Volcanes y Termales. Parte 3

El acceso a la laguna del Otún también estaba restringido. A nuestro parecer se está manejando los parques naturales en el país de una manera equivocada. Solo se están estableciendo medidas restrictivas para controlar el acceso y ser manejado por operadores privados, pero no hay instituidos programas educativos donde se le pueda dar capacitación a los visitantes sobre preservación y conservación de nuestras áreas protegidas, su flora y fauna.  

Represión vs Educación. Colombia 2021

Erik había completado su séptimo día de travesía en bicicleta. Nunca había estado en una de más de cuatro días y mucho menos a un ritmo diferente, donde no se baten récords, donde se carga peso extra y no todo sale como se planea. La suerte de encontrar colombianos del común que están prestos a ayudar es invaluable y siempre hace parte de este tipo de viajes donde le damos prioridad a sus vivencias, a su cotidianidad y tratamos de convertirlos en protagonistas de nuestras rutas. Estábamos nuevamente los dos solos afrontando la ruta con unas piernas que se resistían a empezar a pedalear en dura subida después del agradable descanso, pero sabiendo con certeza que lo que pasara en los próximos días ya sería ganancia.

 

 

Día 8: Hostal la Laguna – La Fonda

El dormir en el hostal fue completamente reparador. Despertamos con el jocoso hablar de la lora de Alexandra cuando todos sus empleados ya estaban ocupados en sus respectivas labores. Habían entregado la leche al camión recolector con el buey, estaban arreglando habitaciones y las señoras de la cocina estaban preparando los desayunos. Pasamos a la mesa y mientras éramos atendidos por Alexandra, ella nos sugirió ir de caminata hasta la cascada Molinos situada en su propiedad a kilómetro y medio de la casa.

Alexandra nos entregó los bordones de bambú, la seguimos por el sendero hasta el primer mirador del cañón donde teníamos una gran vista desde la parte superior de su grandiosa cascada. Repollo quería hacerle unas tomas con el dron así que continuamos bajando para observarla desde abajo. El abundante caudal hacía más fotogénica la caída de agua con unos sesenta metros de altura. Alexandra estaba muy orgullosa de poder contar en su propiedad con ese atractivo turístico y tenía toda la razón para estarlo. Después de varios minutos de contemplación emprendimos el regreso a la casa pasando directamente a la parte trasera de la finca a conocer el fruto del esfuerzo de los últimos años de Alexandra, sus cabañas para huéspedes y una especial al otro lado del camino con mágica vista al cañón por donde vuela con regularidad el cóndor.

Pasadas las once de la mañana Julián bajó a recoger a Thomas en el carro. Erik llegó en su bicicleta a mediodía sin haber podido ver los cóndores. Comimos algo de la cafetería, nos despedimos de nuestros amigos y decidimos ponernos en marcha para poder ganar algo de altura en el camino.

El ascenso fue constante en un terreno firme que presentaba algo de barro producto de la lluvia de la noche anterior. La llovizna que habíamos tenido durante la última media hora del recorrido empezó a hacerse más fría y persistente. Tuvimos que parar a ponernos las chaquetas y continuamos hasta las cuatro de la tarde cuando el granizo impidió nuestro avance. Nos resguardamos en La Fonda, el parador de la hacienda ganadera a 3490 msnm. Laura Mayerli -la encargada- nos invitó a calentarnos dentro la casa, era una mujer muy joven oriunda del Tolima, pero Manizaleña por adopción, con marcado acento caldense al igual que su amable atención ante la inesperada visita.

Continuar pedaleando era inconveniente, no llegaríamos a nuestro destino por la hora y el clima, le solicitamos posada a Laura y ella dijo que no tenía problema alguno. Esperamos por Jonatan su esposo y nos acomodaron en la cama doble de la habitación de huéspedes. Mientras Laura preparaba la comida, les contamos del recorrido en nuestro viaje y de antiguas experiencias en bicicleta. Jonatan estaba atento, aunque un poco quejumbroso por su dolor de pie, había sido pisado por una vaca en su trabajo como ordeñador suplente en la hacienda. Le ofrecí el ungüento veterinario que siempre llevo en los viajes y Gonzalo -el inseminador- que vivía con ellos sacó a relucir sus dotes de sobandero y con gran destreza ajusto los tendones del pie aliviándole el dolor a Jonatan. La jornada de ordeño comenzaba todos los días a las tres de la mañana y terminaba antes de las siete. Jonatan debía madrugar por lo que paramos la rica charla y fuimos a la cama antes de las ocho de la noche.

 

Día 9: La Fonda – Santa Rosa

La noche pasó rápido. Dormimos bien abrigados y lo suficiente como para despertarnos a las cinco de la mañana. Jonatan ya había salido a ordeñar y Laura jugaba con sus gatos en el cuarto. El cielo estaba gris y la sensación térmica afuera estaba por debajo de los ocho grados centígrados. Esperamos un buen rato a que se despejara el horizonte e iniciamos el ascenso a las seis y media. La fuerte granizada de la tarde anterior había hecho que el paisaje se tornara blanco cubriendo los cerros del Cisne y la Olleta. La tonalidad del cielo cambiaba brevemente regalándonos fugaces azules y la recurrente exclamación de Erik ante mis preferencias climáticas, —“Ese es el clima de páramo que te gusta Pablo”.

A las ocho de la mañana llegamos al portillo cerrado de la vía al Nevado Santa Isabel. Escuchamos un carro que se acercaba desde el otro lado de la montaña y decidimos esperar a preguntar por el acceso. En el vehículo 4×4 viajaban el conductor, un par de extranjeros y la operadora turística quien nos dijo que solo se podía utilizar esa entrada previa autorización de Parques Nacionales, que debíamos seguir el camino por donde ellos venían hasta la entrada de la laguna donde estaban los funcionarios.

Seguimos por el serpenteante camino, pasando por la entrada de la hacienda Potosí, dejando atrás la increíble vista de los cerros nevados. A las nueve de la mañana llegamos a la rustica talanquera de madera y bambú que impedía el paso de vehículos por la carretera. Pusimos a un lado nuestras bicicletas y nos dirigimos a las oficinas de los guarda parques en la cabaña Potosí a 3850 msnm. El acceso a la Laguna también estaba restringido. Solo se podía entrar con operador turístico en paquetes previamente reservados, con seguro individual para el día de la visita y como si fuera poco no se podía entrar en bicicleta. Los sueños de pesca en el Otún fueron frustrados.

La gigantesca valla de madera con el “BIENVENIDOS” dejo de cumplir su función. Solo nos quedaba revisar en su mapa las anteriores rutas que habíamos hecho en su territorio y continuar nuestro descenso. Solicite información a los guardaparques sobre el animal que había visto cerca al río Recio en la vía a Murillo. Ante mi descripción me hicieron pasar a la oficina a identificarlo en uno de los afiches de grandes mamíferos del Parque. Inmediatamente lo pude reconocer, era el número 7, se trataba de una Taira (Eira Barbara), un mamífero carnívoro y omnívoro, pero bastante esquivo y muy difícil de ver.

Los guarda parques debían salir a hacer su ronda a caballo por la laguna, nos despedimos de ellos y continuamos nuestra ruta. Tomamos la vía a Santa Rosa y en el descenso paramos en la finca el Bosque, Diana su encargada nos dijo que más abajo en el Porvenir conseguiríamos algo de comer. El Porvenir era una importante hacienda lechera con infraestructura para atender turistas en temporada y preparación de alimentos.

Lucia, era la encargada de preparar las comidas para los empleados del Hato lechero. Era una menuda y habladora mujer oriunda de puerto Boyacá que llevaba un año en la zona. En pocos minutos nos contó del impase que tenían con los pocos alimentos que nos podían ofrecer, solo arepa con huevo y queso. Llevaban tres meses sin salario y sin las posibilidades de hacer buen mercado por culpa del antiguo administrador de la hacienda quien había recibido el dinero para el pago de empleados y había huido hacia el Caquetá, dejando a los dueños del lugar con un gran hueco económico para buscar dinero y poder pagar a sus empleados. Lucia nos contó que al Porvenir lo tomaban los turistas como punto de partida para subir al nevado. Los operadores turísticos la llamaban para coordinar con anticipación la preparación de comidas para sus clientes y de como casi siempre facilitaba chaquetas y botas para los más inexpertos.

La expresión de su rostro cambió al referirse a los turistas arrogantes y displicentes, que en mala actitud llegaban a solicitarle su desayuno como en “restaurante fino” -según ella- antes de subir, para después de un par de horas verlos totalmente desencajados, pálidos y “mansitos” a causa del soroche en el páramo y rematarlos con un almuerzo de infaltables frijoles rojos que siempre pedían los guías.

La divertida Lucia sirvió los desayunos y nos entretuvo con las historias de su familia, del trabajo de su marido como ordeñador en la finca y de lo inquietante para sus hijos de estudiar por internet sin tener la posibilidad de verse con sus compañeros de colegio veredal.

Según la señalización de la ruta, ese tramo de la vía era muy frecuentado por los amantes de la observación de aves, estábamos pasando por el hábitat del Lorito de Fuertes y otro centenar de ellas. Tratamos durante quince minutos de enfocar un par de inquietos pájaros que revoloteaban de cacería sobre una rama a diez metros de distancia y comprendimos inmediatamente la paciencia que deben tener los amantes del avistamiento de aves para lograr sus esplendidas fotos.

El descenso siguió hasta una de las innumerables quebradas de agua fría y cristalina que bajaban de la montaña donde aprovechamos para refrescarnos y degustar unas oportunas costillas de cerdo ahumadas de un paquete empacado al vacío que Thomas le había dejado a Erik el día anterior. Era el picnic perfecto, agua, naturaleza, aves y buena comida, pero debíamos seguir bajando.

Llegamos al desvío de la entrada a las termales de San Vicente y continuamos por la vía principal hasta el parador Canoas con una espléndida vista sobre las montañas, el cañón y el río. Pedimos batidos de frutas, torta de trucha y entramos en fase contemplación y agradecimiento por tener la oportunidad de estar en un país que con pocos kilómetros de recorrido en bicicleta permitía tener una topografía diversa, suerte con la que no contaba Erik en Holanda.

Atravesamos la montaña por unos hermosos caminos después de algunos columpios en la ruta. Queríamos tener una última noche de travesía relajada y sin imprevistos, por lo que paramos a las cuatro de la tarde en el hospedaje El Mirador, cinco kilómetros antes de las termales de Santa Rosa.  Guillermo -su servicial y amable propietario- nos mostró sus instalaciones y nos dejó escoger los cuartos. Atendió a sus únicos huéspedes con cerveza muy helada en el patio de su propiedad para brindar por el buen balance de nuestra travesía de reencuentro.

Una buena ducha, un breve descanso, las llamadas a casa, ropa limpia, un poco de televisión y hacia las siete de la noche nos encontramos en el comedor para disfrutar de una sencilla comida casera elaborada por Guillermo quien definitivamente se esmeraba en atender a sus huéspedes. Los meses que duró inactivo por la pandemia los uso para mejorar sus instalaciones, pero ante la falta de recursos para sostener un negocio familiar que vivía del turismo, tuvo que ingeniárselas para hacer pequeñas reuniones privadas, con la fortuna de estar retirado del pueblo y la comprensión de las autoridades policiales en sus necesidades de subsistencia.

El plan de fogata y charla hasta tarde se vio suspendido por cuenta de la lluvia, habíamos pensado dormir un poco más el último día de travesía, pero ante las circunstancias decidimos coordinar los desayunos con Guillermo para las seis de la mañana y salir temprano. Después de un ensordecedor trueno se fue La energía eléctrica, así que no quedo más remedio que descansar en nuestras habitaciones.

 

Día 10: Santa Rosa – La Florida – Circasia

Guillermo madrugó a prepararnos los desayunos. Muy a las seis ya estábamos en el comedor disfrutando de los alimentos y manifestándole que en nuestros baños no había agua. El torrencial aguacero de la noche anterior había roto las tuberías veredales y entonces tuvimos que disponer del agua almacenada en un tanque con un balde. Nuestro pedaleo del último día de travesía comenzó a las seis y media de la mañana tomando la embarrada vía a las termales en un constante sube y baja de montañas bañadas por abundantes cascadas fácilmente apreciables a la distancia. La ruta atravesaba las plantaciones de árboles de eucalipto de una empresa maderera, encontrando bosques frondosos, zonas recién sembradas y otras recién taladas con las trozas de madera a un costado de la vía.

La bicicleta de Erik comenzó a tener problemas con sus frenos de disco, llevábamos dos horas de pedaleo y la rueda delantera parecía estar frenada, paramos a tratar de ajustarlos en la tienda de la vereda Samaria Alta. Según la señalización de la zona estábamos en la Ruta de los Caminos Reales de Quimbaya, en el tramo denominado Guayalak -Colibrí sagrado de la noche-, debíamos continuar por el desvío a La Florida, un turístico pueblo a 25 kilómetros de Circasia.

Con un ajuste provisional en su rueda, Erik decidió seguir adelante, ya quería llegar a casa. Entramos de lleno al proyecto maderero con el ruido de fondo de las motosierras cortando árboles. Atravesamos un par de quebradas y tomamos el tramo de ruta Kuyarek -Diosa Tierra-. Encontramos un par de ciclistas de Santa Rosa de Cabal que venían haciendo la ruta en sentido contrario, nos indicaron nuestra proximidad al tramo Tupinamba -diosa de la floración y la cosecha- y la llegada en treinta minutos a La Florida.   

Las construcciones del pueblo reflejaban ser el destino de fin de semana para los habitantes de Pereira. Solicitamos indicaciones para buscar el taller de bicicletas y atravesamos el pueblo en su búsqueda infructuosamente. Llamamos al número telefónico de emergencias para ciclistas que encontramos en una señal sin respuesta alguna. Tendríamos que seguir con el problema de frenos en la bicicleta de Erik.

Nos faltaba por realizar el ascenso al alto del Manzano y luego tomar la vía pavimentada de la Autopista del Café hasta la casa de Erik en Circasia, por lo que decidimos tomar un temprano almuerzo en uno de los restaurantes de la plaza y afrontar con energía suficiente el tramo final. Cruzamos una nueva montaña entre cultivos de papa, cebolla, invernaderos, eucaliptos de reforestación, un par de tiendas cerradas y unos helados de palito. Tomamos rápidamente la amplia autopista con bajo flujo vehicular debido a la hora y pedaleamos con más ganas que nunca.

A las dos y media de la tarde estábamos tocando la campana en el portón de la finca. Saskia y Dalia corrieron a besar y abrazar a su padre. Repetimos la foto del inicio de travesía, un poco más cansados, sucios, sin uniformes y con la ausencia de Mario, pero con la satisfacción de haber recorrido 500 kilómetros en un constante sube y baja de montañas, sabiendo que lo que bien empieza, bien termina.

La tarde fue corta para contar las anécdotas de los diez días de viaje, lavar ropa, limpiar bicicletas, descargar fotos y desgranar frijoles de la huerta de Patricia. Yo debía regresar al día siguiente por lo que Erik me ayudo a comprar el tiquete de bus en línea a Bucaramanga. Antes de la cena miramos en familia las fotos en el computador, reímos, nos asombramos y como Erik decía: —“Esta es la mejor manera de revivir el viaje de nuevo”.