La belleza de lo simple
Con pandemia o sin ella, Luis José sigue levantándose a las cuatro de la mañana a atender las labores de ordeño en la finca donde vive a orillas del río Cáchira. Las medidas restrictivas a nivel departamental para evitar la propagación del Covid en el llamado “segundo pico de la pandemia” en nada afectan su rutina laboral. Trabaja más horas que cualquiera, los siete días de la semana para obtener el sagrado salario mínimo.
La vida continúa. Colombia 2021
Aprendizaje, reinvención, resiliencia y demás palabras puestas en la cotidianidad de los últimos meses, en nada aplican para algunos de los trabajadores del campo, quienes tienen que seguir su rutina diaria apartados de las decisiones gubernamentales que buscan frenar el vertiginoso ascenso en las cifras de contagio, ante la imposibilidad de atender a los enfermos en camas UCI y la insostenibilidad de la vida urbana cuando algo se sale de control.
El año 2020 se despidió sin nostalgia alguna por culpa de la pandemia que inicialmente controlamos con las estrictas medidas de cuarentena que nos enseñó a pasar los días con lo básico. Para el puente de reyes, la gobernación de Santander dispuso de un restrictivo toque de queda de 79 horas. Las fiestas decembrinas dispararon los contagios y los decesos, era predecible después de pasar ocho meses sin el tan anhelado contacto familiar. Ante la medida de confinamiento, decidimos emprender un nuevo viaje de pesca de sabaletas al río Cáchira a dos horas de Bucaramanga. El plan era visitar a Luis José y su familia a quienes no veíamos desde hacía tres años.
El reencuentro
Mi primo Fernando, llegó a la casa de su madre en el barrio la Victoria de Bucaramanga donde por décadas ha sido nuestro punto de encuentro para los viajes largos de pesca. Lucia -su esposa- y Javier -su hijo- bajaron del taxi junto a su infaltable mascota, Mateo. Maletas, mercado para el viaje, una pequeña nevera con pollo, carne y una careta de marrano para hacer los especiales frijoles de Lucia. Acomodamos la carga en el Ladamigo y tomamos la vía a la costa acompañados de un gran flujo de carros particulares saliendo de la ciudad para evitar el confinamiento del fin de semana.
El río Cáchira nos recibió con la ingrata sorpresa de la turbidez de sus aguas, eran las cuatro y treinta de la tarde y ya no había tiempo para buscar otra opción de pesca. Pasamos el puente sobre el río y conduje lentamente hasta la entrada de la finca, saludamos a doña Gladys -esposa de Luis José- y a Chucho su hijo. Mientras esperábamos a Luis José, Chucho me pidió lo acompañara a recoger unas papayas del cultivo frente a su casa. Fueron nuestro presente de bienvenida.
Luis José, llegó casi a las seis de la tarde, nos hizo seguir a su casa y como orgulloso abuelo nos presentó a Dilan, el nuevo miembro de su familia de tan solo año y medio -hijo de Elizabeth su hija menor-. Como siempre, nos ofreció la hospitalidad de su humilde vivienda, colocamos nuestras carpas en el exterior y compartimos sándwiches hasta entrada la noche recordando como de costumbre antiguas faenas en el río que aprendimos a pescar cuarenta años atrás.
Un día como otros
Luis José se levantó a preparar su café, se vistió con su raído pantalón de drill y salió a ordeñar a las cinco de la mañana. Doña Gladys se pasó al cuarto de Elizabeth para cuidar a Dilan mientras ella preparaba el caldo de papa para su hijo. A las seis de la mañana Elizabeth se fue a apoyar las labores de ordeño de su padre dejando a su hijo ya desayunado. Doña Gladys se quedó a cargo de su nieto.
Bajamos hasta el puente metálico a observar el río. El color amarillento de sus aguas impedía nuestra pesca. De regreso me detuve a hablar con Caliche -el vecino de cultivo de Luis José-, quien me contó que la quebrada arriba del corregimiento de La Vega a unos cinco kilómetros era la que lo estaba enturbiando. Nuestra opción era esperar unas horas a ver el comportamiento del río.
Entramos de nuevo a la casa, espantamos pollos, sacamos perros, doña Gladys extendió la ropa para aprovechar el sol de la mañana y arreglo unas cuantas matas de su jardín interno. Lucia tomó prestada la cocina para preparar el desayuno. Doña Gladys puso leña en el fogón para calentar el tiesto de asar las arepas y terminar de cocinar el caldo de papa con huevos criollos. Hacia las nueve de la mañana como de costumbre llegó don Luis José con su hija a desayunar, tomar un breve descanso y continuar con el trabajo en los potreros.
El plan antes de almuerzo era bañarnos un rato en el río. Mientras tomábamos nuestras cosas junto a la carpa, un automóvil paró frente a nosotros. Su conductor me llamó y me regaló una mano de bananos criollos de la zona y siguió su camino. Lucia se sorprendió con el gesto esporádico del conductor y de la calidad del regalo afirmando que los que conseguía en el mercado siempre eran más pequeños.
El color del río no mostraba variación alguna. Intenté pescar por algo más de una hora con tan solo el pique de una pequeña sabaleta. Regresamos a la finca. Luis José acababa de llegar de la casa de sus patrones que también habían bajado para el puente festivo. Decidió amarrar a su perra Susy junto a mi carpa para evitar que se fuera a perseguirlo nuevamente mientras definía su nuevo contrato laboral en la tarde junto a sus empleadores. Susy se dejó acariciar resignada sabiendo que solo sería liberada en la noche. La lluvia nos hizo resguardar en la cocina mientras Lucia preparaba una generosa cantidad de espaguetis con pollo para compartir con toda la familia.
Otro intento
Una nueva visita de inspección al río, nos hizo tomar la determinación de madrugar al día siguiente para buscar mejor suerte río arriba. Pasamos La Vega e inmediatamente encontramos la quebrada que estaba enturbiando el Cáchira. Subimos un par de kilómetros y afrontamos un tramo del río que jamás habíamos pescado. Capturamos unas sabaletas de buen tamaño aun cuando se nos dificultaba caminar por las piedras tan lisas en el lecho del río.
A las cuatro de la tarde decidimos retornar a la casa, sabíamos de antemano el menú. En un viaje anterior hacia cinco años Lucia había preparado uno de los mejores frijoles que había comido en mi vida, el ingrediente secreto era la careta de marrano. Yo le había solicitado a Fernando llevar una para el viaje y Lucia se esmeró en su preparación. Todos ya habían comido, solo faltábamos nosotros y la espera valió la pena. El sabor era inconfundible. Los miembros de la familia de Luis José quedaron complacidos con la especial receta de Lucia y la cantidad suficiente para repetir a la comida y como calentado para el desayuno del día siguiente.
Día festivo
Luis José salió temprano a repetir su rutina diaria de ordeño y trabajo en potreros. El ganado no sabe de calendario. Como todos los días de la semana es necesario hacer los mismos trabajos a la misma hora. Doña Gladys debe cuidar a su nieto, Elizabeth ayudar a su padre y Chucho trabajar con su cultivo de tomates. Añoran el tener un poco de tiempo libre para poder visitar algunos familiares en otra ciudad, pero las labores de campo no dan tiempo para vacaciones.
Mientras yo pescaba en la mañana frente a la casa, Fernando decidió no pescar ese día y dedicarse a preparar un suntuoso sancocho de Costilla y cola de cerdo. Llegué pasado el mediodía y la felicidad que reflejaba Luis José y su familia con el almuerzo no tiene precio. Estaban sorprendidos de las cualidades culinarias de mi primo y agradecidos por compartir los alimentos.
Era nuestro ultimo día en el río y decidimos darnos otro baño en uno de sus pozos jugando con algunos jóvenes de la zona. No fue el mejor viaje de pesca, pero si el de compartir con una familia cosas simples de la vida. Doña Gladys en la noche dispuso su fogón de leña para hacernos una atención y compartirnos inagotables fritas de harina de trigo como despedida. Una tras otra fuimos consumiendo al calor de su estufa con una agradable charla sobre su tranquilidad y diario vivir con los elementos básicos para una bella vida de campo, de lo afortunada que se siente de poder estar en su hogar disfrutando de su familia sin tantas restricciones por la pandemia como las que se tienen en los grandes centros poblados.
Nuestro ineludible retorno se dio en la mañana siguiente, después de otra generosa tanda de fritas de harina. Nos despedimos de doña Gladys con la promesa de regresar en un par de meses cuando el río tenga mejor color. El trafico de regreso fue generoso, con gran cantidad de vehículos entrando a la ciudad y observando una diferente cotidianidad en sus calles. Las medidas de protección con el uso de tapabocas y el distanciamiento cumpliéndose a medias y en general una sociedad que le dio preferencia al comercio y al derecho a la subsistencia económica sobre la salud y la vida.