Guaicaramo Geológico

Atendimos la convocatoria hecha por Diego Fernando Castillo, geólogo de la Universidad industrial de Santander para ir a conocer la zona donde se encuentra el sistema de fallas de Guaicaramo, una de las más activas sísmicamente y localizada entre los departamentos de Cundinamarca, Boyacá, Meta y Casanare. Por cuatro días recorrimos parte de su territorio en un aprendizaje didáctico y vivencial sobre la formación de nuestras cordilleras.

Un viaje diferente. Colombia 2021

La salida planeada para el fin de año -8 de diciembre-, tuvo una reprogramación horaria por cuenta de dos acompañantes que venían de Medellín en el primer vuelo de la mañana. No conocía a ninguno de los integrantes del grupo y se coordinó el encuentro en el portal norte de Transmilenio en la ciudad de Bogotá a las siete y media. Con tráfico fluido, tomamos la salida hacia la represa del Sisga y aprovechamos el tiempo del recorrido para presentarnos.

Diego conocía esta basta zona en sus múltiples visitas hechas con estudiantes de la UIS y su trabajo profesional. Armó el viaje con una invitación privada y le pidió el favor a Henry Diaz -antiguo compañero del colegio- para transportarnos en su van. El multidisciplinario grupo fue conformado por Angela Corrales, una paisa -santandereana por adopción- que lleva más de veinte años viviendo en Barrancabermeja, trabajando en la refinería de Ecopetrol. Uber Tamayo Jaramillo, de Santa Rosa de Osos, pero criado en la Guajira y director de la agencia de turismo Ecotourguajira. Jorge Arango, pereirano radicado en Bogotá, dedicado a la fotografía y a su naciente proyecto de viajes personales llamado Café sendero & Montaña y Christian Sánchez, geólogo compañero de estudio de Diego en la Universidad Industrial de Santander. Un par de horas de ruta, contando experiencias y anécdotas de viaje de todos los integrantes del grupo fue suficiente para lograr la empatía necesaria para iniciar la experiencia y terminar de acoplarnos con el desayuno en Macheta.

 

 

Agua y huellas

El recorrido continuó por la vía hacia Guateque. Empezamos a atravesar uno a uno los catorce túneles con longitudes entre 90 y 1650 metros que atraviesan la cordillera oriental construidos para cristalizar el proyecto hidroeléctrico de Chivor con su represa la Esmeralda. Proyecto que tardo treinta años en ejecutarse, represando las aguas del río Tibaná en el sector conocido como la Esmeralda, generando un espejo de agua de casi 1300 hectáreas con una altitud de 1200 msnm.

La parada de observación del gran espejo de agua fue hecha tomando una corta caminata hacia el punto de control de la represa, desde donde se podía apreciar el puente El Rebosadero. Diego nos explicó el desvío de las aguas a través de los túneles a cuarto de máquinas y su posterior descargue al río Lengupá después de haber generado movimiento a las turbinas encargadas de producir la electricidad.

Posterior a la charla inicial, descendimos nuevamente a buscar la van para pasar el puente. Tomamos el desvío hacia la base militar de la zona para atravesar caminando el lodoso túnel que nos llevó hasta la magnífica cascada La 70, llamada así en honor a su altura. La sesión fotográfica se extendió por varios minutos incluido un breve chapuzón en la caída de agua. Regresamos en la van atravesando de nuevo el túnel y continuamos el recorrido por la vía hacia Santa María para buscar el almuerzo en uno de los restaurantes del poblado.

La tertulia alimenticia fue breve y luego de ella, iniciamos la nueva caminata por la salida hacia la cantera Batá en busca del río que lleva su nombre. El ascenso por el lecho rocoso del río fue lento por el gran tamaño de las piedras y el uso de calzado inadecuado de algunos de los compañeros. Tardamos treinta minutos en llegar al pozo de La Calavera. Dejamos nuestras cosas en la orilla inferior y lo atravesamos nadando para poder observar sobre las paredes en uno de sus costados las huellas de un tiranosaurio. Eran cuatro huellas en positivo fácilmente apreciables.

Diego y Christian nos explicaron de manera didáctica cómo se hizo la formación de esas huellas. Cuando los dinosaurios caminaban sobre sedimentos de arcilla blanda, dejaban sus huellas. Estas depresiones algunas veces se llenaban de arena y poco a poco iban recibiendo otras capas de sustratos que bajo la presión de más materiales encima se solidificaron. Las huellas y contrahuellas fueron moviéndose con la formación de las cordilleras hasta quedar en posición vertical perdiendo una de sus partes. En el caso de las encontradas en el pozo de la calavera, quedaron expuestas las de alto relieve. Es muy probable que hallan más huellas de animales extintos en la formación rocosa de la zona del Batá, pero estas solo se podrán apreciar cuando se desprenda una de los dos partes de la roca, dejando visible la contraparte.

Pasadas las cuatro de la tarde, regresamos a Santa María, recorrimos sus calles y emprendimos la ruta hacia San Luis de Gaceno pueblo de Boyacá, con una elevación de 395 msnm, conocido como la puerta de oro del llano donde pasaríamos nuestra primera noche. Dejamos nuestras maletas en el amplio y cómodo hotel sobre la vía principal y salimos a recorrer las calles del municipio después de la procesión religiosa de la Inmaculada Concepción de María realizada tradicionalmente cada 8 de diciembre.

En uno de los locales de comida en la vía de regreso al hotel, se exhibían unos pequeños trozos irregulares de algo desconocido para ellos, bañados en salsa color café oscuro. Ante la inquietante pregunta de que era, hecha por alguno de mis compañeros, contesté, —“Bofe acaramelado”. Se sorprendieron inmediatamente ante la extraña combinación, pero el dueño del local con una gran sonrisa ante el chiste culinario les explicó que era chicharrón de cuajada, uno de los platos típicos en los pueblos aledaños.  

Juan Carlos Pérez, nos recibió en su negocio, entregó porciones de su exquisites a todos y el ultimo par de tintos de su termo. Ante el cuestionamiento del significado de la palabra “Gaceno”, Juan Carlos amablemente nos la explicó como “estar perdidos”. En la época de la arriería cuando no existían cercas los campesinos hacían intercambio comercial de ganado con los pueblos cercanos al piedemonte llanero y habitualmente los animales y vaquianos tomaban camino de regreso perdiéndose en el camino y refiriéndose a ellos como engacenados.

 

Madrugando a caminar

La cita para inicio de actividades fue programada para las cinco y media de la mañana. El propósito era ver la salida del sol desde el Cerro de la Cruz cruzando por el puente colgante sobre el río Lengupá. Media hora después ya estábamos sobre el mirador apreciando los primeros rayos de sol sobre el pueblo y recibiendo las primeras clases del día sobre la morfología y formación de la cordillera por parte de Diego.

Desde el cerro era fácilmente apreciable ver la estrategia ubicación del pueblo protegido de las posibles crecientes del río por la base de la montaña, pero su inapropiado crecimiento hacia el lecho del río con la construcción de un barrio nuevo que a juicio de los geólogos del grupo podría verse impactado en el futuro por el movimiento impredecible del curso del río.

El fotográfico descenso del cerro inició hacia las siete de la mañana, para buscar desayuno y continuar el camino con una breve parada en El Secreto, un pequeño poblado de Casanare, situado en la desembocadura del río Lengupá sobre el río Upía y a tan solo 374 msnm. El calor era abrumador, estábamos en una gran planicie y habíamos comprendido con una oportuna parada en el recorrido hacia Villanueva el significado de “Piedemonte llanero” observando desde el parador en el horizonte el llano en su mejor expresión.

Para cruzar un nuevo limite departamental usamos la van en busca de el Alto de la Virgen en jurisdicción de Barranca de Upía en el Meta y ascender hasta el pequeño cerro desde donde se podía apreciar el serpenteante río Upía recorriendo la llanura para aportar sus aguas al río Meta. Jennifer Gonzales atendía su humilde tienda en el alto, pero vio frustrada su venta de refrescos por llevar dos días sin energía eléctrica. Hanner Kalt su pequeño niño de diez años, se ofreció para llevarnos por el camino hasta El Encanto y de paso cargar el celular de su madre. La caminata se prolongó por unos cuarenta minutos entre las paradas fotográficas y el disfrute de la sombra en el pequeño bosque. Al llegar uno de los miembros de la comunidad nos preguntó si éramos los de la reservación e inmediatamente nos indicó como llegar hasta el restaurante Mirador del Encanto de Angelica Gutiérrez.

 

El gran susto

Después de almorzar y hacer los registros para el ingreso, descendimos cien metros hasta encontrar el espectacular pozo de verdes aguas con cascada y manantial de agua caliente. Era verdaderamente un sitio muy especial. Hanner y su hermana bajaron un par de neumáticos de carro inflados y recorrimos durante un buen rato el pozo, su cascada y la pequeña piscina natural termal. Jefferson Ruiz el salvavidas del lugar, nos indicó el lugar de una pequeña poceta de agua templada arriba del pozo. La buscamos y decidimos apretujarnos los siete integrantes del grupo más los dos niños por más de media hora disfrutando de la cálida temperatura de sus aguas. Poco a poco nos fuimos saliendo, dejando a Angela sola relajada en el lugar.

Jefferson nos invitó a jugar “La lleva” junto a otros visitantes del pueblo. Después de varios minutos de juego uno de los participantes con quien estábamos jugando se tomó una pausa para llevar a su esposa hasta el otro lado del pozo. La ayudo a subir a una piedra y el siguió trepando hasta sentarse un poco más arriba.

Repentinamente escuchamos el grito del hombre y al voltear a mirar lo vimos en bruscos movimientos tratando de huir del lugar y casi a punto de caerse de la roca. Un segundo después, Angela se asomó del pequeño pozo sorprendida por el grito del señor. Le preguntamos al hombre que había sucedido. Aún asustado nos dijo que había pensado que era una muñeca inflable que habíamos dejado, por eso después de la pequeña siesta de Ángela cuando se movió para pararse el hombre entró en pánico gritando y huyendo del lugar, dándonos tema para reír el resto de la tarde.

 

Administrando el sol

La partida de las termales la hicimos sin mucha gana, queríamos permanecer por más tiempo, pero a las cuatro y media de la tarde se cerraba el servicio para dar tiempo a la gente de retornar con luz día por la carretera hasta el pueblo. Dejamos a los hermanos con su madre y continuamos nuestro camino hasta Barranca de Upía llegando pasadas las seis de la tarde a buscar donde comer. Caminamos brevemente por su parque principal e hicimos una nueva parada en Villanueva para ver la colorida iluminación de su parque principal y hablar con sus pobladores. La llegada al hotel el Rancho de Pericles fue bordeando las diez de la noche, solo nos dio tiempo para colgar la ropa mojada e ir a dormir.

Desde las cinco y media de la mañana estuvimos con Henry al respaldo de la habitación del hotel viendo el largo amanecer. Milena, una exempleada oficial, había decidido en época de pandemia regresar al llano y administrar -como ella lo definió- la salida diaria del sol en la propiedad del abuelo de su Hijo. Había cambiado la agitada vida de ciudad capital, por la de ver diariamente el espectáculo desde el segundo piso del hotel. Milena bajó a preparar el café para mis compañeros y me llevó a conocer su patio. Era una animalista consumada que pudo hacer realidad en el generoso espacio de la propiedad, el darle albergue a un gran grupo de pollos, patos, perros, gatos y un pequeño camuro que salvo de ser almuerzo en la plaza de mercado del pueblo.

 

Dia de finca

Para el tercer día de viaje, Diego había programado el ascenso a los farallones de San Miguel ubicados al noroccidente de la región de la Orinoquía, por lo cual debíamos pasar por Tauramena y tomar la vía a la laguna El Juncal. Con lo que no contábamos era con el cierre de tres días por mantenimiento del puente sobre el río Caja. Don Carlos el hombre que mantenía cerrado el puente, me explicó que estaban haciendo unas obras de nivelación levantando tramos del puente con gatos hidráulicos y colocándole geles especiales que necesitaban veinticuatro horas de curado. El paso estaba restringido, pero don Carlos se conmovió de nuestra historia de viaje y nos permitió pasar con la van por el costado derecho y muy despacio, pegados completamente a la baranda opuesta de donde se había hecho el trabajo de reparación.

Al otro lado del puente se encontraba Francisco Burgos, quien vivía en Tauramena y seria nuestro guía en la caminata. Tomamos el desvío por la vía destapada hasta parar en el Estadero Nápoles sobre la quebrada Visinaca, donde le encargamos a don Hildebrando tres carnes para las cuatro de la tarde a nuestro regreso. Henry paso el puente con su carro y lo llevo por varios minutos hasta donde se terminó la vía donde estaba Dairo, el hijo del dueño de la finca Cantaclaro por donde haríamos el ascenso a los farallones.

El nivel del río Cusiana era Bajo, debíamos pasar al otro lado para llegar hasta la finca. Dairo tomó una bolsa plástica y puso las pertenencias que debía proteger del agua sobre su caballo y pasó el río sin problemas. Nuevamente el uso inadecuado de calzado o el intentar pasar descalzo hizo tortuoso el paso del río para mis compañeros. Ante la dificultad percibida, Dairo regresó con su caballo, monto a Jorge sobre el para proteger su cámara fotográfica y le ayudo a pasar a Christian.

Tras veinte minutos de caminata, arribamos hasta la casa en la base de la montaña. Dairo nos presentó a sus padres Daniel y Carmenza y a su hermano Andrés, recogió el lazo de apoyo e inmediatamente empezamos a trepar la colina. Los Farallones de San Miguel cuentan con una extensión de 3400 hectáreas, geológicamente hacen parte del piedemonte de la cordillera Oriental. Estas montañas están formadas por el rodamiento de suelo que dieron origen a las pequeñas colinas. Mientras avanzábamos por la vegetación típica de este tipo de formaciones, encontramos estiércol de un gran felino. Según lo indicado por los guías, era síntoma del buen estado ambiental y de conservación del ecosistema. Ese resguardo natural servía de hábitat a numerosas especies de flora y fauna en transición entre la cordillera y la llanura.

Tardamos hora y media en llegar a Cerro Mico en el área protegida de los farallones y dedicarnos a la contemplación de nubes, formaciones geológicas, pequeñas colinas, vertientes de agua, micos aves y a nosotros mismos. Dairo estaba orgulloso de poder mostrarnos esa riqueza natural en el patio trasero de la finca de sus padres y nosotros más que complacidos. Una hora más tarde iniciamos el descenso para ir en busca del sancocho preparado por doña Carmenza.

 

Cascada nocturna

La despedida de nuestros amables anfitriones se dio a las tres y media de la tarde. El cruce del rio fue aligerado y emprendimos el retorno para buscar la carne encargada a don Hildebrando en el paso de la quebrada. Por sugerencia de Francisco decidimos visitar la cascada El Zambo, a unos cuantos kilómetros de allí, pero la demora en la entrega de la carne nos hizo perder valiosos minutos de luz día.

Henry se fue hasta la cocina del parador y aceleró el proceso lo más que pudo. Salimos rápidamente después de la entrega a tomar el desvío, pero la carretera no ayudaba. Debimos bajarnos a caminar en algunos tramos donde el vehículo pasaba con dificultad. La camioneta llegó hasta el parqueadero de la cascada y dada la hora no todos quisieron bajar a buscarla. Francisco tomó la delantera y me puse a perseguirlo al ritmo que daban mis piernas. Al llegar a la cascada Francisco me dijo que habíamos tardado tan solo seis minutos en la bajada, faltaban diez minutos para las seis de la tarde y las condiciones de luz para las fotos eran nulas.

Minutos más tarde llegó Jorge con su cámara para tratar de hacer unas fotos de larga exposición y tiempo después completamente a oscuras y con luz de linterna arribaron Diego y Angela. El ruido de la cascada, la temperatura del agua y la poca iluminación hicieron de esa visita nocturna una fascinante experiencia que no pudo tener un mejor final y fue el de saborear los oportunos trozos de carne a la llanera que habían demorado nuestra llegada.

El reconfortante baño en la cascada, nos recargo de energía e iniciamos el ascenso en busca del carro con luz de linterna. La subida fue mucho más suave de lo que habíamos sentido la bajada. Compartimos la comida con nuestros compañeros y comenzamos a caminar hasta donde la maltrecha carretera permitió que nos subiéramos de nuevo a la van. Pasamos el puente de retorno a Tauramena con la misma precaución, la misma velocidad y por el mismo lado que en la mañana e invitamos a comer a nuestro fabuloso guía Francisco.

 

La varada

Habíamos llegado muy tarde a Monterrey, Henry no encontró lugar para dejar el carro y lo había tenido que dejar a unas cuantas cuadras del hotel El Dorado. Sali antes de las seis de la mañana a recorrer el pueblo que aún no despertaba del viernes de fiesta. Sobre la avenida principal pocos vehículos transitaban y en una de sus esquinas Yormary vendía sus frescas arepas con queso. Estaba levantada desde las cuatro de la mañana para atender su negocio y me dijo que Monterrey estaba trasnochada como todos los viernes, pero que la escasez de cerveza los había hecho ir a la cama más temprano.

El rápido desayuno de siete de la mañana fue en el restaurante contiguo al hotel, partimos por la vía al Porvenir y luego de pasar las plantas de almacenamiento y bombeo de combustible tomamos una carretera destapada en busca de la quebrada la Piñalera. A las nueve de la mañana, la van de Henry se recalentó frente a la entrada de una finca. El depósito de agua estaba cristalizado y perdía agua. Tratamos de reparar el daño con tiras de neumático alrededor del tarro que solo nos permitió llegar hasta el balneario. El plan del día se había frustrado sin vehículo y Henry tomó la decisión de continuar hasta Sabanalarga a tratar de reparar el contenedor del agua para poder llevarnos a casa.

El puente colgante estaba en construcción. Diego nos condujo en una nueva caminata hasta una quebrada cercana al balneario en busca de formaciones rocosas. El camino fue entre fincas, potreros y carreteables recién hechos que pondrían en dificultades al mejor de los 4×4. Nos refrescamos en sus frías aguas por espacio de una hora, buscamos rocas especiales y regresamos al baleario por los platos de carne encargados a Diana en el estadero para el almuerzo. Pasadas las cuatro de la tarde y ante la ausencia de señal telefónica, decidimos caminar hasta Sabanalarga para localizar a Henry y saber de la reparación.

Una camioneta en tránsito hacia el pueblo, nos dio el aventón y nos llevó hasta el parque principal. Henry había utilizado pegantes para hacer la reparación provisional mientras llegábamos a Bogotá y estaba esperando en el parque. Cargamos agua suficiente como prevención y emprendimos el regreso. Diego se despidió de nosotros en San Luis de Gaceno y kilómetros más adelante la camioneta comenzó a perder agua de nuevo.

Comenzamos a hacer paradas regulares cada once kilómetros para poner agua hasta que la van dijo no más y se recalentó en una estación de combustible en la vía a Guateque. Debimos esperar a que se enfriara el vehículo para poder retirar el tanque y apreciar que tenía una nueva fisura. Diestramente Henry la reparó, esperamos a que secara el pegante. Después de una hora pudimos continuar el viaje para llegar a Bogotá antes de la media noche con la satisfacción de haber conocido una nueva parte de Colombia y el sin sabor del imprevisto en el último día que hará que sin duda regresemos a los llanos por esta vía poco transitada.