Peñón Subterráneo
El atractivo turístico de El Peñón en Santander, está dado por la cantidad de cuevas y cavernas que tiene a su alrededor, siendo el paraíso para los amantes de la espeleología y para uno que otro turista aventurero con ganas de explorar bajo tierra el espectacular universo de formaciones minerales y cristalinas quebradas bajo este municipio, a punta de linterna de baja potencia.
Mundo subterráneo. Colombia 2017
Partimos de Florián a las ocho de la mañana, luego de despedirnos de nuestros nuevos amigos, con la fortuna de un benévolo clima para pedalear. Llegamos a La Belleza tras una hora de verde paisaje y encontramos un bonito pueblo haciendo gala de su nombre, y a sus habitantes alborotados en jueves por una especial visita. Estaban organizando la procesión de recibimiento del Monseñor proveniente del Socorro.
El indiferente
Los parlantes del pueblo resonaban una y otra vez con la invitación a la movilización de sus habitantes hacia la salida del pueblo. La gente estaba vestida con su ropa de domingo, sus caballos aperados y cepillados, la banda del colegio con sus instrumentos lustrados y otras personalidades del pueblo en sus carros limpios, ubicados estratégicamente sobre la vía en busca de una bendición cristiana.
Pedaleamos por varios kilómetros sobre la vía a Sucre, los habitantes apostados a lado y lado de la vía nos saludaban y nosotros a ellos, teniendo la precaución de no entorpecer la caravana que iba en sentido contrario. Monseñor pasó lentamente en su campero nuevo por nuestro lado y el de otros tantos habitantes sin determinarlos, con la cabeza agachada, la mirada clavada en su celular y a la merced de su carismático y sonriente conductor que saludaba por él.
La rebelión de los machos
Juanca pinchó cerca de una hacienda lechera en un verde y frio valle, colocó un poco de aire y tratamos de continuar para no despegarnos del grupo. La rueda aguantó solo un par de kilómetros, con la fortuna de alcanzar a llegar a la tienda de doña Mercedes en Altamira donde la reparamos y nos hidratamos.
Estábamos según doña Mercedes a unas cuantas subidas de Sucre, llegamos cerca de las tres de la tarde, con una hora de retraso. Buscamos en la plaza de mercado a nuestros compañeros quienes ya estaban terminando el almuerzo. El cansancio se reflejaba en sus caras. Me preguntaron sobre el final de la jornada y les dije que la idea era llegar a El Peñón, pues allí se encontraban las cuevas y era el otro destino importante de la travesía. Sin hacer la debida digestión de nuestro rápido almuerzo, tomamos las bicicletas y continuamos el pedaleo rumbo a Bolívar el siguiente poblado.
Por el camino, todos los varones fueron manifestando su extremado cansancio. Después de una hora de fuerte pedaleo arribamos a Bolívar, me dirigí a la tienda del parque, donde rápidamente me dieron orientación sobre el hotel. Le dije a Clare que ya tenía ubicado el sitio para quedarnos a dormir.
—¿Quién es el que quiere quedarse aquí? — sorprendida lanzó la pregunta.
Clare, se dirigió a mis valientes acompañantes, repitiendo la pregunta a cada uno de ellos. Pero, ninguno contestó.
Al no recibir respuesta alguna, Clare continuó su camino con un sequito de hombres que poco a poco se fueron rezagando con su fuerte pedalear. La meta era clara para Clare, llegar a El Peñón. Para cuando llegamos al desvío, no había nadie detrás, le dije que los esperáramos, para que no tomaran el rumbo equivocado hacia Vélez. Después de algunos minutos, fueron llegando uno a uno al punto de encuentro. En el sitio había una pequeña camioneta de estacas esperando una pasajera.
—¿Para donde va señor? — le pregunte al conductor.
—“Para la capital de El Peñón”.
—¿Nos lleva? —pregunté de nuevo.
—¡Claro, súbanse!
Inmediatamente desmonté las maletas de mi bicicleta y la subí a la pequeña camioneta. Todos hicieron rápidamente lo mismo y en cuestión de minutos estábamos los cinco hombres de la travesía apiñados como truchas en un estanque, en la camioneta con bicicletas y maletas.
La carpa de la camioneta, no nos dejaba ver el paisaje, con Pedro intentábamos amarrarla infructuosamente, pues con el fuerte movimiento del terreno se soltaba con facilidad. Chucho quedo en el fondo de la camioneta apoyando una sola pierna en el piso. Mike con su tronco doblado por la baja altura de la carpa y Juanca como relleno de sándwich entre los dos.
Percibíamos la subida hacia el pueblo. Levantamos momentáneamente la carpa y vimos a nuestra dama pedaleando y gritamos al unísono, —“adiós Clare”, eufóricos de saber que llegaríamos primero al pueblo. Le cantaba a Mike el ya clásico “Mike, va a dormir conmigo esta noche”, por haberla dejado sola pedaleando en terreno desconocido.
Hicimos predicciones de cuánto tiempo más le tomaría a Clare llegar al pueblo, a las siete, seis y cuarenta y cinco, seis treinta, pero solo Mike fue prudente en apostar por su compañera y decir a las seis y quince minutos. Clare nos sorprendió nuevamente a todos y llego tan solo quince minutos después de nuestro arribo, bordeando las seis de la tarde.
Iván el cuñado de Paola nuestra hospedera, me pregunto sobre el sitio de alimentación que queríamos, le dije que no nos gustaban los restaurantes, que preferíamos comida casera. Inmediatamente me condujo hasta la vivienda de Luz Dary, una menuda y simpática mujer que cocinaba por encargo a los policías del pueblo, a los maestros, a los del puesto de salud, a los turistas y por su puesto a su extensa familia, que incluía a Julieth la juiciosa aprendiz de inglés, quien le ayudaba a su madre a vender las ricas papas rellenas que hacían en la tarde, y al menor de todos Nicolás el consentido de la casa.
En la comida, el tema central de la burla, fue la no respuesta por parte de los machos cabríos, ante la pregunta de Clare, —¿quién es el que quiere quedarse aquí?, síntoma general, como en todas las casas santandereanas, que la que toma las decisiones en la casa, es la mujer.
La Cueva de los carracos
Salimos a recorrer el pueblo, y tomar algunas fotos antes de la partida de la mitad del grupo que debía retornar a sus casas. Indagamos sobre un posible guía que nos llevara hasta alguna de las cuevas, pero la intención de cobro desmedido por el servicio, al ver la cara foránea de Clare y Mike, nos hizo rechazar la oferta y despedirnos presurosos de los espantaturistas. Al regresar a la posada, Yobersi el esposo de Paola, muy amablemente se ofreció a acompañarnos y organizamos rápidamente la salida hacia la cueva de los Carracos.
Caminamos por espacio de una hora en compañía de Póker el perro con olfato de turistas. Siempre adelante como sabiendo cual era el plan de Yobersi para el día, Póker entro primero a la cueva, ladrando intensamente, espantando a cualquier tipo de alimaña, demonio o espíritu de caverna, como diciendo llegue de nuevo y vengo con amigos. Solo se le veían los ojos a Póker cuando alumbrábamos al interior de la profunda cueva.
El nuevo universo de formaciones orgánicas de material mineral estaba a nuestra disposición y con ella el cementerio de estalactitas producto del daño inexorable de los visitantes a estas cuevas, quienes, por tratar de llevarse un recuerdo, parten las formaciones, para luego dejarlas tiradas a su paso, por su peso.
El cerro de Panamá
Los pobladores nos contaron de la hermosa vista del valle desde el cerro de Panamá, pero debíamos madrugar para verla pues las condiciones climáticas hacían que se nublara rápidamente. A las cinco y media de la mañana salimos a pedalear rumbo al cerro, dejando las bicicletas en la casa de la familia Vargas una hora después, justo al lado donde comenzaba el camino real, que lleva a la gente a la vereda con el mismo nombre.
El ascenso a pie nos tomó otros cuarenta minutos, pero al intentar bajar para lograr tomar mejores fotos de las siete cascadas, la neblina comenzó a tapar todo el paisaje, teniendo que regresar al pueblo, para desayunar.
Como una hacendosa hormiguita, Luz Dary atendía a sus hijos, a sus inquilinos, y satisfacía los gustos culinarios de los comensales que, sin importar la hora, iban llegando a su humilde casa a saciar su apetito. El sábado día de culto para algunos miembros de su familia, nos sorprendimos al ver más niños de la cuenta en su hogar, uno de ellos haciendo una pataleta digna de video. Al preguntarle si el niño era de ella, nos contestó que no, que era que el sábado también le ayudaba a una vecina a cuidarle sus tres hijos, pues debía trabajar y no tenía donde dejarlos.
La Tronera
Salimos caminando hasta la finca de los padres de Yobersi, a esperar su encuentro. Iván su hermano, venia de traer unos postes para arreglar una cerca. Decidimos esperarlo en el cruce escuchando los relatos de Iván sobre las más de cincuenta cuevas que hay por explorar en El Peñón. Yobersi recogió su mochila y nos encamino a la cueva de la Virgen, una pequeña de camino a La Tronera, con la particularidad que para poder entrar se debía esquivar una gran cantidad de filosas estalactitas y pasar con el agua hasta la cintura.
Continuamos atravesando fincas y potreros, comiendo moras y choas, una fruta con exquisito sabor, mezcla entre pera criolla y guayaba. La caminata se prolongó por una hora más hasta llegar tal vez a la cueva más visitada La Tronera, debido a su espectacular vista desde el interior, donde un rayo de luz penetra la montaña por una claraboya en forma de corazón, generando un particular escenario de claroscuro, especial para fotógrafos. Yobersi nos invitó a continuar entrando siguiendo el caudaloso riachuelo en su interior, hasta donde nos fue posible debido a la fuerza del agua.
El exjefe de la Policía
Tras una placida noche en casa de Yobersi y desayuno donde Luz Dary, salimos de El Peñón en busca del camino a Vélez, después del cruce donde habíamos tomado la camioneta tres días antes, Clare se adelantó nuevamente y comencé a hacer el ascenso tratando de alcanzar un par de carros que llevaban las luces de parqueo encendidas. Delante de ellos una moto de la policía, y en el centro un ciclista. Era el General Palomino exdirector de la policía de Colombia, que venía pedaleando desde Bolívar de visitar a su madre. Me fui a su lado contestando sus preguntas sobre nuestro viaje y con emoción contagiada por el relato, decidió apresurar su paso para alcanzar a Clare.
Afortunadamente Clare se había detenido a tomar unas fotos, le grite rápidamente para que me tomara una para la egoteca con el General. Continuamos hablando de sus proyectos y del nuevo significado que le había dado la bicicleta de montaña desde su retiro, el montar en solitario por los pueblos de la provincia, pues mientras estaba en Bogotá, solo podía montar bicicleta de ruta acompañado por una gran cantidad de escoltas por su seguridad. Nos despedimos en Vélez, pues debía atender asuntos familiares y nosotros planear el desarrollo de la siguiente aventura.