La Ruta Chucureña

Un año después de mi cirugía de pierna y abdomen decidí medírmele de nuevo a las travesías en bicicleta con el firme propósito de conocer la cueva de los aviones en San Vicente de Chucurí, programando la partida desde Zapatoca hacia el Magdalena medio para regresar a Bucaramanga por la muy esperada Supervía de Sabana de Torres.

Probando Paticas. Colombia 2015

Después de recoger a Milton en su casa, esperamos pacientemente el arribo de José que bajaba del aeropuerto de despedir a su esposa. Amarramos bicicletas y antes de partir preguntamos casi en coro a José que si no olvidaba nada a lo cual asintió vehementemente y partimos a las 8 de la noche rumbo a Zapatoca a la casa de sus padres. A nuestro arribo tras dos tranquilas y frescas horas de carretera, Juanita nos esperaba con una espléndida comida y decidimos acostarnos para el temprano inicio de la jornada.

 

 

Ciclopaseo a Betulia

Milton pasó mala noche pues no estaba acostumbrado a compartir cama y mucho menos a oír mis ronquidos, fue el gracioso tema de conversación del desayuno hasta que la angustia se apodero de José al percatarse que había olvidado un paquete donde estaban sus zapatillas casco y bicicletero. Se alcanzó a vestir de nuevo para regresar a Bucaramanga, pero su hermana venia hacia Zapatoca y se pudo concretar la compleja logística para traer su equipo.  La fallida madrugada se nos convirtió en charla, caminada, visitas y un especial almuerzo de despedida iniciando la ruta hacia Betulia a las 2:30 pm con un benévolo clima por una serpenteante vía destapada en subida hasta la Cuchilla del Ramo, punto donde está el cruce a San Vicente o hacia Betulia.

Pedaleamos suavemente los restantes doce kilómetros por una vía en buen estado con avezados conductores de trocha que terminaban su salida dominical y que nos pasaban velozmente en sus automóviles. Indagué a varios campesinos sobre la vía de regreso a San Vicente y todos me indicaban que bajara por la represa pues para ellos era mejor paisaje. Buscamos el acostumbrado hospedaje y Milton se apresuró a escoger la estrecha cama individual dejándonos la doble. El restaurante estaba a tres casas donde su propietario nos mostraba orgulloso sus frascos de ají que llevaba catorce años en encurtido de donde solo le sacaba el “agüita” para preparar su fabuloso picante.

 

A San Vicente

La alarma de mi reloj de pulso suena siempre a las 5:20 am, muy temprano Para Milton quien no está acostumbrado a madrugar y había pasado una segunda mala noche. Presentaba dolencia en su rodilla y nos manifestaba preocupación por el resto de travesía, lo convencimos junto con José de bajar a conocer el Cementerio Indígena y regresar por el camino del día anterior hasta la Cuchilla del Ramo donde tomaríamos la bajada hasta San Vicente. Desayunamos en el hospedaje, alistamos las bicicletas y nos dispusimos a ver con luz día el estado del pueblo tras el fuerte temblor del 10 de marzo, pero la templanza de los orgullosos Traganubes como se les dice a los Betulianos mostraba más obras que destrucción.

Albañiles por todas las cuadras reparando fachadas y construyendo casas con novedosos sistemas de icopor y malla metálica. Preguntamos por la salida hacia el Cementerio Indígena y tomamos el descenso de unos cuantos kilómetros hasta el lugar donde una señalización de madera nos indicaba la entrada y las distancias. Era lunes y no había nadie, así que tuvimos que entrar con las bicicletas por entre los cafetales y amarrarlas lo más adentro posible.

Encontramos un par de Hipogeos y los montículos de piedra en la zona y nos dirigimos haciendo caso omiso del aviso del abismo a contemplar con precaución el hermoso efecto de los remolinos de nubes sobre la montaña y el famoso Salto Blanco, con poca agua debido al fuerte verano de la zona que había dañado nuestra idea de bajar también a conocer el tobogán natural de piedra en la Cunera.

Realizamos el ascenso hasta el pueblo con mucho sol, llegando hasta la Calle del Caracol y al parque principal donde Leonilde la promotora turística de Betulia me confirmó nuestra buena decisión de regresar por la Cuchilla del Ramo no sin antes pasar por Tierra de Colores, un tranquilo lugar a las afueras del pueblo sobre la vía donde la erosión y el agua sobre montículos de tierra en tonos naranjas y ocres hacen de la contemplación un oficio momentáneo.

Al llegar al lugar un par de campesinos comenzaba su jornada de captura de hormigas Culonas, el hormiguero estaba rodeado de Padrones, los machos de la especie que esperan la pequeñísima oportunidad de fecundar a la hormiga que muy seguramente no alcanzaran y terminaran muriendo en la boca del hormiguero, mientras que el destino de sus hembras, serán tostadas en nuestros platos rondando los 30 dólares por libra.

Milton continuaba con su dolor de rodilla y pedaleaba lentamente, así que, con nuestro intento fallido de encontrar la cueva de la Reina, bajamos hasta la tienda de la Cuchilla del Ramo, donde encontramos un par de hermanos apostando carreras con sus Culonas sobre una mesa Plástica y su madre una digna heredera de los genes de Geo von Lengerke, dueña de la tienda indicándoles que les quitaran las patas y las alas para ponerlas a tostar.

Iniciamos el colorido descenso hacia San Vicente parando en una de las quebradas aledañas para mi acostumbrado ritual de regulación de temperatura. Sobre la vía encontramos muchos centros de acopio de basuras que hacen parte del programa de certificación de las no tan accesibles fincas cafeteras y cacaoteras situadas en las faldas de la montaña, que inculca por la clasificación de residuos y su traslado hasta la vía principal para ser recolectados.

En el incansable preguntar a los lugareños de cuanto falta para llegar me sugirieron el Hotel Real y a su propietario Wilson Serrano, al arribar al lugar y preguntar al joven que atendía los huéspedes sobre el valor de las habitaciones y servicios se me acerco Wilson, un bonachón Hombre quien amablemente me dijo dónde comer, nos organizó las habitaciones, pues Milton Prefirió una habitación privada, nos dejó el lugar para las bicicletas a la entrada y me explico lo que podríamos hacer al día siguiente de travesía.

 

La cueva de los aviones

Wilson nos sugirió comer trancado para afrontar la húmeda jornada, su clásico desayuno mixto fue suficiente energía para ese propósito. Milton, aunque tuvo la mejor de sus noches decidió abandonar la ruta y lo acompañe a conseguir bus. Al preguntarle al amable conductor de las 8:30 am sobre el llevar la bicicleta, inmediatamente se dispuso a abrir el compartimento trasero de su vehículo e insinuarnos que hasta con una moto nos llevaba. Quitamos las ruedas de la bicicleta y Milton partió hacia Bucaramanga.

José bajó de la habitación y emprendimos el descenso hasta el batallón del ejército según las indicaciones dadas por Wilson. Tomamos el desvío y a unos cinco kilómetros encontramos el gigantesco aviso dándonos la bienvenida. Doña María del Carmen Badillo propietaria de la Tienda nos prestó un pequeño lazo y nos vendió refrescos, le encargamos el almuerzo y nos dispusimos a bajar hacia la cueva. Al preguntar en la siguiente casa el camino, su propietaria nos explicó que la entrada tenía un costo de $ 10.000 pesos por persona más el valor del Guía, accedimos pues sabíamos del hombre que alicorado se había ahogado en el lugar un año atrás y que mejor que ser guiado por Fabián el hijo de doña Yolanda los dueños de casa.

Al pagar llamaron a San Vicente inmediatamente, dieron nuestros números de cedula y un código que para nuestra sorpresa hacia parte del seguro de ingreso de visitantes. Nos colocaron un brazalete verde fosforescente y Fabián tomo su equipo de rescate y nos guio hasta el primer pozo, La Calavera llamado así por sus singulares formas talladas en la montaña.

Fabián nos indicó la ruta al segundo pozo y de inmediato nos puso a escalar por una roca que nos ratificó el uso de guía pues jamás hubiéramos presentido que ese era el camino a seguir. Con su ayuda e indicaciones descendimos hasta un oscuro y profundo pozo que según los bomberos de rescate de San Vicente tenía quince metros de profundidad, al acercarme al borde del resbaloso lugar, pude percibir en la parte baja otro pozo al cual se desciende por rapel donde supuestamente habían encontrado al hombre ahogado. Seguimos a Fabián por diversos tipos de senderos y poco a poco fuimos conociendo sus pozos, escalamos, atravesamos un túnel y nadamos corriente arriba de uno de ellos para llegar al más escondido de todos.

Unos pajaritos negros revoloteaban a nuestra llegada, anidando en el lugar según Fabián, los llamados Aviones, el pozo reflejaba un color verde esmeralda producto de la luz solar y la profundidad, verdaderamente valía la pena el haber llegado hasta el lugar. Después de unos veinte minutos de contemplación e intentos fotográficos Fabián nos indicó la salida por inmersión a través de la roca, el salió primero y su maletín se enredó teniendo que soltarlo para salir al otro lado. Regreso a rescatar a su equipo que obstaculizaba la salida y pude pasar libremente. José sufrió unos milisegundos de pánico al pegar con su casco el borde semisumergido de la roca, lo guie con la mano y salió sin contratiempos.

Fabián nos reveló que el recorrido estaba llegando a su fin y que disfrutáramos del jacuzzi natural y del último pozo para salir por la carretera. Lavamos nuestros zapatos y subimos hacia la finca de un vecino donde Fabián pago 4000 pesos, le preguntamos por qué y nos dijo que era el derecho a salida por el lugar, nos explicó que el brazalete que demostraba la compra del seguro valía 6000 pesos, el derecho a entrada 2000 y el de salida 2000 y por eso sumaba $ 10.000 el costo de entrada, le sugerimos que debía plasmar eso en la entrada de la finca con un afiche para explicarle a los visitantes el costo más que justo de entrada a conocer esta maravilla natural.

Doña María nos sirvió el suculento almuerzo campesino con pollo que sabe a pollo, duro y jugoso, sin necesidad de aderezos para ratificar que es criollo de verdad, hasta el gato lo sabía pues no se quitaba de nuestro lado para pedirnos bocado. Mientras José hacia una pequeña siesta bajé a dialogar con doña Yolanda para coordinar un futuro regreso, pedir sus teléfonos y jugar con sus dos hijos pequeños. Como de costumbre pregunte a los niños un par de operaciones matemáticas y termine explicándole a Mildred que estaba confundida un par de conceptos de multiplicación, utilizando un torcido Abaco y cajas de cerveza para que comprendiera los múltiplos de 30.

Subí hasta donde doña María dos horas después dejando pendiente para una nueva oportunidad la clase de Matemáticas, nos despedimos y regresamos a San Vicente subiendo por otra calle donde pudimos encontrar la clásica casa con venta de helados de palito. Doña Eduviges solo reía cuando le pedíamos otro de un nuevo sabor y así los probamos todos. Maracuyá, Mantecado, Mora, Milo, Maní y los que no empiezan con m, Salpicón y Coco. Ante tal venta de dos clientes la señora prometió el tenernos más sabores para nuestra próxima visita.

 

Vía el 40

Nos despedimos de Wilson, acatando de nuevo sus indicaciones para tomar la vía hacia Barrancabermeja y luego el “aparte” como él llamaba al sitio donde estaba el desvío en la virgen para el Carmen de Chucurí, un tortuoso camino recebado con piedra entera de río sin clasificar. Aparentemente eran tan solo 35 km de recorrido. Un guadañero que transitaba sobre la vía burlonamente nos preguntó sobre cómo nos parecía el estado de la carretera al Carmen y creo nuestras caras le contestaron pues de inmediato nos relató el mal mantenimiento de la vía por no aplicar el material triturado, pues la trituradora municipal siempre estaba ocupada atendiendo los pedidos de contratistas particulares y no de las obligaciones del municipio.

Llegamos a Puente Murcia dos adoloridas horas más tarde indagando por la ruta vía el 40 que nos había indicado Wilson y comenzamos a subir lentamente por una aun peor vía, hasta que la parrilla de José cedió al golpeteo constante de las piedras en subida hasta partirse por la soldadura. Tuvimos que acomodar su maleta sobre mi parrilla, nos faltaban cuarenta minutos para llegar según las indicaciones reiterativas de todos a quienes preguntábamos, a la señora de la placida hamaca, a los niños de colegio, a los pasajeros del bus que venia del Carmen, a la señora de la tienda en el supuesto alto donde todo sería plano hasta llegar y esos interminables cuarenta minutos se nos convirtieron en cuatro horas para llegar al Carmen a las tres de la tarde.

Nos hidratamos en la panadería del pueblo y convencí a José de que hiciéramos un esfuerzo para llegar a Yarima pues eran ocho km de bajada y el resto plano hasta el pueblo.  Veinte minutos después estábamos en la ruta que presentaba innumerables tramos en obra hasta llegar al sitio donde estaba interrumpido el paso por trabajos de maquinaria pesada. Los motociclistas preguntaron nuestro destino y nos dijeron que gastaríamos dos horas en el trayecto, hable con uno de los supervisores y le explique que no podríamos esperar una hora allí a que levantaran el cierre de vía pues llegaríamos muy tarde al corregimiento.

El hombre me dijo que llamara a José y que disimuladamente lo siguiera, tomando fotos y empujando las bicicletas. El delgado hombre de chaqueta reflectiva y casco amarillo paró el trabajo de la retroexcavadora momentáneamente para pasar y nos dijo que continuáramos caminando hasta donde se encontraba el otro paletero con el tráfico detenido. Sin mostrar ninguna prisa y agradeciendo al supervisor caminamos hasta salir de la obra, nos había ahorrado una hora de espera, pero nos enfrentábamos a un tramo con piedra recién puesta imposible de transitar sobre la bicicleta.

200 metros más abajo pudimos volver a pedalear hasta el Balneario El Topón, donde empezaba el plan hacia Yarima. Pedaleamos al mejor ritmo de toda la travesía esquivando las piedras más grandes. Hacia las 5:20 de la tarde nos alcanzaron los motociclistas que habían quedado estancados en la obra, pitándonos y alentándonos pues estábamos cerca de nuestro destino. Sobre las seis de la tarde llegamos a Yarima. Habíamos recorrido los 35 km en dos horas y media, de inmediato fui a buscar el hotel Éxito donde me había alojado un par de años atrás. Me encontré con Jaime uno de los dueños y nos dio la habitación que Milton añoraría al inicio de la travesía, con aire acondicionado, televisor plano y servicio de comedor al cuarto.

 

Hacia Penjamo

La noche anterior había concretado una cita a las 6:00 am con otro entusiasta de la bicicleta, Didier Ing. Agrónomo de la Plantación Villa Claudia para que me mostrara en su computador la ruta alterna para evitar gran parte del pavimento de la vía panamericana, me la imprimió en hojas carta y salimos después del desayuno atravesando el pueblo, tomando la vía de la panadería rumbo a la Hacienda Monterrey.

El mapa y sus indicaciones fueron precisos, orientándonos por una vía destapada bastante plana hasta el cruce de la vía que conducía a San Vicente. Allí ineludiblemente tendríamos que pedalear en sentido contrario al pueblo a buscar la Panamericana. Afortunadamente el sol estaba oculto y el aburridor rodar sobre pavimento se hizo llevadero. Un refrescante jugo de zanahoria con naranja fue lo único que tomamos hasta llegar a la entrada del desvío a Pozo Nutria tras 19 kilómetros de rodada junto al tráfico pesado en la carretera.

Tomamos la ruta demarcada en el plano impreso y nos dispusimos a buscar una quebrada para refrescarnos sin éxito, pues el verano inclemente había diezmado las pocas fuentes hídricas de la zona. Pedía incansablemente autorización en las tiendas y casas para mojar mi buzo y bajar la temperatura corporal para seguir en la ruta hasta la Fortuna donde almorzamos y tomamos nuevamente la ruta Panamericana rumbo al 15 desvío hacia Puerto Wilches.

Rafael Rey había estado pendiente de nuestra ruta y venia de regreso de su finca, lo esperamos un par de minutos y tomamos un refrescante jugo en el parador, contándole brevemente los pormenores de la ruta hasta ese punto. José venía con su trasero molido, llevábamos unos 65 km a cuestas y nos faltaban 15 más, pero la propuesta de un buen baño en el pozo de la finca hizo de energizante para ese último trayecto.

Millo mi peludo perro de paramo, me recibió con su incondicional cariño, pues lo rescate de unos vivientes en Berlín que lo dejaron abandonado, amarrado al lado de una podrida cabeza de Vaca durante una semana, así que lo baje, descontamine y alimente sanamente hasta que lo pude traer a aguantar calor. Su pelo negro se amarilló por el sol y seria merecedor de un buen baño al siguiente día.  Mi papá no sabía de nuestra visita, tomamos refajo, dejamos nuestras cosas en el cuarto y nos zambullimos con ropa al anhelado pozo, comimos, nos hidratamos, lavamos nuestras ropas y nos dispusimos a tomar un merecido descanso en la piscina inflable de mi padre.

 

Día de Finca

Emilio -el hijo de uno de los trabajadores- salió muy temprano orgulloso a mostrarnos su “pinta” para la izada de bandera en el colegio rural del Taladro 2. Habíamos decidido tomar el día libre para recuperar alientos y fuimos a ver las labores de erradicación y fertilización de palma. Después de veinticinco años de producción las palmas deben erradicarse por su tamaño, esto aunado al problema de la enfermedad Pudrición del Cogollo aceleró los programas de control sanitario del ICA en la zona teniendo que hacer contratos de erradicación con expertos operarios que en tan solo tres minutos tumban y pican una palma de hasta doce metros de altura, dejando tajadas de 5 cm de espesor para evitar que los cucarrones puedan incubarse en los restos de palma. Los supervisores dan luego el visto bueno del tamaño para en un futuro poder pasar la rastra y reincorporar el material al suelo. Esta es la oportunidad ideal para poder recuperar el suelo aplicándole nutrientes y materia orgánica por un par de años. 

A Millo le tocaba su acostumbrado acicalamiento de corte, peinado, lavado de pelo y secado al natural entre mata de Limonaria y tierra e hicimos tiempo hasta el almuerzo en la extractora a seis kilómetros de la finca donde gran cantidad de volquetas esperaban su turno de ingreso. A nuestro regreso entramos a la finca del Tío Reynaldo para mostrarle el proyecto de Cerdos a José y jugar un rato con los perros vecinos para finalizar el día con baño en el pozo del Cielo.

 

Regreso por Sabana de Torres

José se despertó a las 3:28 am con el recurrente sueño de un Hyundai Rojo de placas BUS-335, decidimos anotar la placa para futuros juegos del chance en la costa o para esquivarlo si lo encontrábamos en el camino. Habíamos dejado cargado el campero con nuestras Bicicletas la noche anterior y la idea era ahorrarnos treinta kilómetros de pavimento para regresar por la antigua vía al ferrocarril. Desayunamos con mi padre en la plaza de mercado de Sabana de Torres y emprendimos la jornada a las 5:45 am. Para José la ruta era desconocida y la emprendió con algo de calma y cansancio acumulado de los anteriores días.

La vía, aunque en buen estado dificultaba el pedaleo por la tierra suelta que dejaba la máquina que la estaba arreglando. Hacia las diez de la mañana no llevábamos recorridos más de treinta kilómetros, habíamos llegado al Conchal, así que paramos y tomé mí acostumbrado baño de charco en una pequeña quebrada que bajaba del lado derecho de la vía. Encontramos a un pescador de atarraya que orgulloso nos mostraba sus Bocachicos del contaminado río Lebrija los cual salpresaba de un día para otro para sacarle el sabor a jabón, de la espuma que bajaba constantemente y se acumulaba en las pozas donde el lanzaba. Nos acompañó caminando hasta Palmas, mientras nos contaba su vida y faenas de pesca en un río limpio treinta años atrás cuando aún bajaba el tren por la zona y de un solo lance de atarraya sacaba lo de un día de pesca hoy en día. Lo invitamos a tomar gaseosa pues se puso con su pesada atarraya y su pesca a nuestro ritmo por espacio de cuatro kilómetros hasta mostrarnos el desvío que debíamos tomar para conocer una nueva ruta hacia el aeropuerto.

Cruzamos el puente metálico de la electrificadora y seguimos unas empinadas y maltrechas huellas de concreto hasta la vereda el Oso, había escuchado que la subida era llamada “diez minutos” pero nos tomó una hora hacerla. Descansamos a tomar refresco mientras llovía y con una leve llovizna seguimos nuestra ruta hacia Aguirre, con el piso lodoso y resbaloso preguntando la ruta al aeropuerto y siguiendo las huellas del bus en el barro. Nos tomó dos horas más atravesar la montaña para por fin llegar al restaurante del aeropuerto a tomar el almuerzo de despedida de ruta.