Peces y Plástico
Rafa me invitó a la acostumbrada salida de fin de semana en bicicleta con el aliciente del suculento desayuno en su finca de Girón, pero ya tenía programada la salida a sabaletear al río Cachira aprovechando los tres días del fin de semana. Como en los viejos tiempos y ante el debate de mis dos pasiones siempre hay una ganadora.
Pesca mata cicla. Colombia 2014
La jornada comenzó con un leve retraso ante la cancelación a último momento de mi primo Fernando al viaje de pesca por una indisposición estomacal. Salí a la acostumbrada compra del queso como carnada, pero recordando la queja de mi tío que decía que cada vez el queso era más simple, que no olía a lo de antes, pues no lo dejaban madurar lo suficiente.
Tres libras de queso Reynoso, para tres días de pesca podría considerarse una exageración, pero ante la poca consistencia del queso de hoy se pierde mucha carnada en el río. En Rionegro un par de pescadores me pidió aventón hasta el Salamaga -un río cercano- y al indagarles sobre la carnada usada me mostraron una botella de plástico con pequeños orificios repleta de cucarachas, no tan olorosas como las de ciudad, pero de todas maneras de alcantarilla de pueblo.
El río de mis afectos
Llegué al Cachira con la expectativa de ver sus cambios en la ribera y los puestos de pesca tras dos años de ausencia y tres desde la avalancha que arrasó con los peces. Descendí al río por el costado de un enorme y nuevo puente colgante, que a simple vista se vería exagerado para tan poca agua, pero pensado a futuro para una nueva creciente.
A medida que pescaba algunas sabaletas encontré gran cantidad de recipientes plásticos en la orilla como nunca antes había visto. Botellas de gaseosa, de medicamentos, de agroquímicos, de aceite de cocina, todas debidamente tapadas para que flotaran y bajaran por el agua. Al encontrarme con unos pequeños pescadores y regalarles unas sabaletas les indagué sobre la basura y solo me atinaron a señalar que venía de arriba, de las casas sobre la ribera del río y los poblados de la Vega y Cachira.
Llegué a la casa de Tino, el amigo de muchos años y lo encontré muy desanimado por su situación económica del momento, pensando en irse a la ciudad, pues sus cultivos de habichuela y maracuyá estaban dejándole perdidas. Traté de convencerlo para que desistiera de esa idea y conservara la tranquilidad y bienestar de vivir en su humilde casa y que pensara en los costos de trasladar a toda su familia a la ciudad. Me dijo que tendrían que trabajar todos, su esposa, sus dos hijos cercanos a la mayoría de edad y el, dejando los dos más pequeños al cuidado de alguien.
Tino se sentía muy afectado, pues su despensa dependía del mercado dominical y el dinero que consiguiera para su compra, a veces 70.000 o 100.000 pesos a la semana, algo así como 150 dólares al mes para una familia de seis personas que de todas formas vivía mejor que cualquier familia en los cordones de miseria de nuestras ciudades pagando arriendo, servicios, transporte y cuidado de niños. Le cambié el tema para suavizar su pesar y al indagar sobre la basura me dijo que en la alcaldía de Cachira estaban recogiéndola y disponiéndola en sitios especiales para su reciclaje. Hablamos como de costumbre de faenas de pesca de los amigos que no han regresado y llegadas las nueve de la noche, nos fuimos a dormir al igual que sus gallinas.
Una aguadepanela dio el inicio del nuevo día y a las seis de la mañana ya estaba en el río emprendiendo mi faena, liberando gran cantidad de sabaletas pequeñas, dando muy buen indicio de la recuperación de los peces en el ecosistema pero seguía encontrando gran cantidad de plásticos en la ribera.
Lo abrasivo del recorrido hizo estragos sobre mi calzado, haciendo que se rompieran sus costuras y refuerzos haciendo difícil el descenso, teniendo que caminar con más cuidado de lo normal para evitar lastimarme y tener que dejar de pescar. Nuevamente encontré pescadores de la zona que arponeaban todo lo que se movía para llevar algo para “echar a la olla” como ellos decían.
Para pescar debían sumergirse en parejas, ubicar los peces y acorralarlos para que no escaparan arponeándolos en sus guaridas, pero de esta manera se metían en todos los sitios donde yo podía pescar no teniendo más remedio que arreglar mis peces y salirme del río para buscar otro sector de pesca que no estuviera revolcado.
Llegué al carro a buscar mis zapatos de repuesto y pescar al atardecer río arriba con buenos resultados. Al llegar a la carpa, doña Lunay la esposa del Tino me recibió con un humilde caldo con arepa hecho con los pocos ingredientes disponibles en su casa en ese momento.
El Tino agarró mi cámara y me tomó un par de fotos comiendo. Mi sonrisa era más que evidente y le conté la historia del movido caldo de los sábados con mis amigos de bicicleta, donde cada uno pide un caldo de huevos diferente. Uno con huevos duros sin cilantro, otro con huevos blanditos con cilantro, otro con huevos semiblandos con poco cilantro y bien picado, Toño el de mayor edad del grupo, en tasa negra de barro, y por último Alex -el más complicado- que espera a que alguien pruebe la arepa primero, para ver si esta grasosa, agria o rancia y mucho menos quemada y que la limonada tenga limón y no este rendida con agua. Lunay y Tino disfrutaron de esa y otras cuantas historias hasta las ocho de la noche cuando se acostaron, muy cansados productos de la jornada trabajo.
Al amanecer el trabajador del acueducto veredal llegó muy a las cinco a destapar el filtro que producto de la lluvia del día anterior estaba colmatado con materia orgánica. Me despedí de los amigos y las mascotas y me dirigí a otro tramo del río donde encontré en mis primeros pasos más botellas plástico, vidrio, metal y una tapa de una motocicleta. Un kilómetro más abajo divise lo que podía ser el mejor puesto de pesca. Un gran árbol caído sobre el agua represando parte del caudal, ideal para deslizar el nylon sobre el borbollón de agua. Realicé varios intentos sin resultado alguno, hasta que decidí pasar por encima del árbol y ver que donde podrían estar los peces, solo había recipientes de plástico quitándoles el lugar de su posible alimentación.
Continúe el descenso entre peces y plástico hasta mediodía, hora de la siesta de los peces la cual aproveche para arreglar las capturas del tercer día, ante la mirada intrigada de un par de perros amantes que estaban de paseo en la otra orilla, quienes me despidieron de esta nueva faena.