Parameando en Santurban
Había pasado infinidad de veces por Vetas en viajes de bicicleta, pero nunca había tenido la oportunidad de quedarme y compartir con familias el verdadero significado de vivir en Santurbán la gran fábrica de agua de los santandereanos.
Gente amable. Colombia 2015
Después de cancelar el viaje al paramo en dos ocasiones, llego el día de la fecha inaplazable, se hacía o se hacía. Carlos Beltrán -un amigo artista plástico- se había ganado una beca de creación artística del departamento y debía documentar el páramo de una manera diferente para obtener material de trabajo para una de sus obras. La logística estaba dada, había hablado telefónicamente con los referidos de unos amigos que habían viajado a Santurbán y ellos me conseguirían los servicios de guía, hospedaje y alimentación. Carlos le solicito a Frank Rodríguez -un productor audiovisual- su colaboración en la realización de las tomas necesarias para su proyecto y yo los llevaría en mi rustico campero hasta las lagunas más cercanas del páramo.
Sombrero andante
Salimos un viernes trece sin ninguna prevención cabalística, pero como dirían los abuelos, no por mucho madrugar, amanece más temprano, nos tomó por sorpresa el trancón de la pavimentación en la vía que conduce de Bucaramanga a Berlín en el Kilómetro cuarenta. Afortunadamente un enorme tracto camión blanco, de los que entregan la carga a tiempo, dejo el espacio suficiente para pasar con el Ladamigo y sentarnos a desayunar calmadamente donde doña Elda. Carlos recordaba a la dueña del restaurante La Vega pues de niño acompañaba a su familia a surtir tiendas en la carretera con productos alimenticios.
La rápida carrera de los conductores para encender los vehículos y ganarse unos cuantos puestos hizo que nos movilizáramos al campero y tomáramos la cola de transportadores subiendo hasta el picacho. Con una hora de retraso llegamos a Berlín, tenía planeado pasar por la casa de mi amiga Blanca, pero nos esperaba sobre la ruta a Vetas el guía que habíamos llamado para ir a las lagunas. Afortunadamente ella estaba en la Casa Cural, hablamos rápidamente y nos despedimos para poder cumplir la cita en el camino.
Según la orientación telefónica dada por Arnoldo debíamos parar a unos dieciséis kilómetros adelante de Berlín sobre la vía a Vetas al lado de una casa abandonada. Debí hacer un par de paradas para que Frank empezara a filmar los primeros planos del páramo y conocer parte del equipo alquilado. En el camino recogimos a un elegante campesino que iba “para allí no mas”, se colgó de la parrilla del carro por unos polvorientos tres kilómetros hasta que se manifestó con un suave y agudo “por aquí no mas”, poso para una rápida foto y partió agradeciendo mientras sacudía el polvo de su ruana.
La casa abandonada a la derecha del camino cerca al desvío, la escombrera, y un sombrero café acercándose rápidamente por la ladera nos indicaban que habíamos llegado al punto de encuentro. Cuando el sombrero dejo de moverse por el camino para salir a la carretera, pudimos distinguir debajo de el a un hombre de arrugado rostro, de unos setenta años enviado por Arnoldo, era Jesús.
Pero este Jesús se subió al campero, nos saludó e indicó la desviación a seguir. Trepamos lenta y firmemente en segunda-bajo y doble por una incipiente trocha hasta la base de la montaña. Parqueamos antes de la zona lodosa donde los caminos de agua, son vida, pero afortunadamente barreras para los vehículos. El camino seguiría a pie. Don Jesús miraba con extrañeza los equipos que bajábamos, se ofreció a ayudarnos y sin mediar palabra se terció la maleta con el pesado trípode y arranco a caminar. Perseguimos momentáneamente su sombrero cuesta arriba hasta que comprendió que la marcha que llevaba era muy rápida para el tipo de trabajo que quería desarrollar Carlos y Frank. Mientras los esperábamos don Jesús me indagó sobre nuestra procedencia y el destino de la filmación, pues los campesinos de esta zona están muy prevenidos sobre los turistas que vienen dos días y hablan un mes sobre Santurbán.
Don Jesús tomo confianza, se reía de nosotros y de las constantes paradas a filmar agua, pasto y nada de paisaje. Nos señaló una planta y tomo delicadamente su fruto indicándonos que se trataba del Agraz la “pepita de moda” en la ciudad. Siguió lentamente a ritmo de camarógrafo hasta que nos señaló su antigua casa como señal de proximidad a Laguna Negra nuestro destino del día.
Diez minutos después junto a la laguna estábamos descargando equipos, recargando energía con algo de sal y un trozo de suave lonja de bocadillo de guayaba Veleña que hizo estirar momentáneamente las arrugas del rostro de don Jesús y pedir sin tapujos que le repitiera la porción. Mientras Carlos dirigía la secuencia de filmación, don Jesús se sentó en una piedra junto a su laguna a esperar que decidieran movilizarse para realizar tomas en sus alrededores. Yo armé la caña de asalto y comencé a cucharear por el borde con poco sol ante la incrédula mirada de mis compañeros de poder capturar algo. Más de una hora después, luego de incontables lanzar y recoger del aparejo, una pequeña trucha mordió y salió a desfilar en su traje arco iris como dama de honor para rematar la filmación en la laguna antes de regresarla al agua.
El descenso fue más lento que la subida, pues había buen tiempo y Carlos lo aprovecho para grabar sonido mientras Frank continuaba realizando secuencias de algunas plantas. No fue hasta que llegamos de nuevo al carro para pagar los servicios de guía de don Jesús que nos enteramos que era el papá de Arnoldo y nos dijo que cuadráramos con él en el pueblo. Nos despedimos y bajamos al pueblo a esperarlo para saber dónde seria nuestro alojamiento.
En el parque principal de Vetas intentamos llamarlo insistentemente sin resultado alguno. Cambiamos nuestras húmedas botas y mientras esperábamos impacientemente la aparición de Arnoldo, le presté la cámara a una inquieta niña para que registrara a sus compañeros de juego y luego de mostrarles el resultado, tuve que retener la cámara cuando los niños empezaron a gritar “ahora yo, ahora yo”.
Luego de jugar con varios amigos perrunos, se nos acercó un amable señor diciéndonos que fue enviado por Arnoldo, que íbamos a dormir y a alimentarnos en su casa. Era Reynaldo un hombre en sus cuarenta y algo más, que decidió radicarse en Vetas con su segunda esposa después de perder algunos dedos en ambas manos en un accidente con un molde metálico en una inyectora de plástico en funcionamiento. Parqueamos frente a su casa nos presentó a Flor Ángela su esposa y su hijo Juancho. Me senté como de costumbre en la cocina a socializar con la gente a hacer y responder preguntas.
Carlos y Frank revisaban el material del día en el cuarto contiguo a la cocina. La casa pertenecía a la abuela de Doña Flor que había muerto un par de años antes, era de techos bajitos y Carlos debía agacharse cada vez que debía pasar por alguna puerta de la casa la cual permanecía siempre con la puerta principal abierta permitiendo la entrada de los caninos del pueblo y los vecinos. Entro una pareja y la señora le pidió cilantro a Flor, el hombre se sentó a charlar con nosotros del proyecto y de lo que habíamos hecho en el día. Después de una grata y larga conversada el hombre de cachucha azul me pregunto sobre los planes que tenía para el día siguiente a lo cual conteste que dependía de la llegada de Arnoldo para programar el itinerario.
—Yo soy Arnoldo —me dijo sonriente.
La burla de mis compañeros no se hizo esperar, llevaba veinte minutos hablando con él y no sabía quién era, solo habíamos hablado telefónicamente. Era Compadre de los dueños de Casa y trabajaba para la alcaldía del pueblo manejando volqueta. Tenía trabajo y no podía acompañarnos así que le pidió de nuevo el favor a su padre para que nos acompañara el día siguiente.
Aclimatando
Don Rey se había levantado temprano, tenía cita médica en Bucaramanga y debía tomar el bus de las cinco de la mañana, lo acompañe a la plaza del pueblo donde el estruendoso pito del automotor hacía de despertador diario. Regresé a la casa a levantar a los camarógrafos quienes entre las pesadas cobijas manifestaban la buena noche que habían pasado. Doña Flor saludo a sus invitados ofreciendo un tinto mañanero y encargándose inmediatamente de la preparación de nuestros desayunos con la destreza de quien ha trabajado anteriormente en restaurantes. Su practicidad y eficiencia hacían gala de su sazón. Juancho se levantó a saludarme y le di las gracias en la cocina por prestarme su cómoda cama.
Salimos de casa en busca de Jesús, aquel Jesús que montaba en carro, cargaba trípodes, contaba cuentos, llamaba animales, caminaba como liebre y servía de guía. Nos estaba esperando en la quebrada cinco kilómetros arriba del pueblo. Busqué su sombrero en la montaña infructuosamente. Había cambiado de pinta dejando el sombrero por un gorro de lana verde que nos indicaba lo que debíamos vestir ese frío día para combatir la embestida del clima. Nuestro Jesús se había comunicado con Melvin quien tenía las llaves del portón de acceso, llegó en una ruidosa moto luego de ver pasar el carro y posterior a pagar el peaje nos abrió la entrada del camino hacia la laguna de Cunta.
Las primeras tomas se tornaron difíciles pues la húmeda brisa, dejaba pequeñas gotas de rocío en los lentes de la cámara. No las podían manipular con guantes y se le empañaban constantemente las gafas a Frank. Usamos el Ladamigo de respaldo, de carpa, de riel, incluso haciendo tomas desde adentro para evitar la humedad del ambiente sobre los equipos. Como el clima no daba muestras de mejoría decidimos abordar la caminata hasta la laguna más lejana y dejar la filmación de la de Cunta para el final del día.
Don Jesús sacó de su mochila los guantes y una gorra, se bajó el pasamontaña y comenzó a caminar con el trípode. El plan era llegar a filmar a las lagunas Verde, del Ojo y Larga. Nos mostró las ruinas de una antigua truchícola, donde jugaba en su juventud con el bote pescando en lo que quedaba de laguna. Llegamos a la Larga con las mismas condiciones climáticas, teniendo que hacerlas limpiando el lente continuamente. Una hora después el sol aparecía por fugaces momentos que permitían mejorar algunas tomas. Recorrimos los alrededores de las otras lagunas y después de unas breves instrucciones don Jesús se integró al equipo de producción, se colgó una cámara, grabo sonido y pidió su ración de bocadillo. Emprendimos el regreso hacia la de Cunta donde habíamos dejado el carro. Destapamos las latas de atún y tomamos un buen receso para dedicarnos a la contemplación, sin cámaras, sin peso, sin preocupación.
Llegamos de nuevo al portón que estaba sin candado, dejamos a don Jesús frente al ramal que conducía a su casa y tomamos el camino al pueblo donde encontramos a Melvin el hombre de la llave desvarando su moto en medio de la carretera. Le dimos las gracias por su servicio y llegamos de nuevo a la casa de Reynaldo que ya había llegado de su cita médica. Descansamos, nos bañamos y don Rey nos invitó a dar un corto Tour por el pueblo mostrándonos las antiguas casonas de tapia pisada, con entierros de guacas en sus paredes e historias de albañiles en fuga después de encontrar los tesoros.
Entramos a la de Hortensia, una casa atestada de objetos y recuerdos algunos con muestras de deterioro por la humedad y su almacenamiento sin protección alguna. Doña Hortensia de unos sesenta años nos manifestó su necesidad de ayuda para conservar sus pertenencias, pero no tenía el dinero para arreglar su casa ni exponer adecuadamente los objetos. Su casa estaba declarada patrimonio por la gobernación de Santander, pero esos títulos solo son de escritorio y no sirven para restaurarla.
Arnoldo llego a la casa de su compadre con su hermosa hija, una chiquitina blanca de ojos verdes y cachetes colorados por el frio del páramo, poso para el lente sin temor rodeada por los fuertes brazos de su protector. Arnoldo nos contactó con el guía del día siguiente para visitar otro complejo lagunar, coordinar la hora de salida y la ruta. Arnoldo nos indago sobre el servicio prestado por don Jesús, pagamos los servicios de guía de su amable padre junto con los derechos de entrada a los predios y terminamos la noche con un solo de trombón a cargo de Juancho practicando desde la habitación de sus padres con las partituras de Star Wars.
El despertar del último día se vio marcado con la nostalgia de dejar atrás a tan amable familia, debíamos salir a las siete de la mañana, así que muy temprano como de costumbre Reynaldo se levantó a preparar el desayuno. Otro perruno entro a la casa como si nada, sentándose a la mesa a tratar de compartir mi Ayaco de queso. Flor se despertó, tomamos la foto de rigor y muy sobre las siete llego José Luis a guiarnos por la ruta de la vereda El saladito. Salimos de la casa y antes de arrancar Juancho fue a despedirnos y desearnos pronto regreso.
Cuarenta minutos después de salir del pueblo llegamos a la finca de doña Alicia, suegra de José Luis y propietaria de los predios donde estaban ubicadas las Lagunas de Pajarito y las Calles. Michael un enorme perro de unos cuarenta y cinco kilos, cruce entre Pitbull y San Bernardo nos dio la bienvenida y lo llevamos a la caminata. El clima no favorecía, estaba más nublado que el día anterior. El único que no se protegía de la lluvia era Michael con su abundante pelaje. Al llegar al borde de laguna descargamos los equipos y repartí la dosis personal de Lechera. José Luis estaba emparamado, mientras Carlos y Frank trataban de hacer su trabajo, me dedique a pescar. Intente con varias cucharas, pero al final, ante los incrédulos ojos de José Luis y los extraños aparejos de pesca mordió con la clásica dorada de puntos rojos número tres.
El silencio de la laguna se agotó, llegaron unos amigos de José Luis, habitantes de Vetas quienes en paseo de familia subieron a disfrutar del no visible paisaje. Estaban tanto o más entumidos que nosotros eran unas doce personas caminando, gimiendo y quejándose de la lluvia y el frio clima. Se fueron acercando pausadamente hasta el sitio donde teníamos cubiertos los equipos. La lluvia había cesado y se agruparon para comer. Nos ofrecieron sardinas con pan y un trago de Whisky para Carlos que lo disfruto sin necesidad de rocas.
Estábamos próximos a regresar y debía arreglar los peces. Escamar y sacar las vísceras, Michael estuvo atento durante todo el proceso como esperando su parte, pero al final solo las olió. Recogimos los húmedos plásticos de los morrales y emprendimos el descenso sobre el camino lodoso. Carlos y Frank decidieron bajar directo a la casa de doña Alicia, José Luis y yo tomamos el desvío a la otra laguna. Era pequeña, pero de borde fangoso, era imposible acercarse hasta la orilla, ante la imposibilidad de cucharear le mostré a José Luis la otra posibilidad de pesca con mosca artificial. Las veíamos saltar, pero muy lejos, así que monte el flotador y dos moscas negras, mi incrédulo amigo volvió a quedar sorprendido al ver lo efectiva de la carnada y mucho más al ver que las regresaba al agua por su pequeño tamaño.
Doña Alicia nos esperaba con agua de panela y queso en la cocina de su casa, ya había llegado Judy su hija. Recordé que había hablado en varias ocasiones telefónicamente con ella acerca del ingreso a los predios de la laguna, era la encargada de la logística de visitas y su esposo el guía. Hablamos brevemente sobre las posibilidades turísticas de su predio y el sustento familiar con su paisaje vs los inconvenientes del turismo masivo, que llega, arrasa, construye, consume y depreda. Les manifesté otras posibilidades desde un punto de vista completamente personal, el de un turismo sostenible, que no pide grandes construcciones hoteleras sino la posibilidad de compartir el paisaje, costumbres, hábitat y su comida sin esperar mayores atenciones y reverencias que las dadas a un familiar. La inocente niña que me despidió sabía que, de ese tipo, soy yo.