Tres Ríos
En tan solo 18 horas Mike y Clare escaparon de soportar los diez grados centígrados bajo cero de su gélida Canadá, para iniciar nuestra travesía en bicicleta de comienzo de año hacia el cálido Magdalena Medio Santandereano con una contrastante temperatura de casi cuarenta grados centígrados a la sombra.
Ríos Lebrija, Magdalena y Sogamoso. Colombia 2017
La meta era encontrarnos con mi familia el dos de enero en Puerto Wilches, razón por la cual debimos emprender el pedaleo a las cinco de la mañana, para evitar el tráfico pesado hasta llegar al sitio conocido como “el Cero” sobre la vía a Rionegro, y soportar el calor por más de cien kilómetros de recorrido hasta la finca. La jornada la haríamos bajando por la orilla del río Lebrija desde su nacimiento, en la antigua hidroeléctrica donde se unen el contaminado río de Oro y el Rionegro, por lo que alguna vez fue la vía del ferrocarril y hoy es una incipiente carretera terciaria muy popular entre los amantes de bicicleta que van hasta Sabana de Torres.
La primera del año
Dejamos atrás el tráfico de los madrugadores viajeros hacia la costa atlántica y nos encontramos con un contundente cambio de paisaje, con solo tomar el desvío hacia la hidroeléctrica y encontrar en la otra Colombia a la gente que no pudo pasear y debió iniciar su año paleando arena desde la orilla del río para formar conos que luego serán vendidos a los volqueteros. La ruta estaba sola y pudimos tener buen ritmo de pedaleo, parando a tomar algunas fotos sobre los túneles e inseguros puentes construidos con los viejos rieles del tren.
Hacia las nueve de la mañana paramos a tomar nuestro desayuno, en una de las pocas tiendas sobre la vía en donde un grupo de mañaneros pasajeros estaba esperando que desvararan el bus que los transportaría hacia Bucaramanga. Mientras tomábamos un refresco los interesados habitantes de la zona hacían preguntas a Mike y Clare sobre su procedencia, su visita a nuestro país y el gusto por la bicicleta.
El pedaleo fue constante, lo que nos hizo llegar hacia las once de la mañana a Sabana de Torres. Fuimos hacia la plaza de mercado a buscar algo de almuerzo, amarramos las bicicletas afuera y nos dirigimos hacia una de las tradicionales ventas de comida en su interior, donde pedimos tres sopas de sabroso sancocho y una gigantesca jarra de limonada. Mike pago los diez mil pesos que nos pidió la tendera y luego fuera del lugar, comparo la atención y el sabor de la sopa con la que había tomado Clare el día anterior en el aeropuerto el Dorado de Bogotá y por la cual había pagado 28.000 pesos por un desabrido ajiaco con pollo.
Evitamos el calor del pavimento y el tráfico de tractomulas de la vía Panamericana tomando la carretera hacia Sabaneta, pero las continuas trampas de fina arena hacían difícil el pedaleo, haciendo que Clare se cayera un par de veces, teniendo que tomar camino por entre los cultivos de palma africana de la zona. El sofocante calor trasmitido por el pavimento de los últimos nueve kilómetros hizo que de inmediato soltáramos las bicicletas y nos dirigiéramos a tomar un refréscate baño en el pozo de la finca con mi familia. Nos había tomado cerca de tres horas el llegar por este atajo, el cual muy difícilmente recomendaría para hacer en bicicleta.
Nuestro día de descanso fue de novedades para Mike y Clare, los invitamos a hacer un recorrido por el cultivo de palma africana en la finca explicándoles el sistema de siembra, cosecha y transporte de fruta con los búfalos hasta los patios de acopio y hacer un recorrido por el arroyo hasta el pozo de la finca. Litros de jugo de Toronja recién exprimidos para cada comida, el jugar Rummy-Q por primera vez y por último para Clare, el tratar de dormir con una tortuga bajo su cama.
Partimos hacia las siete de la mañana rumbo a Puerto Wilches por vía pavimentada entrando al naciente barrio de invasión La independencia, donde La Pola -su líder comunal- nos explicó su trabajo en el barrio y los procesos que tenía con el municipio para tratar de legalizar el futuro hogar para 300 familias, algunas de las cuales ya están instaladas sin servicio de agua potable ni alcantarillado con una incipiente instalación de red eléctrica.
Llegamos a la orilla del río Magdalena, al que fuera uno de los más importantes puertos del país sobre su cauce. Tratando de obtener algo más de información histórica nos dirigimos a la alcaldía municipal donde fuimos muy amablemente atendidos por Jennifer y Ruth quienes nos dieron datos de ubicación, población, comercio y nos contactaron con Olimpo el gestor cultural del municipio, quien después de atendernos en el despacho municipal procedió a hacernos un tour guiado por los antiguos edificios que esperan sean recuperados en muy poco tiempo. El Hotel Ferro Wilches, la antigua estación, las bodegas y su antigua grúa, el cuarto de máquinas donde estaba la planta eléctrica diésel que alimentaba el alumbrado municipal, el barrio de pescadores y la conservada casa Exxon donde su propietaria doña Esneda Posada accedió a dejarnos conocer junto algunos niños del vecindario.
Después de un gigantesco y refrescante jugo nos despedimos de Olimpo y tomamos el desvío del kilómetro 8, rumbo a Puente Sogamoso un corregimiento del municipio donde habita gran parte de los trabajadores de los cultivos de palma de la zona, quienes aún sufren los embates del desempleo producto de la erradicación de miles de hectáreas de palma afectadas por la pudrición del cogollo (PC). A este abundante río afluente del Magdalena y donde mi tío me enseño a pescar, le cambio su vida, su gente, y sus peces pues aguas arriba se construyó el embalse para generación eléctrica, lo que cambio el paisaje y el comportamiento del río, pero esa será otra historia.