Trochando a Aguada
En la mayoría de viajes que realizamos por carretera, solo nos preocupamos por llegar del punto A al B en el menor tiempo posible y por la mejor vía, dejando de lado a los pequeños pueblos que por la precaria condición de sus carreteables hacen que se conviertan en apacibles remansos de paz y tranquilidad.
Puebliando en Santander. Colombia 2016
El verbo puebliar que es frecuentemente usado en la zona Antioqueña, para los Santandereanos es solo ir de paseo a conocer diversos poblados o a visitar familiares en pueblos que por las condiciones geográficas de su territorio quedaron distantes en promedio veinte kilómetros. Muy cercanos hoy en día, pero que en la época de la arriería campesina era el recorrido probable que podía hacer una mula cargada con alimentos y mercancías.
Tomamos a Oiba como punto de partida, después de recorrer los 151 kilómetros pavimentados y dos peajes que la separan de Bucaramanga. Forzado por las intempestivas vacaciones de mi esposa, nuestro recorrido coincidió con la semana de la celebración de la fiesta de la virgen María Auxiliadora y Olga no desaprovecharía la opción de probar los arrodilladeros de las capillas acompañado de sus oraciones.
Amabilidad y comida
No teníamos prisa y nuestro objetivo era conocer la quebrada de las Gachas en Guadalupe a 24 kilómetros de Oiba. Preguntando en demasía por ser nuestra primera vez en la zona, llegamos al Tirano el sitio donde se toma el desvío para la quebrada. Tres tortuosos kilómetros solo aptos para camperos y caballos. El Ladamigo llegó hasta el liso borde de la quebrada que corre sobre una inmensa laja de piedra roja. Sobre su superficie con infinidad de imperfecciones se han originado profundos huecos por efecto del paso del agua generando los denominados jacuzzis naturales, solo perceptibles en época de invierno.
En la quebrada había una familia de Oibanos, a quienes preguntamos sobre el recorrido que debíamos hacer. Muy amablemente nos explicaron el trayecto hacia los pozos superiores los más profundos y al regreso de la corta caminata nos ofrecieron guarapo, charla, yuca, historia de la región y el infaltable queso con bocadillo veleño de todo paseo de río.
Nos despedimos para tomar el camino de regreso en el carro cuando apareció de la nada un señor con una bolsa blanca plástica en sus manos. Eran mangos de su finca y al preguntar por su valor, dijo que ninguno. Le obsequie uno de los paquetes del insípido mecato que llevábamos en el carro y nos pidió que lo acompañáramos a su casa.
Por el camino nos mostró la cascada que se forma al final de la laja en su predio y sentados en su terruño nos contó de la petición de sus hijos a que deje el tranquilo lugar para estar más cerca de ellos y poder cuidar de él. El renuente Luis Domingo Lamus manifiesta no saber firmar, tiene 85 años vive en compañía de Johan un quinceañero de la zona al que le pidieron el favor de cuidarlo, quien después del colegio y hacer sus tareas le da charla para pasar el tiempo. Don Luis le dijo a Johan que nos guiara a la cueva de los aviones en su propiedad, a escasos 800 metros del patio de su casa.
Johan encendió su plateada linterna china, la metálica, con cabeza estampada de tigre sobre la tapa de rosca de las pilas, que se consigue en todas las cacharrerías de pueblo. Con su escasa luz amarillenta nos internamos en la húmeda cueva a tratar de fotografiar los esquivos murciélagos. El camino era por la quebrada que corría en su interior, a medida que entrabamos la linterna se tornaba insuficiente por la oscuridad de la cueva. Johan decía que la oscuridad se tragaba la luz de su linterna. La apagábamos momentáneamente para disparar la cámara y después del relampagueante flash todo quedaba a oscuras con el sonido del agua nuestros pies, el revoletear de los murciélagos en el techo de la cueva y el olor a tierra vieja con moho y guano de estos ratones voladores. Sin más posibilidad de adentrarnos por falta de equipo decidimos regresar a buscar a Olga, quien solo entro unos cuantos pasos por su temor a los hijos de Batman.
Regresamos a la casa, compramos un refresco y después de una corta charla en el comedor, le hicimos prometer a Johan que le enseñaría al octogenario a leer y escribir, pues reconocía las vocales minúsculas y le recomendamos que empezara con la combinación de la consonante L y las vocales para formar las silabas la, le, li, lo, lu, de Luis, Lamus y Lentejas que era la palabra escrita en la bolsa vacía sobre la mesa.
Guadalupe
Desandamos el embarrado carreteable hasta el Tirano, recorrimos los últimos kilómetros hasta el pueblo llegando hacia las cinco de la tarde a su plaza principal. En la panadería nos recomendaron la posada Santa Bárbara, allí doña Tulia Beatriz nos acomodó y amablemente nos invitó a misa de seis de la tarde en una atestada iglesia de alumnos de colegio en la celebración de las vísperas de la fiesta de su santa patrona.
Era una grata coincidencia que el colegio fuera dirigido por salesianos, al igual que el plantel educativo del cual egrese en Bucaramanga, donde nos impartían eucaristía los días 24 de cada mes y celebraban con especial fervor el 24 de mayo. Los estudiantes rezaron, cantaron, y marcharon junto a la imagen de la virgen por espacio de una hora a través del pueblo hasta la entrada de su colegio, donde tenían preparadas presentaciones especiales en honor de su santa.
Las campanas sonaron como símbolo de fiesta desde la madrugada, salimos a recorrer el pueblo con mejores condiciones de luz para las fotografías, y regresamos al plantel educativo para apreciar su hermosa construcción y a los estudiantes con sus galas en la presentación. Tomamos el desvío hacia el pozo la Gloria y el Salitre el balneario del pueblo a un par de kilómetros de su entrada a refrescarnos un buen rato para continuar el camino hacia el siguiente poblado.
Contratación
Bajamos unos seis kilómetros hasta el río Suarez y luego de atravesar el puente sobre su cauce, emprendimos el ascenso hasta el sitio conocido como la administración. Una derruida casa que según cuentan era la oficina administrativa de los alemanes que tenían negocios en la zona a principio del siglo XX y es el punto de acceso al monumento de la Virgen.
El empedrado marca el elevado camino al monumento, demarcado por las grutas con alusión a los cinco misterios del rosario, distanciados cuidadosamente para no ir en una competencia de una carrera de observación. Como el trayecto de ascenso es tan largo encomendaron la construcción de una gruta a cada familia del pueblo para alcanzar a rezar tres rosarios en la subida. Las familias donadoras deben hacerse cargo del mantenimiento anual de su gruta para antes del día de la peregrinación.
En el pueblo los alumnos celebraban en el colegio el día de la virgen, con actividades especiales en honor a San Juan Bosco fundador de los salesianos y tenían como invitados a la mayoría de los habitantes en la cancha múltiple en su interior, dejando en las desoladas calles a los tenderos temporales de cachivaches preparando sus toldos y mercancías para recibir a la gran peregrinación de visitantes del fin de semana.
De Guacamayo a Aguada
Salimos de Contratación, el pueblo de los Lazaretos rumbo a Guacamayo atravesando una nueva montaña. Subiendo, bajando, subiendo, bajando hasta llegar a su plaza principal. Guacamayo según la funcionaria de la alcaldía con la que hablamos hace reverencia a su nombre con las esculturas talladas en piedra de las coloridas aves que alguna vez abundaron en la zona.
Tomamos la salida hacia Aguada por una solitaria y precaria trocha que nos tomó dos horas para recorrer 19 kilómetros en el campero. Llegamos a las cinco de la tarde y ante la segura premisa de nunca manejar de noche en desconocidas carreteras decidimos pernoctar allí. Ante el desconocimiento de hospedaje en el pueblo, preguntamos a una aseadora frente al palacio municipal quien no dudo un solo segundo en soltar su escoba, subirse al carro y llevarnos hasta el hospedaje del pueblo situado a media cuadra del parque no sin antes darle una vuelta completa a la plaza principal de Aguada en el campero.
Doña Carmen nos recibió en su casa, pensión, restaurante y asadero de pollos dominical, donde departimos con sus hijos hasta altas horas de la noche. Laura su hija, se vio beneficiada con la acostumbrada lección de tablas de multiplicar que imparto a los niños por donde paso en mis travesías. Después de varias repeticiones mientras esperábamos la preparación de la comida, en una rápida y acertada demostración de lo aprendido, Laura pudo desdibujar el gesto de enojo en la cara de su padre y cambiarlo por uno de admiración ante el rápido progreso de su hija con tan solo un par de horas de práctica.
Ante la imposibilidad de salir por la lluvia continuamos charlando con doña Carmen mientras que uno a uno fueron llegando sus huéspedes e inquilinos permanentes a tomar el último alimento del día. Doña Carmen empezó a acomodar la loza, limpiar el mesón, recoger los útiles escolares de sus hijos, limpiar mesas y por último cerrar el portón del local. El día había llegado a su fin y nuestra primera parte de la travesía también.