no nos metiéramos en problemas explorando más allá de lo permitido, en un territorio que habían perdido los pescadores de pavones y ganado la insurgencia.