Carrilera…era. Parte 3
A las seis de la mañana comencé a sentir el pasar de los trabajadores de la mina, abrí la ventana de la oficina y vi a un pequeño niño solitario. Éste no tenía más de dos años y aún con chupo en la boca estaba cerca al riel, de la manera más natural al escuchar el golpetear de las balineras de la motomesa se retiró del riel, la dejó pasar y siguió su camino sin asombro alguno.
Siguiendo el riel. Colombia 2014
Desperté a los muchachos y organizamos nuestras cosas para la nueva jornada. Dimos las gracias a Don Alirio por su amabilidad y la fantástica noche. Seguimos sus indicaciones hasta el kiosco de Doña Orfidia quien preparaba los alimentos a los mineros. Cuando llegamos a preguntarle si ya tenía desayunos, nos contestó que ya había despachado quince mineros, pero que nos haría unos huevitos con queso que los esperamos pacientemente y que disfrutáramos del bello paisaje en su casa.
Día 5 Cabañas – San José de Nus
Tomamos el camino hacia Virginia con la intención de parar en la mina de oro y tomar algunas fotos. A su entrada, gran cantidad de madera utilizada para apuntalar el techo del socavón y la invitación general de todos los mineros a que bajáramos a conocer. Jaky decide entrar un poco y sale sofocada. Los mineros estaban arreglando el “Búfalo”, la manguera que inyectaba aire al fondo de la mina. Un joven minero de no más de quince años me presta su potente linterna y decido entrar. Hay movimiento de mineros reemplazando la manguera del aire y otros con otra manguera extrayendo el agua del fondo de la mina. Barro negro por todos lados, agua, aire malsano, calor sofocante y los mineros que solo me alentaban a bajar.
—Siga que ya va llegar, baje, baje para que vea la veta —me decían sin poder ver sus rostros por la luz de sus lámparas.
La cámara se empañaba seguido y no podía enfocar, debía limpiarla con frecuencia, tenía insuficiente iluminación para las tomas y sólo me percataba del mal estado de algunas maderas que yacían rotas por el peso de la tierra. Me hicieron bajar más escaleras y un trabajador me orientó hasta el fondo de la mina, donde querían que mirara el porqué de su esfuerzo. Una pared de roca negruzca con un inserto transversal dorado, esa era la veta de mineral añorado, la cual tendrían que extraer de la pared a pica, porra y algunas veces dinamita.
—“Ven te tomo la foto” —dijo un hombre con acento costeño y emprendí el regreso a la superficie.
No creo haber estado más de media hora allí, mientras que los trabajadores deben hacerlo en turnos de doce horas, de seis a seis, abajo da lo mismo si es de día o de noche. Cuando la veta es buena de cada cien bultos extraídos, los mineros tienen derecho a treinta, ese es su pago y el producido lo dividen entre los trabajadores que como único requisito para trabajar allí es que puedan cargar los bultos de entre 75 a 100 kilos en su espalda. El material no puede ser molido allí, así que deben transportar solo el mejor material, dejando a la salida de la mina el sobrante que es aprovechado por algunos campesinos y sus hijos.
Nos despidieron amablemente y fuimos a buscar las bicicletas en el árbol donde las habíamos dejado amarradas. Pedaleamos unas dos horas hasta llegar a una quebrada donde se realizaba el tradicional paseo de olla del seis de enero, donde pude quitar el barro de mi ropa y juguetear con un robusto perro al que llamaban “Burro”. Continuamos la ruta y cerca de la una de la tarde llegamos a la estación Virginias, un agradable poblado donde una vez más tomamos refrescos y preguntábamos por el destino a seguir y donde nuevamente nos insistían en la imposibilidad de seguir la carrilera, pero existía un carreteable hasta Caracolí.
Tomamos muchas imágenes hasta que encontramos el telón perfecto de fondo, un mural alegórico a la carrilera, lo mismo que nuestro viaje. Diez minutos después paramos a fotografiar a una simpática abuela frente a la casa de su nieto, quien nos contó mientras nos ofrecían un refresco de avena y unas naranjas que Doña Etelvina tenía 94 años, vivía sola y veía por ella misma, como diciéndonos el secreto de la longevidad.
La temperatura del día era perfecta para avanzar, pero el terreno no decía lo mismo. Con la lluvia del día anterior, el pedalear en subida sobre el lodazal era interminable, mi cadena se saltaba con frecuencia y desencadenaba. Tuve que terminar una cuesta a pie y hacerle mantenimiento de emergencia a la bicicleta quitándole el barro a la cadena, frenos y piñones. El pedalear se normalizó por algo más de una hora hasta que comenzamos un leve descenso hasta la ribera del río Nus. Otro corto baño de charco y proseguimos hasta encontrar un grupo de vaqueros arreando ganado, que preguntó por una blanca perdida, la cual encontraron y devolvieron al grupo que conducían a Caracolí.
Un par de veces pudimos colaborarles atravesando la bicicleta en la vía para evitar su paso. Cuando nos dimos cuenta habíamos llegado, eran las 4 de la tarde y había mucha gente en el pueblo. Nos tocó ascender por una fuerte cuesta en concreto con muchísimos espectadores a lado y lado a los cuales no defraudamos. Era muy tarde para buscar sitio de almuerzo y cuando llegamos a la iglesia frente a la carrilera vimos a una motomesa alistándose para partir, le preguntamos que para donde se dirigía y nos contestó que para San José de Nus. No lo pensamos dos veces, trepamos las bicicletas y comimos pan con mortadela en la panadería, alcanzó bocado hasta para el conductor, quien arranco rápidamente. El conductor nos dijo que en la cuesta se veía el pueblo para la foto, cuando sorprendidos vimos que era un pueblo gigante con basílica. Nos habíamos apresurado y omitimos conocer Caracolí por nuestra carrera, tal vez sustentados inconscientemente en no pasar por la caminata nocturna del día anterior.
La carrilera estaba en pésimas condiciones, le faltaban traviesas, era angosta, casi que pegaban las ruedas de las bicicletas al barranco y dos veces nos encontramos con motomesas en sentido contrario, que por fortuna para nosotros llevaban menos pasajeros, pudiendo conservar nuestra permanencia en el riel. Paso lo inevitable y la bicicleta de Jaki sufrió un golpe en la rueda trasera con un barranco, se desajusto el amarre de las bicicletas, las reacomodamos y continuamos lentamente disminuyendo la velocidad en las zonas angostas. Después de la estación la Gloria las condiciones del riel se pusieron difíciles, en algunos sitios no tenía traviesas y era sostenido por su propio peso, pareciera que hubiera desaparecido y los usuarios lo hubieran colocado de nuevo sin ninguna medida de seguridad. El golpeteo de las balineras era constante, pues la unión de los rieles era irregular, pero todo se nos olvidó cuando realizamos el paso junto al río, ni la mejor de las montañas rusas nos hubiera dado semejante susto de caer al separarse los rieles e ir a bucear por las bicicletas.
Las casas a lado y lado nos indicaban nuevamente que estábamos llegando a nuestro destino. Golpeamos levemente una puerta y unas maderas sobre la pared de una casa, la motomesa disminuyó su velocidad y entramos lentamente quitando del camino los obstáculos. Pagamos el trayecto, desamarramos las bicicletas y cuando revisamos su estado nos percatamos que la de Nelson tenía el rin delantero torcido. Liberamos el freno delantero y nos fuimos rápidamente a buscar una tienda de bicicletas.
Las indicaciones nos llevaron hasta un montallantas sobre la vía a Medellín, muy cerca de donde paran a comer los buses de línea. Encontramos al alineador de rines cerrando la puerta del negocio, quien muy amablemente nos dijo que a primera hora en la mañana. Preguntamos al señor del taller por hospedaje e inmediatamente me mostro la habitación sobre su taller, con tres camas, baño nuevo, ventilador, nevera y hasta cocina, todo un apartamento para los tres por solo $ 35.000. Nos guardó en su taller las bicicletas, las amarramos como siempre y nos alistamos para comer en el parador. Al terminar nuestra cena me fui a caminar un poco por el pueblo.
Paré en un letrero donde decía “cremas”, pedí dos sin saber que eran y me dieron dos helados de palito. Conocí a un emprendedor comerciante de cacharrería al que le pregunte por la ruta sobre la carrilera y me dijo que no había paso, que deberíamos seguir diez kilómetros por la pavimentada a buscarla de nuevo. Luego me contó su historia como comerciante, que conocía Santander y que le había ido muy bien hasta que su camión se dañó. Al conocer la historia de la travesía me contó animoso su ilusión de irse en sentido contrario al nuestro en una motomesa con sus artículos, que quería diseñar su stand móvil para parar a vender en cuanto poblado quisiera y salir solo a Medellín a comprar mercancía para surtir de nuevo. Espero encontrármelo en el próximo viaje.
Día 6 San José de Nus – Cisneros
Sin mucho afán, pues debíamos esperar a que abrieran el local debajo de nuestra habitación a las ocho de la mañana, organizamos el equipo, desayunamos y tomamos fotos, hablamos con los muleros que estaban despinchando, limpiamos la cadena, extendimos alguna ropa al sol y sólo hasta las 9:30 am llegó el señor que reparo el rin en tan solo 15 minutos. Nos despedimos de Federico, con sus indicaciones del día anterior para buscar los rieles.
Diez kilómetros sobre pavimento y llegamos hasta el puente, donde supuestamente podríamos retomar la vía, me asomé bajo el y aun cuando el riel estaba allí, no teníamos ninguna posibilidad de seguirlo, estaba completamente cubierto con maleza lo que alguna vez fue la carrilera. Bajamos a mirar alternativas de camino sin resultado alguno, tuvimos que continuar la ruta pavimentada en ascenso hasta un desvío que nos condujo nuevamente al riel bajo la cerca de la finca. Continuamos por el costado de la gigantesca casa para seguir el camino que preferíamos al pavimento, era una trocha de campesinos y ganado, que poco a poco se fue complicando hasta terminar en completo lodazal.
El andar fue penoso arrastrando literalmente las bicicletas. El barro en las llantas hacia que se atoraran en los tacos del freno. Increíblemente Jaky tenía una gran sonrisa y disfrutaba el paso por el terreno, creemos fue su mejor día de travesía. Una hora después encontramos de nuevo el riel, pero sabíamos que a ese paso abriendo camino no llegaríamos de día a Cisneros. Le continuábamos haciendo bromas a Jaky sobre la hora máxima de llegada, según ella cuando se acabaran las horas luz 5:30 pm y según nosotros 7:30 pm, pero pudo más la cordura y debimos buscar salida por la montaña a la carretera.
El ascenso por vía pavimentada en nuestras montañeras hasta Cisneros era aburridor. Nos podría tomar unas tres horas, así que cuando escuche en el río el sonido de las dragas buscando oro, le dije a Nelson que bajáramos a hacer unas cuantas tomas y yo aprovecharía para mi chapuzón diario. Descendimos y encontramos al dueño de la draga llevando un vestido de neopreno a uno de sus trabajadores y nos dio su autorización para las fotografías sin problema alguno.
Una estructura metálica sujeta a tanques plásticos de 55 galones, soportaban dos motobombas a gasolina que tienen como función drenar el fondo del río con unas mangueras flexibles de cinco pulgadas de diámetro. Los buzos debían dirigir la succión del fondo, teniendo adosado a su cuerpo el lastre de plomo y respirando con la ayuda de una diminuta manguera, que estaba conectada a un pequeño compresor protegido con un tanque plástico para que no succionara el humo de las grandes motobombas y les enviará aire viciado a los trabajadores.
El material extraído era cernido a través de una bandeja metálica que tenía una malla y un fieltro con el fin de atrapar el polvo de oro. El trabajo duro le tocaba al buzo, pues permanecía horas sumergido para poder compartir en proporciones iguales el producido con el dueño de la draga, descontando el 10 % para el operador de las motobombas. Al preguntarle por su trabajo y de que enfermedades sufría, muy simpáticamente abrió su portacomida y nos dijo —De hambre. Tanto frío, incluso teniendo los trajes y el constante aire inyectado a sus pulmones los hacia comer y tomar líquidos cada vez que salían a la superficie, de ahí sus voluminosos cuerpos.
Después de nuestro chapuzón fotográfico cuando nos disponíamos a salir, sin querer, encontramos de nuevo el riel que alguna vez había sido carrilera, pero no se vislumbraba camino alguno. Retornamos a la vía pavimentada empujando las bicicletas por la pendiente y mientras Nelson y Jaky continuaron por la vía, yo baje a la estación Providencia a averiguar si podríamos seguir por allí. Encontré la antigua estación convertida en un surtido supermercado y el viejo puente del tren que dejaba ver al fondo un camino ancho con una posibilidad de ruta.
Le consulté a dos vaqueros que se estaban refrescando mientras sus bestias sombreaban y me dijeron que si queríamos podíamos llegar hasta Cisneros. Me apresuré a buscar a mis compañeros para contarles la buena noticia, al encontrarlos en el restaurante, Jaky se quejaba de no haberse puesto la trusa larga, estaba muy rasguñada y embarrada. Almorzamos y decidimos ir en busca de las famosas cascadas de la zona para un baño antes de seguir por Providencia.
Le pedimos permiso al celador de la nueva compañía minera que compró los terrenos de la zona para acceder por su propiedad. Seguimos subiendo por el camino hasta llegar a un pequeño socavón donde un minero artesanal laboraba, dejando allí las bicicletas. Rápidamente entablamos conversación con él, nos explicó que la compañía aún no había comenzado labores industriales de explotación pues estaban negociando con ellos el derecho al trabajo. Le preguntamos por qué no tenían agua las cascadas y nos contó que la habían canalizado para generar electricidad, pero que igual su futuro sería más incierto pues estarían dentro del terreno de exploración de la nueva compañía.
Bajamos sin prisa con un sentimiento de impotencia, ante la posible destrucción de lo que fuera un atractivo natural para visitantes a punto de desaparecer por la extracción del codiciado metal. La canalizada quebrada nos permitió un rápido baño y regresamos por nuestras bicicletas a la cima de la montaña para proseguir el viaje.
Descendimos a Providencia sin prisa, capturando imágenes del tranquilo caserío. Unos cuantos minutos después sobre un costado de la vía, un grupo de niños jugaban con su bicicleta nueva. Resaltaba uno de negra cabellera al que le decían “el chivo”, con navaja en mano al cuestionarlo sobre su uso respondió —“Pa’ lo que se ofrezca”. Preguntaron para dónde íbamos y al contarles que, hacia Medellín, uno de ellos alardeo sobre su capacidad, segundos después recapacito y pensó sobre la negativa del permiso materno. Continuamos por la demarcada vía, encontrando tramos de riel como soporte de cerca y a los vaqueros que me habían indicado la ruta, iban de regreso en sus corceles y nos avisaron de nuestra cercanía a la estación Guacharacas.
Sin el brillo noticioso, del que fuera lugar hace unos años por culpa de desapariciones y actos paramilitares, la famosa hacienda Guacharacas lucía sin gloria y un poco descuidada, como tratando de no llamar la atención y quedarse en el olvido. Nos apresuramos a salir de sus terrenos y continuamos pedaleando hasta pasar otro viejo puente del tren, en un desvío que nos llevaba a la pavimentada o por el potrero siguiendo el riel. Eran apenas las cuatro de la tarde y optamos por la difícil, seguir el eje de nuestra travesía. El riel, que kilómetros más adelante tenia vestigios de haber sido cortado con acetileno y desmontado de la carrilera.
Continuamos nuestro avance por la enmontada vía y potreros cercanos, sorteando puentes, pequeñas quebradas y tramos de riel. La famosa hora límite de Doña Jaky para andar en bicicleta se acercaba, eran las cinco de la tarde y se nos complicaba el terreno. Debimos optar por buscar la carretera a través de un potrero, pasando por lo que parecía ser una fábrica rural de velas de cebo. Ya en la ruta firme y segura hacia Cisneros, me desvié momentáneamente para ir a Sofía donde la escasa luminosidad, sólo me permitió identificar una extraña construcción rosada, que me dijeron fue la estación, lo que me dejó dudas por su estilo arquitectónico. Los alcancé de nuevo en el duro acenso hacia Cisneros, terminamos la jornada justo después del peaje en un hostal para conductores lejos del céntrico pueblo.