Buscando Sabaletas
Después de cancelar la salida de pesca por dos fines de semana consecutivos por razones climatológicas, la impaciente necesidad de salir a buscar el contacto con la naturaleza hace que muchas veces tomemos el camino difícil, teniendo que sortear obstáculos con la ayuda de pobladores desinteresados que brindan su apoyo a desprevenidos pescadores en las quebradas de sus montañas.
Terquedad sobre la razón, Colombia 2018
Todo estaba calculado para pescar en el puente festivo del 17 al 19 de marzo, la tercera seria la vencida. Fernando mi primo y compañero de pesca, tuvo que cancelar su asistencia por razones de trabajo. Compré el queso y algunos alimentos de paquete y partí rumbo al efectivo río Cachira pasado el mediodía. Luis José se había mudado de casa, estaba cuidando la finca donde trabajaba anteriormente, cuando lo conocí a él y su familia. Doña Gladys me hizo seguir y me ofreció un gran vaso de helada limonada, para luego decirme que el río estaba abundado, había llovido el día anterior.
Agua caliente
Comencé a pescar a la tres de la tarde, pero inmediatamente percibí que la temperatura del agua no era la indicada para los peces. Insistí por varias horas y solo logré capturar cuatro sabaletas. En una pequeña resaca junto a una piedra tuve un gran tizonazo y para mi sorpresa había enganchado un burro mediano. Era la primera vez que en este río enganchaba este tipo de pez, conocido también como nicuro o capaz, y mucho menos con el tipo de carnada usada, queso reinoso. Era definitivo, el agua estaba muy caliente. Los truenos indicaban una inminente lluvia, síntoma ineludible del aumento del nivel del río, insistí un poco más, hasta que la turbidez del agua me hizo desistir de mi propósito.
Estaba frustrado, Doña Gladys me hizo pasar a la cocina y compartir sus alimentos. Chucho su hijo mayor llego de fumigar y tras bañarse para retirar de su cuerpo los restos de químico, nos sentamos a hablar de lo que siempre tenemos tema, la pesca. Me alojaron amablemente en la habitación que tienen dispuesta para las visitas y partí de su casa a las seis de la mañana después de despedirme de Luis José quien debía atender como todos los días, el ordeño de los animales en la finca.
Otro río
Mi opción más certera, era la quebrada de Betania, uno de los afluentes del río Playón, donde siempre iba a pescar cuando el Cachira estaba turbio. Mi sorpresa fue encontrarlo en las mismas condiciones que el anterior. Paré en una finca cerca al borde del río para hacer el retorno del Ladamigo y me bajé a hablar con sus habitantes. Me dijeron que había llovido muy fuerte la noche anterior, pero que ellos conocían una quebrada cercana donde iban a pescar. Me dieron las indicaciones para llegar a la quebrada La Sardina, regresándome un par de kilómetros sobre la vía y tomando un desvío hacia la montaña de unos treinta minutos.
Comencé a subir según las orientaciones dadas y llegue hasta un zarando donde me baje a preguntar. Hable con el hombre y me dijo que pasara la quebrada con el carro y que siguiera subiendo hasta el trapiche donde finalizaba la carretera. Allí pase a presentarme con los dueños de casa y les dije que estaría un rato en la quebrada pescando. El cauce no era muy grande, pero estaba claro. El pique era contundente, las sabaletas eran medianas, pero daban buena pelea. Liberé cuidadosamente gran cantidad de pequeñas sabaletas voraces que acababan rápidamente con la carnada, a la espera de regresar en un futuro cuando tuvieran mejor tamaño.
Más lluvia
Generalmente la sabaleta deja de morder entre las doce y las dos de la tarde (creo salen a almorzar), hora en la que aprovecho y arreglo los peces para hacer algo de tiempo y seguir pescando. Los constantes truenos sobre mi cabeza y en el cañón de un cauce desconocido lograban inquietarme. Era la topografía perfecta para una avalancha en donde no había como trepar la montaña. El aguacero fue contundente, se mojó todo mi equipo y el lente de la cámara. El nivel de la quebrada estaba aumentando rápidamente y yo debía bajar lo más rápido posible hasta el trapiche.
Al llegar al trapiche Mojino me hizo seguir a su casa, doña Ana, su esposa me ofreció un jugo con mantecada. Al comentarle mi necesidad de pasar el carro por la quebrada crecida, Mojino me insistió en que me quedara para que pescara al día siguiente sobre otro tramo de la quebrada y pasar el carro con menos agua. Mojino me insistía que en la mañana la quebrada estaría de nuevo clara. Fui hasta el carro por la carpa y la instalé con la ayuda de Mojino y don Adán en la mesa de concreto pulido que usan para enfriar la panela.
Nuevo día, nuevos amigos
La quebrada amaneció clara, pero con un poco más de agua. Era sorprendente el comparar su estado con las fotos del día anterior. Mojino conocía al detalle el comportamiento de su quebrada. Doña Ana me ofreció un rico desayuno y me preguntó si podía llevar a mi regreso a su hija Tatiana y a su prima al Playón donde estudiaban, era lo mínimo que podía hacer ante la incondicional familia de nuevos amigos que había conocido. Con baterías cargadas me fui hacia el otro lado de la quebrada. Camine alrededor de treinta minutos, por la carretera y unos caminos que mostraban las huellas del torrencial aguacero del día anterior.
Tome la quebrada subiendo, pasando por estrechos del río con gigantescas rocas a lado y lado. El pique era menor que el del día anterior, pero pude capturar unas sabaletas de mejor tamaño. De regreso al trapiche, para recoger a las niñas, Doña Ana me recibió nuevamente con almuerzo, agradecí su amabilidad y les tome unas fotos que espero entregarles muy pronto cuando regrese a visitarlos a ese espectacular lugar.