La ciudad de las bicicletas

Las guías turísticas impresas de una época donde el internet aún era un bebe, hablaban de Ámsterdam una ciudad tan grande como Bucaramanga, pero con una Bicicleta por habitante. Digno seguidor de Santo Tomás decidí aprovechar el receso de mi escuela de idiomas para visitarla tomando un bus que atravesaría en Ferry, el agitado y frio Mar del Norte desde Dover hasta Calais.

Ver para creí. Holanda 1997

Llegue a Ámsterdam en pleno invierno de 1997 con mi pesada Canon F-1 a tomar diapositivas en bajas condiciones de luz de una ciudad gris (la anti-fotografía). Era la semana de receso que debía aprovechar para conocer el manejo de una ciudad transformada al uso de la bicicleta, donde se le daba prioridad al peatón, sea turista o residente y después a los biciusuarios.

 

 

La ciudad amigable

Con presupuesto de estudiante sudamericano en Europa, busque el hostal recomendado por los policías de la ciudad. Era un edificio antiguo, con paredes grises y un penetrante olor a cigarrillo, de cinco pisos sin ascensor y con una escalera de menos de un metro de ancha, con infinidad de cuartos adaptados para los viajeros de mochila. Estos backpackers, entraban y salían de los cuartos saludando siempre a sus nuevos amigos. Tomé la cama asignada en la habitación indicada, afortunadamente la habían desocupado treinta minutos antes y no debía compartirla con nadie. Dejé las cosas sobre la cama, esperando que fueran a cambiar de sabana y fui a pedir la llave de la habitación. El administrador me miro indignado, como tratándome de decir que no era un backpacker profesional, salió rápidamente de su mostrador y comenzó a empujar todas las puertas de las habitaciones. Todas se abrieron, ninguna tenía seguro, ante mi desconcierto cuando llegamos a mi habitación y la abrió como todas las demás solo atinó a decir —No key

Me sentí desprotegido al tener que dejar mis cosas de esa manera, así que tome mi cámara, dinero, pasaporte y solo deje mi morral sobre la cama. Salí a recorrer la ciudad pensando que al regresar no tendría ropa. Ámsterdam estaba conformada por antiguas casas verticales de varios pisos, una frente a otra, en estrechas calles que jamás contemplaron el paso de automotores y otras frente a los corredores fluviales de comunicación.

Con el auge turístico de la ciudad, estas viejas edificaciones se habían adecuado para un sin número negocios. Restaurantes, tiendas de souvenirs, casas de prostitución y cafés con permiso de consumo de marihuana. En los callejones más estrechos (100 a 120 cm) en los que era necesario pasar de lado para no tropezar con quien venía en sentido contrario, se levantaban las vitrinas de prostitutas. Eran pequeños cuartos dotados con una cama y un par de sillas donde lucían las despampanantes mujeres a través de los vidrios quienes después de negociar con sus clientes, abrían su transparente puerta- ventana para dejarlos pasar y tener su intimidad momentánea con solo mover una cortina. Salí del callejón hacia la vía peatonal donde vi salir a uno de los tantos felices clientes de su vitrina de amor, tomar su bicicleta amarrada a la reja de un negocio y continuar su camino.

Eso era Ámsterdam una polifacética ciudad de Bicicletas por doquier, que no distinguía ni discriminaba el uso de ellas, usadas como decoración, parqueadas en árboles, puentes, barandas, señales y unos insuficientes parqueaderos atestados de multicolores estilos de las mismas a las salidas de las estaciones de tren. Millares de trabajadores dejaban sus bicicletas en estos parqueaderos para dirigirse a sus hogares fuera de la ciudad, donde El eficiente transporte público y las vías especializadas para bicicleta, contrastaba con los pocos automóviles particulares que transitaban en la ciudad.

Regrese al hostal, salude al hombre del —No key y subí al cuarto encontrando para mi sorpresa el morral, tal cual la había dejado, sobre la misma sabana del antiguo huésped. Abrí un par de puertas de las habitaciones contiguas tratando de encontrar a alguien, solo lo logre en el piso superior, y al preguntarle dónde conseguía sabanas, el me tomo de la mano y me llevo hasta el pequeño cuarto al final del piso, tomo una de las tantas sabanas emburujadas sobre la estantería, la sacudió fuertemente en el aire, le quito un par de largos cabellos negros de mujer y me la entrego. Le di las gracias al gringo de origen desconocido y solo hasta ese momento comprendí que era un hostal de no blankets y no key.

Los pequeños folletos turísticos hablaban de alrededor de 600 km especializados de vías, solo para bicicletas, de los cuales pude hacer unos cuantos recorridos en esa semana, regresando siempre al hostal en la tarde, viviendo en carne propia el absoluto y casi reverencial respeto por parte de los conductores hacia los biciusuarios. En las intersecciones con vías principales era destacable la perfecta demarcación, señalización y el uso de semaforización especializada para los ciclistas, que hicieron de los recorridos largos hacia las afueras de la ciudad y parques aledaños un perfecto plan para la fría y gris semana.

 

El regaño del Gondolero

La semana de receso en bicicleta acababa y era tiempo de regresar a clases, decidido a conocer el sistema de transporte fluvial de Ámsterdam, tome una de las tantas embarcaciones tipo góndola para hacer un recorrido por sus canales. Sus reticuladas fachadas de ventanas casi siempre eran de cinco pisos, con grandes ventanales arriba, pero una delgada puerta abajo. Ante la curiosidad de ver en la parte superior de todas las edificaciones una viga que sobresalía en todas las fachadas pregunte al conductor de la embarcación el por qué les dejaban ese aditamento a las casas, el hombre me miro como si fuera el mayor de los ignorantes que hubiera tenido en su embarcación, y en fuerte tono me respondió:

–¡Y por donde quieren que suban la nevera!

El regaño en inglés, solo lo pude asimilar un par de minutos después, cuando digerí la correcta traducción de la respuesta, con imaginarme el cómo hacer un trasteo en un mini edificio de cinco pisos, al hombro y por una estrecha escalera. El Malhumorado hombre tenía razón. Las casas fueron hechas siglos atrás, pensando solo en subir personas y los enseres básicos de la época. Jamás una nevera, así que a la punta de la viga le adosaban una polea con la cual izaban los enseres hasta el piso deseado y los metían por los grandes ventanales.  Mi malicia indígena, no pudo descifrar el uso de la viga sin preguntar, pero que mejor despedida de Ámsterdam que con otro formativo regaño.