La gran Ventana

Los llamativos afiches con fotos de las Ventanas de Tisquizoque, observados en los diferentes pueblos santandereanos a los que hemos llegado en bicicleta, bastaron para programar una ruta específicamente a conocerlas. Para poder acceder a ellas debíamos llegar al municipio de Florián, en el último rincón del departamento. Nuestra mejor opción de aventura era acceder por Villa de Leyva en Boyacá e iniciar el interminable sube y baja de montañas en la cordillera.

Hermosos columpios. Colombia 2017

La nueva aventura fue planeada desde principio de año tratando de programarla en una fecha propicia para todos y un punto de encuentro intermedio. Nos encontramos la tarde del domingo 12 de marzo en la plaza principal de Villa de Leyva bajo condiciones climáticas adversas que presagiaban mucho barro en la vía.

Mientras ultimábamos detalles de la salida y el equipo a llevar, la cara de Clare se transformó sorpresivamente cuando escuchó de Chucho que tomaríamos la subida a las antenas en el primer trayecto. Clare y Mike la habían hecho anteriormente y conocían la dificultad del terreno, para mí y para Pedro sería nuestra primera vez en esa ruta.  Juanca nos sorprendió gratamente con un fabuloso anuncio, había logrado convencer a unos amigos amantes de la fotografía de llevar en carro a Laura su Novia hasta Saboyá, y por supuesto también nuestras maletas, así que la dura jornada la haríamos ligeros de equipo para avanzar rápidamente al pueblo. Seriamos seis ciclistas y Laura, fotógrafa de profesión, quien trataría de llegar a los pueblos donde consiguiera transporte y así seguir nuestro recorrido.

 

 

Saboyá sin hospedaje

Pasadas las siete de la mañana del lunes, iniciamos el recorrido hacia Sutamarchán, desayunamos la clásica changua Boyacense con queso y almojábana en la panadería de un exciclista, nos rehidratamos y tomamos suavemente el ascenso a las antenas, hablando, riéndonos y expectantes de la nueva travesía. Clare como siempre, la más fuerte del grupo, tomó la delantera para esperarnos en los desvíos y reagruparnos en las tiendas del camino. Nos tomó más de tres horas llegar al punto más alto, para poder ver desde allí a Saboyá, donde divisamos las nuevas antenas en el horizonte y por supuesto la ruta del siguiente día, subir, bajar, subir, bajar.

Llegamos extenuados a esperar las maletas, tarde para almuerzo y muy temprano para comida. Nuestra heladera de confianza nos dio indicaciones para buscar el nuevo restaurante un par de cuadras abajo. Don Víctor su propietario, estaba cerrando el negocio y ante la oportunidad de vender seis menús más, me dijo que apresurara a los demás para calentar la sopa. Le contamos sobre nuestra situación de hospedaje, pues no había alojamiento para visitantes en el pueblo. Don Víctor inmediatamente nos contactó con Pancha su prima en Chiquinquirá, a diez kilómetros de Saboyá.

Tendríamos que desplazarnos y regresar al día siguiente. Optamos por dejar cuatro bicicletas en el restaurante y tomar una buseta hasta el Hotel. Clare y Pedro decidieron hacer el recorrido en Bicicleta. Nosotros en la buseta nos burlábamos de Mike diciéndole que en la noche Clare no lo dejaría dormir con ella por haberla dejado irse sola hasta el pueblo vecino. “Mike, va a dormir conmigo esta noche” repetía una y otra vez, “Mike, va a dormir conmigo esta noche” y creo que Mike de solo pensar en mis fuertes ronquidos, salió presuroso luego de dejar las cosas en la habitación a esperar a su mojada amada.

El ineludible aguacero llego, Clare y Pedro llegaron empapados, lo cual les sirvió de ducha temporal, mientras doña Pancha la propietaria del hotel, angustiosa trataba de solucionar el problema de agua. Los recomendados de su primo no se podían bañar, la cantidad de agua era insuficiente y debía bombearse desde el primer piso hasta las habitaciones del tercero. Clare entraba y salía de los diferentes cuartos del hotel tratando de buscar algo de agua para bañarse y de ser posible caliente. Doña Pancha logro solucionar el impase, nos pidió disculpas y con olor a jabón chiquito, decidimos ir comer y recorrer el pueblo de las plegarias guiados por Chucho quien vivió en Chiquinquirá en su juventud y casi se gradúa seminarista.

 

El lotero Tumbador

Tomamos la primera buseta de regreso a Saboyá, la de seis de la mañana. Buscamos las bicicletas y para nuestra suerte coincidimos con martes de mercado en el pueblo, afortunadamente con desayuno asegurado en largas mesas de concreto cubiertas con cerámica blanca de 20 x 20 centímetros. Nos repartimos en diferentes puestos de comida para ser equitativos con las tenderas.

El menú no era apto para gringos: jeta de marrano, pata de vaca, mute boyaco, sopa de menudencias, tripa guisada, chanfaina, picos sudados y sopa de arveja. Doña Gladys, una de las tenderas, al ver la cara de Mike y Clare se ofreció a preparar caldo de huevos tomando como base un cocido de carne que estaba haciendo. Mientras nos atendían uno a uno se fueron instalando los puestos de ventas de artículos, frutas y verduras.

Afuera de la plaza se escuchaba el bullicio de los animales, sus dueños y los posibles compradores haciendo negocios de vacas, ovejas, mulos y cerdos. Mike entablo conversación con un simpático vendedor de lotería desdentado. Luego de unos minutos Pedro con intenciones de hacer su buena obra del día, se ofreció a comprarle una fracción al lotero. Este no tuvo en cuenta el acento santandereano de Pedro y quiso cobrarle como a gringo, 14.000 pesos por el billete que solo costaba 10.000. Pedro corrigió la situación y le dijo que solo le compraría una fracción, le dio 10.000. El lotero se fue caminando, no quería regresarle los 5.000 pesos de cambio. Pedro debió perseguir al lotero e insistirle a que le devolviera su dinero y después de algunos minutos el lotero cedió, le entrego el cambio a Pedro diciéndole: —“Pero como los gringos tienen plata”.

 

Chorrocuca

El ascenso hasta las nuevas antenas en el alto de Saboyá a 3550 msnm, fue más suave que el del día anterior, incluso con las maletas en nuestras bicicletas. Iniciamos el largo y embarrado descenso hasta Florián, haciendo frecuentes paradas de hidratación. Una de ellas fue al lado de la carretera, donde de la peña brotaba un pequeño chorro de agua hacia una pileta de cemento.

Pedro y Juanca habían llegado primero. Pedro se me acerco, con cierto grado de pena y antes de mostrarme su apreciación figurativa de la roca, me dijo que no lo tratara de mal pensado, pero que en la peña parecía como si el agua brotara de la parte intima de una mujer. Me explicó con detalle la anatomía funcional del sitio y bebimos agua de él.

Llegamos al pueblo a buscar el hotel, según las recomendaciones de Giovany un amigable guía que encontramos en la Virgen cerca de la entrada de las ventanas. Fuimos a lavar las bicicletas y encargar la alimentación a doña Ayde. De regreso al restaurante en una pared frente a la alcaldía donde estaban pintadas las atracciones turísticas de Florián, un desteñido dibujo mostraba el sitio donde habíamos tomado agua con el nombre Chorrocuca, Pedro solo atinó a decir: —Se los dije, tomamos Agua de Cuca.

 

La chilena trasnochada

Al Hotel Guaymaral, de doña Cecilia, donde nos hospedamos, llegaron un par de desgarbadas chilenas escaladoras con sus acompañantes, sin corte de pelo y rastas a lo Bob Marley, escasamente nos sonrieron a su ingreso y no los vimos en la noche en el pueblo, el hotel o el restaurante. Pretendimos invitarlos a subir al siguiente día con nosotros, pero desaparecieron.

Los gallos empezaron su interminable “Quiquiriquí” desde las cuatro de la mañana, el reloj biológico de Clare se activó, y empezó a escucharlos como siempre, como lo hacen los gringos “cock-a-doodle-doo”. Todos iniciamos actividades organizativas para estar listos a desayunar a las seis de la mañana. Cuando salíamos el restaurante, una de las chilenas, más desaliñada que el día anterior, salió a increparnos sobre la falta de decencia por nuestra parte al no dejarlos dormir, por hacer sonidos desde tan tempranas horas de la madrugada, entiéndase cinco de la mañana, hora a la que los demás residentes permanentes del hotel salieron para dirigirse a sus labores y trabajos respectivos. Quedamos algo atónitos escuchando el reclamo de la malhumorada mujer contra nosotros, los gallos, los trabajadores de Florián y la Colombia madrugadora.

 

Como en un sueño

La cita con Giovany, era a las siete de la mañana en la virgen, a dos kilómetros y medio del pueblo. Estábamos desayunando cuando comenzó a llover abundantemente. Lo llamamos para informarle de la situación, pero él ya estaba en el sitio esperándonos, así que tomamos la decisión de aguardar un poco a que disminuyera la intensidad de la lluvia y salir a caminar con nuestras bolsas de basura y ponchos.

La subida se hizo lenta esquivando el barro, Jaime el instructor de guías del SENA nos acompañó en la jornada, llegamos al punto de encuentro a escuchar las recomendaciones de Giovany, para el descenso y precaución con la quebrada crecida en su interior. Bajamos las lisas escaleras y encontramos un gigantesco salón dotado para su acceso con un puente colgante en un entorno natural, con algunas intervenciones poéticas, otras religiosas y una de jurassisc park. Las condiciones climáticas hacia que el entorno pareciera una escenografía de película hecha con programas de animación 3D. La bruma, la lluvia, el torrentoso riachuelo y la penumbra que no dejaba ver el vacío de la cascada.

Ante la imposibilidad de ver hacia Florián, tomamos la decisión de realizar otra caminata hasta el descenso de la última cascada. Giovany tomo su machete y fue despejándonos el intransitado camino de arbustos y espinas. El sonido de la caída de agua se fue intensificando exponencialmente a medida que nos acercamos al borde del precipicio, donde pudimos apreciar la considerable magnitud de la caída, bendecida con el caudal aumentado de la abundante lluvia.

 

El multifacético Guía

Giovany tenía que asistir a la capacitación de guías impartida por Jaime en la tarde, así que nos contactó con su amigo Miguel para que nos guiara al cerro de los venados. Muy a las dos de la tarde en punto, llego Miguel a recogernos y emprendimos una caminada charla rumbo al cerro, explicando con lujo de detalles los orígenes de Florián, sus épocas de violencia, la actividad comercial de sus habitantes, su trabajo como agrónomo asistente de cultivos en la zona, su paso por la alcaldía, sus conocimientos sobre plagas, arboles, animales, cultivos y sus dotes como constructor en guadua.

Quedamos admirados de la capacidad de Miguel y su idoneidad como guía, quien aun con la falta de su brazo izquierdo, caminó ágilmente montaña arriba, cortó con su machete bastones para algunos y nunca paró de hablar, teniendo respuesta a cada una de las preguntas que le hicimos sobre infinidad de temas y despidiendo de inmejorable manera nuestra estadía en ese inolvidable paraje al cual volveremos con absoluta seguridad.