Mágico Cocuy
Sin importar cuantas veces haya visitado al nevado del Cocuy, su atrayente magia hace de cada visita una nueva experiencia, donde las variaciones de clima, de temporada e incluso de acompañantes, diversifican la perspectiva del glaciar en el patio trasero de nuestra casa.
Fabulosa compañía. Colombia 2004
Mientras realizaba mis estudios Universitarios, pertenecí al grupo de montañismo de la Jorge Tadeo Lozano en Bogotá. Tratábamos de aprovechar el tiempo al máximo y salir todos los fines de semana posibles a acampar, escalar, caminar e incluso pescar. Al llegar nuevamente los lunes a clases, algunos compañeros se deleitaban con el relato de nuestras aventuras, mientras que otros (entre ellos Jaime) se burlaban de nuestro cansancio, de nuestros dolores de espalda, de nuestra rojiza cara quemada por el sol de páramo, de nuestros despellejados labios, de las ampollas en los pies y de los aruñetazos en piernas y brazos causados por la vegetación cada vez que abríamos camino cuando nos perdíamos. Nos apodaron los penitentes, haciendo alusión a nuestro flagelado cuerpo después de cada salida, pero tratamos de mantener el ritual hasta el último semestre de estudios.
Lléveme al Cocuy
Después de graduarme regresé a Santander, donde seguí en contacto con mi amigo y coterráneo Jaime. En alguna ocasión de visita en mi casa le proyecte las fabulosas diapositivas ASA 50 con azules y blancos intensos tomadas del Cocuy, tomadas con mi robusta Canon F1. Jaime quedo maravillado con el espectáculo de color de un glaciar que año a año iba perdiendo blanco. Me insistió que lo llevara antes que se derritiera inexorablemente por completo. Él me había acompañado a muchos paseos de pesca y caminatas de baja complejidad, pero nunca a una de alta montaña.
Se comprometió por su cuenta a hacer unas caminatas de preparación y conseguir el equipo faltante de una lista redactada por los dos. Decidí proponerle el realizar la vuelta al Cocuy, una extensa caminata que por la cantidad de equipo y la inexperiencia de Jaime podría tomarnos una semana. La idea era realizarla despacio, aclimatando poco a poco, sin afanes para disfrutar del fotográfico paisaje. Partimos a las cuatro de la mañana del 19 de enero de 2014 rumbo al sofocante Capitanejo a orilla del río Chicamocha, donde debíamos hacer el trasbordo a cualquier tipo de transporte que nos llevara al Cocuy.
A Lagunillas
Llegamos tarde al pueblo, cansados por la jornada de casi catorce horas acuestas, con el ánimo necesario para buscar comida y hospedaje. Averiguamos por el horario de salida del camión lechero para el día siguiente y a las siete de la mañana en punto, estábamos frente a su desajustada carrocería, esperando la orden del conductor para abordar luego de cargar algunas cantinas y otros insumos para repartir en cada parada del camino.
Momentos después de nuestro desembarque, arribó un bus con una docena de caminantes entre los cuales sobresalía un gringo de dos metros de altura con un morral gigantesco. Esperamos a que tomaran la delantera e iniciamos la suave caminata de adaptación con buen clima y la magnífica vista del pulpito del diablo en la montaña. Para Jaime era un poco agotador el caminar con tanta carga y el morral de asalto adelante con el equipo fotográfico. Armamos nuestro campamento y nos dispusimos a pasar la noche con la primera cena de frescas truchas.
El paso de Cusirí
Jaime pasó buena noche, con una leve molestia en su cabeza, jamás había dormido a esa altura y debíamos continuar subiendo hasta la laguna de la Plaza a 4.700 msnm, donde haríamos el siguiente campamento. La dificultad de la caminata aumentó progresivamente por la subida y la calidad del terreno con mucha piedra suelta, la baja temperatura del día y la carga del morral.
Hicimos muchas paradas en el lento ascenso, las cuales aprovechamos para tomas fotográficas y hablar con los caminantes del grupo grande. Logramos llegar hacia las dos y media de la tarde a instalar el campamento y continuar el proceso de adaptación para Jaime.
El Nuevo Compañero
Hablamos con algunos integrantes de las demás carpas y entre ellas la del espigado mono que era de holandés y quería dar la vuelta al Cocuy como nosotros, pero continuaría en solitario pues sus amigos solo llegaban hasta la Plaza. Después de repetir su nombre una veintena de veces entendimos que se llamaba “Erek Bruport”. Nos preguntó en su modesto español, que si podía acompañarnos a lo cual dijimos que sí, explicándole el bajo ritmo que llevábamos por ser la primera vez de Jaime en el nevado.
Erek dormía solo en una larga carpa, y tenía gran cantidad de equipo. En la noche le explicamos la ruta y quedamos en salir después del desayuno, de algunas fotografías y de despedirse de sus compañeros.
El cambuche
Tomamos la ruta por el lado izquierdo de la laguna, haciendo tantas paradas como nuestra espalda nos pedía. El morral de Erek pesaba algo más de cuarenta kilos, la extensa caminata también lo estaba agotando. No pudimos llegar hasta donde teníamos previsto, así que determinamos buscar rápidamente el sitio para acampar. Caminamos alrededor de una hora y no encontramos en la zona un sitio para acomodar las carpas, solo una gran roca, con algunos frailejones tapando la brisa. Era el refugio de un cazador. Reacomodamos los frailejones un poco para poder enganchar la sobrecarpa y tapamos el lateral del refugio. Era un buen lugar para escapar del viento, acolchado por la paja, pero desprotegido de la lluvia.
Mal de altura
La rutina estaba haciendo mella en el espíritu de Jaime, todos los días era lo mismo, caminar y caminar con los pesados morrales hasta el cansancio para llegar a establecer campamento, cocinar, dormir, recoger el campamento e iniciar de nuevo. Su buen genio comenzó a desvanecerse y a volverse irritable por cosas banales. Comprendimos con Erek que estaba afectado por la altura, no estaba acostumbrado a pasar tantos días por encima de los 4.500 metros de altura. Infortunadamente la opción de regresarnos era complicada, estábamos en la mitad del camino, tendríamos que seguir un par de días más, descendiendo unos cuantos metros hasta el valle de los cojines, pero continuar caminando por el borde de glaciar.
Jaime tenía el aliciente de ir hasta la nieve y disfrutar un rato de ella, pero le explicábamos que significaba subir un poco más, afectando su dolor de cabeza. Decidimos dejar los morrales escondidos en el camino y subir solo con agua, cámaras y los morrales de asalto, muy livianos para disminuir el esfuerzo. Caminamos poco a poco, tomando cortos descansos hasta Llegar a borde de nieve. Jaime continuaba afectado por la altura, pero emocionado por el contacto con el glaciar. Buscamos una cueva cercana e hicimos unas tomas del hermoso paisaje. Reanudamos la caminata, para poder pasar el boquerón que nos llevaría al siguiente día al valle de los cojines, donde estaba seguro Jaime se sentiría mejor.
De salto en salto
Después de levantar el campamento, decidimos atravesar el valle de los cojines por el centro aprovechando la temporada seca y ganar un par de horas para trata de llegar a la laguna de los Verdes, mi sitio preferido en el Cocuy. Erek nos llevaba considerable ventaja por utilizar sus largas piernas pasando de un cojín a otro sin mucho esfuerzo, pero a medida que íbamos llegando al centro del valle se nos complicó el caminar pues el nivel del agua no había disminuido lo suficiente como para pasarlos saltando. Debimos empezar a buscar la orilla del valle y encontrar los que aguantaran nuestro peso. Jaime termino el paso del valle limpio, mientras que Erek y yo con nuestros pies completamente enlodados. Aún faltaba el paso de la quebrada donde nos limpiaríamos, pero era innecesario que Jaime se mojara como nosotros, así que pase los morrales y luego a Jaime cargado.
No alcanzamos a ahorrar el tiempo presupuestado en ese trayecto, por lo cual iniciamos el ascenso al nuevo boquerón para tratar de llegar a hacer el nuevo campamento a la laguna de la isla, y celebrar allí mi cumpleaños como lo había hecho en otros años.
Buena pesca
El retraso del día anterior, me había quitado una jornada de pesca, debíamos levantar de nuevo el campamento para llegar a los verdes lo antes posible. Cerca de las nueve de la mañana avistamos la laguna y una hora más tarde estábamos en el sitio acostumbrado donde solía acampar.
Había pescado las truchas del almuerzo luego de una caminata alrededor de la laguna. Tendríamos que partir al siguiente día temprano, así que hacia el final de la tarde me dirigí a realizar la última pesca de la travesía en el desaguadero de la laguna, a contracorriente. El viento soplaba fuertemente, haciendo que la cuchara cayera a pocos metros de la orilla. Nunca había pescado a esa hora en ese sitio pues sabia de las condiciones del viento. No me quedo más remedio que colocarle una plomada adicional a la línea para lanzar con más fuerza contra el viento y ganar unos cuantos metros de distancia. La técnica funciono maravillosamente logrando capturar rápidamente un buen número de truchas. Jaime también lo hizo y seguimos pescando emocionados hasta escuchar las palabras de Erek, “¿Pablo, no crees que ya son suficientes?”.
La parada fue en seco, Erek nos hizo reflexionar y guardamos nuestras cañas inmediatamente. Con la emoción del pique, solo estábamos pensando en pescar y pescar aún más, olvidando que solo éramos tres personas. Arreglé los peces y empecé a fritarlos por tandas de tres truchas, hasta que a la quinta repetición y bastante satisfechos le dimos la razón a Erek, eran suficientes.
La toma del Fusil
Empezamos a descender hasta las cabañas para iniciar nuestro regreso a Bucaramanga y muy cerca del cruce para tomar el desvió, fuimos interceptados por el camuflado batallón de alta montaña del ejército. Pidieron toscamente revisar nuestros morrales, y en especial el de Erek por ser el más voluminoso. Lo hicieron desempacar por completo. Erek estaba molesto, por esa requisa tan minuciosa de cada una de sus pertenencias y por el trabajo de tener que empacar dos veces en un día.
La autoridad la tenían ellos y no tenían que dar explicaciones por lo que hacían, solo satisfacer su curiosidad con el equipo del gringo y hacer algo distinto en su monótona rutina de hacer presencia en el parque. Trate de mejorar la situación diciéndoles a los militares que nos tomáramos la foto de grupo, a lo cual accedieron. Rápidamente les coloque nuestros morrales y literalmente le arrebate el fusil a uno de ellos dándoselo a Erek, les pareció fabuloso. El semblante de Erek cambió, y la jocosidad de la situación hizo pasar desapercibida la acción de desarmar al militar y darle el fusil con su carga completa a un extranjero para la foto.
Ruperto
El bus que logramos tomar de regreso hacia Bucaramanga, estaba lleno de gente y productos de sus fincas, debimos estar parados muchas horas hablando del viaje. Al llegar a San Andrés, Erek divisó a través de la ventana del bus, pegado en la pared exterior de una tienda, el afiche promocional de la corrida de toros en la zona, con uno de los toreros llamado Ruperto. Erek nos señaló inmediatamente el cartel y nos mostró como se escribía su apellido Ruperto sin la “o”, y luego señalando las letras del cartel como se deletreaba su nombre, era Erik. Comenzamos a reír inmediatamente con Jaime, de pensar que nos habíamos enredado toda una semana con el nombre del Mono, como Jaime le decía cariñosamente y para los amigos era sencillamente, Erik Ruperto sin la “o”.