Volcanes y Termales. Parte 1

La ruta Volcanes y Termales en bicicleta fue planificada por Erik desde el 2020. La pandemia y las restricciones departamentales en Colombia hicieron que fuera postergada muchas veces. El nuevo desafío, como fue llamada nuestra aventura se dilato por varios meses hasta que la necesidad del reencuentro hizo que le pusiéramos fecha de salida definitiva estrenando el mes de febrero.

COlombianos VIajando Diariamente. 2021

Después de la consabida negociación del sobrecosto por el aforo de las bicicletas, La salida partió desde el terminal de Bucaramanga el viernes 29 de enero en el bus de las siete de la noche rumbo a Armenia. Mario -Odontólogo santandereano- iría en remplazo de Jaime quien no nos pudo acompañar debido a una cirugía de hernia inguinal. El bus venia desde Cúcuta con el cupo completo, se bajaron unos y nos subimos otros. Dos horas después de soportar el doble tapaboca -uno de ellos N95- y confinados al espacio del bus con unas treinta personas, pude comprender lo que tiene que resistir a diario el personal de la salud que trabaja en los hospitales, tomando todas las medidas de precaución necesarias para evitar contagiarse y poder atender a todos los pacientes en sus abarrotadas salas.

 

 

El reencuentro

El trayecto inicial fue fluido. A la una y media de la mañana arribamos al terminal de Honda donde se realizó un nuevo intercambio de pasajeros, continuando el periplo hacia Ibagué por el alto de la línea. El destino estaba cerca, los pasajeros para Armenia empezaron a despertarse y alistarse para descender, entre ellos había una familia de venezolanos que viajaban junto a su hija de unos siete años quien cantaba sin cesar el coro del villancico “Mi Burrito Sabanero” y preguntaba a su madre una y otra vez donde dormirían en la noche.  La cara de la madre nunca reflejó respuesta alguna. Un poco antes de las siete de la mañana el bus entró al terminal de Armenia. La familia de venezolanos se tomó de la mano con sus pocas pertenencias y se dirigió hacia la salida del terminal sin rumbo determinado.

Tuvimos que esperar a retirar las maletas y carga delante de las bicis para poder sacarlas del compartimento. Erik llego al terminal un par de minutos más tarde. Ya era una realidad, después de 17 años haríamos de nuevo una ruta. Montamos las bicicletas en el campero y nos dirigimos hacia la finca hotel El Palmar en Montenegro-Quindío, a conocer el proyecto en el que había estado trabajando desde el año 2016.

La arquitectura de su hermoso hotel campestre, reflejaba las costumbres tradicionales quindianas, materiales, colores y espacios. Departimos allí todo el día, conociendo sus alrededores y en la piscina jugando con las niñas. Pasada las cuatro de la tarde nos fuimos hacia su residencia en la Finca el Mirador de Circasia, donde Erik como buen padre nos aplicó cristales de sábila en nuestra quemada piel.

La entretenida comida familiar fue ambientada con las historias de la llegada de Erik desde Holanda a finales de 2003 a Colombia, nuestro encuentro en el cocuy en el 2004, su viaje a Bucaramanga a recorrer otra parte del país y el conocer a Patricia -su esposa-. De cómo todas las cosas fueron fluyendo hasta que se asoció con Thomas Doyer y montaron la agencia de viajes DE UNA Colombia tours encargada de traer turistas extranjeros a conocer el país de la mano del holandés más colombiano que existe.

El recorrer gran parte del país le dio a Erik la posibilidad de planear su vida en el campo entre las montañas y cerca de los nevados. Junto a su esposa y sus hijas Dalia y Saskia dedican parte del día a tener una finca autosuficiente con cultivos de café, mazorca, bananos, frijoles, un par de vacas para la leche y unas cuantas gallinas para sus huevos. Por cuenta de la pandemia decidieron traer a vivir a doña Rosalba -su suegra- a Circasia y esperar a que se reactive su negocio cuando las condiciones restrictivas de ingreso al país para turistas extranjeros mejoren.

 

Día 1: Circasia – Salento – Toche

La familia salió a despedirnos y desearnos suerte en el camino. A las seis y quince de la mañana partimos rumbo a Salento uniformados con las camisas azules hechas por Erik. Descendimos la montaña hasta pasar un par de túneles de la antigua vía férrea y llegar a una carretera paralela por algunos metros al río Quindío. El ascenso al pueblo lo hicimos lentamente, soltando musculo y haciendo el inicio de las innumerables paradas fotográficas que tendría el recorrido.

A la entrada del pueblo encontramos uno de los tantos avisos indicando las medidas de bioseguridad y control de ingreso al pueblo. Afortunadamente era lunes y la afluencia de turistas era escasa. Las coloridas casas engalanaban todas las cuadras del poblado hasta llegar a su parque principal donde decidimos desayunar con fruta mientras hablábamos con los conductores de los tradicionales Willys, quienes nos confesaban que a la gran mayoría ya les han cambiado el antiguo motor por unos diésel más modernos y eficientes para el trabajo en las escarpadas vías. Después de comprar algunos alimentos para el viaje, Erik nos llevó hasta el mirador del valle de Cócora. Intercambiamos fotos con un par de turistas y hablamos con Myriam la persistente vendedora de artesanías quien nos resumió en pocos minutos lo que fue subsistir sin ventas durante casi cuatro meses de confinamiento y la ausencia de turistas al mirador.

Un par de kilómetros a la salida del pueblo, Erik realizó una parada para visitar a su amiga española Cristina Zander, dueña del hermoso hotel Gran Azul. Cristina nos contó que después de ocho meses de ausencia de clientes el negocio se estaba empezando a reactivar, pero ajustándose a la nueva realidad económica. En Salento la competencia de precios de los hoteles era difícil, pues habían bajado drásticamente las tarifas para tratar de atraer a los pocos turistas que empezaban a viajar de nuevo.

En continuo ascenso debíamos llegar al alto de la línea, pasamos algunas quebradas, la antigua construcción de la plaza de toros y dos áreas naturales protegidas, los predios Sestillal y El Tablazo. Un aviso de carretera nos informó que estábamos a un kilómetro de El Rocío, era el parador de los ciclistas sobre la ruta. Dejamos nuestras bicicletas a un costado de la vía y subimos caminando hasta la casa. Preguntamos si tenían almuerzo y la encargada se ofreció a organizarnos algo.

Nos sirvieron tres mini almuerzos con media sopa, una porción de arroz, ensalada de atún, huevo frito y refresco. Repetimos bebidas y preguntamos a la señora cuanto debíamos. La respuesta nos dejó atónitos, 20.000 pesos cada uno, no lo podíamos creer, era un cobro exagerado, le replicamos a la señora que los almuerzos eran pequeños y ni si quiera tenían carne. La señora sin dirigirnos la mirada y casi que evadiéndonos dijo que esa era la tarifa impuesta por la dueña del lugar. Nos parecía increíble lo que estaba pasando en el primer día de travesía con el abusivo cobro. Insistimos en que nos parecía absurdo esa cantidad de dinero por el insuficiente y poco proteico alimento recibido y decidió descontar 5.000 pesos por no tener carne. Pagamos los 45.000 y salimos del lugar agradeciendo solo por formalidad.

Tomamos nuestras bicicletas y continuamos los cuatro kilómetros restantes de ascenso, sabiendo que jamás recomendaríamos ni volveríamos a parar en El Rocío, pues creemos tenían errado el concepto de reactivación económica, cobrando exageradamente a sus pocos clientes.

Llegamos al alto de la línea bordeando las tres de la tarde e iniciamos el descenso al bosque de palmas de cera más grande de Colombia, con palmas que pueden crecer hasta sesenta metros y vivir cien años, las cuales se ven amenazadas por la explotación ganadera que permite tumbar el bosque y dejarlas en pie, quitándoles la posibilidad de reproducción natural que ofrece el bosque nativo. Palmas y más palmas hacia donde mirábamos, era un increíble espectáculo natural. Erik me llevó a explorar un bosque que había visitado años atrás donde se podía apreciar claramente la importancia de la interacción de la palma con otras especies para su conservación.

La bajada hacia Toche era de cuidado por el estado de la vía. En el camino pregunté indicaciones a Jorge un motociclista que viajaba en sentido contrario sobre la distancia al pueblo augurándome la cercanía y entregándome la tarjeta de las termales naturales de Alexander. Mario y Erik estaban esperándome en una tienda donde les conté de la sugerencia hecha por el motociclista coincidiendo con los planes que tenía Erik para dormir. Bajando por el irregular camino había encontrado unas gafas de sol que le regale a Sarita -la hija de la tendera- las cuales no dudo en lucir en su foto al lado de Erik.

El tamaño de la piedra suelta dificultaba el descenso con el peso de las alforjas, logré esquivar lo que más pude hasta que un ineludible pinchazo me detuvo pasadas las cinco de la tarde. Rápidamente Mario y Erik me ayudaron a cambiar el neumático y al momento de partir llegó un grupo de cinco ciclistas de Calarcá que también bajaban para Toche. Les di una de las tarjetas de las termales y nos dijeron que ya tenían reserva en el lugar.

El tortuoso camino lo hicimos en grupo, uno de los ciclistas empezó a recoger prendas por la trocha que resultaron siendo de Mario a quien se le había abierto su maleta. Llego la hora de poner las linternas y ayudar a los nuevos compañeros que solo llevaban dos lámparas. Un extraño ruido empezó a generar mi bicicleta, no sabía que lo producía y el golpeteo me llevo a pensar que se había soltado alguna de las alforjas. Paré a revisar encontrándome con la desagradable sorpresa que se había partido uno de los soportes principales a la parrilla.

Estaba oscuro y relativamente cerca del pueblo, así que opte por continuar bajando y tratar de buscar una solución con más calma. Llegamos a las siete de la noche a Toche y en un montallantas compré un trozo de varilla cuadrada para hacer un refuerzo. Le pedí el favor a Mario que me la guardara y fuimos a buscar la posada con termales a las afueras del pueblo.

Alexander -el dueño de las termales- iba de salida, su celular no tenía señal y se sorprendió al ver a los ocho ciclistas, solo le habían hablado de cinco y sin confirmar. Fue al pueblo consiguió un pollo y le pidió a Adriana -su empleada- que nos preparara caldo de pollo con arepa. Gustavito -otro empleado de Alexander- nos buscó colchonetas y unas cuantas cobijas. Nos repartimos en dos habitaciones de la casa, los cinco de Calarcá en una y nosotros en la otra.

Mientras Adriana nos preparaba la comida fuimos a visitar las termales situadas a unos 800 metros de la casa. Una pequeña pileta de agua templada donde escasamente cabíamos parados, a su lado una piscina de mayor tamaño, pero con el agua más fría. Don Alexander me llevó con luz de linterna a conocer la más caliente a un kilómetro del lugar. Me contó de las inversiones que había tenido que hacer para adecuar su finca para los turistas y la mala racha que le toco por motivos de la pandemia.

Regresamos a su casa donde disfrutamos la cena, intercambiamos números de teléfonos y programamos la preparación del desayuno para las seis de la mañana. Negociamos el precio de las comidas con Alexander a 6000 pesos cada una, un precio completamente razonable y 20.000 el hospedaje con derecho a baño termal. Les contamos a nuestros compañeros el episodio del almuerzo en El Rocío e igualmente se sorprendieron por lo que tuvimos que pagar allí, perdiendo sin lugar a dudas otros cinco clientes.

 

Día 2: Toche – Machín – Ibagué

El temprano despertar tenía un propósito especifico y era poder reparar la parrilla. Pregunté a Mario por la varilla diciéndome que estaba en el cuarto, lo revolcamos por completo y nunca apareció. Tuve que recurrir a un trozo facilitado por Alexander y otra más corta que me consiguió Erik para reforzar el otro lado. Saqué de mi bolso de herramientas lo necesario para la reparación, alambre, cinta aislante, cinta gris y un par de tornillos, Erik comprendió él porque del peso de mi equipo.

Adriana nos solicitó el pasar a desayunar y lo hicimos gradualmente mientras terminábamos de alistar nuestras maletas, bicicletas y cancelar el servicio a Alexander. Unas cuantas fotos de despedida y salimos a rodar a las nueve y veinte de la mañana regresando a Toche para poder tomar la subida hacia el Machín.

Las maletas de Mario nunca encontraron acomodo en su parrilla, rozaban los radios y constantemente tenía que parar para acondicionarlas de nuevo. A las once de la mañana llegamos a la tienda del cruce del Machín, allí Mario decidió quitar las alforjas e intercambiarlas por un par de refrescos y unos paquetes de papas fritas con el tendero quedándose solo con la maleta superior. Mientras reacomodaba su equipaje, decidimos ir hacia el cráter del volcán tomando el desvío por una vía en mantenimiento con mucha tierra suelta que demoro más de lo esperado nuestro ascenso hasta la finca de don Genaro el guardián del Cráter. Don Genaro vive hace muchos años en el cráter donde hay una estación sismológica que reporta directamente a Manizales el comportamiento diario del volcán.

Tardamos unos veinte minutos en bajar a la vía y continuamos la ruta para buscar a Mario en el restaurante El Buen Comer, ubicado a unos dos kilómetros de la tienda. Después de almorzar Erik me llevó caminando hasta buscar el desvío de las termales la Florida donde se encuentra una figura amorfa de colores llamada La Muñeca, formación hecha de manera natural por los minerales del agua termal de la zona.

Nuestra ruta debía continuar. Mario y yo iniciamos a pedalear pues Erik nos alcanzaría con facilidad bajando. Veinte minutos más tarde en la cascada Erik se percató que no tenía su billetera en el bolso, dio media vuelta a su bicicleta y emprendió rauda carrera subiendo hasta el restaurante y nosotros detrás. Mario se encargó de mirar al lado izquierdo de la vía y yo del derecho. Preguntamos en las casas y a un par de motociclistas por la cartera azul obteniendo respuesta negativa.

Erik venía de regreso con la molestia de haber perdido sus documentos. Volvimos a bajar lentamente con la mirada en el piso buscando infructuosamente la billetera. Al llegar nuevamente a la cascada aceleramos el paso con el objetivo de llegar a Tapias un pequeño caserío antes de Ibagué. Paramos a reacomodar la maleta de Mario haciéndole un buen amarre cuando apareció el Mixto -camión de carga y pasajeros- con ruta hacia Ibagué. No lo dude y en un par de minutos teníamos las bicicletas en la parte trasera del camión. Mario y Erik cuestionaron un poco mi decisión, pero con el transcurrir de las horas y el colaborar a cargar con lulo y habichuela el camión se dieron cuenta que fue acertada pues nos faltaban muchos kilómetros de vía en mal estado.

Nos pasamos a la sección de pasajeros. Erik se sentó junto al conductor para contarles de nuestro viaje y responder sus preguntas sobre las costumbres en Holanda y su vida en Colombia. Subieron y bajaron unas cuantas personas y terminamos llegando a Ibagué a las ocho de la noche. El amable conductor nos dejó muy cerca del sitio donde Erik tenía reservación. Buscando comida en los alrededores del sitio, paramos frente a una olla gigante donde calentaban con leña el típico tamal tolimense.

Completamente satisfechos fuimos a buscar la reserva natural Orquídeas del Tolima. Viviana fue la encargada de recibirnos y explicarnos los límites de la propiedad, pues sus dueños vivían allí. Nos acomodamos en una de las cabañas y Erik planteo la posibilidad de que Mario tomara un campero hasta China Alta al día siguiente para hacer la parte más difícil en carro y ganar un poco de tiempo. Erik siempre fue insistente en decirnos que los días tres y cuatro serían los de más ascenso en nuestra travesía.

 

Día 3: Ibagué – Lisboa

Había llovido en la madrugada, tuvimos que levantarnos a guardar las bicicletas dentro de la cabaña y muy a las seis ya estábamos haciendo fotos de los alrededores y su extensa colección de orquídeas. Visitamos algunos de los espacios acondicionados para dictar capacitaciones y recorrimos con premura el lugar con la promesa de regresar a disfrutar de sus instalaciones con más calma. Viviana sirvió nuestros desayunos y se coordinó telefónicamente la recogida de Mario en el hotel y parte de su equipaje sobrante. Aprovechando el transporte, dejé mis alforjas para que viajaran en el vehículo y así poder ir más ligero en la extensa subida.

Atravesamos Ibagué rápidamente en nuestras bicicletas y a las ocho de la mañana tomamos la vía destapada en ascenso hacia China Alta. Comimos frutas, helados, hablamos con los recolectores de arena quienes estaban agradecidos por la lluvia de la madrugada y con una señora que con sus niños y su antiguo televisor estaba esperando por el mixto en la vereda La Cauchera para bajar a Ibagué. La lluvia nos tomó por sorpresa y tuvimos que escampar en el parador Mirada Ibaguereña. La amable Marta nos vendió bebidas y nos auguró agua por el resto de la mañana.

Estábamos lejos de nuestro destino. Tomamos la opción de seguir pedaleando con algo de lluvia para poder adelantar camino. Guardamos las cámaras para evitar la humedad y continuamos el ascenso hasta el mediodía cuando el sol empezó a secar nuestras ropas. Continuamos el camino en medio de extensos cafetales cultivados en pendiente y media hora después estábamos en China Alta. Preguntamos por la finca del papa de Daniel -un amigo de Erik- y nos dieron las indicaciones para buscarla unos cuantos kilómetros adelante del poblado. Seguimos pedaleando cruzando el puente sobre el río y luego otro ascenso hasta una finca donde podíamos esperar a Mario en el carro.

Pusimos a secar nuestros zapatos y después de media hora logre comunicarme telefónicamente con Mario para indicarle que debía bajar hasta la finca Santuario donde tendríamos el almuerzo. Nos calzamos de nuevo y decidimos avanzar hasta la entrada de la finca. Erik tomo la delantera y yo aproveche para quitarle el barro a la bicicleta con la manguera de un vecino que lavaba su carro a bordo de carretera.

Cuando Erik bajo de la montaña traía la noticia de que no teníamos almuerzo, pero doña Aleyda nos improvisaría algo, así que nos daba tiempo para guardar las bicicletas y esperar la llegada del carro. Mario llegó a las dos y veinte de la tarde en el campero de Jota-Jota, le ayudamos a bajar su bicicleta e inmediatamente subimos por la falda de la montaña hasta la casa principal de la finca.

Doña Aleyda nos recibió en su amplia cocina con un suculento y generoso almuerzo, jugo de curuba y ñapa de patacones con jarra de limonada adicional. Estaba angustiada por lo improvisado del almuerzo y nosotros felices por su sazón. Preguntamos cuanto le debíamos y nos cobró 7.000 pesos por cada almuerzo. Con ese gesto, Doña Aleyda pudo subsanar el mal momento vivido dos días atrás en El Rocío. Doña Aleyda nos invitó a caminar su finca, a conocer los cultivos de café y plátano y habló maravillas de la vida en el campo y su Tolima.

Bajamos por otro sendero a buscar las bicicletas a las cuatro de la tarde, pedaleamos hora y media más hasta llegar a Lisboa donde decidimos quedarnos. Mario empezó a manifestar una molestia en la parte posterior de su rodilla la cual controló con el ungüento veterinario que siempre llevo a las salidas. Un niño en bicicleta nos llevó hasta la casa de Edgar Muñoz y su esposa Luz Dary rojas, quienes tenían servicio de hospedaje. Edgar nos pidió unos minutos mientras arreglaba las habitaciones. En su sala estaban las vitrinas vacías de una dulcería y papelería que tuvo que cerrar a causa de la pandemia, estaba contiguo al colegio y sus clientes habituales no tenían clases desde marzo del año pasado teniendo que cerrar su pequeño negocio.

Dejamos nuestras cosas y fuimos a caminar por el pueblo, hablamos con la gente, buscamos comida y coordiné el desayuno del día siguiente donde doña Blanca Salinas quien alimentaba a los profesores del pueblo quienes tampoco visitaban su restaurante desde el inicio del confinamiento obligatorio, llevaba meses sin prender su asador de pollos así que tres clientes no le caían nada mal.

 

Día 4: Lisboa – Anzoátegui – Santa Isabel

Doña Blanca se levantaba muy temprano a hacer sus oraciones diarias, así que había dispuesto que nos encontráramos a las siete y media en su local. Arreglamos nuestras cosas y fuimos caminando lentamente hablando con las pocas personas que se encontraban en el pueblo. El rico desayuno estuvo listo a la hora acordada y doña Blanca aparte de la buena comida nos dio sus bendiciones para el camino.

Salimos a las ocho de la mañana rumbo a Anzoátegui, debíamos bajar hasta el río para luego subir al pueblo. Encontramos en el camino la infografía dando las indicaciones de los cruces Palomar y el Fierro. Hacia las diez de la mañana nos encontramos con la entrada pavimentada del pueblo con una inclinación digna de cualquier competencia de premios de montaña fuera de serie en vuelta ciclística.

Anzoátegui conocido como el paraíso entre las nubes, era un pueblo más grande que Lisboa y con mucha actividad comercial. Recorrimos sus calles, compramos algunas bebidas, helados y Mario unos analgésicos para su consistente dolor muscular. Después de hora y media en el pueblo proseguimos nuestro camino, debíamos bajar hasta el río Totare y luego hacer el ascenso hasta Santa Isabel.

Una hora después, un nuevo pinchazo en mi llanta trasera nos hizo detener cerca de una cascada. Posterior a la reparación, descendimos hasta el río buscando refrescarnos en un formidable pozo y comer algo de nuestros suministros. La subida hizo que flaqueara la pierna de Mario incrementando su dolor y haciéndolo caminar empujando su bicicleta. Mario me pidió la rodillera y tomó la delantera mientras nosotros tomábamos algunas fotos, comíamos naranjas en la vereda San Carlos y cortábamos caña para comer algo de azúcar.

Lo alcanzamos minutos después en una pequeña tienda tomando un refresco. La molestia de su pierna nos hizo pedirle un aventón a una pequeña camioneta para que lo llevara por lo que quedaba de subida hasta el pueblo. Continuamos con Erik el ascenso haciendo innumerables paradas, hablando con los lugareños y tomando un poco de sol.

El colorido Santa Isabel nos dio su bienvenida pasada las cuatro de la tarde. El reencuentro se dio unos minutos después en la plaza principal para comer un pollo que Mario había comprado. Un estruendoso ruido seco movilizo a los presentes en el parque. Un Renault 4 con fallas en su sistema de frenos se había estrellado contra la fachada de una casa esquinera en el parque afortunadamente sin lesionados. Aproveché para preguntar por opciones de hospedaje a los presentes y las recomendaciones de los lugareños nos encaminaron hacia al Hotel Real a un par de cuadras de la plaza.

Noelia la encargada Nocturna del Hotel nos llevó hasta el restaurante de Marina Díaz, donde el yerno -el alto del pueblo- con sus 185 centímetros de estatura no quiso desaprovechar la oportunidad de una fotografía al lado de Erik. Nuestra placida cena tomó aire de despedida cuando Mario nos manifestó su imposibilidad de continuar la travesía por su dolor. Su pierna no había mejorado con los medicamentos y aun no habíamos empezado a subir verdaderamente.

Regresamos al hotel después de comprar algunos suministros para el día siguiente. Arreglamos nuestros equipos, despinché los neumáticos y coordinamos nuestra salida para las seis de la mañana. Debíamos partir temprano para afrontar el día más duro de la salida, “La ruta de la templanza” como llaman al trayecto para llegar hasta Murillo. Mario estuvo muy temprano en mi habitación con el pesar de no haber podido culminar la ruta propuesta y salió a despedirnos para dar paso a la segunda parte de la travesía.