Travesía Parque de los Nevados

El volcán Nevado del Ruiz estuvo cerrado por siete años desde la avalancha que destruyo Armero el 13 de noviembre de 1985. Ante la medida dada por el comité de emergencia de Caldas para la reapertura del turismo en la zona, programamos inmediatamente el hacer la travesía de los nevados, entrando por el Ruiz y saliendo por el Tolima.

Profesora soledad. Colombia 1993

Conocí a Leonel al regresar a Bucaramanga de mi etapa Universitaria en la capital del País. Un grupo de estudiantes de la UIS se estaban reuniendo los fines de semana para a hacer salidas a caminar en la montaña y escalar en Pescadero con el fin de hacer un entrenamiento progresivo para ir al nevado del Cocuy. Me les uní en las salidas a entrenar y fuimos durante dos años consecutivos 1991 y 92 al nevado del Cocuy. Leonel emocionado ante la noticia de reapertura del parque de los nevados me llamo para programar la ruta del año siguiente al nevado del Ruiz.

 

 

Nos Vamos Para los Nevados

Fui a visitar a Leonel a Cartagena después de haberle mandado su moto Suzuki GN-250 en un camión ganadero dentro de uno de los bretes para ganado que fabricábamos en la empresa de mi padre. Leonel se encontraba trabajando con una petrolera en Cartagena y sólo disponíamos de sus futuras vacaciones del año entrante para la aventura. Acordamos una fecha tentativa y regrese a casa con la tarea de planear la travesía.

La logística del viaje la hicimos durante meses vía telefónica Cartagena – Bucaramanga. Leonel esperaba con ansias sus vacaciones programadas para junio de 1993, mientras yo seguía con el entrenamiento en Bucaramanga entre 1000 y 1500 msnm. Leonel hacia lo que podía y lo que su trabajo le permitía a cero “0” metros, estaba a nivel del mar.

El día anhelado llegó y nos embarcamos en la flota rumbo a la capital del departamento de Caldas. Rápidamente después de descender del bus en Manizales, averigüé por las opciones de transporte para el parque y al ser un día hábil, entre semana y en baja temporada, no había transporte regular. Debíamos tomar un nuevo bus de línea que nos dejaría en el desvío a la entrada del nevado. Le comuniqué el resultado al aletargado Leonel por el largo viaje y sin tener otra opción seguimos las recomendaciones de los conductores.

Llegamos a la entrada del parque dispuestos a recorrer a pie los 24 kilómetros hasta el nevado, acomodamos la carga en los morrales y en el preciso momento que comenzábamos a subir, un camión cisterna de los bomberos tomo la desviación en nuestro rumbo. Inmediatamente con nuestros pulgares le solicitamos el aventón al bonachón conductor quien con una leve sonrisa inapreciable por su frondoso bigote, paro su voluminoso vehículo para que subiéramos. Nos acomodamos sobre el tanque y comenzamos con el píe derecho ahorrándonos el gran trecho de pavimento caminando con morrales. Hicimos el respectivo registro en la entrada del Parque y después de analizar la ruta en el desteñido mapa colgado sobre un contenedor metálico, comenzamos a caminar hasta la cabaña Arenales del Inderena donde debíamos hacer un nuevo control y comunicar la ruta a seguir.

En la cabaña nos dieron intrusiones sobre la permanencia en el parque, los cuidados a tener si notábamos comportamientos inusuales en el volcán Nevado del Ruiz y permiso para dormir en su siguiente refugio situado a 4.800 msnm. Después de una lenta y agotadora caminata bajo un temporal de nieve y granizo llegamos a la modesta Cabaña, una construcción en machimbre recién hecha, que serviría de refugio temporal. Leonel se encontraba muy indispuesto, dos días atrás estaba a cero metros en Cartagena y el mal de altura aunado al intenso frio lo estaba apaleando. Cambiamos nuestras mojadas ropas, Leonel tomo rápidamente su saco de dormir y se acomodó en la esquina de la cabaña.

Unas dos horas después termino el temporal, abrí la puerta del refugio para salir a caminar un poco, cuando de improvisto arribó un grupo de motociclistas de enduro a jugar entre el barro y el granizo a borde de montaña. Desperté a Leonel para que hablara con ellos como fanático de motos que era, pero pudo más su malestar y siguió en su cálido rincón. Sentía muy bajo de animo a Leonel, no quiso comer nada, solo deseaba dormir. En la noche la temperatura bajo a menos diez grados centígrados al interior de la cabaña, nunca había percibido tanto frio en mi vida y para Leonel fue una lenta y larga noche. Al despertar invité a Leonel a caminar un rato para calentarnos y me dijo que había pasado toda la noche titiritando del frio, que necesitaba descansar, así que continúo en su saco de dormir.

Tomé toda la mañana para explorar el Nevado del Ruiz, teniendo mucha precaución con las grietas pues estaba solo sin cordada de seguridad y Leonel no sabía mi rumbo. Mientras tomaba las fotografías pensaba en el desarrollo de la travesía, pero sabía que la única manera de hacer sentir mejor a Leonel era bajándolo de altura y la opción era regresarnos o continuar hasta la Laguna del Otún a 3.950 msnm. Lo convencí para que continuáramos en la tarde luego de comer algo, confiaba que esos 850 metros de diferencia en altura mejoraran su estado anímico.

 

En la Laguna

Era claro que la altura y el frío tenían a Leonel disminuido, redistribuimos peso en los morrales y con una menor carga inició animoso el descenso a través del paso de La Olleta y Laguna Verde. Muy cerca de la laguna del Otún hacia el final de la tarde, nos encontramos con un grupo de pescadores nocturnos de Pereira que venían de paseo a una finca vecina a la laguna. Al llegar a la Cabaña de entrada nos presentamos ante el guardabosque de la laguna, era Nelson Cardona un huraño y solitario funcionario a quien le solicitamos nos señalara un lugar donde acampar. La poca amabilidad con la que nos recibió y señalo el posible sitio de camping me hizo hacerle la siguiente pregunta:

 —¿podemos pescar?, a lo cual contestó —“aquí no sale nada, pesquen si quieren”.

Ante esa retadora motivación, pude capturar unas truchas medianas para la comida y revitalizar el espíritu de Leonel. La noche fue menos fría que la de la cabaña, pero al igual Leonel pasó muy mala noche. En la mañana siguiente no quiso levantarse. Con algo de comida en el morral de asalto me fui a inspeccionar los alrededores. Caminé montaña arriba teniendo precaución de no perder el camino y tuve que resguardarme bajo un pequeño arbusto de la sorpresiva granizada.

El cielo se tornó gris, con poca visibilidad, estaba a unos cuantos metros del borde de nieve del Santa Isabel. La imprudencia pudo más que el sentido común y seguí avanzando hasta la cumbre. No veía nada, traté de tomarme algunas fotos para después darle la sorpresa a Leonel de la cumbre y descendí del nevado. El Borde de nieve había desaparecido, la gigantesca sabana de granizo blanco había cubierto toda la base del glaciar tapando el camino de regreso. Camine un gran trayecto hasta un pequeño acantilado, comprendiendo que era la ruta equivocada. Regresé sobre mis huellas y sorpresivamente encontré el arbusto donde me había resguardado horas atrás. Giré quince grados con respecto a mis huellas y comencé a caminar de nuevo. Terminé en una pequeña montaña desde donde pude divisar el valle de la laguna y desde allí resbalarme hasta encontrar el camino que poco a poco se despejaba por el derretido granizo.

Después del susto, fui hasta la carpa a despertar a Leonel, era mediodía y seguía inapetente. Fui a pescar las truchas para el almuerzo y cuando estuvieron listas Leonel entre bocado y bocado me manifestó que debíamos cancelar la travesía. Quede estupefacto ante la decisión de Leonel, era claro que el pasar tanto tiempo a nivel del mar había disminuido su capacidad física para afrontar la montaña. Estaba choqueado por tener que finalizar abruptamente la aventura, salí a pescar para distraer mi mente y al llegar la noche mi inquieto cerebro divago por largas horas, envenenando la razón.

—¿Y si continuo solo?, ¿puedo hacerlo?, ¿seré capaz?, ¿cuántos días faltaran?, ¿qué hago con Leonel?.

 

La decisión

Muy temprano en la mañana fui a visitar al guardabosque de la laguna, le llevaba una trucha de buen tamaño de presente, me la recibió un tanto displicente y me invito a seguir a su refugio. le conté del problema con Leonel y mi deseo de querer continuar con la travesía. Nelson me escaneo de arriba abajo y con un prepotente gesto me dijo “usted no es capaz de hacerlo solo”. Le insistí pues después de diez meses de planeación no quería abortar la travesía.

Mi persistencia fue tal, que Nelson me dibujo en una hoja de papel periódico de un amarillento bloc el mapa con algunas indicaciones importantes para el camino. Cuando le pregunte cuanto tiempo estimaba que gastaría en la travesía contesto, “no se usted, pero yo tengo el record en 27 horas”.

 

La despedida

Mi intención no era la de batir records, solo quería terminar lo que había planeado con tanto tiempo. Hablé con los amigos pescadores, les conté de mis planes y les pedí ayuda para llevar a Leonel a Pereira. Tenían un cupo en el carro y amablemente dijeron que sí.

Al llegar a la carpa, Leonel ya tenía lista su maleta, le dije que quería continuar y que los pescadores del Land Rover lo bajarían a Pereira. Leonel conocía mi inexperiencia en travesías en solitario y mi fatal sentido de la orientación, pero después de insistirme que regresáramos por algunos minutos, terminó dándome su aval para que continuara.

 

Rumbo al Tolima

Nunca había enfrentado una travesía en solitario, trataba de comparar las montañas que observaba con los detalles del mapa entregado por Nelson. Seguía caminando, esquivando charcos y pasando montañas siempre dejando a mi izquierda el nevado. Llegue a un establo vacío en un potrero. Seguí caminando por varias horas sin encontrar a nadie a quien preguntarle, solo inquisidoras vacas que algunas veces me perseguían pensando que yo les daría sal para ganado.

La noche llego sin darme tiempo de buscar el mejor lugar para acampar, estaba concentrado en avanzar lo más rápido posible buscando similitudes del paisaje con el mapa. Me acerque a un pequeño arroyo e instale la carpa apresuradamente. Solo me cuestionaba pensando si había tomado la decisión correcta, estaba en un punto indefinido en el trayecto demarcado por Nelson, pero no tenía ni idea del avance que había realizado en el primer día.

El resoplido de las vacas en la carpa al amanecer me despertó abruptamente, estaba invadiendo su potrero y reclamaban su espacio. Preparé mi desayuno y con calma comparé el paisaje con el dibujo. Creía estaba bien direccionado y con la ayuda de la pequeña brújula de Leonel continúe la ruta. Hacia las diez de la mañana encontré una casa en el valle y por fin alguien con quien hablar y pedirle indicaciones por la ruta. Me dijo que estaba a un día de camino y debía seguir subiendo hasta las lagunas y luego bajar hasta encontrar el camino entre la montaña.

La emoción me embargó y continúe el camino, consultando permanentemente el dibujo. Al llegar al tope de la montaña inicie presuroso el descenso con un cambio de vegetación que indicaba que la media montaña había llegado y estaba en ruta del nevado del Tolima. Literalmente corrí montaña abajo, me caí infinidad de veces, pero quería llegar a terreno conocido, había estado varias veces en las termales del Rancho, pero entrando por Ibagué, no sabía cuánto trecho faltaba por ese camino desconocido, solo continúe bajando por largas horas.

Con la llegada de la noche pude ver las luces de las casas campesinas montaña abajo, saqué mi linterna y disminuí a un paso prudente observando las irregularidades del camino. Al llegar completamente embarrado al Rancho cerca de las ocho de la noche, los pocos huéspedes que había se asustaron, nadie llegaba a esa hora al hostal y mucho menos por la retaguardia. Tuve que explicar con lujo de detalles lo que había hecho para llegar allí y el mapa utilizado con las acertadas indicaciones de Nelson.

Dormí plácidamente, después de un merecido baño termal. En la mañana hable con otros montañistas de la hermosa ruta, desayune y me dispuse a bajar hasta el camino donde se tomaba el Mixto para llegar a Ibagué. Tomamos el camión que hizo las respectivas paradas para recoger la leche que pasaban por el cañón del río en tarabita y otros cuantos productos agrícolas. Mi cara desbordaba felicidad al llegar a Ibagué, el conductor sorprendido al cobrarme el transporte me pregunto que me pasaba y solo le dije que me parecía increíble el haber llegado.