Se recupera el Suratá

El agua ya no huele feo, fue lo primero que dijo mi primo Fernando al entrar al río. Habíamos dejado de ir al Suratá años atrás por la ausencia de peces a causa de la contaminación de la explotación aurífera de los municipios en el área de influencia del páramo de Santurban.

El Suratá tiene Futuro, Colombia 2015

Acostumbrado a pescar en las cristalinas aguas de las quebradas cerca de Bucaramanga, alguna vez le pregunte a mi tío Fernando porque el color del Suratá siempre era gris, y él me dijo contaminación. Poco a poco dejamos de pescarlo como abandonándolo a su suerte pues a veces regresábamos sin sabaletas.

 

 

Siempre hay esperanza

Años después de la muerte de mi maestro de pesca en alguno de mis fallidos intentos por capturar alguna sabaleta del río, encontré en el camino una camioneta blanca 4×4 con una pequeña insignia sobre las puertas que decía “Proyecto Río Suratá” alrededor de las banderas de Colombia y Alemania. Hable por unos momentos con el conductor y mi mente de pescador quería creer que se trataba de un proyecto de repoblación de sabaletas, pero me indico que era un plan piloto de descontaminación.

Bucaramanga tomaba agua del río Suratá, pero no a muchos les importaba lo que sucedía río arriba hasta que el acueducto tuvo que recurrir a sobrecostos para potabilizar el agua del río con los desechos contaminados de algunos afluentes con mercurio y cianuro producto de los vertimientos de la explotación minera en los municipios de Vetas y California en Santander. Era inconcebible que el 40% del agua para un millón de habitantes fuera tomada de esta casi cloaca.

El proyecto de cooperación inicio en 1997 con vigencia hasta el 2004 con el nombre “Reducción de la Contaminación Ambiental Debida a la Pequeña Minería en la Cuenca del Río Suratá”, e intentaba reducir la cantidad de vertimientos a la corriente hídrica mejorando las técnicas de explotación y manejo de residuos. La explotación minera aurífera de filón se había hecho ancestralmente sobre las riberas de las quebradas Angosturas, Páez y La Baja (en California) al igual que El Volcán, El Salado y Río Vetas (en Vetas), y los productos de desecho eran arrojados a las corrientes hídricas que entregaban sus aguas al río Suratá donde practicábamos la pesca y después de 10 años de finalizado el proyecto regresaríamos a pescar de nuevo.

 

Enero 11 de 2015

Cuando la ciudad agobia, un poco de naturaleza a unos cuantos kilómetros de nuestra casa hace del río Suratá el escape perfecto. Madrugué como de costumbre y después de cargar combustible, atravesé la ciudad para recoger a mi primo Fernando quien por recomendaciones de su compadre había decido que pescaríamos desde el balneario el Guayabito hacia abajo. Pedimos autorización de dejar el carro en un extremo del parqueo cerca a la casa donde un minúsculo perro olfateaba insistentemente el olor en nuestras ropas de antiguas faenas.

No habíamos visto el río cristalino en décadas, la textura el color y olor del agua era diferente. Estábamos regocijados con el nuevo aspecto del río. Un minuto después de haber cortado las carnadas, Fernando capturó su primera sabaleta. Pasos más abajo en un correntonal cuatro más la cuales devolvimos por su tamaño. Era increíble que iniciando el día tuviéramos ese pique. Comenzamos nuestro descenso y poco a poco fueron disminuyendo nuestras capturas el río enturbio un poco y comenzaron a bajar pequeños palos y hojas secas. El pique desapareció.

Hacia el mediodía paramos a quitarnos la arena de los zapatos y comer unos sanduches en el río, nos seguíamos preguntando el porqué de las hojas que seguían bajando si veíamos que el río no aumentaba de caudal. Para cuando llegamos al segundo puente sobre el río el pique mejoro un poco y logre capturar un buen ejemplar de unos 400 gramos. Debimos reparar la puntera de la caña de mi primo y bajamos encontrando paseos de olla por el rio.

Dejé a Fernando en un pozo metros arriba de unos bulliciosos bañistas donde deleitaba a los niños arrojándoles las pequeñas sabaletas sobre los pequeños corrales de piedra que habían hecho a la orilla del río, pero siempre se les escapaban.

Arreglamos nuestros peces satisfechos de notar la recuperación del río y emprendimos el regreso al balneario caminando 2.4 kilómetros por la carretera observando el tremendo flujo vehicular de regreso hacia la ciudad. Eran hordas de paseantes en motos, carros, buses, camiones que habían decidido ir a calmar su calor al río y producto de su chapuzón sobre las frías aguas generaban el movimiento de las hojas sedimentadas y la turbidez en el agua del que en la mañana nos preguntábamos. Habíamos escogido el sitio de pesca equivocado, la próxima vez seria arriba de los balnearios.

 

Septiembre 6 de 2015

Rafael Rey nos había invitado a los compañeros de bicicleta a compartir unas mojarras en su finca de Girón, pero un fuerte malestar gripal hizo aplazar la montada y por supuesto la preparación hasta el próximo sábado, excusa suficiente para armar un nuevo viaje de pesca y recorrer otra parte del río Suratá.

Nunca había pescado en el trayecto superior del primer puente como lo llamaba mi Tío, siempre decía que era muy malo el pique en esa zona, que no había correntonales ni resacas. Decidí subir dos kilómetros hasta la parcela el Lago donde dejé el carro y conocer ese trayecto bajando. El Suratá tenía su color acostumbrado, no muy traslucido, pero con la claridad suficiente para dejar ver el queso. Con la primera foto del envase de químicos agrícola me acorde de mi profesor de plásticos en la universidad quien maravillado nos insistía de las bondades de este material y sus posibilidades de uso. Hoy casi 30 años después pienso que nunca hablamos de degradación, reciclaje o correcta disposición de residuos. Creo que los objetos plásticos seguirán siendo parte habitual de mis fotografías en los recorridos por los ríos donde sabaleteo.

Las sabaletas madrugaron a comer, capture varias de buen tamaño y más fotos de envases plásticos en la orilla. Llegué al paso de una tarabita donde la mirada extraña de un campesino sobre mi espalda observaba que soltaba las pequeñas, antes de que lanzara su premonitoria pregunta le manifesté que era para dejarlas crecer hasta un próximo regreso donde estarían más grandecitas a lo cual replico, —“eso lléveselas, que otro se las saca”.

El río había sido intervenido con retroexcavadora formando grandes canales donde no pueden criarse los peces y en otros tramos acumulando gran cantidad de piedra a los lados formando pocetas donde se acumulaba los desechables de icopor de los balearios cercanos.

Las pequeñas seguían mordiendo insistentemente, el queso las había alborotado y seguía liberándolas, después de tres horas solo tenía tres de buen tamaño. Cuando llegué a la zona del río sin intervenir, donde se apreciaba su cauce normal, sinuoso con paleras y correntonales naturales mi suerte cambio, pude capturar unos muy buenos ejemplares. Otro campesino desde su improvisada tarima, quien me conto que era pescador nocturno me dijo que estaba utilizando un anzuelo muy grande y mucho queso que así solo cogía las grandes pues a las pequeñas no les cabía el queso en la boca, me invito a venir de noche y a enseñarme a pescar para que no se me fuera ninguna.

Agradecí su invitación y bajé hasta la zona de unos improvisados balnearios, donde una familia de paseo recogiendo leña, me ofreció guarapo fresco y dulce, estoy seguro que de haber pasado un poco más tarde me habrían ofrecido almuerzo. Conversamos un buen rato y llenaron de nuevo mi vaso mientras los niños jugaban con los peces, les regalé algunos ejemplares y continúe mi descenso. Hacia el final de la tarde después del día de baño del perro cuidandero de una de las fincas, las sabaletas comenzaron a morder de nuevo en los correntonales bajos, había sido la mejor de mis faenas del río Suratá en un tramo desconocido y complicado de pescar.

Salí del rio unos 200 metros arriba del puente y en mí recorrido hacia el carro pude observar los habituales pescadores de atarraya, que hasta ahora comenzaban su faena, llenando su mochila de pequeñas sabaletas, me acorde del comentario del campesino de la tarabita y me preguntaron si me las había llevado todas a lo cual contesté con una negativa y les dije que estaban creciendo para un próximo Domingo.

 

Septiembre 13 de 2015

La ciudad se pone pesada con sus acostumbrados festejos en este mes. Conciertos, desfiles, cabalgatas, bazares, trasnocho, bullicio y licor. Lo que para el anterior domingo fue una excusa para este fue necesidad. Mi alegre llegada al río se vio frustrada con el color de sus aguas, percibí desde el carro mientras me acercaba al puente un gris opaco, como cuando lavan arena de las trituradoras ubicadas río arriba. Pedí permiso para dejar el carro en una cancha de bolo criollo y hable momentáneamente con su propietaria, la cual confirmo que había enturbiado el río dos días atrás.

Llegué a la orilla y me percaté de que el agua estaba más turbia de lo que pensaba, no quería regresarme a casa a ver el desfile por la ciudad de camperos Willys programado para el día, así que decidí insistir para conocer ese tramo del río. La parte plástica superior de una mesa infantil rosada estaba atorada en unas rocas, era tan grande que decidí sacarla de río.

Las pequeñas sabaletas que capturaba me animaban a esperar una de buen tamaño, pero no encontraba buen pique. Seguí como siempre pescando en cada rincón sin obtener resultado. Llegué hasta el viejo puente de concreto y seguía capturando pequeñas. El sol salió con muchísima fuerza y esperaba que eso ayudara en el comportamiento de las grandes, pero infructuosamente mi suerte seguía igual.

Con los años aprendí, que los mismos peces se comportan de manera diferente en cada río. La voracidad con la que muerden en el Cachira, contrasta con la lentitud y parsimonia de las del Suratá, mi tío decía que muerden ruñidito como pequeños mordisquitos comiendo de a poquito. Lo que hace que imagine que donde siento los pequeños jalones, este la mamá sabaleta dándose pequeños bocados del cubo de queso. La punta del nylon fue arrastrada suavemente hacia el correntonal hasta que sentí el arranque sorpresivo de la presa, pero fue más la fuerte fuerza de la corriente sobre la punta de la caña, que la realidad del tamaño de la sabaleta. No era despreciable, pero la sensación de tratar de subirla por el correntonal para sacarla hacia que pensara que era de mejor tamaño.

Seguí insistiendo hasta capturar lo más insólito que me ha pasado en tantos años de pesca; un bombillo de auto. Había enganchado zapatos, sombreros, costales, palos, bolsas plásticas y hasta un no muy agradable trozo de cuero cabelludo en el río Sogamoso en los días que los paramilitares botaban allí sus muertos. Pero pensar en meter el anzuelo por el orificio de unos tres milímetros de diámetro en la delgada platina de soporte del bombillo, con una caña flexible de cuatro metros de largo en un río turbio y sin ver, estaba como para concurso de habilidades de programa de televisión. 

Seguí pescando y pensaba en las ínfimas posibilidades de que esto pudiera pasar de nuevo y llegué hacia el mediodía al paso de un puente donde decidí salirme e ir a buscar mejor suerte río arriba en el tramo donde había pescado el domingo anterior.

Extrañamente no había nadie en el río, no había paseos ni gente en baño, creo todos estaban en la Feria Bonita de Bucaramanga y la soledad del río contrastaba con la ausencia de pique. Mi suerte no cambió, las sabaletas grandes no mordían y con mucha persistencia capturé tres más que decidí prepararlas como premio a mi insistencia a pescar cuando no hay condiciones para hacerlo.