El día que dejamos de estrecharnos la mano.
El coronavirus como pandemia trastornó drásticamente el desarrollo normal de las actividades turísticas de un país que vive de ello. Perú tomó medidas tardías para el control de ingreso de turistas a su territorio, mi esposa y yo incluidos dentro de ellos. Nuestra aventura terminó convertida en odisea, todo por querer regresar a nuestro país.
Cambiando de hábitos. Perú 2020
Una visita aplazada por años a María Claudia -antigua compañera de montaña que vive en Perú- fue la excusa perfecta para programar el cumpleaños número cincuenta de mi esposa en Machupicchu. Ante mi apatía total a las actividades de turismo masivo debí pedir apoyo a mi amiga, para que me ayudara a coordinar con antelación el viaje. La venta de boletos para entrar a la ciudadela inca en el año 2020 se abrió el dos de enero y logré acceder a dos de los 400 cupos disponibles a la montaña Waynapicchu para el 11 de marzo a las diez de la mañana. Con las entradas confirmadas realizamos la compra de tiquetes aéreos y la planeación de tres semanas en territorio peruano.
Las cifras que demoraron el cierre
Fuimos recibidos en Lima por parte de Migración Perú el 29 de febrero de 2020, con una efusiva bienvenida y sin prevenciones de ninguna índole, dándole la entrada a turistas de todas las nacionalidades e invitándonos a conocer todas las maravillas de su país. Tomamos uno de los vehículos de la empresa de taxis recomendada por María Claudia hacia su lugar de residencia en el distrito de Miraflores.
Después del efusivo saludo y la entrega de algunos presentes, María Claudia nos llevó de inmediato a conocer al Parque Kennedy a unas cuantas cuadras del apartamento. Allí comprendí de inmediato la importancia del desarrollo del sector turístico para el país, con el solo hecho de recorrer los alrededores y ver la posibilidad cambiaria de dólares en la calle y el poder pagar con la moneda estadounidense en la mayoría de almacenes del sector.
Las cifras del Ministerio de Comercio Exterior y Turismo del Perú (MINCETUR) al 21 de noviembre de 2019 daban el reporte del “catastrófico” año para el sector con un pequeño incremento del 1% en lo corrido del año, con la entrada de solo 4,4 millones de personas al país y la generación de ingresos por 3904 millones de dólares, una cifra que sin lugar a dudas otros países envidiarían. Con el pasar de los días pude constatar de primera mano cómo el turismo es el tercer renglón de la economía peruana al ver la cantidad de ofertas de paquetes turísticos ofrecidas por un sinnúmero de agentes operadores en locales propios o desde los mismos hoteles en diferentes puntos de Miraflores.
Situación premonitoria
Tomamos con calma los primeros días en Lima. Visitamos algunos de sus atractivos turísticos en el centro de la ciudad y su frontera distrital sobre el puente Balta con el Rímac, uno de los sectores más populares de la ciudad donde viven los peruanos de a pie que se ganan la vida comerciando con sus connacionales y poco o nada tienen que ver con el turismo.
Por coincidencia, el 6 de marzo rumbo al Museo Nacional de Arqueología, Antropología e Historia del Perú, tomé la fotografía de un grafiti en una de las paredes de una construcción sobre la Avenida Brasil que con pintura negra declaraba: “Tengo coronavirus :( ”. Ese mismo día el gobierno peruano confirmaba el primer caso en el país, el de un piloto de avión de 25 años que estaba de vacaciones en España, Francia y República Checa y que había ingresado al Perú el 26 de febrero, presentó síntomas el 29 y sólo hasta el 4 de marzo solicitó asistencia médica.
Caldo de cultivo
Aprovechando las condiciones económicas de baja temporada pudimos acceder a un par de tiquetes aéreos hacia Cuzco para evitar las veintidós horas de viaje vía terrestre en bus. De los 142 compañeros de viaje tan solo una veintena eran peruanos, predominando los europeos, asiáticos y norteamericanos.
Los alrededores del hotel cerca de la Plaza de Armas de Cuzco estaban saturados de pequeñas agencias que ofrecían paquetes turísticos para todos los presupuestos, así como almacenes de alquiler y venta de equipo de aventura para los extranjeros que disponen un poco más de tiempo y deciden hacer la llegada a Machupicchu por el Camino del Inca en una travesía de cuatro a seis días a pie. Los empleados de innumerables cafés y restaurantes de la zona se peleaban en diversidad de idiomas al bajo número de clientes propio de la época que, por lo menos por una noche, pernoctarían en la ciudad a 3400 msnm.
Al amanecer fuimos recogidos por el guía contratado para hacer la visita a los centros arqueológicos del Valle Sagrado, Pisac y Ollantaytambo, en una escala de un día para mejorar nuestra aclimatación a la altura de la zona después de haber permanecido una semana en Lima a tan solo 100 msnm. Debíamos dejar a nuestros compañeros de tour para llegar a dormir a Aguas Calientes, un pueblo ubicado a orillas del río Urubamba. La compleja topografía de la zona hace que solo se pueda acceder tomando bus -solo en verano por cerca de ocho horas- o tomando el tren desde Ollantaytambo con escandalosos precios por un viaje de tan sólo hora y media de recorrido o tomando la versión de lujo que incluye comida y espectáculos en vivo. Los peruanos con DNI -Documento Nacional de Identidad- pueden acceder a un tren de bajo costo pagando 10 soles (3 dólares) por trayecto con la ventaja, en este caso específico, de salud, al no estar en contacto con extranjeros en su tren.
La atiborrada estación de pasajeros de diferentes nacionalidades, aun siendo temporada baja, no mostraba en su manejo el más mínimo cuidado ante lo que se pensaba solo estaba pasando en Europa y Asia. La fila para entrar a la estación era cuerpo a cuerpo, maleta contra maleta, con la única preocupación de llegar a Aguas Calientes a sus respectivos hoteles.
El desembarco del tren fue más caótico. La calle principal estaba en obra con un retrocargador obstaculizando la estrecha salida haciendo de embudo. Las puertas de todos los vagones fueron abiertas. Los apresurados pasajeros parecían como ganado en corral buscando la salida por el embudo, trataban de pasar todos a la vez por el estrecho espacio en búsqueda de la persona que mantenía en alto un papel tamaño carta con el nombre del huésped escrito en el.
Entre la cantidad de guías buscando sus clientes, escuché a un desconocido gritar mi nombre y apellido. Me saludó de mano y nos condujo a unas cuantas cuadras al hotel designado, programando el inicio del tour para las siete y veinte de la mañana en el pequeño parque principal.
Aguas Calientes es un pequeño pueblo que creció en vertical de una manera no planificada, respondiendo a las necesidades personales de cada dueño de inmueble de alojar cada vez a la mayor cantidad de turistas en el menor espacio posible. Los dedicados a los servicios de alimentación saben que estos turistas muy posiblemente serán sus clientes por una sola vez en su vida, generando en muchos casos precios desproporcionados, cobrados a alguien que nunca reclamará ante la situación o el displicente servicio. Los lugareños se aprovechan de ello y saben vivir de los extranjeros incluso en temporada baja con una ocupación de menos del 30% de sus 10.000 camas disponibles (según fuentes no oficiales pues hay hospedajes no registrados).
El ascenso a la entrada de Machupicchu solo puede hacerse a pie ascendiendo por cerca de noventa minutos o usando uno de los veintiséis buses del operador privado. El trayecto es de treinta minutos, parten uno tras de otro a medida que se van llenando con los pasajeros que hacen una fila que parece siempre tener el mismo largo. Dentro del bus el guía dio las últimas pautas de entrada para los integrantes de su grupo, recomendándonos hacer uso de la única batería de servicios sanitarios disponible antes de entrar a las ruinas de la ciudadela inca.
Cientos de personas atiborradas en el sitio de ingreso, alistaron sus pasaportes y boletos de entrada. Dos ágiles funcionarios con guantes y tapabocas escanearon una a una las entradas al parque para verificar que concordaran con el documento de identificación. Juan Carlos -nuestro guía- reunió a su grupo de ocho integrantes pasando el ingreso y tras dar escasamente cincuenta pasos, nos condujo hasta la primera terraza para fotos donde se tenía que hacer fila para tomarla.
Esta mini terraza de Babel, donde se pedía permiso en todos los idiomas posibles, tuvo que soportar el paso de apretujados turistas en búsqueda de la misma foto, “La de la montaña más fotografiada del mundo” como lo repetían sin cesar todos los guías. Era tal la cantidad de gente que muchos guías tomaban la opción de seguir con sus grupos hasta las siguientes terrazas un poco más amplias, pero con la misma proporción de turistas por metro cuadrado.
Juan Carlos me insistía que estábamos en temporada baja, que era un día suave y que calculaba era un turno de 3500 personas, nada comparable a su capacidad máxima de 10.000 turistas por día en verano. Según él, en buena temporada alcanza a hacer tres turnos de guianza por día. Nos llevó a los sitios principales del complejo arqueológico, obviando algunos por la cantidad de turistas.
Nuestro ingreso a Waynapicchu debía hacerse en el rango de 10 a 11 de la mañana, de tal manera que debimos abandonar el tour guiado y dirigirnos hacia la entrada. El camino estrecho de la montaña hacía difícil el adelantar a otros caminantes en algunos trayectos, haciendo que el caminar fuera lento, uno tras de otro a escasa distancia, por tal motivo solo se permitía el ingreso de 200 personas en el turno de 8 a 10 de la mañana y otro tanto en el de 10 a 12. En algunos puntos los escalones de piedra tenían tan solo veinte centímetros de profundidad y cuarenta de altura, haciendo posible solo el paso de una persona en un sentido con la ayuda de un pasamanos de guaya anclado a la roca. Después de una hora de ascenso logramos llegar hasta la roca en la punta de la montaña donde otro guardaparque daba únicamente cinco minutos a los interesados en fotografiar a Machupicchu desde el lado menos conocido, e inmediatamente hacia salir el grupo.
El descenso tomó un poco menos de tiempo, con la ventaja de que ya estaba cerrado el ingreso y solo venían subiendo un par de rezagados con dificultades respiratorias, pero teniendo que utilizar las mismas guayas que usamos para subir los 400 visitantes, sin ningún tipo de prevención higiénica. La salida de la montaña conducía a la misma de salida de Machupicchu, no había posibilidad de retorno por ninguno de los caminos vigilados por los guardaparques que hacían seguir las flechas de evacuación.
Turismo segregado
El haber comprado el boleto a la montaña Waynapicchu, ofrecía la posibilidad de reingreso a Machupicchu si se hace dentro del plazo de seis horas desde el registro efectuado en la mañana. Cumpliendo con el requerimiento pude acceder de nuevo, encontrando un panorama completamente diferente. La cantidad de turistas era mínima y se tenía una distancia social prudencial entre los grupos. Los guías estaban uniformados, mucho más elegantes que los de la mañana, vistiendo botas y ropa de montaña de marcas muy reconocidas y atendiendo a grupos reducidos de turistas y en algunos casos, de manera individual.
Pude acceder a interesantes lugares que en la mañana habían estado saturados de gente e incluso me atrevería a afirmar que había senderos disponibles que en la mañana no lo estaban. Los grupos de norteamericanos e ingleses que se habían hospedado en el hotel cerca de la entrada, venían vestidos con impecable ropa de safari y parsimoniosos dedicaban toda la atención posible a sus guías. En los otros grupos podía escuchar a los guías peruanos hablando perfectamente alemán, francés, japonés y árabe.
Nuestro boleto de tren era para las cinco de la tarde. Recogimos nuestro equipaje y nuevamente nos mezclamos con desconocidos turistas, que solo hablaban de la experiencia vivida y poco o nada de lo que pasaba en Europa y el desarrollo de la pandemia. Todos parecíamos sentirnos seguros en el tren, a excepción de Olga -mi esposa- que ante el menor estornudo y tos de alguien se tapaba inmediatamente su nariz y boca, en un gesto que equivocadamente en algún momento llegué a contemplar de paranoide. Bajamos del tren a tomar el bus que nos llevaría de regreso a Cuzco y fuimos mezclados sin respetar a los compañeros de vagón de tren. Viajaríamos con un nuevo grupo de extranjeros durante dos horas y media más, pegaditos dentro de un bus.
El comienzo del pánico
De Cuzco partimos a Ayacucho con el objetivo de visitar el monumento a la batalla de independencia y su museo histórico. Después de quince horas en bus, llegamos a la ciudad de las iglesias -como la llaman- a buscar nuestro hotel y conocerla un poco. Partimos en la mañana rumbo al pueblo de Quinua en busca del monumento. El transporte nos dejó a escasos doscientos metros de la entrada, donde un hombre de overol verde y tapabocas nos hizo la señal de alto, arriba de unas escaleras a unos cinco metros de distancia. Nos preguntó la nacionalidad para el registro, se retiró a una distancia prudencial y nos dejó pasar. El perfecto manejo dado por el funcionario y en un sitio abierto nos sorprendió. Posterior a la visita bajamos al pueblo en busca del Museo de Sitio dedicado a la batalla de Ayacucho, con la sorpresa al leer sobre su puerta, que la noche anterior, habían dado la orden gubernamental para el cierre de todos los museos administrados por el Ministerio de Cultura a nivel nacional, para evitar la propagación del coronavirus.
No había mucho más que hacer en Quinua. Nuestra opción era retornar a Ayacucho y de allí tomar nuestro bus de las 9:30 de la noche para dirigirnos a Ica. Llegamos a la ciudad antes de las seis de la mañana y tomamos cerca del terminal un automóvil compartido hacia Nazca, por dos horas, con el objetivo de visitar las líneas desde el aire. Al llegar contactamos a un operador turístico quien de inmediato nos mandó a llevar al aeropuerto para hacer el cupo con otros pasajeros.
Al llegar al pequeño counter de una de las doce empresas que prestan el servicio, uno de los pilotos le pregunto a la dependiente por nuestro origen. Me pareció un tanto extraño el cuestionamiento y se lo manifesté a la señorita, quien dijo que los pilotos de ciertas empresas no querían volar a turistas asiáticos, italianos o españoles. Las pequeñas avionetas tenían capacidad para seis turistas y se debía llenar su cupo antes de partir. En la nuestra viajamos con tres coreanos y un piloto más condescendiente ante la situación discriminatoria y el pánico en curso.
La abrupta alerta para el retorno
Nuestra programación de viaje se vio truncada repentinamente por la llamada en la tarde de María Claudia. Estaba alarmada. Por su trabajo de asesora en proyectos mineros estatales, tenía información privilegiada del contenido del comunicado del pronunciamiento oficial del presidente del Perú, Martín Vizcarra, donde prohibiría el transporte intermunicipal a partir de la medianoche del domingo 15 de marzo. Habíamos llegado a Ica cerca de las tres de la tarde, después del vuelo y tres horas de bus a buscar hotel para ducharnos y pasar la noche. Tan solo una hora después estábamos en el terminal de buses buscando pasaje de regreso a Lima. Tardaríamos unas cuatro horas en bus. Conseguimos pasaje para las seis de la tarde. Explicamos la situación a la encargada del hotel quien reintegró sin problema el dinero de la habitación.
A las nueve de la noche, un hombre sentado un par de asientos atrás, subió el volumen de su pequeño radio donde se escuchaba en directo las palabras del presidente. Ratificaba la suspensión de todo tipo de transporte para movilidad de pasajeros por los próximos catorce días y declaraba la cuarentena obligatoria en el territorio nacional. A mi parecer una medida tardía para la protección del país, ya se contabilizaban 71 casos de contagio en el Perú.
16 de marzo, día 1 de la cuarentena. 86 casos de contagio
Después de haber llegado a Lima, bordeando la media noche, tomamos el taxi rumbo al distrito de Miraflores al apartamento de María Claudia y pasamos las primeras horas de la madrugada tratando de buscar soluciones para poder salir del país, vía telefónica desde Colombia con ayuda de mi hermana. Algunas impensables económicamente pues multiplicaban hasta por siete el costo del tiquete además que ofrecían cupo para el día martes, por lo cual la decisión fue buscar alternativas desde el aeropuerto en horas laborales.
A las nueve de la mañana arribé al Aeropuerto Jorge Chávez a vivir el drama de miles de extranjeros queriendo salir del país para antes de las doce de la noche, hora límite para el cierre de operaciones. Las aerolíneas completamente colapsadas ofrecían tiquetes a destinos impensables con dos o más conexiones como única opción para salir del país y aun así los desesperados turistas se rapaban las últimas sillas disponibles. Ante la orden militar de sacar a la gente de las calles, a las once de la mañana debí regresar a Miraflores viendo como detenían constantemente a autos particulares y buses de transporte público para hacer cumplir la orden de no movilización.
Infortunadamente ante la falta de algunos suministros debí desplazarme hacia uno de los supermercados del sector. Encontré un panorama de desesperación absoluta por parte de los angustiados compradores en su mayoría turistas tomando todo lo que quedaba en los estantes y viendo la otra cara de la moneda, la de la oportunidad, cuando los dueños de los almacenes aprovechaban para acaparar ciertos productos y sacar un mejor beneficio económico. El caso particular del supermercado donde estaba, es que había decidido poner en primera línea de exhibición toda su oferta de productos exclusivos, como pescados, charcutería, quesos y vinos de exorbitantes precios solo al alcance de unos pocos.
17 de marzo, día 2 de la cuarentena. 117 casos de contagio
Desde la ventana del apartamento solo se observaba el desocupado parque que en días anteriores estuvo repleto de vendedores, ciclistas, corredores, jugadores de tenis y turistas. Podría servir de escenario de película de ficción demostrando el mejor caso de abducción posible. Algunos ciudadanos hicieron caso omiso de la cuarentena preventiva. Según las noticias, la policía militar comenzó a hacer las primeras detenciones. La orden de cierre del aeropuerto fue acatada con la cancelación de 239 vuelos y la salida de solo seis aeronaves.
Al correo de María Claudia llegó la solicitud de la Cancillería colombiana de hacer un registro vía mail de los colombianos en Perú, con la información de identificación, domicilio en Lima y el número de vuelo de regreso. Ella estaba inscrita en los boletines de la Cancillería colombiana para ciudadanos residentes en Lima y era por fortuna nuestro enlace con los pasos a seguir, pues a nuestros correos no llegó ningún tipo de información y la preocupación por la incomunicación telefónica con la aerolínea y la Cancillería estaba dada ante la posibilidad de extender por otros quince días la medida de aislamiento en el Perú, lo que significaría estar confinados por treinta días en el apartamento de nuestra amiga.
18 de marzo, día 3 de la cuarentena. 145 casos de contagio
La falta de nuevos suministros hizo que tuviera que desplazarme a hacer mercado en una pequeña plaza del sector, la cual trabajaba a media marcha por falta de surtido. Los compradores se quejaban por el incremento de precios y los tenderos tenían la esperanza de que les llegarán productos hasta el sábado 21 de marzo. Los clientes en su mayoría vecinos del sector, comentaban la situación vivida por los turistas que habían pasado la noche fuera del aeropuerto a la espera de medidas excepcionales para la repatriación a sus respectivos países.
Ante la ausencia de actividades deportivas en la playa y de pescadores mar adentro, por primera vez en mucho tiempo los residentes pudieron observar desde sus balcones grandes bandadas de aves capturando cardúmenes de peces. Los inconscientes que hacían caso omiso de las leyes de cuarentena y deambulaban por las calles fueron detenidos. Las cifras registraban 462 capturados, aunque no explicaban en los canales oficiales de gobierno cuál sería el manejo jurídico y sanitario que se daría a estas personas.
19 de marzo, día 4 de la cuarentena. 234 casos de contagio
Las posibilidades de salir del país parecían estar dadas. Se realizó una concertación entre los presidentes de Colombia y Perú donde aparentemente se haría la repatriación de peruanos y se generaría un salvoconducto para la salida de colombianos utilizando el servicio de Avianca, pero con la compra de un nuevo pasaje. Esta información obtenida desde Colombia pareciera, contrarrestar el cierre por treinta días de los vuelos internacionales, pero no había donde corroborarla. La oficina de Avianca en Miraflores permanecía cerrada, el aeropuerto de Lima también y en las noticias informaban del contagio de Coronavirus de algunos funcionarios del call center de la empresa que hacia los servicios para las aerolíneas.
Desde la ventana del apartamento era apreciable el mayor control por parte de la policía y el ejército. Solicitaban el documento de identificación a quienes sacaban su perro frente a su edificio o incluso a los osados en bicicleta que eran detenidos y obligados a regresarse por dónde venían.
El gobierno del Perú por intermedio del MINCETUR solicitó el registro en línea de los turistas extranjeros en el periodo de cuarentena en el país, con lugar de domicilio y descripción del estado de salud. Por otra parte, el gobierno colombiano decretó el cierre del aeropuerto El Dorado para vuelos internacionales por treinta días a partir del lunes 23 de marzo y se confirmó oficialmente la cancelación de nuestro vuelo del sábado, era imperante tratar de salir del país antes del lunes o tendríamos que esperar hasta el 23 de abril en Perú.
A las 8:54 de la noche, al correo de María Claudia llegó la comunicación de la Cancillería colombiana informando la posibilidad de compra de tiquetes para el vuelo AV5052 del 20 de marzo con un estimado de 380 dólares. Inmediatamente comenzamos a intentar la adquisición por internet. La página no admitía el trámite y terminaba remitiéndonos a hacer la comunicación directa con el call center a un número errado. Insistimos a otro número con el cual habíamos tratado de comunicarnos en días anteriores para saber del estado de nuestro vuelo y fue atendida nuestra llamada por un colombiano operando desde El Salvador. Le pusimos al tanto de nuestra situación teniendo vuelo con la misma aerolínea y para el 21 de marzo, pero el funcionario dijo que solo se podía atender ventas de tiquetes nuevos. Al acceder a hacer la compra cotizó cada tiquete en 660 dólares, le dijimos del precio ofrecido en el comunicado de la Cancillería y solo nos aseveró que de ese precio ya no tenían -el negocio primero-.
Después de cincuenta minutos de registro, tramites, reservas independientes para pago individual –según lo solicitado por el funcionario- y el intento fallido de pago con una tarjeta de crédito, pudimos hacer la compra con la de María Claudia obteniendo un par de minutos más tarde el check-in de los anhelados puestos en el vuelo de repatriación.
20 de marzo, día 5 de la cuarentena. 263 casos de contagio
Buscamos los requisitos para pedir el permiso de movilización en los canales en línea del gobierno, pero tal aval era sólo dado a ciudadanos peruanos. Ante la fallida posibilidad de comunicación con una oficina policial para averiguar sobre el trámite para poder movilizarnos en la tarde al aeropuerto, salí a la espera del paso de una patrulla para indagarlos sobre nuestra situación.
El primer oficial del Serenazgo –servicio de vigilancia privado- que pasaba a pie levantó su mano en señal de alto y hablamos teniendo una distancia de unos cuatro metros, según lo recomendado por los entes de salud que debe ser la llamada distancia social y en lo posible superior a los dos metros de distancia entre interlocutores. Mi solicitud de información fue recibida y el oficial intentaría comunicarse con una patrulla policial en el sector.
Unos cuantos minutos después llegaron los oficiales a buscarme frente a la entrada del edificio. Sin bajarse del vehículo, bajaron la ventanilla y al exponer la situación manifestaron el no conocer ningún tipo trámite para extranjeros. Como única opción me ofrecieron el obtenerla en los canales virtuales de comunicación gubernamental.
Al momento de reingresar al edificio, una señora con un par de perros movió insistentemente su mano de una tosca manera como diciendo retírese que voy a salir. Sin problema alguno le di sus cuatro metros de distancia y salió a pasear sus canes. Subí al apartamento a contarle a las damas la información de los permisos y observé a la señora ser detenida por tres policías justo frente al edificio. No valieron sus argumentos de vivir justo pasando la calle, trató de pasar por los costados a los policías y se lo impidieron. Decidí aprovechar la situación y consultarle a uno de los oficiales lo de los permisos de movilización, pero su respuesta fue igual, solo mediante los canales en línea.
Al subir de nuevo pude ver como la señora era subida en una patrulla policial junto a otros dueños de perros para ser conducidos al sitio de reclusión. La incertidumbre de movilización me llevó a tomar la decisión de hablar directamente con un taxista que estaba estacionado esperando un pasajero y preguntarle sobre la movilidad al aeropuerto. Me confirmó que estaba cerrado, pero que dos días atrás había dejado allí a una mexicana. Le pedí su nombre y número telefónico y coordinamos con Édgar que nos recogiera a las cuatro de la tarde.
La sucesiva captura de canes y sus dueños afectaba nuestra decisión de viajar sin la autorización específica. Insistentemente tratamos de obtener información sobre el permiso especial de movilización con el número de la cancillería colombiana en el Perú, escuchando repetitivamente durante setenta minutos: “Gracias por permanecer en línea, el próximo orientador disponible lo atenderá en breve.”
Con la llamada frustrada decidimos tener calma, alistarnos y esperar a que fuera hora de partir al aeropuerto. A las dos de la tarde recibimos la llamada del área de servicio de la aerolínea diciéndonos que por la falta de una serie de acuerdos y permisos intergubernamentales el vuelo se reprogramaría para el día siguiente, el mismo día de regreso de nuestros tiquetes originales. A las diez de la noche recibimos la llamada de reprogramación de vuelo para el día siguiente a la una de la tarde respetando nuestros cupos. La funcionaria de la aerolínea solicitó el llenado de un nuevo formulario de la cancillería.
21 de marzo, día 6 de la cuarentena. 318 casos de contagio
En la calle no había nadie. Cada día se hacían más restrictivas las normas de movilización y los patrulleros en sus motos se movilizaban en contra vía para interceptar fácilmente a los infractores de la norma de aislamiento.
Javier -el taxista que me había recogido veinte días atrás- me facilitó el número de su tocayo Javier Díaz quien tenía autorización de movilización hacia el aeropuerto y coordinamos nos recogiera a las 9:30 de la mañana. Según Javier, nunca había visto Lima en ese estado de aislamiento, el tráfico era casi nulo. En el primer retén policial Javier solo levantó su credencial de taxista aeropuerto y la mostró a través del vidrio, dejándonos continuar. En un semáforo los militares requirieron nuevamente que les enseñara su carnet de trabajo. Sobre las avenidas principales estaban apostados los funcionarios de la armada naval quienes detenían todos los autos y exigían bajar la ventana y mostrar adicionalmente el registro de permiso de trabajo. Un par de retenes más adelante pidieron que les enseñáramos los pasaportes a través de la ventana. En total fueron once retenes antes de llegar al aeropuerto.
El anuncio del presidente colombiano de cerrar sus fronteras hizo más caótico la situación de los compatriotas represados en Perú, haciendo que se volcaran en masa hacia el aeropuerto. Javier nos llevó hasta la entrada final, donde creía estaban agolpados los pocos viajeros del día y no se equivocaba, cerca de cien pasajeros hacían fila en el lugar asignado para colombianos. Al otro costado había pasajeros argentinos, chilenos y algunos italianos. Los medios locales cubrían la noticia reportando el desasosiego de la gente ante la imposibilidad de un cupo de regreso a sus países. Nuestra fila fue creciendo en longitud bajo el agobiante sol custodiada por oficiales del ejército quienes no tenían información alguna sobre las condiciones de apertura de la puerta.
Con lista en mano, los funcionarios fueron dando paso a las personas que tenían tiquetes comprados para dicho vuelo hacia a las once de la mañana. Después de pasar migración, nos condujeron con estrictas medidas de precaución hasta la puerta de embarque. Poco a poco la sala se fue llenando de gente con cara de satisfacción por el regreso a la patria, que contaba a sus familiares en Colombia las peripecias hechas para obtener el cupo. Algunos pagando sobretasas por cambio, otros con suerte de haber estado a tiempo registrado en una de las tres listas de la cancillería, otros comprando a última hora y contando que afuera se encontraban más de cuarenta personas sin poder acceder a un cupo para tratar de regresar a casa.
El avión aterrizó. Se acomodó frente al muelle de desembarco y minutos más tarde descendieron los peruanos quienes a través del vidrio vitoreaban con alegría la llegada al país. Después de las labores de limpieza y desinfección de la aeronave, con una hora de retraso se dio el inicio de abordaje. Al momento de dar la orden de cierre de puertas al interior del avión se hizo manifiesta la inconformidad de la gente por las sillas vacías, sabiendo que había colombianos afuera sin poder acceder por falta de unos dólares para poder reprogramar sus tiquetes. Era un Airbus 330 para 258 pasajeros y con unas veinte sillas desocupadas en la parte trasera del avión. La solidaridad se apodero de los pasajeros del avión que después de llevar horas afuera para lograr su cupo pensaban en las sillas vacías que podrían llevar a otros connacionales, esgrimiendo que ese vuelo no tenía nada de humanitario, que era un vuelo comercial pues llevaba extranjeros para conexión en El Dorado.
La sensación de impotencia ante las indeterminadas causas que hicieron que esas sillas en la parte trasera y sin saber cuántas en el resto del avión fueran vacías hizo que los pasajeros elevaran sus ánimos poniéndose de pie para evitar que cerraran las puertas. Realizaron justas reclamaciones ante el personal de la aerolínea quien no estaba facultado para tomar ningún tipo de determinación al respecto. Solo hasta que una de las pasajeras de la zona central del avión intervino y expuso la posibilidad de que cancelaran el vuelo por el comportamiento hostil de los pasajeros, cuando la mayoría habíamos estado ocho días a la espera de algún tipo de solución. La temperatura colectiva bajó. Ella insistía que el personal no estaba facultado para tomar decisiones y que la mejor forma de ayudar a los compatriotas sería desde Bogotá haciendo los videos y mostrando la realidad de lo que pasó en ese vuelo de repatriación ante los medios de comunicación y las redes sociales.
La calma se tomó de nuevo el avión, las puertas fueron cerradas y emprendimos el viaje de retorno de solo tres horas y una semana de espera. Al ingreso a migración fuimos revisados por personal de salud y reseñados en formularios donde nos comprometíamos a estar en nuestras ciudades de origen en la dirección especificada en el formato, en completo aislamiento durante los próximos catorce días. Después de recoger el equipaje accedimos al counter de Avianca donde nos entregaron el par de tiquetes de regreso a Bucaramanga en un avión que partió de Bogotá únicamente con treinta pasajeros.
A las diez de la noche mi ciudad se encontraba vacía. Los pobladores estaban en su confinamiento voluntario respetando las normas regionales con solo el tráfico de taxis autorizados. En los dos días siguiente acatamos los lineamientos del Ministerio de Salud para la desinfección de maletas, lavado de ropas, calzado y pertenencias que llevamos al viaje.
Nos confinamos en casa, utilizando los servicios organizados de domicilios de mercados campesinos entregados en camiones militares. La tienda frente a mi casa se convirtió en nuestra despensa y me quedo el tiempo más que suficiente para digerir fotográficamente, lo que habíamos vivido. La vida había cambiado.
Cronología de una epidemia
24 de marzo. En Perú se contabilizan 7 muertos, el incremento de casos de contagio ha llegado a 416 y enterándome por las noticias del mediodía, que en Colombia la gente sigue en la calle sin tomarse en serio la situación. Creo, solo las nuevas muertes por coronavirus nos harán entrar en razón.
21 de abril. Un mes después de haber podido salir de Perú y estar en confinamiento, las cifras indican lo acertado que fue regresar a casa. 484 muertos y 17.837 contagiados de los cuales el 69 % están en Lima y un congestionado sistema de salud con 380 pacientes en UCI con ventilación mecánica.
21 de mayo. Dos meses después. Perú esta con su sistema de salud al borde del colapso, con un pico de contagio desproporcionado, llegando a 3.148 muertos y 108.769 casos positivos, convirtiéndose según el ranking mundial en el país número doce contabilizando 100 muertes por cada millón de habitantes y con turistas colombianos atrapados en Lima y Cuzco.
21 de junio. En treinta días se duplicó la cifra, 8.045 muertos y 254.936 contagiados.
21 de julio. El incremento de muertes en Perú es desproporcionado y se compara a la caída diaria de un avión con pasajeros, 184 muertes por día, presentando cifras acumuladas de 13.579 fallecidos y 362.087 casos de contagio.
21 de agosto. El COVID no da tregua, los casos siguen al alza y se habla de Latinoamérica como el nuevo foco mundial de la enfermedad, presentando en Perú 27.245 muertes y 576.067 contagiados y Colombia siguiéndole los pasos.
21 de septiembre. Perú con 768.895 contagios y 31.369 muertos, acaba de ser sobrepasado por Colombia. 770.435 casos de contagio y 24.397 fallecidos.
21 de octubre. Colombia comienza su vertiginoso ascenso en la curva de contagio tras la reactivación económica del país, tomando una diferencia de más de 100.000 casos sobre el Perú, presentando 981.700 casos de contagio y 29.464 fallecidos vs 876.885 contagios en Perú y 33.937 muertos.
21 de noviembre. Colombia incrementó el número de muertes en 188 por día, 5.640 tan solo un mes y el de contagios en 258.793 presentando a la fecha 1.240.493 casos de contagio y 35.104 muertes. Perú 948.081 contagiados y 35.549 fallecidos.
21 de diciembre. La muerte nos toca. Nuestro padrino de matrimonio y mejor amigo de mi padre fallece. Ya las cifras empiezan a verse diferentes, contribuimos a ellas. Colombia 40.680 muertes, 1.518.067 contagiados. Perú 37.103 muertes, 997.517 contagiados.
21 de marzo de 2021. Un año después de haber salido de Perú y haber vivido el significado de palabras como confinamiento, epidemia, pandemia, resiliencia y reinvención, es increíble tan solo mirar las cifras y pensar que aun no se vislumbra una disminución efectiva de casos. Colombia 62.028 muertes, 2.337.150 contagios. Perú 50.198 muertes, 1.466.326 contagios.
21 de marzo de 2022. A dos años de haber salido del Perú, la vida continua, el turismo se reactiva y la presencialidad es un hecho. Llevamos un año tratando de implementar los esquemas de vacunación en los dos países. Las gigantescas cifras de contagio de una epidemia y sus constantes mutaciones y variedades con las cuales tendremos que convivir de aquí en adelante, hacen que se incrementen diariamente con una parte de la población que aún sigue renuente a vacunarse esperando la famosa inmunidad de rebaño, “que los demás se vacunen por mí”.
Las positivas cifras correspondientes a la reactivación económica en nuestros países, nos hacen pensar en la normalización de actividades, dejando a un lado el incremento del número de casos. Los contagios familiares se volvieron habituales y los muertos también. Tíos, vecinos, compañeros de trabajo y padres de amigos cercanos, ayudan a ser parte de lo que aquí en adelante será solo una estadística.
Colombia 139.471 muertes, 6.081.639 contagiados y 34 millones de vacunados con esquema completo, 79 millones de dosis aplicadas. Perú 211.924 muertes, 3.541.994 contagiados y 25 millones de vacunados con esquema completo, 65 millones de dosis aplicadas.