Arcabuco a Charalá

Repetir una ruta de bicicleta en sentido contrario hace que percibamos el paisaje de otra forma, que sea diferente el nivel de dificultad y que veamos los cambios del entorno y de las rutinas de los amigos dejados en el camino, teniendo el placer de reencontrarlos de nuevo.

Lo que empieza bien, termina bien. Colombia 2015

Dos años atrás había recorrido el tortuoso camino de Charalá a Gambita y como buen Nazareno decidí repetirlo en sentido contrario. Ante la justificada excusa de José, mi compañero del viaje anterior por romperse una pierna, la logística del viaje cambió. Era necesario replantear rápidamente la salida con otro compañero y Rafa siempre tuvo la inquietud de hacerlo, pero nunca había realizado una ruta con maletas y de varios días. Le comenté los planes que tenia de travesía y el llegar en bus a Arcabuco. Me planteó la posibilidad de llevar su camioneta por comodidad y rápidamente pensé en otros dos amigos de viaje para compartir gastos y hacer amena la salida.

 

 

Suave a Gambita

Dejamos cargada la camioneta desde el día anterior y salimos hacia el mediodía de Bucaramanga por la vía que conduce a Bogotá.  A unos cuantos kilómetros de camino, encontramos a una pareja de viajeros con mucho equipaje que estaban atravesando Colombia, dialogue un par de minutos con el rolo y la chilena y proseguimos nuestra ruta hasta el hospedaje Villa Amparito donde me había quedado la vez anterior. Tomamos dos cuartos, uno de ellos con auxiliar de apertura de puerta, pues la dañada chapa hacia que pidiera ayuda al encargado de turno, cada vez que queríamos ingresar. Mis dotes de aprendiz de operador turístico comenzaron a aflorar al indicar el sitio de comida de las tradicionales almojábanas con agua de panela.

Los desperté a las cinco de la mañana, adecuamos nuestro equipo, Toño guardo sus contenedores de líquidos vitales, el de ingestión de electrolitos y el de evacuación de los mismos. Guardamos lo innecesario en la camioneta para que José Eduardo -el conductor de Rafa- la llevara a un parqueadero en Charalá y partimos después del desayuno y una simpática foto junto al afiche de Nairo.

Con los primeros metros de ruta destapada, debimos reacomodar la parrilla de Rafa pues esta pegaba con la llanta cada vez que amortiguaba la suspensión trasera de su bicicleta. La subimos hasta el tope máximo del sillín y continuamos el leve acenso por la ruta. Nos dedicamos a paisajear sin afán y con gozo en un primer día soleado que hizo que guardaran prematuramente sus chaquetas.

Un campesino en el camino nos propuso que fuéramos a tomar fotos de la hacienda Guausa y nos desviamos del camino un par de kilómetros para verla de cerca. De regreso al camino principal encontramos a una amable campesina que esperaba el camión lechero para vender los pocos litros de leche de su vaca, su curtida y arrugada cara nos indicaba años de trabajo y vida en su tierra de nacimiento y crianza y la necesidad de recibir los 700 pesos por litro entregado.

La llegada a La Palma nos tomó muchas paradas y encontramos un reconstruido parque con coliseo a un costado, marcado con las iniciales W H correspondientes al acalde de turno. La dueña de la tienda aún tenía como tema de conversación los resultados de las elecciones del domingo anterior sintiéndose “quemada” con la perdida de los candidatos por lo que voto.

La ruta hacia Gambita era suave y teníamos tiempo de sobra para interactuar con la gente, un artesano que vivía solitario en una casa a bordo de carretera nos mostró su trabajo de talla en bastones de madera para caminantes, al preguntarle por su soledad manifestó su interés de estar tranquilo pues podía hacer todo a su ritmo, le dijimos que le presentábamos a la señora sola de Mi Ranchito, una casa un kilómetro atrás sobre la vía, con un niño y 10 perros, a lo cual  contestó con un contundente “no gracias”, quien sabe si por el genio de la señora o su aversión a los animales.

El hombre nos ofreció su finca para hospedaje de grupos en un futuro. El ecoturismo está tomando fuerza y comienza a vislumbrarse como una opción de sustento para muchos campesinos de nuestro país, quienes adecuando sus parcelas y ofreciendo caminatas a los atractivos cercanos ven la posibilidad de ingresos en tierras con poca posibilidad de desarrollar procesos agrícolas.

Llegamos hacia el mediodía al portón metálico de la entrada a la ruta de la cueva del Choco, estaba abierto y pudimos ingresar nuestras bicicletas hasta un árbol cercano donde las amarramos. Tomamos las linternas y cámaras, nos dispusimos a descender los 600 metros hasta la entrada de la cueva. Rafa caminaba inseguro, se le dificultaba el camino por la resbalosa piedra aunado a sus rígidos zapatos de montar. Entramos muy despacio hasta el pozo donde memo y yo nos bañamos en sus frías aguas y después de algunas fotos emprendimos el regreso hacia Gambita.

Llegamos al pueblo a las tres de la tarde, guardamos las bicicletas en el hospedaje, era muy tarde para almuerzo y solo tuvimos la opción de encargarle la comida a doña Lola para las seis y media. Fui a visitar a don Uriel un artesano discapacitado para entregarle la foto tomada en el viaje anterior y degustar de nuevo sus helados de palito que habían subido brutalmente de precio a una tasa no proporcional con el IPC un exagerado 150 % en dos años y medio. Habían pasado de 200 a 500 pesos.

Gambita estaba con amago de lluvia, y las madres preocupadas buscaron las sombrillas para auxiliar sus hijos pidiendo dulces de día de brujas, la policía del pueblo tuvo que festejarles la celebración bajo el techo del coliseo con una tremenda lluvia que nos hizo refugiarnos en una de las panaderías cercanas al hospedaje hasta la hora pactada con doña lola para conocerle su remodelada cocina.

 

El Tramo Duro

La fresca noche no favoreció nuestro deseo de salir temprano, el cielo estaba oscuro y salimos a desayunar lloviendo, doña Lola después de atendernos se dispuso a hacer las empanadas dominicales e inmediatamente escampo salimos a buscar nuestros vehículos. De camino encontré el restaurado Suzuki lj-80 que había visto en el anterior viaje y hablamos con su dueño sobre las posibilidades de conseguir transporte a nuestro destino en carro. Todos los lugareños nos indicaban a que tomáramos la vía corta al taladro por la vereda Moscachoque de tan solo 24 km, pero incrédulos fuimos hasta la estación a pedir información sobre la vía.

Con un incipiente mapa dibujado en una hoja carta por el teniente de estación emprendimos la subida por el lodazal, haciendo estragos en las bicicletas, sobretodo en la de doble suspensión de Rafa pues acumulaba más barro que las nuestras, teniendo que parar infinidad de veces a desatascarla. Rafa paro abruptamente a saludar una hermosa y arrugada viejita de 87 años que caminaba rumbo a gambita, nos dijo que le faltaba una media hora para llegar al pueblo y solo miramos nuestras caras de ver la vitalidad de la abuela. A nosotros se nos había hecho una eternidad pues habíamos salida hora y media atrás.

El atraso en el camino hizo que se generara una de esas máximas por parte de Toño que será recordada incansablemente en nuestros futuros viajes, cuando se refirió a la lentitud de Rafa bajando en su atascada bicicleta con tono de profesor de derecho pronunció su frase: —“Claro, es que baja tan despacio que se le alcanza a secar el barro”

El descenso se hacía lento. La bici de Rafa estaba trancada por completo. En un tramo del camino encontramos a los lugareños halando una pesada camioneta Ford en subida por el lodazal y la piedra. Metros más abajo un motociclista patinaba insistentemente en su vehículo sin dejar de acelerar y zigzagueaba ascendiendo lentamente por la vía.

Mientras retirábamos de nuevo el barro de las bicis Memo entabló conversación con un hombre a caballo que se dirigía al pueblo a vender carisecas, una mezcla entre arepa y galleta de exquisito sabor, fabricada con harina. Le compramos un paquete y descendimos hasta el rio que estaba dibujado en el mapa. Indagamos por la ruta a otro campesino a caballo que pasaba en el momento, nos preguntó que porque lado subiríamos y al contarle que lo haríamos por la ruta Moscachoque solo atino a aseverar: —“se les va a sudar la cagalera”

Efectivamente el vaticinio se cumplió, solo nos reíamos mientras ascendíamos despacio por la maltrecha vía preguntándonos frecuentemente por el estado de nuestra cagalera, hasta una casa en la intransitada zona donde una risueña señora nos vendió gaseosa al clima con pan. Descansamos jugamos con unos amistosos marranos con piercing y proseguimos el camino riendo cada vez que alguno preguntaba como llevaba la cagalera.

Era tarde y me encontraba inquieto pues no sabía que tan lejos estábamos del taladro, era una trocha desconocida con infinidad de ramificaciones y me preocupaba el que tuvieran que dormir a la intemperie esa noche. Me adelanté un poco y en una bifurcación encontré un árbol donde me había tomado una foto en el anterior viaje, me tranquilice y baje hasta la casa siguiente y al preguntar a la señora, esta me corroboro la cercanía al taladro. Regrese a darle la buena noticia a los compañeros y decidimos comernos el atún con pan que llevábamos para el camino.

Nuestra cagalera descansaría del sudor, pero no del golpeteo contra el sillín. Tendríamos que realizar el descenso por un camino maltrecho de piedras y puentes de troncos rotos hasta la quebrada. Un guajiro perteneciente a la comunidad Tao nos dijo que el camino se ponía peor y que el dejaba su moto mucho más abajo para no estropearla. Hablamos poco pues sentíamos las gotas empezar a caer y queríamos evitar nuevos lodazales.

Llegamos al puente nuevo construido por los Tao sobre la quebrada y la llovizna hizo que Rafa y Toño se colocaran sus plásticos para terminar los tres kilómetros restantes de ascenso. En el camino encontré de nuevo a don Israel el guía del viaje anterior hacia la laguna El Palmar quien nos ratificó que estaba seca, pues habíamos planeado ir, pero la dificultad del camino nos hizo gastar más tiempo del esperado y desistimos del deseo, para llegar con luz día donde Don Pedro el dueño de la fábrica de velas.

Un par de días antes de salir había llamado a Yolanda, la joven esposa de Don Pedro para avisar de nuestra visita y coordinar el hospedaje y la alimentación para los cuatro, pero ella se había comprometido de pasar el día de brujas con su hijo menor en Bucaramanga. Ella me dijo que fuéramos sin problema que me coordinaba todo y efectivamente doña Otilia una amable vecina fue quien nos preparó los alimentos. Don pedro nos deleitó hasta bien entrada la noche con sus chistes e historia de vida de sus andanzas como conductor de infinidad de vehículos pesados, e hizo gran empatía con Rafa pues podían hablar con propiedad del tema y el sentirse correspondidos en la conversación.

 

Bajando a Charalá

Doña Otilia llego a las seis de la mañana a prepararnos el desayuno. Estaba lloviendo y ya había cocinado muy temprano los alimentos para sus obreros, Don Pedro nos explicó parte del proceso de su fábrica y mientras estaba el desayuno le mostraba orgulloso a Otilia y su esposo las fotos que yo le llevaba del anterior viaje. Antes de despedirnos de tan amables anfitriones hablamos con la vecina, una curtida tejedora que elaboraba pacientemente un sombrero chino como los que vemos en las películas de los cultivadores de arroz de gran diámetro y resistentes al agua y sol.

Ya había explicado a Memo y Rafa las condiciones de paso por el campamento de los Tao, que avisan por sus radios de onda corta quienes se acercan a su territorio y la prohibición de tomar fotografías. Encontramos a un miembro de la comunidad en bicicleta con una robusta parrilla hecha en Duitama en tubería liviana quien cruzo un par de palabras con nosotros y seguimos bajando lentamente observando los cambuches a lado y lado de la vía hasta dar con una pequeña procesión de miembros de la comunidad vestidos con túnicas de color beige, amarradas con un cinturón del mismo tono. Atrás de ellos una serie de niños con los mismos atuendos en versión mini con lo que solo atine a decirle a Rafa, —lastima esa foto.

Paramos en la tienda, pero nadie nos atendió, así que decidimos continuar la marcha hasta que pasamos por la carpa del último centinela que rápidamente dio aviso de nuestra salida. Memo estaba muy incómodo, me manifestó la mala energía que sintió al pasar por este sitio, pero le explique que era la misma extraña sensación que experimente veinte años atrás cuando pase por primera vez.

Nuestro descenso se prolongó un par de horas más, tomando pocas fotos como quien ya va de final de paseo hasta encontrar a otro caminante acumulador de arrugas y sabiduría quien resulto ser amigo de crianza de Don Pedro. Nos contó que el puente sobre el río Virolín se había caído dos años atrás y estaban en obra que tendríamos que pasar por el puente colgante.

Estábamos pasando prudentemente uno a uno por el zarando, hasta que un trio de obreros nos pidió paso y se lanzaron presurosos a cruzar como disfrutando del fuerte movimiento de las guayas de soporte. Luego paso muy lentamente el ingeniero residente de obra que poso a la cámara con la naturalidad de un edecán de reinas en Cartagena.

El mal estado de la vía, tenía a la bicicleta de memo como caja musical desafinada, sonaba constantemente el golpeteo de la suspensión delantera y como presagio de su suerte encontré a un joven con la rueda suelta de su bicicleta tratando de apretarla sin herramienta. Tomé mi alicate y apreté firmemente las dos tuercas de su rueda y me pidió el favor de buscar en la carretera su bomba de inflar que había perdido con los sacudones. Me solicitó se la dejara en la finca Normandía antes de la tienda y efectivamente la encontramos y entregamos en el lugar.

Rafa preparó sus electrolitos en la tienda, consumimos las dos restantes latas de atún y unos refrescos, la dueña de la tienda nos prestó platos y cubiertos para nuestro propósito y nos ofreció sus pavos para el regreso. Recalcó sobre el mal estado del camino restante al igual que de los malos políticos que se han robado el dinero de pavimentación de la vía y la esperanza de que la cuarta sea la vencida y ahora si sea una realidad su pavimentación. Memo pudo identificar con el golpeteo de la suspensión sobre las piedras que traía la puntilla suelta de su rueda delantera y bajar más confiado.

Llegamos al pavimento pasado el mediodía como quien ya sabe que se nos estaba acabando la diversión. Rodamos a buen paso hasta las afueras de Charalá donde degustamos los últimos helados de palito de la jornada. Con las coordenadas dadas por José Eduardo encontramos el parqueadero donde había dejado la camioneta y alquilamos un cuarto para darnos la ducha por turnos de regreso a casa mientras desarmamos equipo y acomodamos las Bicicletas con el desgano del que no quiere que la aventura llegue a su fin y retorne la rutina a nuestras vidas.