Lyn en el Cocuy

El primer viaje de Lyn al Cocuy lo planeé de bajo esfuerzo y con periodos largos de aclimatación en el trayecto debido a su corta edad. Pero incluso así fue su primer viaje de muchas cosas, caminar hasta el cansancio, preparar su comida, dormir en cueva, pescar su primera trucha, jugar con la nieve, sentir soroche y no podía faltar su primera varada en carro.

Planeando el segundo. Colombia 2009

Debí esperar pacientemente hasta que Lyn tuviera siete años para poder llevarla al nevado del Cocuy, por recomendación médica los niños no criados a grandes alturas adquieren la madures de sus pulmones a esa edad y no quería hacer algo que pudiera afectarla. Le propuse a Juanca que me acompañara pues llevaría el Lada y el no conocía el nevado.

Había estado preparando a Lyn un año atrás, con caminatas, calzado adecuado, un pequeño morral y enseñándola a tomar agua con más regularidad de la que ella quisiera. En casa le enseñe a armar la carpa, el funcionamiento de la estufa con la que cocinaríamos y los aparejos de pesca. Lyn tenía la fuerte ilusión de hacer un muñeco de nieve como el de las películas navideñas que veía en televisión.  Empaco la zanahoria para la nariz y utilizaría su bufanda y gorro para completarlo. Para esquivar las bajas temperaturas del verano a comienzo de año y temporada masiva de turistas, programé la salida para mitad de año en época de invierno, pero con temperatura no tan baja en la noche. El día programado llegó y el 18 de junio muy temprano en la mañana recogí a Juanca en su casa rumbo a Málaga, pues su sinuosa e interminable carretera que lleva décadas en construcción nos tomaría más de seis horas en recorrer tan solo 120 kilómetros desde Los Curos.

 

 

Aclimatando

Lyn acomodo su cama en el cojín trasero del Lada, durmiendo la mayor parte del trayecto, despertándose cuando parábamos a hacer las fotos del camino y tomar algún refrigerio. Alrededor de las cinco y media de la tarde llegamos al parque principal del Cocuy a explicarle sobre el mapa en alto relieve la ruta que realizaríamos. Buscamos el hospedaje y compramos el clásico pan duro aguanta-días para el camino.

Al siguiente día, hicimos nuestro respectivo registro en la oficina del guardaparque donde me fue solicitado el registro civil de mi hija para acreditar parentesco y especificar la ruta planeada. No haríamos una gran travesía, solo la llevaría a borde de nieve por el Ritacuba Blanco y luego unos días de descanso y pesca en la laguna de los Verdes. No teníamos prisa pues quería que pasara en dos días de los 1.000 msnm de Bucaramanga a los 4.000 msnm en una lenta aproximación a la zona de las cabañas donde haríamos nuestro primer campamento.

Dejamos el carro en la Posada de la Sierra, el siguiente parador después de las cabañas tomando el desvío a la derecha y de allí caminamos alrededor de una hora hasta el valle donde acostumbraba a acampar cerca a la quebrada que bajaba del glaciar. A las tres de la tarde ya teníamos nuestro campamento listo con tiempo de sobra para iniciar un corto ascenso sin maletas para continuar el proceso de adaptación a la altura.

 

Muñeco frustrado

La noche fue perfecta, sin lluvia y poco frío. Comenzamos a subir lentamente a las siete de la mañana con dos morrales livianos, haciendo frecuentes paradas para hidratación y comer pequeñas porciones de alimentos energéticos. Sobre las nueve de la mañana fuimos alcanzados por un grupo de turistas a caballo quien al ver a Lyn caminando aplaudieron su esfuerzo dándole ánimo para continuar su ascenso.

El borde de nieve ya era divisable, Lyn preguntaba constantemente cuanto faltaba para llegar pues caminaba y no sentía que se acercara. Hacia las diez y media de la mañana Lyn se bloqueó y no quiso caminar más, la altura la tenía extenuada. Le entregué mi morral a Juanca y la alcé en hombros para cargarla el tramo restante, calculaba una media hora como máximo. Lyn se tranquilizó y comenzamos a subir teniendo que hacer paradas a descansar pues era muy diferente el cargar el peso de un morral al de una niña en hombros.

Una hora después estábamos en el borde del glaciar, Lyn había caminado los últimos metros y los profesores que venían a caballo la aplaudieron por su esfuerzo tomándose fotos con ella, al igual que una desnudista profesora que quiso posar ligera de ropas en la nieve. Lyn estaba maravillada por la sensación de la nieve en sus manos, jugamos un rato y comencé a notarla poco expresiva. Nos hidratamos y subimos caminando hasta una grieta donde Lyn me manifestó su dolor de cabeza, le dije a Juanca que me ayudara a hacer el muñeco de nieve para bajarnos. Lyn un tanto explosiva e incoherente nos manifestó que no quería hacer ningún muñeco. Me acerque a Juanca y le comunique que tenía soroche y debía disminuir de altura rápidamente.

Le dije que hiciera por lo menos una silueta de su muñeco en la nieve, lo realizo rápidamente y le clavo la zanahoria en medio. Le dije a Juanca que se quedara un rato más y que luego nos alcanzara. Comenzamos a bajar y Lyn a llorar inconsolable, pues no sabía lo que le pasaba a su cabeza. Quería parar a descansar y la convencí de hacerlo abajo donde pudiera sentir una sensación diferente en su aturdida cabeza. Continuamos casi rodando para acelerar el paso hasta uno de los mojones, allí paramos para esperar a Juanca y luego de un rato, Lyn me miro extrañada sin saber por qué había estado llorando. Continuamos el camino hacia la carpa a paso normal, la emergencia había pasado.

Para cuando llegamos a la carpa, el cambio del semblante en la cara de Lyn era radical, Juanca también lo percibió, pues no había visto actuar el mal de altura en alguien y menos en una niña. Lyn jugaba tranquila entre los frailejones le dije que buscara ramas y hojas secas para hacer una pequeña fogata. Al no encontrar mucho material decidimos recoger estiércol de mula para prender el fuego y cocinar los masmelos. Al principio Lyn no quería probarlos pues estaban cocinados con popo de mula como ella nos recriminaba, pero de hacerle tantos gestos de provocación al saborearlos con Juanca termino dejando a un lado su prejuicio y disfrutarlos.

 

Truchando

Desbaratamos nuestro campamento temprano en la mañana, debíamos bajar a buscar el carro y moverlo en la ruta hacia el paso del Cardenillo para bajar a los Verdes, solo que hasta allí no llegaba el carro, debíamos dejarlo en la finca de los ovejos por unos cuantos días. La carretera estaba húmeda con mucho paso de quebradas crecidas atravesándola. Gastamos unas cuatro horas hasta llegar al muro de piedra en la parte alta del Paso, con los pies y ropa mojada.

El descenso a la Laguna debí apresurarlo, pues llovía y Lyn comenzó a llorar por el frio, tuve que dejar a Juanca rezagado en el camino. Lyn tenía hipotermia y la única manera de calentarla era cambiándola de ropa, pero faltaba un par de kilómetros para llegar a la laguna. Baje casi que arrastrándola hasta llegar rápidamente a la cueva donde le quité su ropa, la seque y la envolví en la manta térmica de emergencia y luego la metí en la bolsa de dormir. Juanca llego unos minutos después sin conocer el camino, pero orientado por el llanto de Lyn.

Veinte minutos después pude vestir a Lyn con su pijama, su temperatura estaba mejor, pero las condiciones del terreno no estaban dadas para armar carpa. Improvisamos un cambuche con la carpa como protector del viento y organizamos con la paja seca de la cueva su interior. Lyn estaba contenta de dormir en ese sitio, nunca había dormido fuera de la carpa y el blando suelo hacia más cómoda y menos fría el pasar la noche en esas condiciones.

Amaneció gris con amago de lluvia, pero aun así debíamos poner a secar toda nuestra ropa sobre las piedras cerca de la cueva. Armamos nuestro equipo de pesca y bajamos en busca de nuestro almuerzo.  Después de una corta clase, Lyn capturo el primer pez de su vida, una mediana trucha arcoíris que exhibía contenta y con orgullo. Seguimos pescando hasta el mediodía, cuando llego una familia de campesinos con su atarraya a pescar en la quebrada, fuimos a conocerlos. Lyn jamás había visto pescar con atarraya, se acercó y le pregunto al niño por lo que hacían y él le contestó, —mi papa esta truchando.

Lyn no entendía la extraña palabra, pero si el resultado. Los campesinos venían desde una vereda más abajo de Guican a pescar cada tres meses y se quedaban en la cueva que estábamos ocupando, así que les toco improvisar su cambuche con el plástico que traían al respaldo del nuestro y colgado de un tronco una gran cantidad de truchas. Me invitaron a truchar en la noche, rechazando por el cansancio su invitación, pero les dijimos que pasaríamos a saludarlos en la mañana. Después de haber pescado nuestro desayuno fuimos a saludar a la familia y Lyn se sorprendió con la nueva cantidad de truchas que tenían en el piso diciendo, —“Papá creo es mejor truchar que pescar”.

 

Las termales

Con un gris día, igual que el anterior, recorrimos la laguna pescando todo el tiempo y programando la partida para el día siguiente. Muy temprano en la mañana debíamos tomar el camino de regreso subiendo hasta el Paso del Cardenillo, así que, con el radiante sol del último día en la laguna, comenzamos a subir. Después de unas dos horas de caminata nos alcanzó uno de los jóvenes pescadores que invito a Lyn a subirse a su mula hasta el Paso, agilizando nuestro lento ascenso, persiguiendo la mula.

Descansamos un rato en el boquerón resguardados por el muro de piedra e iniciamos el descenso a buscar el Lada en la finca ovejera. La idea era continuar el viaje hasta las piscinas termales entre Guican y Panqueba. El Hotel estaba copado por una familia, así que solo pudimos tener acceso a la piscina. Después de estar varios días sin bañarnos para Lyn era reconfortante el disfrutar el cambio de temperatura entre la piscina termal y el chorro de agua fría del nevado. Cuando estuvimos lo suficientemente arrugados nos cambiamos para solucionar la dormida de la noche.

Nos recomendaron un hostal vacío pasos arriba, nos dieron la llave de la habitación, pero estaban apagadas las luces y no encontrábamos la manera de entrar al predio.  El portón tenía candado. Dejamos el carro afuera y tomamos solo lo necesario para poder pasar por encima de la cerca dándole la vuelta a la casa. Con nuestras linternas llegamos a la habitación era en un segundo piso, con dos camas, televisión, sala y mucho espacio. Solo hasta salir en la mañana nos dimos cuenta de que el cerramiento en malla de la casa estaba inconcluso y tenía una apertura par donde hubiéramos podido pasar sin problema alguno.

 

La varada

El regreso lo hicimos por una vía diferente, tomamos el desvío de la ruta Guaca a Berlín, una trocha transitada solo por camiones cebolleros. A un kilómetro de Morontoque, sentí un fuerte golpe en la parte delantera del carro. Al revisar vi la llanta delantera derecha inclinada y contra la defensa del Lada. Era la típica descachada, cuando se parte el eje de un carro, solo que mi sistema de amortiguación era diferente. Quedé atravesado en la carretera y fui a solicitar ayuda a la tienda del caserío. Cuando les dije que estaba sobre la vía y no había paso, salieron presurosos a ayudarme.

El tornillo de la tijera delantera se había roto, pero no tenía repuesto, había visto a mi mecánico muchas veces como quitarlo, pero se había partido. Retire las tuercas de la tijera, y con la ayuda de los campesinos procedimos a palanquear la amortiguación y poder introducir la varilla de un gato hidráulico por los bujes. Pude mover el campero de la vía para que pasara el camión y en la tienda le pregunte al señor que me había facilitado la varilla cuanto le debía.

 —Diez mil pesos y cerveza para todos.

Asegure con alambre la varilla para evitar su desplazamiento y continuamos el camino hacia la finca, pero unos cuantos kilómetros más adelante Juanca comenzó a sentir un ruido metálico en la rueda, la rueda estaba caliente, venia rozando la balinera con la punta de la rueda, debido al juego de la varilla remplazando el tornillo. No tuve otra opción que retirar la punta y clausurar el eje delantero. Teniendo que continuar el resto del viaje con la doble puesta.

Llegamos de noche a la finca. No nos esperaban y el desorden era terrible, sobre el lavaplatos no cabía una cuchara, Armando vivía con la esposa, la suegra y cinco niños, me puse a organizar la cocina, mientras su esposa nos preparaba un caldo con arepa. Lyn contaba con orgullo su aventura para conocer la nieve en el Cocuy y todo lo que había pasado para poder llegar hasta la finca.

El cansancio nos venció rápidamente y no teníamos afán de madrugar. Cuando Juanca se levantó a buscarme en la mañana afuera de la casa, reía de ver la cantidad de ropa infantil colgada en la cerca del cultivo de cebolla y en una cuerda a un costado del cuarto de herramientas. El trabajo de criar cinco niños pequeños era más extenuante que el del cultivo. Desayunamos y partimos despacio rumbo a Bucaramanga, el remiendo de varilla y alambre debía soportar tan solo setenta y cinco kilómetros más con la próxima aventura bien definida. La reconstrucción total del Lada.