Volcanes y Termales. Parte 2

El clima hasta el momento había sido benévolo con nosotros, pero para la segunda parte de la travesía debíamos afrontar los 4150 msnm en un páramo donde han buscado proteger a los imponentes frailejones. A esa altura la calidad y cantidad de pasto es insuficiente para los propósitos ganaderos siendo una mejor opción el turismo.

Producción vs Protección. Colombia 2021

Erik había invitado a Thomas -su socio- a hacer parte de la travesía por un par de días y realizar el recorrido en bicicleta. Tenía que desplazarse desde Salamina-Caldas a unas seis horas en carro hasta Murillo–Tolima sitio donde se programó nuestra reunión. La intención era hacer el recorrido guiado en las Termales la Cabaña, una antigua finca ganadera convertida en reserva de paramo con 1800 hectáreas protegidas a la cual solo se podía acceder en grupos de máximo cincuenta personas por día, haciendo las reservas y pago por internet con varios días de anticipación. La logística del encuentro cambió ante la partida de Mario -por su problema de la pierna- a quien se le había propuesto manejar la camioneta que llevarían, por lo cual Thomas invito a Wilmer -ciclomontañista de Salamina- y a su buen amigo Julián para que le ayudara con el carro.

 

 

Día 5: Santa Isabel – Murillo

Partimos sin contratiempo a la hora propuesta. Dejamos atrás al amigable Santa Isabel y en tan solo cuarenta y cinco minutos encontramos la primera señal que demarcaba la ruta dentro del llamado programa BiciRegión, un proyecto de integración de la región central a partir del biciturismo, que busca resaltar los puntos importantes en la ruta de 55 kilómetros. Según la infografía estábamos en el mirador Valle del Magdalena -la principal arteria fluvial de Colombia-.

Nuestro fotográfico ascenso continuó hasta la bifurcación sobre la vía, donde decidimos tomar el desayuno y recibimos la orientación de Ángel -contratista de carreteras- en la ruta hacia el corregimiento El Bosque. El paisaje de esta zona había cambiado en la última década con la presencia de cultivos de tomate de árbol. Pasamos por varios de ellos y comimos algunos de desecho en un clasificador retirándole la parte de piel marcada por una mancha, pensando en las posibilidades que podría tener los frutos rechazados haciendo pulpa, mermeladas o dulces.

Debíamos hacer un pequeño desvío en busca de las Termales de La Yuca. Preguntamos en las casas sobre la vía y nos dieron las indicaciones para pasar por el colegio sin estudiantes de la vereda de La Yuca donde extrañamente solo siembran tomate de árbol y llegar hasta el final del camino de mulas. Encontramos un arriero con su carga, quien nos dijo que habíamos pasado de largo, mostrándonos por donde desviar, pero advirtiéndonos que los portillos estaban cerrados y la entrada a las termales cercadas por cuenta de la pandemia.

Nos tiramos al piso y alzamos la bicicleta unas cuantas veces hasta llegar al pozo circular de agua templada el cual aproveché por espacio de algunos minutos. Alrededor se encontraban las ruinas de una antigua construcción y una sólida piscina fabricada en concreto abandonada. Se notaba que las termales habían sido importantes en la zona. A las diez de la mañana decidimos seguir con nuestro ascenso, quité las alforjas de la bicicleta para poder pasar la quebrada con facilidad. Trepamos parte de la montaña empujando las bicicletas hasta encontrar una antigua vía tapada por el pasto que nos condujo hasta la principal.

Una hora después llegamos a El Bosque, un pequeño corregimiento que lucía deshabitado. Ruby la vendedora de yogurt natural frente al parque nos dijo que el jueves era el día de mercado y bajaban todos los habitantes de las veredas aledañas a intercambiar productos en el pueblo, vendían almuerzos e incluso abrían la discoteca. Habíamos llegado un día tarde. Le pedí agua para las caramañolas y me hizo entrar hasta su cocina. En el interior de su local permanecían dos clientes desde el día anterior, eran Higinio y Arnulfo, los gamonales de El Bosque con unas medias de aguardiente encima.

La ruta continuó con el constante subir y bajar de montañas en la cordillera. Encontramos un par de jóvenes a quienes preguntamos sobre la entrada de las Termales Canaán y dijeron que nos llevarían, pertenecían al grupo de producción ganadera del SENA sede Espinal-Tolima, quienes estaban realizando las prácticas en la finca de uno de los compañeros. Nos ayudaron a pasar las bicicletas por la cerca y un par de minutos después llegamos hasta la termal donde estaban sus seis compañeros a punto de entrar.

Era una construcción circular sobre el suelo, con madera en las paredes a la cual le entraba el agua caliente por debajo. Hasta ese momento fue la más caliente sobre la ruta. Pasada la una de la tarde nos despedimos del grupo y continuamos el recorrido, encontrando en el camino a un motociclista con los documentos perdidos de alguien. Los miramos para ver si pertenecían al grupo del SENA, pero pertenecían a Jefferson Reinaldo Jiménez Peña alguien mucho mayor que los muchachos, le contamos al hombre nuestro incidente con la lamentable perdida de los documentos de Erik y proseguimos el avance.

Sobre el costado derecho de la vía en un clasificador de tomate de árbol trabajaba un corpulento hombre, era Don Jaime Martínez, quien seleccionaba su producto para enviarlo a Manizales. Nos explicó la dinámica de recolección y clasificación de la fruta y la proliferación de cultivos en la zona, pues en su afán de evitar la antracnosis -enfermedad que daña la piel del tomate- es más recurrente ver los sembradíos a mayor altura. Don Jaime nos mostró su cultivo y con sus gruesas, pero agiles manos, nos peló unos de sus mejores tomates para degustarlos. Conocedor de la vía nos dijo que deberíamos seguir subiendo hasta un pequeño bosque de palmas de cera y luego bajar a la cascada donde encontraríamos el tramo más duro para las bicicletas.

La bajada hasta el río Recio fue muy empinada. Sobre las huellas de concreto encontramos varios restos viejos de serpientes sin cabeza. Al llegar al puente pude observar un mamífero de cola peluda del tamaño de un perro mediano huyendo del lugar. Nunca había visto a ese tipo de animal a esa altura y quede con el pendiente de averiguar de qué tipo de especie se trataba. Paramos a comer lo que nos quedaba de la mañana observando la Cascada de las Palomas. El mojón al costado de la carretera señalaba quince kilómetros restantes. Pasando el puente nos encontramos con unos 400 metros de piedra suelta que tuve que sortear a pie empujando la bicicleta hasta llegar a encontrar las huellas igual de pronunciadas a las que habíamos bajado al otro lado del río. Nuestra velocidad promedio no sobrepasaba los cinco kilómetros por hora.

Aprovechamos nuestras paradas fotográficas para tomar breves descansos y seguir sorteando la pronunciada subida. Encontramos un grupo de caminantes que venían de las Termales Campanita quienes nos informaron que tardaríamos cerca de dos horas en ir y volver caminando, así que tuvimos que seguir de largo para poder llegar a Murillo con luz día. Bordeando las seis de la tarde entramos al pueblo, aunque era de gran tamaño había poca gente en las calles. La medida restrictiva del toque de queda comenzaba a las nueve de la noche, así que tuvimos tiempo suficiente para asearnos recorrer el pueblo y cenar con Julián, Wilmer y Thomas con su inseparable mascota Lola.

 

Día 6: Murillo – Termales la Cabaña – Ventanas

El día comenzó muy temprano con la preocupación de no haber podido conseguir alojamiento para la noche, La bodega del Sifón estaba copada y había otra posibilidad de alquiler de carpas, pero sin cobijas ni sleeping por las restricciones del COVID. Partimos en el carro a cumplir nuestra cita de las siete y media de la mañana en la entrada de la finca, donde fuimos recibidos por una de las operadoras de la reserva quien con radio de comunicaciones en mano repetía nuestros nombres que eran dictados al otro lado de la línea mientras nosotros le dábamos nuestro número de identificación para confirmar que éramos las personas con cupo para el día.

Nilson -uno de los diez guías certificados en la reserva- sería el encargado de subirnos y bajarnos del páramo. Tendríamos cuatro horas para hacer el recorrido guiado así que comenzamos a subir haciendo unas paradas estratégicas de acuerdo a su experiencia en el terreno. En el primer portillo fuimos recibidos por el grafiti “No + Turismo” sobre una de las señales de madera. La pandemia había ayudado a controlar la visita masiva de turistas al sitio, pues según Nilson habían tenido días de 400 personas en las termales, un número no amigable con el frágil ecosistema del terreno.

A medida que íbamos ganando altura comenzó a ser apreciable la desaparición de los grandes arbustos para darle pazo a los protagónicos frailejones. Miles de ellos empezaron a hacerse notar, sin lugar a dudas era uno de los páramos más conservados que había visitado. Nilson continuó su recorrido hacia la Laguna Negra y Laguna Corazón donde pudimos apreciar un par de ejemplares de cuatro metros de altura y una edad aproximada de 200 años. Lola la incansable perra de Thomas estaba dichosa de corretear a nuestro lado en esta gran fábrica de agua sin restricción alguna.

La parada de descanso en la laguna fue aprovechada por Vargas nuestra acompañante de grupo, una mujer criada en uno de los resguardos indígenas del Cauca para hacer un pagamento, una especie de ritual de agradecimiento a la madre tierra por sus bondades y perdón por los abusos. Sacó de su bolso un gigantesco tabaco y empezó a aspirarlo larga y pausadamente para obtener la mayor cantidad de humo y lo liberó lentamente, a la misma velocidad que se desplazaba la neblina sobre la laguna. Tenía la precaución de mover delicadamente el tabaco sin sacudirlo, tratando de mantener las cenizas adheridas hasta que este se consumió por completo.

El ritual acabó en silencio. Vargas y su acompañante nos compartieron dulces de su región y proseguimos la caminata en busca del manantial de agua termal que da formación a la cascada de siete colores, llamada así por la combinación cromática entre algas, plantas, rocas y minerales. El característico olor a azufre empezó a ser latente durante el recorrido del corredor de agua termal de más de cien metros de longitud e igual número de fotografías. continuamos el descenso por otro camino en busca de la piscina natural. Nuestros brazaletes fueron chequeados en la caseta y fuimos recibidos con una caliente taza de aguapanela con queso. Infortunadamente para los visitantes la temperatura del agua no era lo suficientemente caliente haciendo que se demoraran muy poco en la piscina.

Comenzamos a bajar a mediodía y con algo más de confianza preguntamos a Nilson sobre su trabajo. Era un jornalero agrícola, criado en la zona que atendía las necesidades de las fincas aledañas, pero pertenecía a una asociación de guías de la zona que prestaba sus servicios a la termales cuando era solicitado su servicio de guianza, siendo mejor retribuido económicamente por su día de trabajo. Gastamos veinte minutos hasta la carretera, comimos nuestro almuerzo encargado desde Santa Isabel y emprendimos con algo de lluvia el ascenso hacia el Alto de Ventanas.

La fuerte neblina nos impedía ver la ruta, estábamos subiendo, pero sin ver más allá de nuestras narices, situación favorable pues pedaleamos los once kilómetros en algo menos de dos horas.

En el alto había una rustica construcción de ladrillo y vidrio. Enrique nos invitó a pasar para escapar de la brisa helada, sirvió los tintos y le manifestamos nuestra necesidad de comida y cama. Nos mostró su única habitación de huéspedes forrada parcialmente con papel periódico para evitar el frío. El techo lo había reconstruido con viejas tejas de zinc y le había puesto una división de madera como improvisado cielo raso mostrando con huellas de moho el ineludible paso de las goteras.

Con solo dos camas disponibles, acomodamos dos colchones en el piso. La casa no tenía energía eléctrica y Enrique tenía que caminar hasta la finca más cercana -a media hora- a cargar la batería de su teléfono celular, pues debía hacer una llamada con premura, Thomas encendió su camioneta y le puso a cargar el celular mientras pelaba las papas para hacernos el caldo.

Enrique nos comentó de una laguna a media hora con posibilidades de pesca. Salimos con Erik a buscarla. Seguimos las indicaciones dadas y después de cuarenta minutos de caminata a buen paso sin encontrarla, decidimos abortar su búsqueda y regresar por otro camino a la casa. Era un antiguo carreteable que con construcciones de alcantarillas cada cien metros que fueron insuficientes para alguna temporada invernal que destruyó por completa la vía dejando incomunicada una vereda de la zona.

Pudimos apreciar la base del Nevado del Ruiz con su fumarola camuflada en las nubes y un poco antes de las seis de la tarde llegamos de nuevo a la casa. Enrique nos recibió con su reconfortante caldo de papa con huevo y procedimos a repartirnos las pocas cobijas para los cinco. Wilmer estaba con mucho frío, no encontró acomodo en toda la noche. El único que durmió abrazado a algo caliente fue Thomas que intercambiaba periódicamente la posición de Lola entre sus pies y su pecho.

 

Día 7: Ventanas – Villa maría – Hostal la Laguna

Fue una larga y fría noche, nos paramos muy temprano para desentumirnos. El sol comenzó a aparecer veinte minutos antes de las seis y caminamos hacia la montaña detrás de la casa para obtener una de las mejores vistas que haya tenido del nevado en años. Los frailejones erguidos mirando el sol parecían estar en un ritual sagrado de ofrenda al astro rey, mientras a nuestra espalda la fumarola del Nevado del Ruiz se dejaba ver solitaria e imponente. A medida que subía el sol, el azul cielo comenzó a ser el protagonista de las fotografías. A mi descenso de la montaña encontré desafortunadamente tirado junto a la carretera lo que será por lo próximos años el nuevo elemento contaminante de nuestro entorno, los tapabocas.

Enrique se despidió de nosotros, iba a recoger su encargo vía a Murillo, nos enseñó los trucos para cerrar la puerta y nos alistamos para seguir pedaleando. El frío fue implacable con Wilmer, su mala noche le imposibilito montar al inicio con nosotros, pues debía soportar la helada brisa de la mañana. Erik y Thomas comenzaron a pedalear con sus chaquetas acompañados por Lola quien podía correr a su lado los tramos en subida. Una hora después paramos en el mirador del río Azufrado, sitio por donde bajo la avalancha tras la erupción del volcán Arenas en el Nevado del Ruiz el 13 de noviembre de 1985.

La temperatura había mejorado ostensiblemente, considerando que aún seguíamos en el páramo. Wilmer bajó la bicicleta del carro y en cuestión de minutos nos alcanzó. Pedaleamos hasta la Bodega del Sifón donde Daney -su propietario- nos confirmó que, por ser domingo 24 personas habían pasado allí la noche, pues era el sitio de entrada a las Termales Aguas Calientes. Comimos algo de su tienda e iniciamos el descenso hacia la entrada del Parque Nacional Natural Los Nevados, que tenía restringido el acceso por pandemia. De tal manera que debíamos bajar a Villamaría- Caldas a 1814 msnm, para poder ascender por el lado de Santa Barbara nuevamente a 4000 msnm.

En condiciones normales -entiéndase no pandemia- se hace la travesía atravesando el parque por la parte superior. Mi anterior experiencia había sido en 1993, caminando desde el refugio del Nevado del Ruiz, pasando por el cráter de la Olleta, el centro de visitantes del Cisne, el Nevado Santa Isabel y la Laguna del Otún. Tenía la ilusión de volver a pescar un par de truchas en la laguna por lo que dar la vuelta bajando y volviendo a subir, no me importaba.

En el prolongado descenso encontramos muchos ciclistas dominicales pedaleando en sentido contrario. Paramos en algunas termales y en el Santuario Scout la Gruta, el sitio de homenaje a los once Scout muertos en una expedición al Nevado del Ruiz el 18 de mayo de 2016 cuando se bañaban en las aguas del río Chinchiná y una creciente súbita los arrastro.

Entramos a Villa María a la una y media de la tarde, compramos pollo para almorzar en el parque y después de un breve descanso iniciamos a pedalear subiendo, teníamos que volver a ganar altura. Una hora después llegamos hasta el desvío del Hostal la Laguna, eran las tres y veinte de la tarde y nos faltaban catorce kilómetros. Wilmer coloco el paso en un terreno de pendiente moderada y llegamos una hora más tarde hasta la entrada de El Nido del Condor un glamuroso glamping al cual estaban invitados Erik y Thomas por su negocio de turismo. Era al otro lado de la montaña y tendrían que pasar montados en una canasta colgante.

Los dejamos y continuamos en el carro hasta el Hostal La Laguna a dos kilómetros de allí. Alexandra su dueña nos recibió en su finca multipropósito, con animales, ganado y hospedaje. Alexandra estaba agotada, había tenido mucho trabajo por ser domingo, solo tenía un par de huéspedes, pero las personas que le ayudaban en el arreglo de las habitaciones ya no estaban. Tomamos las dos únicas habitaciones que estaban listas con cama compartida. Una para mí y Wilmer y la otra para Julián y Andrea -su novia- quien vendría a visitarlo después de manejar seis horas desde Ibagué.

Nos aseamos, recorrimos un poco el lugar, pero sin suerte para las fotografías por falta de luz. Alexandra nos pidió solicitar el menú de la comida antes de las seis para poder ordenar su ejecución y tenerlo listo una hora después. Me encontré con Repollo -Víctor- un amigo de Bucaramanga de una tienda de bicicletas de montaña que estaba con Natalia su esposa y su pequeña hija también pasando la noche en el lugar. Nos programamos para cenar juntos y charlar un rato sobre la travesía.

La comida fue realmente fabulosa. Andrea llegó a las ocho de la noche. Thomas le había dado una botella de vino a Julián y la compartimos en honor a su amada por haber manejado de noche sola en carretera desconocida y destapada. Disfrutamos esa copa al lado de la fogata que nos preparó Alexandra. Como Erik y Thomas tenían programada la visita de avistamiento de cóndores para las nueve de la mañana, no tendríamos premura de madrugar al día siguiente. Hablamos de turismo, de bicicletas, de antiguas aventuras y apagamos el fuego a las once y media de la noche.

Sin duda alguna fue una gran recompensa tener ese sitio para pasar la noche, la mejor de todo el viaje y mucho más después de haber dormido mal y con frio en Ventanas. Pero las travesías son así algunas veces se pueden planificar y en otras hay que improvisar pedir ayuda y tomar las cosas como vengan, sabiendo siempre que en el nuevo día se tendrá que pedalear de nuevo.