La ruta del Barro

Quería conocer la trocha entre La Aragua y Santa Helena del Opón, la había visto en videos con camiones enterrados tratando de pasar por entre los malos pasos, pero solo hasta vivirlo y tratar de pedalearlo fue que entendí el verdadero significado de la palabra barro y la importancia de los valientes conductores de camperos veredales.

Maestros de la trocha. Colombia 2017

Nuestros amigos de San Juan Bosco de la Verde nos dieron las indicaciones precisas para poder llegar a la Aragua, por la mejor carretera y la más fácil para nuestro propósito. No había llovido en la noche y Clare Había hecho en la tarde anterior el reconocimiento de los quinientos metros a la salida del poblado, donde ineludiblemente tendríamos que empujar las bicicletas subiendo. Montamos nuestras bicicletas y después de tan solo diez minutos de pedaleo, las bicicletas estaban atascadas. Debimos meterlas en la primera quebrada que encontramos para sacar todo el barro de la cadena y tratar de continuar. De nada basto esa rápida limpieza pues cinco minutos después encontramos el primer derrumbe sobre la vía teniendo que empujar las bicicletas de nuevo.

 

 

Un nuevo camino

Recorrer los nueve kilómetros de travesía hasta La Aragua nos tomó dos horas, entre desatascadas de cadena, levantada de bicicleta con maletas, paso de derrumbes y tratar de quitar el barro de las ruedas, pues la calidad del suelo en esta zona hacia que se tras cada vuelta de la rueda, se pegara una porción más de barro a ella, teniendo que parar a retirar la pegajosa masa para poder pedalear unos cuantos metros más. Tuvimos que dirigirnos hasta el taller de motos del poblado, donde las lavamos con hidrolavadora para poder retirar el lodo de frenos y cadena.

Los habitantes en el parque nos vaticinaron que las condiciones de la ruta eran buenas solo hasta Sardinas, que luego vendrían los pantanos, pronostico que confirmamos con solo ver la parte inferior de la ropa a los motociclistas que encontrábamos en el camino. Paraban a nuestro lado inquietos por nuestro esfuerzo, pero alentándonos con la frase —“ya viene, lo más bueno”, pues la mayoría venia de celebrar las fiestas en Santa Helena del Opón, y habían tenido que hacer primero el tramo difícil.

Los conductores de los vehículos 4×4 nos saludaban y seguían repitiendo —“ya viene, lo más bueno”, pues inexorablemente debíamos continuar nuestra ruta sorteando todo tipo de lodazales. A menos de media hora del pueblo la bicicleta de Clare se bloqueó por completo, teniendo que ir Mike a su rescate y nuevamente lavar la cadena con manguera en la tienda donde paramos. Nunca había tenido que parar tantas veces a cargar mi bicicleta con maletas para tratar de sortear los lodazales, pero a Clare se le dificultaba por el peso, teniéndola que pasar por encima del barro.

A la entrada del pueblo, se encontraba el mejor negocio y más ocupado de Santa Helena del Opón, un taller de motos, con hidrolavadora, y su dueño cambiando frenos traseros en varias de ellas. Tenía mucho turno, por lo que decidimos ir a buscar el hotel y regresar luego. Micaelina nos había Recomendado preguntar en el Hotel de doña Esperanza, pero no tenía cupo. Las fiestas habían acabado el día anterior y la gente aún no se iba, querían seguir la parranda.

Al tratar de tomar una foto en la esquina del parque, fui atacado inmediatamente con espuma por parte de un grupo de alcoholizados habitantes que me invitaron a tomar una cerveza con los extranjeros. Les Prometimos que regresaríamos después de guardar las maletas en el hospedaje del parque. Mike cedió a la invitación de los alegres amigos y también fue recibido con espuma. Nos invitaron efusivamente a la corrida de toros, a comer, a tomar whisky a lo que fuera con tal de que no nos fuéramos y pudiera continuar la fiesta, pero infortunadamente solo los pudimos acompañar por una cerveza pues salimos a tomar el turno en el taller de motos.

Al regreso cambiamos nuestras embarradas prendas y nos vimos sorprendidos por un nuevo aguacero. Uno de los huéspedes del hotel hablo con Mike y le dijo lo difícil que sería la ruta del día siguiente hasta Guacamayo. La mayoría del terreno en ascenso y con barro solo apto para expertos conductores. Nos contactó con su amigo Aureliano, conductor de Cotrasaravita en un campero alargado, acondicionado especialmente para transporte de carga y pasajeros en las veredas de difícil acceso. Le contamos de nuestra ruta y solo dijo que imposible de hacer en bicicleta. Él se ofreció a llevarnos hasta Guacamayo por 40.000 pesos a cada uno con las bicicletas, cuando tratamos de negociar una mejor tarifa Aureliano nos contestó: —“Mañana se darán cuenta de la trocha por la que nos toca pasar, cuando lleguemos a Guacamayo, me darán de a 50.000 cada uno”.

Con la certeza de saber de lo que estaba hablando, Aureliano nos citó para el día siguiente a la tres y media de la mañana. Terminamos de comer y nos fuimos para el hotel a empacar el equipo. La dueña del hospedaje estaba con sus hijas y nietos, les ofrecieron tinto a los gringos y hablamos por espacio de una hora, sobre la travesía y las costumbres en Canadá en la época de invierno. El huésped que nos contactó con Aureliano, era el distribuidor de embriones de pato para los pueblos de esa zona, Clare no lo podía creer, pues siempre la molesto en las salidas diciéndole a la gente que ella es una saludable dama octogenaria que parece de sesenta años gracias al consumo de embriones de pato, y para esa noche la modelo extranjera perfecta para el comercial de venta de sus productos canadienses en los pueblos.

 

La aventura en Camper Cross

Aureliano, nos pidió primero unas alforjas, luego una bicicleta, lazos, alforjas, otra bicicleta, mas lazos, las maletas de uno de los pasajeros y por último mi bicicleta. El sándwich metálico estaba listo y firme sobre la parrilla del campero. Le había tomado veinte minutos asegurar la carga. El campero salió de Santa Helena del Opón muy puntual con el cupo completo, tres personas adelante y diez atrás en dos filas enfrentadas.

Quince minutos más tarde se subió una mujer con un niño de brazos y dos perros en caja. El carro comenzó a patinar de lado a lado de la vía, no veíamos nada, solo escuchábamos el sonido del barro al caer despedido por las ruedas traseras del campero. Mientras Mike sostenía él bebe, tres hombres más saludando a Aureliano, se colgaban del campero, sobre la defensa trasera sosteniéndose de la parrilla. Todos en el camino saludaban a Aureliano, le entregaban sus encomiendas, dinero, insumos agrícolas, ropa, bolsas con carne, concentrado para perros, maletines y el acuciosamente las entregaba a sus destinatarios sin equivocación en cada una de las paradas que hacia frente a las fincas en el camino.

Hacia las seis y media de la mañana llegamos a Santa Rita donde intercambiamos pasajeros y Aureliano completo la carga para su parrilla. La palabra sobrecupo no necesito traducción al inglés, pues Mike más apretado que al comienzo y Clare con un niño en sus piernas solo se miraban tratando de pensar si esa era una situación normal. Partimos con 25 personas a la espera de otro campero en sentido contrario para poder dividir la pesada carga. Dos hombres y tres mujeres colgados en la parte trasera del campero.

Aureliano hacia lo imposible para poder estabilizar su vehículo en los barriales con tanto peso. En una Curva apareció el compañero y lo parqueo al lado para poder pasar fácilmente la carga. De nuevo quedamos trece en el campero. Según su compañero, quedaba la peor parte del barro. Los vehículos perdían a todo momento tracción trasera haciéndose que se deslizaran continuamente. Repentinamente el campero de Aureliano comenzó a patinar, había perdido tracción delantera, se había dañado la rueda libre. Instaló infructuosamente la de repuesto, quedando igual y teniendo que dar reversa para darle paso a su compañero y que este lo tirara con cadenas.

Llegamos a San Pablo con dificultad a tratar de reparar el daño. Faltaba un tramo difícil y era necesario la tracción en las cuatro ruedas. Salimos a probar el carro sobre la marcha y en la primera subida el carro se patinó de nuevo. Nuevamente las cadenas y otro tirón que desgarro el gancho de la defensa del Campero de Aureliano, pero sacandolo nuevamente del aprieto.

Quedaba el último tramo complejo, una cuesta no muy lodosa pero empinada. El campero de apoyo subió con mucha dificultad y quedo muy lejos para tirar a Aureliano. Se amarraron cuerdas para tirarlo y se distribuyeron siete personas adelante y cinco atrás para empujarlo. El campero patinaba lanzando piedras y barro sin poder subir. Aureliano, pidió que se subieran cuatro personas dentro del carro para aumentar el peso y se dio el resultado esperado. 18 personas para sacar del apuro a nuestro transporte especial incluyéndome pues estaba en el techo tomando las fotografías.

El camino mejoro ostensiblemente, teniendo la oportunidad de seguir recogiendo carga y pasajeros, acomodándolos en ambos vehículos, pero viajando el trayecto final sobre la yuca, plátanos y mazorcas en la parrilla. Llegamos a nuestro destino dos horas más tarde de lo acostumbrado, tomándole a Aureliano solo cinco minutos desamarrar nuestras bicicletas, y preguntarnos como nos había parecido el tour y nosotros contestándole, —“Se ganó su dinero”.