Vivir la ciénaga

Muchas veces no es necesario disponer de gran cantidad de tiempo para disfrutar del paisaje cerca a nuestro territorio. La Ciénaga de Paredes se encuentra a 140 kilómetros de Bucaramanga atravesando la zona palmera de Puerto Wilches y es un fantástico paraje que merece un poco más de atención gubernamental. Pequeños asentamientos de pobladores en su orilla desconocidos para muchos santandereanos, pero que serán asediados por los políticos de turno el año que viene.

Vísperas de Elecciones. Colombia 2021

Madrugar es la opción más segura para tratar de evitar el tráfico en nuestras carreteras cuando se va en bicicleta. La Ruta del Cacao está en ampliación entre Bucaramanga y Barranca, presentando trancones sucesivos y alto flujo de tractocamiones. Con las luces intermitentes de precaución en la bicicleta partí de casa faltando diez minutos para las cinco de la mañana, una hora más tarde estaba pasando el mirador de la ciudad antes del peaje del aeropuerto y a las siete de la mañana tomando el desayuno en Brisas. La opción de ruta era tomar el destapado por la Azufrada, la antigua ruta entre Bucaramanga y Sabana de Torres. Había llovido abundantemente durante toda la noche, así que el barro estuvo presente desde el comienzo de ruta.

 

 

Un poblado sin carretera en el olvido

Los funcionarios de la Agencia Nacional de Infraestructura -ANI- que se encontraban en el punto de inicio de obra sobre la carretera me informaron del buen estado de la vía hasta Uribe-Uribe, pero también de la increíble cantidad de agua que había caído. El tramo inicial estaba muy bien afirmado por el paso de las volquetas con carga para la nueva variante. El agua bajaba por todos lados, la quebrada la Gomera que pasa por puente Rojo estaba a reventar, tenía siete años de haber pasado por allí y haber tomado un baño en sus aguas, situación que no podría repetir con el caudal que presentaba, así que pedaleé hasta el pueblo.

Uribe-Uribe no había tenido cambio alguno en años, incluso el abandono de algunas de sus casas daba muestra que cada día tenía menos habitantes. Indagué por la tienda la cual tenía buen surtido y para las nueve y media de la mañana ya estaba pedaleando por una carretera en muy mal estado en busca del Kilómetro 15. Me tomó tres horas recorrer los agrestes treinta y tres kilómetros entre fincas ganaderas, palmeras y pozos petroleros hasta llegar al restaurante en el cruce de la vía panamericana donde paré a almorzar.

 

Pena ajena

El 15, como se conoce a la entrada hacia el municipio de Puerto Wilches parece haber sufrido un bombardeo de guerra. La capa asfáltica en este punto está completamente destruida presentando cráteres que aumentan su tamaño día a día con la lluvia y el paso constante de tractomulas cargadas con aceite que salen de las diferentes plantas extractoras de la zona. Es increíble que el punto de acceso al principal municipio palmero de la zona central este en ese lamentable estado sin ningún tipo de intervención o gestión municipal para su reparación. Los quince kilómetros de pavimento restantes hasta la finca también presentan daños sustanciales que son aprovechados por improvisados tapahuecos que ganan su sustento diario haciendo reparaciones temporales con un balde, una pala y tierra de mala calidad.

 

Historias Paralelas

Después de un día de trabajo en la finca continúe el recorrido tomando la vía hacia Puerto Wilches que aun muestra vestigios de cultivos arrasados por el PC -pudrición de Cogollo- y la persistencia de su gente para tratar de rescatar el sector palmero con el cultivo de variedades resistentes a la enfermedad. Paré en el corregimiento García Cadena por donde pasa la vía férrea a hablar con un par de personas que esperaban el pequeño carromotor conocido localmente como La Gasolina que los llevaría hasta Barrancabermeja. Uno de ellos, el viejo Migue, me conto que en los años 80 fue de los primeros en diseñar las bicigarruchas, una rustica adaptación de una bicicleta a un entablado con ruedas para andar sobre la vía férrea.

Mientras le escuchaba al viejo Migue sus historias transitando por los rieles, llegó un ciclista hasta el cruce y después de una llamada emprendió el regreso hacia Puerto Wilches. Se trataba de Ramon Carrillo -Moncho- el conductor de la línea de bus de Copetran que había salido a las seis de la tarde del día anterior desde Bogotá y había llegado en la madrugada al pueblo. Después de haber desembarcado los pasajeros, tomó su bicicleta del maletero del bus y pedaleó unos buenos kilómetros. Esta repetitiva acción que venía haciendo desde que compro la bici lo había llevado a bajar quince kilogramos de peso y cada día se esforzaba un poco más. Paramos en la entrada del corregimiento Kilómetro 8 donde me invito desayuno mientras me mostraba entristecido la foto de su joven compañero de trabajo muerto por contagio de Covid desempeñando su labor de conductor de bus.

Intercambiamos contactos con Moncho y proseguí la ruta atravesando la zona palmera por quince kilómetros hasta llegar a Campo Duro uno de los caseríos a orillas de la Ciénaga de Paredes. En la fachada blanca de una humilde casa donde pudo haber funcionado una tienda tiempo atrás, resaltaba un sencillo mural en pintura roja y azul diciéndole ¡NO AL FRAKING!

No había gente en la calle, recosté la bicicleta frente a un poste de energía eléctrica y comencé a hablar con un señor sobre los manatíes de la ciénaga que habían tenido un muy buen año por el suficiente nivel de agua. Infortunadamente la única manera de apreciarlos es cuando el nivel de agua es muy bajo a causa del intenso verano escaseando tanto su alimento como el oxígeno del agua. La comunidad cambió sus costumbres de caza y ahora los protege incluso llevándoles comida cuando quedan encallados y moviéndolos con redes hasta la desembocadura de la quebrada la Gómez donde hay una zona de mayor profundidad.

Me dirigí hasta la orilla donde había una pareja lavando el motor de una motocicleta y les comenté mi deseo de atravesar la ciénaga, Albéniz no disponía de tiempo para hacerme el viaje pues debía llevar su motor a reparar a Barrancabermeja, pero hablo con doña Noema -su suegra- la dueña de la canoa y el motor para ver quien me podía llevar. Albéniz dejo a un lado la limpieza de su motor, fue por la canoa, bajo el pequeño motor fuera de borda, le instalo el tanque de combustible y lo encendió al primer intento. Erlin un joven de unos veinte años tomo su gorra y le pidió el favor a Aldair que lo acompañara. Montamos la bicicleta y arrancamos hacia el Cerrito el pueblo al otro lado de la ciénaga.

La ciénaga estaba calmada, Erlin se dirigió hacia un ave en el agua pensando que era un chavarrí y al acercarnos levanto vuelo resultando ser un solitario pelicano muy extraño de ver en esta zona. Los cormoranes conocidos como patos yuyos se asoleaban en los troncos encallados en las zonas bajas de la ciénaga. Erlin me contó que tenía más de un año de no ir hasta el pueblo vecino, era uno de los mejores futbolistas de Campo Duro y tenían encuentros dominicales entre los poblados, pero un accidente de moto contra un bus lo dejo postrado por varios meses en plena pandemia dejándolo a punto de perder la pierna. Ahora estaba en proceso de recuperación, pero imposibilitado para trabajar, a la espera de la calificación de su incapacidad laboral. Aldair desde la parte delantera de la canoa le indicaba por donde debía hacer el paso para evitar las islas de taruya. Sorteamos sin dificultad el gran espejo de agua y media hora después estábamos entrando al canal que nos llevaría a Cerrito.

 

La realidad de la pesca

Un hombre mayor, con un sombrero grande y brazos curtidos por el sol fue quien me recibió en el improvisado puerto, se trataba de Cristiniano Camaño Mejía un amigable pescador de vieja data quien me contó como en la época de la abundancia en la ciénaga entre grupos de canoas arponeaban al gigante y robusto manatí, este como único mamífero acuático herbívoro debe salir a respirar cada cuatro minutos y es el momento cuando es más vulnerable. Con mucho esfuerzo los traían hasta la orilla para cortar su dura piel y despresarlo entre los integrantes de la faena. La preciada carne -de siete clases según cuentan los pescadores- los hacia apetecidos y fueron perseguidos por mucho tiempo. Solo hasta el año 1969 se dictó la ley de prohibición de su cacería pues el único depredador del manatí es el hombre. Cristiniano lleva décadas sin comer su carne, pero sabe que ya no debe hacerlo e incluso ha participado en labores de preservación y conocimiento de la especie auspiciadas por el anterior alcalde de Puerto Wilches.

Los pescadores del pueblo se fueron acomodando bajo el techo de paja de uno de los expendios de cerveza cerca al puerto a escasos veinte metros de la orilla. Estaban convocados a asistir a la reunión programada por funcionarios de Ecopetrol. Mora, de unos setenta años y vocero de los pescadores del Cerrito vistiendo una camiseta que hacía critica a la pesca ilegal, presentó al veterinario y la bióloga encargados de hacer el estudio sobre la pesca en la ciénaga. Lo que buscaban era acompañar a los pescadores en algunas de sus faenas para registrar tallas, especies e instrumentos de pesca con el fin de buscar algunas propuestas aún sin definir.

La situación de los pobladores circundantes a la ciénaga era clara, no hay fuentes de trabajo en la zona. Las plantaciones de palma contratan a unos cuantos, pero cada vez les solicitan más exámenes y capacitaciones para su ingreso y ni que decir de los requisitos para los que aspiran a ingresar a la empresa estatal Ecopetrol. Uno de los pescadores asistentes a la reunión tomó la palabra y explicó contundentemente la situación diciendo: —“En la ciénaga, no nos piden cedula, ni estudios, ni papeles de ingreso, solo ganas, ella es nuestra empresa”.

La mayoría de los pescadores asistentes a la reunión pescan con trasmallo actividad que es considerada como ilegal por acabar con las especies de todos los tamaños, pero como ellos lo sustentan no tienen alternativas, pescan para llevar algo a la mesa y un poco más para suplir otras necesidades. Del Cerrito sale pescado para Aguachica, San Alberto y pueblos aledaños. Los asistentes sintieron como si fueran a ser fiscalizados sus procedimientos de pesca siendo renuentes a hablar de como lo hacen, por el temor de perder la única posibilidad de sustento. Para todos era claro que cada día hay más demanda de peces, más pescadores y sobreexplotación de la ciénaga lo que ha llevado a la disminución del tamaño y la cantidad de los mismos.

Mora tomó de nuevo la palabra y haciendo alusión al comentario de uno de los asistentes que había dicho que no hablaba por no tener energía, pues solo se había comido dos bocachicos pequeños al desayuno, les realizó unas cuentas rápidas. Con una población estimada de unos quinientos pobladores en la zona aledaña a Cerrito y dos bocachicos por desayuno, la ciénaga diariamente les entrega mil bocachicos para consumo a los lugareños. Falta considerar lo que los pescadores de los otros asentamientos capturan para su consumo y lo que sale para el comercio. La ciénaga es prodigiosa, pero están agotando el recurso pesquero. Era claro que la sustentabilidad de la Ciénaga de Paredes estaba en entredicho, los pescadores consignaron sus datos en las planillas de asistencia y uno de ellos se ofreció para programar el acompañamiento en su faena de pesca.

 

Regreso por Papayal

La reunión finalizó a las once de la mañana, me despedí de los pescadores quienes me invitaron a regresar y hacer la ruta en sentido contrario buscando el camino a Puerto Wilches por las fincas frente a Cerrito solo que en tiempo de verano para poder hacerlo en la bicicleta. Continué buscando la ruta hacia Papayal pasando por cultivos de palma, fincas bufaleras, pequeños humedales y antiguos pozos petroleros. Arribé al puente colgante sobre el río Lebrija después de dos horas y media encontrándome con algunas familias de migrantes venezolanos buscando oportunidades de trabajo en las fincas aledañas. El regreso a Bucaramanga lo tenía coordinado en la camioneta de Rafael Rey -el amigo ciclista y palmero- desde su finca. Le informé que ya había llegado al pueblo, diciéndome que estaba en camino pero que me instalara en su casa y fuera a comer al restaurante Mar y Sol donde me había encargado el almuerzo.

Rafael llegó a las tres y media de la tarde e inmediatamente partimos hacia el cultivo para observar el funcionamiento del sistema de riego de su plantación, bombeando agua del río con un motor diésel de camión con capacidad de succión de 450 litros por segundo. Mientras mirábamos la ejecución de las obras de instalación, una hermosa manada de micos aulladores que iba de transito entre las palmas aledañas en un acto generoso y fantástico posaron para la cámara cerca de diez minutos.

Gumer –el trabajador que cuidaba la bomba en el río- nos dijo que de noche se escuchaban muchos animales acercarse al agua por lo cual los caimanes estaban al acecho en la orilla para cazar. Era placentero el saber que aun tenemos en el departamento pequeños corredores de fauna silvestre.

Retornamos a la casa. Rafael preparó la comida en la noche mientras hablamos de las posibilidades de repetir la ruta por la ciénaga en sentido contrario según el planteamiento de los pescadores. Paredes se merecía más de una visita y con toda seguridad algún día veremos de cerca a los gigantes mamíferos del agua.