La primera vez de muchas cosas

Manuela a sus doce años, reflejaba en su rostro la preocupación de su primer campamento y el experimentar algunas cosas que nunca había hecho en su vida. Contaba con el apoyo incondicional de Jaime su padre, quien me pidió el favor de organizar una salida a la fábrica de agua de Santander, el páramo de Santurbán.

Aprendizaje Natural, Colombia 2010

Fuimos criados en una época de pocos lujos, con lo básico, sin artilugios tecnológicos, dotados de una gran imaginación para crear nuestros propios juegos al aire libre. Ahora, con la responsabilidad de ser padres,   tratamos de ofrecer a nuestras hijas una experiencia vivencial de la Colombia rural, en un corto recorrido por La laguna de Páez,  una de las tantas pacíficas y hermosas lagunas enclavadas dentro del muy sonado Páramo de Santurbán, donde las multinacionales dedicadas a la explotación aurífera ven un gran potencial minero, los pobladores de pueblos como California y Vetas una oportunidad de desarrollo y los ecologistas el mejor de los reservorios de agua para las futuras generaciones de los Santanderes.

 

Pidiendo Permiso

Por tratarse de una laguna dentro de un predio que tiene concesión minera para explotación aurífera, fue necesario radicar un permiso en la oficina de Bucaramanga de la firma canadiense Greystar, donde nos solicitaron los números de identificación, parentesco de los visitantes, placa de vehículo, serie y marca de las cámaras fotográficas a llevar, y por último una carta especificando el motivo de la visita, territorio a caminar y días de permanencia en el predio.

Fue irreal, que tuviéramos que realizar tantos trámites, para poder visitar una laguna de nuestro páramo, que es patrimonio de nuestro departamento, con ocho días de antelación.

 

La gran rata

No había trascurrido la primera media hora de viaje en el recién reparado Ladamigo, cuando las niñas gritaron “una rata”, estacione el carro a un costado de la carretera y fuimos a ver el animal muerto sobre la vía. Se trataba de un Fara, como lo conocemos en nuestra región, y a su lado buscando protección, caminaba su rosada cría. La cara de Lyn reflejaba su desconcierto al enterarse que ese horrendo animal, según ellas, era un marsupial.

De la bolsa en su vientre salió otra cría alejándose de su fría madre muerta, buscando el calor del pavimento. Las niñas querían que tomáramos a los bebes, pero desafortunadamente su viabilidad era nula, pues debía faltarles más de diez semanas dentro de la bolsa de la madre. Movimos a la fara hacia un costado de la carretera, sobre el matorral, colocando a sus ciegas crías sobre ella.

 

Gallinas come truchas

En el kilómetro cuarenta, en la tienda de doña Elda, tomamos el desvió hacia el cultivo de truchas de su hermano Ramiro. Cerca de los estanques, se encontraba un grupo de ansiosas gallinas esperando por su alimento. Las niñas sabían que las gallinas comían maíz, pero quedaron sorprendidas al enterarse que también eran carroñeras. El empleado de la truchícola sacaba con un colador de uno de los estanques, los pequeños alevinos muertos tirándoselos a las gallinas que de inmediato devoraban. Llegamos por fortuna el día de cumplir pedidos a sus clientes y las niñas pudieron conocer de primera mano, el proceso completo de una pequeña factoría de peces. Recolección, sacrificio, eviscerado, deshuese y empaque de truchas.

 

Niños trabajadores

El primer ejemplo lo tuvieron después del peaje, cuando tomamos un segundo desvío hacia la naciente empresa de cría de ovejas de Raza de unos amigos. Era la primera vez que las niñas podían estar en contacto cercano con ovejas de gran tamaño, importadas para el mejoramiento genético de los ovinos de la zona. El rebaño completo estaba al cuidado de un niño de doce años, quien hábilmente las cambiaba de corral, para poder controlar la alimentación uniforme de cada uno de los ejemplares. Las tenía divididas en grupos pequeños los cuales iba rotando por el corral de alimentación. A medida que consideraba que el grupo se había alimentado, las cambiaba de corral. Quedaron asombradas de la practicidad, con la que el niño, movía sus ovejas de un lado a otro para ejecutar su trabajo.

El segundo ejemplo lo vieron al llegar a una de las antiguas casas de tapia pisada en Berlín, la cual funcionaba como bodega temporal de cebolla larga. Los adultos traían las ruedas de cebolla y un grupo de cinco niños entre los siete y los once años, ayudaban orgullosamente a sus padres a completar el trabajo de su familia. Debían quitarles la raíz a los gajos de cebolla, limpiarla y clasificarla, para su posterior despacho a la ciudad. La pregunta fue clara y su respuesta también. Los niños del campo deben ayudar a los padres en sus labores después del colegio.

 

El socavón

Bajando de vetas, encontramos la entrada a una mina, era un profundo socavón tallado en el costado de la peña, con la altura necesaria para que pasara una persona de baja estatura entrara a sacar las rocas con el mineral para procesarlo. Tomamos las linternas y las acompañamos unos cien metros hasta el final del túnel, donde el revolotear de los murciélagos molestos con nuestra presencia y moviéndose en sentido contrario hizo que saliéramos rápidamente del mismo.

 

Licras para todos

Cuando Jaime me pregunto qué ropa llevar a la salida, le comenté que caminar en el páramo con la ropa mojada era una constante.  Que la mejor recomendación para caminar eran las licras, pues al ser delgadas se secaban muy rápido con el calor del cuerpo y luego en la noche dentro de la carpa, se cambia por ropa más gruesa y seca. La mama de Manuela experta en la confección de prendas, los uniformo haciéndoles para la ocasión, unas coloridas licras que vistieron con orgullo durante su primera excursión padre-Hija.

 

Dormir en cambuche

La falta de experiencia, en la caminata con morrales hizo que nos retrasáramos, subí a la parte alta de la montaña para ver la distancia que nos faltaba para llegar a la laguna y dada la hora tome la opción de regresar a buscarlos y hacer un campamento para no tener que caminar de noche.

A un costado del camino había una casa abandonada en muy mal estado, con un agujereado techo de zinc y paredes en tapia, que para la primera noche servirían para resguardarnos del frío viento. Las niñas empezaron a limpiar el sitio donde dormiríamos. Acomodamos la sobre carpa cerca del techo para evitar las goteras por si llovía y extendimos los sleeping sobre unos tablones que estaban dispuestos como camas. Las chicas sobrevivieron la primera noche en el páramo, con una experiencia nueva para contar, sobre el habitar, vivir, dormir y cocinar en sitios no tan cómodos como el de sus hogares habituales.

 

Del lago al plato

Llegamos a la laguna pasado el mediodía, buscamos el sitio para armar las carpas, instalar la estufa y preparar la comida. La primera noche de Manuela en el monte había llegado. Dormir en carpa, con luz de linterna, sobre un tapete de pasto, en sleeping en el húmedo páramo. Comimos algo y me dispuse a capturar las truchas para la comida. Manuela nunca había probado trucha criolla, al degustarla inmediatamente preguntó a su padre porque siendo el mismo pescado, sabían tan diferente a las que comían en casa.

La explicación de Jaime fue muy fácil de asimilar para Manuela, las truchas que comían en casa provenían de sitios como el que habíamos visitado el día anterior, alimentadas con concentrado y colorante artificial en la comida para que se tiña su piel en el último mes antes de procesarlas para la venta. La que se estaba comiendo y tanto le había gustado su sabor, era de menor tamaño que las del cultivo, pero silvestres, nadaban por toda la laguna, saltaban y casaban de una manera natural. Su color rosado y gustoso sabor era producto de los insectos que comía en la laguna.

 

Explicación mal dada

Manuela nunca había tenido la necesidad de orinar acurrucada en el monte y el frío del páramo acelero el vivir esa experiencia rápidamente, detrás de un cardo a plena luz del día y con sus compañeros de caminata a escasos metros, mirando en dirección contraria para respetar su intimidad. A la cuarta vez que Manuela tuvo que repetir la operación, ya era toda una profesional en la materia, haciéndolo con mayor naturalidad sin importarle nuestra cercanía.

—Papá tengo popo. Le dijo Manuela a su padre antes de la media noche.

—Pues sal y haces afuera, le replico Jaime a su hija.

—Pero, ¿dónde papá esta oscuro? —preguntó de nuevo.

—Ponte la linterna y ve detrás de la carpa —Contestó Jaime. Después de algunos minutos Manuela pudo superar su nueva prueba.

La mañana llegó, y con ella los peces del desayuno, sorpresivamente el viento cambio en dirección hacia la estufa y con ella el mal olor, Jaime fue a buscar el origen del problema y lo encontró justo a escasos centímetros de la carpa.

–¡Manuela tu qué hiciste! Y con toda la naturalidad de una niña de su edad le contesto a su papá mirándolo fijamente, —pero si tú me dijiste que detrás de la carpa papi.

Ante esa situación, Manuela jamás olvidaría, que el detrás de la carpa no se podía tomar tan literalmente como se le había dicho su padre, y más con el esfuerzo de tener que cambiar el campamento de sitio.

 

Premio al esfuerzo

Manuela, nunca había tenido la experiencia de buscar su propia comida. Las condiciones de ciudad donde sencillamente se intercambia dinero por productos alimenticios eran completamente diferentes a las de su primer campamento. Debía capturar los peces que se quería comer y nunca había pescado en su vida.

Después de unas pequeñas clases del manejo de la caña, los nudos para el amarre de anzuelos, moscas y cucharas, lanzar y recoger infinidad de veces con persistencia, pudo capturar su primera trucha, marcarla y depositarla en la bolsa para seguir pescando.

Al final de la jornada, cada una de las niñas tomo su trucha, las evisceraron y arreglaron para aplicar sal y condimento y fritar cada una su propio pescado. El fruto de su esfuerzo se vio recompensado con el sabor del mejor pez que habían probado en su vida, el que ellas mismas capturaron.

La rutina diaria, de caminar en busca de otras lagunas, capturar los peces, cocinarlos, lavar la loza, arreglar la carpa, extender la ropa mojada y valerse por ellas mismas un par de días, hizo de esta salida una gran experiencia para nuestras niñas.