La primera vez en el Cocuy

Treinta años atrás fui al Nevado del Cocuy por primera vez. Lo hice con el entusiasmo desbordado de quien quiere ver con sus propios ojos lo que otros le han mostrado en fotos y con la ayuda del mapa dibujado por Pedro Moreno, un santandereano que cayo rendido a sus pies y quiso compartir su gusto por este exuberante paisaje con todos los amantes de la alta montaña.

Belleza en Casa. Colombia 1991-2021

El Cocuy fue nuestra escuela de alta montaña y en gran parte se lo debemos al mapa didáctico dibujado en plumilla por Pedro Moreno Duarte (Q.E.P.D) el cual era replicado en copia de la fotocopia de un original que algún montañista había adquirido en el Cocuy y era prestado sucesivamente hasta que se rompía por sus pliegues -Aún conservo el mío-.

Pedro llegó de Bucaramanga y no le basto con enamorarse del paisaje del Cocuy, trabajó para promocionarlo turísticamente y luchó para plasmar en una maqueta su dibujo. El resultado fue el explicativo mapa en relieve del parque hecho a escala y con gran detalle en la plaza principal del pueblo donde todos llegábamos a estudiar la ruta por hacer y recalcular los días de expedición.

Pedro, Paz en tu tumba. Colombia 1949-2021

 

 

Cuando no todo es una miel

Con la llegada del turismo masivo al Cocuy aparecieron los problemas y las restricciones que hicieron que el encanto del parque se haya perdido. Se les dio prioridad a los operadores turísticos. Ahora hay que subir y bajar en el mismo día, pagar la entrada al parque, el seguro de asistencia y contratar obligatoriamente un guía, lo cual no es malo, pero pasamos de ser seres contemplativos a hombres de negocio que buscan lucrarse de la naturaleza, dejando excluidos a deportistas y expedicionarios. Ese afán conservacionista de gente en escritorio, con poder, buenas conexiones y amantes de la palabra PROHIBIDO, dictaminó con una simple firma en el decreto de turno, el expropiar de su casa a los montañistas para cedérsela a los turistas.

Para obtener algunas fotografías en un solo día de permiso de entrada hay que alquilar las mulas para hacerlo rápido y no sé qué hace más daño, sin grupo de cuarenta mulas subiendo y bajando turistas de la montaña o tres hombres con morrales caminando por el parque nevado. Cuando las mulas son escasas hay que apurarlas a bajar, con el fin de dar paso al siguiente grupo de visitantes a subir y a sufrir de mal de altura por no tener tiempo para aclimatarse y mucho menos hablar con la gente de las fincas o acampar en la zona debido a las nuevas regulaciones para favorecer la privatización.

El Cocuy se fue al traste. Ya no tiene nieve, desapareció por el calentamiento global y no por culpa de los montañistas, nos prohibieron la entrada a los “dañinos” expedicionarios. Solo quedan los turistas de un día, que suben engañados con fotos antiguas a buscar los paisajes de antaño en rebaños numerosos rentables. Pensé que todo lo malo que le podía pasar al parque ya le había sucedido, pero le faltaba la estocada final dada con la anuencia del director de parques y la administración municipal de turno, el desmonte completo de las cabañas que por tantos años nos prestaron un servicio a los montañistas y la prohibición a nuestros viejos amigos, los campesinos residentes por décadas en la base de la montaña a hospedar personas en su propiedad. En estos tiempos de la Colombia convulsionada, también hace falta nuestro clamor: “EXIGIMOS LA DEVOLUCIÓN DE LA SIERRA”

 

Hilando la historia

Hablar de treinta años atrás cuando la palabra turismo aún no había permeado el parque, definitivamente trae a mi mente el refrán de nuestros abuelos “Todo tiempo pasado fue mejor”. No había restricciones de ningún tipo, pues eran pocos los que se aventuraban en su territorio lo que hacía que el impacto ambiental fuera mínimo. Fuimos entrenados para caminar siempre con nuestras cosas, para bajar todos nuestros desechos por completo en bolsas amarradas a los morrales, lo que hacía que pensáramos muy bien lo que debíamos llevar y muy pocas veces encontrábamos otra carpa en el camino.

Tuve que recurrir a mis compañeros de esa aventura para escribir a tres manos e hilar los recuerdos y anécdotas del magnífico viaje de dos semanas que afrontamos sin el equipo adecuado, con exceso de comida y mucho peso en nuestros morrales, sin embargo, escalamos el Pulpito del Diablo, hicimos cumbre en el Ritacuba Blanco, disfrutamos de la pesca en La Laguna de Los Verdes y de paseo en bote inflable en la Laguna de la Isla. Acampamos, exploramos, corrimos y planeamos el retorno al Cocuy que con el tiempo se convertiría en el patio trasero de juegos de nuestra casa.

Esa primera vez en el Cocuy me dejó marcado para el resto de mi vida. Aprendí a perseverar hasta cumplir el objetivo trasado en la travesía, donde pesa más la fuerza de voluntad que la misma preparación física. Los limites, los poníamos nosotros mismos.

 

Presentación en sociedad

Durante mi formación profesional en la Jorge Tadeo Lozano en Bogotá entre los años 1985 a 1989, fui cofundador del grupo de montañismo “O2” de la universidad que en sus inicios fue apoyado por los más experimentados escaladores de la universidad Javeriana a quienes años después vería atacando muchas de las cumbres de más de 8000 msnm en Asia y Europa. Nuestros entrenamientos de escalada se hacían en Suesca, los de media montaña en extensas caminatas entre poblados cercanos a Bogotá, los de paramo en Sumapaz, Siecha, Iguaque y los de alta montaña en el Nevado del Tolima.

Al retornar a Bucaramanga busque a un grupo de estudiantes de la Universidad Industrial de Santander que estaba convocando alumnos para intentar formar su grupo de montañismo. Asistí a una reunión en la UIS donde conocí a Fabio Blanco y Leonel Gómez quienes habían ido en varias ocasiones al nevado. Comenzamos a hacer salidas de fin de semana para caminar en la montaña y escalar en Pescadero. La idea era hacer un entrenamiento progresivo para ir conociéndonos en situaciones de camping, montaña y convivencia para posteriormente ir al nevado del Cocuy.

 

Mas ganas que equipo

Fabio tenía el firme propósito de escalar el Pulpito del diablo, una gigante formación rocosa en medio de la nieve de 70 metros de altura cerca al cerro del Pan de Azúcar. Nuestro equipo de escalada era insuficiente un par de stoppers o empotradores, un par de cuerdas de amarrar ganado, tres arneses, algunos mosquetones y un par de piolets.

Recurrimos a la industria de mi padre para tomar tuercas hexagonales de hierro de diversos tamaños, reformándolas con el esmeril para alargar dos de sus caras para que quedaran en forma de cuña y pasarles una cuerda por el centro para colocar el mosquetón. Construí un par de crampones con platina de hierro de media pulgada para adaptárselos a unas botas caña alta de motociclista en cuero y me llevé del taller unas gafas de protección con vidrio oscuro usadas en oxicorte. Nananena -la abuela de Leonel- nos ayudó con la fabricación de unas delgadas colchonetas aislantes en tela impermeable color naranja que contenían en su interior laminillas de icopor y fabricó el voluminoso sleeping bag de Leonel utilizando plumas blancas de gallina sin tratar.

El hermano de Fabio nos prestó su carpa y estufa de montaña. Para ahorrar algo de peso decidimos que cada uno llevaría su cuchara y compartiríamos el alimento de la única olla que llevaríamos. Compramos la comida para quince días y los tiquetes para salir el lunes 7 de enero de 1991 desde Bucaramanga en el bus de la empresa Cotrans de cuatro de la mañana. El viaje tomo once horas en un incómodo bus usado para carga agrícola y pasajeros hasta El Espino y luego de una corta espera realizamos el transbordo en un mixto. Llegamos al pueblo cerca de las cinco de la tarde a buscar la casa de los Velandia al lado izquierdo de la iglesia. Era la casa paterna de Jairo Velandia, un estudiante boyacense oriundo del Cocuy y amigo de Fabio.

 

Aclimatando en el pueblo

Los Velandia nos instalaron en una de las amplias habitaciones del segundo nivel con piso de madera y vista al parque. Debíamos pasar un día completo en el pueblo para irnos adaptando a la altura. En el primer piso funcionaba la fábrica de queso reinoso el cual prensaban en moldes y hacían ruedas de unos cincuenta centímetros de diámetro y quince de altura. Conocía su indiscutible olor pues lo usaba como carnada para la pesca de sabaletas en tierra caliente. Estaba en el paraíso.

En el mapa del Parque Nacional Natural el Cocuy ubicado en el centro de la plaza principal, Leonel y Fabio pudieron explicarme con claridad la ruta que haríamos. Saldríamos del Cocuy en el lechero de siete de la mañana hasta el alto de la Cueva, caminaríamos por la carretera pasando por la cabaña de los Herrera, luego hasta la cabaña del Himat, tomaríamos la ruta hacia Lagunillas y haríamos el desvío por el paso del Hotelito para subir a hacer campamento en la base rocosa cerca del Pan de Azúcar y del Pulpito. En el pequeño mapa tridimensional se veía facilísimo.

Compramos en una de las tiendas del pueblo unos pequeños panes duros que Leonel y Fabio conocían por su durabilidad y consistencia. Debíamos dejar en casa de los Velandia la mitad del mercado junto al bote inflable y los remos para hacer la segunda parte del viaje en una semana. Recorrimos el pueblo, pasamos calmadamente el día y agradecimos por el bondadoso clima de verano que estábamos teniendo.

 

Cuchareando la comida

La suerte de principiante estuvo a nuestro favor en el primer día de travesía. Salimos desde el pueblo en una camioneta que iba hasta donde los Herrera ahorrándonos un par de kilómetros en la caminata. La voluminosa carga de nuestros morrales era fácilmente apreciable con las cuerdas y piolets amarrados al exterior del morral y un decorativo y funcional dispensador de papel higiénico de collar, hecho por Leonel con una cuerda atravesando el rollo y una bolsa plástica protegiéndolo de la humedad.

El tramo inicial se realizó lentamente sobre un carreteable en buen estado y según el planteamiento establecido para ir acomodándonos a la carga y la altura. Seis kilómetros después la topografía cambió y el peso de la carga hizo que empezáramos a sentir el ascenso haciéndonos parar cada treinta minutos. La toma de fotografías era la excusa perfecta para tomar un nuevo respiro.

Con luz día llegamos a instalar el campamento en el boquerón debajo de la imponente montaña. Preparamos la comida y al momento de poner nuestras cucharas en la olla fui increpado por mis compañeros de travesía ante el tamaño de la mía y además diciéndome que ni siquiera me cabía en la boca. Con una simple demostración de apertura mandibular pude evidenciarles lo contrario y seguir disfrutando de los alimentos de a una cucharada para cada uno.

La jocosa situación no paso de ser un chiste y por supuesto siempre repartimos equitativamente nuestras provisiones, pero era difícil no reír cada vez que debíamos comer de la olla.

 

Probando equipos

Las colchonetas aislantes fueron estrenadas y sobre ellas nuestras bolsas de dormir. Mientras leíamos “El Perfume” Novela de Patrick Süskind a tres voces y a luz de vela Leonel sintió un pequeño pinchazo al interior del sleeping. Al meter la mano para buscar que le había ocasionado la molestia encontró una pluma con el cañón hacia fuera tranquilizándose de inmediato.

Pasamos nuestra primera noche con intervalos de sueño y vigilia producto de la altura. Fabio salió de la carpa y luego yo lo seguí, Leonel se demoró un rato más, pero al momento de hacerlo reímos a carcajadas pues toda su ropa estaba llena de plumas. El movimiento de Leonel dentro de la bolsa hacía que el cañón de las plumas atravesara el forro interno terminando incrustadas en su ropa y haciéndonos divertido el verlo cada mañana con su plumífero disfraz y compartiendo sus plumas con nuestras ropas. 

 

Entrenando en la Nieve

Nuestro campamento uno estaba a veinte minutos subiendo a borde de nieve. Estábamos enclavados en la mitad de la esplendorosa sierra rodeados de roca, montañas y picos nevados. Todos los días hacíamos el trayecto realizando un entrenamiento progresivo aumentando la dificultad de las caminatas, el manejo de cordadas y de piolets para adiestrarnos en caídas y emergencias. Era un deleite poder subir día a día y ver el mismo paisaje desde otros ángulos, con diversa luminosidad, temperatura y cúmulos de nubes.

Rodeamos el Pulpito del Diablo varias veces para estudiar la mejor ruta de escalada, conocíamos perimetralmente toda su base y Fabio decidió el punto de acceso, solo restaba por planificar la jornada para intentarlo. El día que realizamos la escalada larga hacia el Pan de Azúcar, Fabio tuvo la certeza de hacerlo, desde allí tuvimos una vista superior de la roca donde pudo confirmar su análisis y decidimos enfrentarlo al día siguiente.

 

El gran Susto

Partimos de madrugada para poder tener el tiempo a nuestro favor. Fabio abriría la ruta haciendo la seguridad de cordada, Leonel iría en el medio y yo de ultimo por ser el menos experimentado. Mientras Fabio hacia todo el trabajo de empotramiento con las tuercas en la roca, nosotros debíamos esperar pacientemente para poder avanzar un par de metros.

El no encontrar buenas posibilidades de anclaje en la grieta hizo que Fabio tuviera una mayor precaución antes de darnos vía libre para seguir subiendo. En un par de puntos estuvimos completamente inmóviles por más de treinta minutos, sin posibilidad de subir bajar o tomar fotografías. Esa inmovilidad hizo que perdiéramos rápidamente temperatura corporal.

Después de algunas horas Fabio cumplió su objetivo y llegó a la parte superior de la roca. Ascendimos y celebramos. Era completamente emocionante estar sobre ese solido techo en la mitad de la nieve.  Tomamos las cosas relajadamente y nos dedicamos a la contemplación por cerca de una hora. Realizamos unas fotos grupales y emprendimos el regreso. El descenso fue dirigido por Fabio con mucha precaución -siendo el momento de la escalada donde se presenta más accidentes-. Llegamos a la base nevada sin contratiempos y empezamos a recoger el equipo para bajar hacia el campamento.

Leonel repentinamente empezó a decir incoherencias y a mirar hacia los lados, pensamos que estaba bromeando hasta que después de un rato ya no podía gesticular y su errático comportamiento nos alarmó.  Tomamos los morrales de asalto con el equipo y comenzamos a bajarlo tomándolo cada uno de un brazo.

Poco a poco Leonel perdió su fuerza de voluntad y se desmadejo por completo. Era imposible arrástralo por la topografía del terreno. Tuvimos que dejar a Leonel en el centro, pasar sus brazos por encima de nuestros cuellos y caminar coordinadamente en intervalos cortos mientras soportábamos su peso. Nos tomó más de una hora llegar a la carpa y acostarlo dentro de su bolsa. Era de noche y sería muy peligroso seguir bajando a buscar ayuda.

La noche fue angustiante ante la incertidumbre del estado de salud de Leonel. En la madrugada, Leonel despertó como si nada, pero tenía una laguna mental, no supo cómo había llegado desde la base del Pulpito del Diablo hasta la carpa. Al deshilar lo sucedido el día anterior en la escalada caímos en cuenta que nuestra ingesta de alimentos había sido muy poca. Estar concentrados en la seguridad de cordada y el frío que habíamos soportado habían hecho que Leonel se enfermara y solo hasta ese momento nos confesara que era hipoglicémico y que debía comer cada treinta minutos.

Afortunadamente corrimos con suerte, pues no teníamos la experiencia en el manejo de ese tipo de emergencias, -la combinación de hipotermia e hipoglicemia en altura puede generar verdaderas complicaciones-. El resto de travesía fuimos más acuciosos en ingerir los sobres de glucosamina que nos había entregado doña Olga -la mama de Leonel- para el viaje.

 

Campamento dos

Regresamos al Cocuy a recoger los suministros de la casa de los Velandia para la segunda parte del viaje y a tomar una noche de descanso en cama. Infortunadamente después de ocho días de estar durmiendo sobre las colchonetas, el icopor dentro de ellas había colapsado y ya no ofrecía aislante físico del suelo, sentíamos todas las rugosidades del terreno.

Una vez más, mis compañeros me enseñaron en el mapa del parque la ruta de la siguiente semana. Deberíamos tomar de nuevo el lechero rumbo a Güican y bajarnos un poco más lejos en el desvío a Las Cabañas, caminar cinco kilómetros hasta ellas y de allí otros seis kilómetros hasta el valle donde podríamos acampar. Desde ese lugar se haría el ataque a la cumbre del Ritacuba Blanco, regresaríamos a descansar otra noche y al día siguiente bajar hasta Las Cabañas para tomar la ruta a la laguna de los verdes y hacer el nuevo campamento.

El bote inflable y los remos incrementaron el peso de nuestros morrales, redistribuimos todo el equipo y emprendimos la nueva jornada. Fabio conocía muy bien el terreno y sabía que no había lugar para acampar muy arriba escogiendo el lugar más plano posible y protegido de la fría brisa nocturna.

 

Cumbre manchada

Dormimos plácidamente en el suave terreno y además estábamos muy bien aclimatados. Caminamos por algunas horas hasta el borde de nieve e iniciamos el ascenso por el costado rocoso. Fabio no se encontraba bien y nos dijo que siguiéramos adelante que luego nos alcanzaría. Leonel tomo la delantera y yo seguí su camino hasta el sitio donde el considero debíamos ponernos los crampones y seguir subiendo por la nieve. Por ser zona de grietas nos encordamos a veinte metros de distancia, yo me quede atrás haciendo la seguridad y Leonel adelante, picando la nieve con el piolet y caminando despacio evitando el terreno inseguro.

Cuando llegamos a la cumbre nos retiramos momentáneamente las gafas para hacer las fotografías alrededor del pico y nos sorprendimos de encontrar la nieve sucia, con pequeñas manchas irregulares de color amarillo pálido. Pensamos incluso lo peor, que alguien había festejado su ascenso orinando sobre ella.

Esperamos un tiempo prudente por Fabio y nunca lo vimos sobre la nieve. Comenzamos el descenso y lo encontramos justo en la zona de rocas, había dormido un poco y se encontraba mucho mejor. Le contamos sobre la cima manchada y tampoco tuvo explicación alguna.

En 1994 regrese al Ritacuba a hacer una travesía en bicicleta y me hospede en el hotel del profe en Güican, hice mi registro en el libro de visitas del hotel y me puse a pasar hojas hacia atrás revisando las impresiones de los visitantes del nevado. Quede pasmado al encontrar en los registros de enero de 1991 el escrito de una mujer hablando de haber cumplido la última voluntad de su hermano, la cual era arrojar sus cenizas en la cumbre del Ritacuba Blanco.

Tiempo después, Leonel en un aeropuerto cruzó su camino con una amiga santandereana de la universidad quien resultó ser la hermana del montañista muerto. Tras el trágico fallecimiento de su hermano ella había decidido cumplir sus deseos y contratar alguien para subir a la cima y consumar su voluntad.

 

Vacaciones en los verdes

La última parte de la travesía seria la mía, la del agua. Tenía que justificar el haber llevado el bote inflable al Cocuy. Desarmamos nuestro campamento y emprendimos el retorno a Las Cabañas para luego atravesar la montaña y tomar el sendero hacia la Laguna. Después de una media hora de haber pasado el boquerón del Cardenillo, pude apreciarla abajo en el valle.

Armamos la carpa en medio de los frailejones cerca del agua para protegernos de la brisa e inmediatamente comencé a pescar. Las vacaciones habían llegado y con ella una generosa dieta de trucha que recompensó nuestro esfuerzo. Después de dos noches decidimos hacer la caminata a la Laguna de la Isla situada a una mayor altura.

La escarpada topografía de la zona la hacía de difícil acceso. Subimos hasta el alto de los Frailes, para luego descender hasta el borde de la laguna, donde encontramos filosas e irregulares piedras que atentaban contra la integridad del viejo bote. Tomamos turnos para inflarlo a pulmón, tardando más de media hora y ganándonos un leve mareo de tanto soplar, pero el esfuerzo bien valía la pena. Remamos hasta la isla en el centro de la laguna, desembarcamos con precaución y con el ánimo de conquistadores de exabruptos, construimos un pequeño mojón en piedra sobre la roca plana más alta que encontramos.

Regresamos a la Laguna de los Verdes con el firme propósito de terminar nuestras provisiones, no queríamos llevar peso innecesario de regreso. La olla había empezado a generar una costra interna de residuos de alimentos, decidimos cambiar el menú de trucha frita a guisada. Preparamos un gran caldo de trucha sobre esa base con un pésimo resultado, el caldo fue incomible. Nuestro error culinario aún no ha sido olvidado. Como lo describimos en esa época, sabia a caldo de Bon Bril que era la marca de esponjilla metálica que usaban nuestras madres. Tuvimos que rehacer la comida y ser más cuidadosos con la limpieza de nuestra única olla.

Desde el inicio de la travesía había escondido en mi morral con la complicidad de Fabio una lata de “Spam”, una especie de jamonada de cerdo, costosa para la época que solo comíamos en ocasiones especiales y esa lo era. Habíamos cumplido dos semanas explorando una partecita del parque nevado, caminando, escalando, pescando, planeando el pronto regreso y haciendo nuestra despedida con júbilo.  El viernes 18 de enero del año 1991 le celebramos el cumpleaños a Leonel en la Laguna de los verdes en el Cocuy.