Casanare, al otro lado del río. Capítulo II La Ruta Libertadora en bicicleta
El paso del río Casanare fue uno de los más difíciles para las tropas libertadoras, sus abundantes aguas cobraron las vidas de hombres y animales, además de la perdida de utensilios y comida. Para nosotros solo significaba el pasar un puente cómodamente en nuestras bicicletas sin mucho esfuerzo, pero con la inquietud de conocer algunos pueblos que de no ser por la ruta libertadora jamás hubiéramos visitado.
Fronteras invisibles. Colombia 2019
A treinta y cinco kilómetros de Tame se encuentra la frontera departamental, el gran río Casanare es su límite. Al pasarlo empezamos a sentir el cambio de vegetación y vislumbrar las primeras montañas. Es difícil imaginar el llano dividido en departamentos pues hacia 1760 los padres jesuitas tenían una propiedad muy prospera a ambos lados del río Casanare, de unas 200.000 hectáreas y 10.000 cabezas de ganado. Manejar la hacienda Caribabare no era fácil, pues se necesitaba de mucha mano de obra. Los jesuitas crearon actividades especializadas para el manejo de su ganado, capacitando a la población de ese entonces. Esto sumado a la mezcla interracial dicen fue lo que dio origen al recio hombre llanero, conocido en todo el país por sus habilidades en el manejo de grandes cantidades de cabezas de ganado y pelear por su región siendo la única provincia libre del poder español.
Buscando Chire
Con el sabor de la hamburguesa de Dumar de la noche anterior aun en nuestra mente, partimos de Tame hacia las seis de la mañana, después de un desayuno ligero. Pasamos un par de ríos hasta llegar al último caserío de Arauca sobre la vía, El Salvador, justo antes de cruzar el puente sobre el río Casanare. Hablamos un buen rato sobre el aún incipiente comienzo de nuestra aventura con Javier Preciado, un aserrador -oficio aun persistente con los pocos árboles que quedan- y la venezolana Myriam, quien ganaba su sustento vendiéndole jugo helado y cremoso de chontaduro a los conductores.
La vía continuaba plana, con fincas a lado y lado de la carretera, pero sin divisiones internas debido a sus grandes extensiones. Kilómetros de cerca más tarde el intenso ruido de unos niños afuera de una escuela a cincuenta metros de la calzada llamaron mi atención. Le compré un refresco a Fabiola, la dueña de la tienda La Lucerito, mientras esperaba a Nelson y María Johana. La Institución Educativa Luis Hernández Vargas, más conocida como “escuela El Control” estaba a cargo de la profe Diana que hacía honor al sobrenombre de la escuela tratando de mantener controlados a sus treinta y cinco alumnos de diferentes grados en una jornada pedagógica de reciclaje y basuras.
Según la profe Diana estábamos muy cerca de Hato Corozal, continuamos el pedaleo llegando antes del mediodía, justo para almorzar y hacer un recorrido del municipio. Mientras mis compañeros actualizaban los informes de viaje en las redes sociales, salí en busca de mis consabidos helados de palito. Facundo el dueño de la bicicleteria local me orientó donde conseguirlos y regrese para hablar con el sobre rutas en la zona y sus travesías en bicicleta por la sabana.
Facundo me explicó que debíamos seguir pedaleando hasta la vereda Rosa Blanca sobre la carretera y frente a la escuela tomar el desvío para llegar a Chire, un pequeño corregimiento por donde paso Bolívar. Tomamos la polvorienta ruta de cinco kilómetros hasta la cancha central del pueblo. En la tienda preguntamos por información sobre el paso de la justa libertadora y el desconcierto de la tendera y sus clientas ante la pregunta hizo que nos remitieran a la casa de la profesora Ayde, quien infortunadamente se encontraba en Yopal. Así que solo pudimos registrar la piedra con la reseña del paso del libertador el 20 de junio de 1819 y tomar el camino de regreso hacia Paz de Ariporo. La noche nos atrapó nuevamente en la carretera, llegando tarde a buscar hospedaje. Unos mecánicos nos recomendaron la posada de doña María sobre la avenida a la entrada del pueblo, donde pudimos descansar plácidamente.
Eterna Violencia
La falta de frenos en la bicicleta de María Johana nos hizo buscar las tiendas de reparación en el municipio después de desayuno. A las ocho en punto después de algo de presión, abrió don Ubaldo. Le ajustó los frenos a la bicicleta, le puso un portacaramañolas y luego fuimos en busca de la tienda de Favid para colocarle calapies y así mejorar su pedaleo. Entregamos los cuartos y salimos en busca de los restos del antiguo poblado llamado Moreno, sobre la parte alta del municipio. Los vestigios de lo que pudiera ser un magnífico trabajo de reconstrucción para una tesis doctoral en arqueología están a punto de desaparecer. Se podía visualizar un largo camino empedrado tapado por la maleza y las ruinas en tapia pisada de lo fueron las construcciones del centro del pueblo. La violencia partidista de los años cincuenta en el siglo pasado dio pie para el traslado del pueblo colina abajo, cambiándole de nombre en honor a la paz lograda en cercanías al río Ariporo.
Setenta años después las cosas no cambian. Nelson se enteró por las noticias del ataque perpetrado la tarde anterior con una volqueta bomba al batallón de ingenieros militares de Tame, donde afortunadamente no hubo heridos. Habíamos salido el día anterior de allí. Llamó preocupado a Dumar para averiguar por él, contándole que había sido a unas cuantas cuadras de su casa. Infortunadamente esta zona del país sigue siendo golpeada por el ELN y las disidencias de las FARC, haciendo muy difícil que la gente se sienta segura para venir a conocer estas maravillosas tierras.
Los actuales protagonistas
Un poco antes del mediodía llegamos a Pore a cumplirle la cita a Luisa Archila Silva, una recia santandereana, casanareña de adopción, directora de la “Corporación Próceres Mártires Heroínas”, dedicada a gestar proyectos de emprendimiento, cultura y ecología con mujeres en el municipio, las cuales muy amablemente tenían una muestra de sus productos para nosotros: galletas de moringa, dulce de mango, artesanías. Contamos las pocas anécdotas de los primeros cinco días de camino en el patio de su casa con el escarbar intermitente de unas cuantas gallinas buscando bichitos en las hojas secas amontonadas. Bajo la sombra de un gran palo de mango que ofreció sus frutos previamente para un jugo helado, almorzamos en familia, tradición que se mantiene en los pequeños lugares de tierra caliente donde aún se puede hacer siesta al mediodía.
La pausada charla llegó hasta las dos de la tarde, Nixon -esposo de Luisa- debía reiniciar su trabajo en la alcaldía. Salimos a caminar rumbo al edificio municipal, a su lado están ubicadas las antiguas ruinas de la cárcel y el templo que hicieron que Pore fuera declarada patrimonio histórico y cultural de la nación. Para nosotros fue una grata sorpresa el encontrar los vestigios de estas antiguas construcciones en proceso de preservación. Luisa como la mejor de las guías turísticas, preparada en historia y hechos, nos encaminó hacia la parte antigua de su municipio para ir hasta el museo de memoria histórica y llanerismo “Juan Nepomuceno Moreno”, atendido por su director Luis María Bastidas Barrera, quien también como el mejor de los docentes de historia patria de nuestra época escolar nos deleitó con sus precisos relatos.
Generalmente en la memoria colectiva de la campaña libertadora solo se enfatiza en el nombre de Bolívar, dejando atrás una serie de partícipes a los cuales hasta ahora se les está dando el valor protagónico que merecen. Casanare se podría decir que es santanderista, pues fue Francisco de Paula Santander el que verdaderamente realizó la logística de batalla organizando tropas y delegando en los mandos medios que apoyaron sus batallas, como Bonifacio Gutiérrez -uno de los catorce lanceros en el Pantano de Vargas- y Juan Nepomuceno Moreno, comandante general de caballería en la batalla del Puente de Boyacá.
Pore fue capital de Colombia por un par de días y hoy sufre del olvido nacional, su riqueza histórica es invaluable y afortunadamente hay personas como Luisa y Luis que se están preparando para poder atender el turismo que más temprano que tarde vendrá a resaltar el valor histórico de este municipio.
Nuestra noche en el Tablón
Javier Ovejero era nuestro contacto en El Tablón de Támara. Ya habíamos coordinado nuestra llegada en la noche para que nos ayudara con comidas y posada. Nixon se ofreció para acompañarnos después de su trabajo hasta El Tablón, llevando nuestras maletas en su carro, para hacer más rápido nuestro pedaleo.
El ascenso fue suave y tendido, el punto de encuentro fue el alto de la laguna propiedad del profe Oscar a unos cuantos kilómetros de El Tablón. Hacia las seis de la tarde llegamos a casa de Javier, un recio, delgado y amable hombre llanero quien nos presentó a su hija Yudarquis, encargada de nuestra alimentación, a Leonardo -su yerno- y a su nieta consentida María Paula. La charla fue larga y divertida. Hacia las ocho de la noche Luisa y su familia se despidieron, con nuestra promesa de regresar algún día a su casa. Javier nos alojó en el Centro de Integración Ciudadana de El tablón, con unas colchonetas azules del puesto de salud.
Después de haber considerado dormir fuera del cuarto debajo de la tarima por el calor, vimos que era imposible por la humedad del ambiente. Desde las cinco de la mañana los encargados del colegio comenzaron a arreglar los salones; minutos más tarde ya empezaban a llegar los primeros niños y la jornada escolar inició antes de las seis de la mañana. Cuando llegamos a casa de Javier nos invitó a caminar hasta las ruinas en una finca vecina frente al abandonado aeropuerto, lugar por donde realizaron el ascenso las tropas desde Paz de Ariporo usando el camino real.
Patos al agua
La idea era seguir con fidelidad el paso original de Bolívar hacia Nunchía. Teníamos que cruzar un par de quebradas, el río Boyagua y por último el río Pauto y la única manera era a pie con la ayuda de Javier como guía. Aperó su caballo y lo seguimos por una incipiente carretera llena de piedras solo aptas para mulas, tratando de pedalear donde fuera posible, pasando las quebradas y luego de un par de horas llegando a la finca de su amigo Lisandro Gutiérrez, en la vereda la Suquía de Támara. Se tomó un energizante guarapo y convenció a Lisandro de acompañarnos en otra bestia. Pasamos el Boyagua junto a las bases de lo que alguna vez fue un puente colgante y continuamos por el seco lecho del río sobre piedras de gran tamaño. Ante la demora con las bicicletas por estarlas empujando sobre las piedras, decidieron intentar amarrar la de Nelson y la de María Johana en su mula, pero la incomodidad de la carga no le gusto al animal negándose a caminar.
La solución fue montar a Nelson y María Johana en los animales, Javier y Lisandro cargar las bicicletas y como dicen los llaneros llevarlos de cabresto, jalándolos del laso ante su inexperiencia montando equinos. Treinta minutos más tarde estábamos a borde del otro río. Javier amarró nuestras maletas en su caballo y nosotros lo seguimos con las bicicletas. Debíamos estar pendientes del nivel de agua en los animales para saber si podíamos pasar caminando. Afortunadamente el gran ancho del río Pauto permitió que las bestias pasaran con relativa facilidad a diferencia nuestra. El paso fue difícil, tratando de tener equilibrio con las piernas lo más abiertas posibles, en algunos sectores del río el agua nos llegaba a las rodillas. Fue necesario ayudarle a pasar en un tramo la bicicleta a María Johana pues la fuerte corriente la estancó en la mitad de uno de los brazos del río.
Javier y Lisandro se fueron a buscar el camino que nos llevaría a la trocha rumbo a Nunchía. Llegaron veinte minutos después indicándonos el camino a seguir y se despidieron. Le comenté a Nelson que si me hubieran dejado solo en ese punto habría tomado el sentido contrario de la indicación. Avanzamos en nuestras bicicletas un par de kilómetros y encontramos una finca donde preguntamos por el camino a Nunchía y respondieron casi al unísono: “Tienen que regresarse”. El río cambia constantemente de cauce, haciendo que Javier pensara que habíamos llegado más abajo del punto donde realmente nos dejó. Dimos media vuelta y diez minutos después encontramos otra casa donde corroboraron nuestro rumbo. El pedaleo siguió hasta llegar a una vía ancha carreteable que estábamos seguros nos llevaría al pueblo.
Las juanas casanareñas
Cuando el Ejército Libertador llegó a Nunchía encontró un pueblo completamente destruido. El español José María Barreiro había dado orden de acabar con el pueblo para retrasar el avance patriota, así que le prendieron fuego, quedando muy pocas construcciones en pie. En el camino las mujeres cumplieron un papel anónimo para la época, pero fundamental para la empresa libertadora. Algunas fueron enlistadas para cumplir las labores destinadas a la mujer de hace 200 años, preparar comidas, arreglar sus ropas, cuidar heridas, pero otras se fueron anexando a la campaña voluntariamente, fueron esposas y murieron al lado de su pareja. La fiereza, sacrificio y voluntad de entrega por la causa las hizo conocer como “Las Juanas” por su capacidad organizativa y de ejecución.
Hacia las dos de la tarde arribamos a Nunchía, preguntamos por comida en un par de restaurantes y solo dijeron que era muy tarde para el almuerzo. Nos dirigimos a una cafetería en la esquina del parque principal y su propietaria muy amablemente arregló tres platos, agrandándolos como pudo, preparó limonada y dispuso de un empleado para atendernos. Las Juanas modernas no podían faltar.
Nubia Rosio Acevedo, la propietaria del lugar tiene una hermosa labor de emprendimiento con las mujeres de su pueblo, ayudándole a comercializar algunas de las artesanías en su negocio. Preguntó por nuestra aventura, nos ofreció Guarruz (una especie de masato de arroz típico del Casanare), tomó su teléfono llamó a su amiga Angélica Cañaberal para hospedarnos en su casa esa noche y también a su prima Maribel en Morcote, en el pueblo vecino para coordinar comidas y hospedaje para el siguiente día. El paso del río era hasta el momento lo mejor que nos había pasado en el viaje, pero ver como en pocos minutos Nubia había solucionado lo impensable para tres cansados y extasiados ciclistas por la bella jornada, fue igual de sorprendente.
El cansancio acumulado de la jornada hizo despedirnos de Nubia y fuimos en busca de la casa referenciada a un par de cuadras; esquinera, grande, blanca y de puertas verdes. Angélica estaba en la puerta de su hospedaje esperándonos, su casa era esplendorosa como las antiguas casonas de pueblo de cuartos perimetrales y patio central que ya pocos quieren o pueden conservar. Nos ofreció los mangos que nos pudiéramos comer de su árbol, puso la olleta para el tinto de los invitados, nos entregó las llaves de la casa y nos encarretó parte de la tarde con su amena charla y de sus labores de emprendimiento.
La tarde caía y necesitábamos información sobre el municipio y la opción inicial siempre son las alcaldías. La primera funcionaria que me atendió me remitió a la casa contigua donde funcionaba el Centro de Convivencia Ciudadana. La segunda persona con la que hablé me dijo que esos temas eran con Sandra que habría que esperarla. Hubo una tercera, una cuarta y una quinta funcionaria que solo me decían que había que esperar a Sandra que era la que manejaba esos temas. Recorrimos el municipio y las cuadras aledañas al parque haciendo tiempo y esperando a que llegara. Pregunté un par de veces más y ya estando al borde de rendirnos pudimos reunirnos.
Sandra Garzón era la secretaria de desarrollo social del municipio, oriunda de esta tierra y víctima de primera mano -como muchos- de la guerra, inicialmente de guerrillas y luego de paramilitares. Del clamor de un pueblo por la seguridad, Nunchía se erigió como el municipio de Colombia en establecer los primeros veinte jueces de paz y reconciliación, como una forma alternativa de resolver conflictos rápidamente, sin dejar de lado las costumbres de cada región. Por ser comunicadora social todos sus compañeros de trabajo le remiten los casos de atención al público y ella muy gustosa así lo hizo.
Esgrimió primero la historia del hijo más ilustre de su pueblo, Salvador Camacho Roldán, padre de la sociología en Colombia. De la comunidad indígena Achagua que paso de tener 30.000 integrantes a tan solo 800 en un par de resguardos. Sandra manifestó su interés en generar el impulso a través de su trabajo de la vieja agricultura, rescatando y promoviendo el trabajo en Conucos como modelo agrícola productivo; una vieja tradición dedicada al policultivo donde se sembraba gran variedad de especies y sin atacar las malezas químicamente, produciendo un equilibrio ecológico más estable que los monocultivos, asegurando la subsistencia alimentaria de cada familia.
Como en la mayoría de los municipios pequeños las fuentes de trabajo se reducen a los puestos con las alcaldías, siendo inestables y de solo tres años de duración. Ella, consciente de que este año se acaba el periodo de los mandatarios municipales, está interesada en promocionar turísticamente los atractivos de su región apoyando el desarrollo de emprendimientos de mujeres en su municipio.
El remate del día contado por Sandra fue el de la deuda aun sin cancelar, ni histórica, ni económicamente, a la casanareña que alimentó a la tropa independentista durante cinco años, María Rosa Lazo de La Vega, quien era la dueña de la Hacienda Tocaría en Nunchía. Entregó yeguas, caballos y según relatos más de 110.000 cabezas de ganado. La inversión en la época fue de 59.000 pesos, un número que tendría muchos ceros a la derecha pasados a valor presente por los 200 años de intereses acumulados.
La acogedora atención de la gente en Nunchía nos tenía embelesados. Salimos a caminar en la noche, hablamos con algunos pobladores y luego un largo y ameno rato en el hospedaje con Angélica. Pidió que le dejáramos la llave con la señora de la veterinaria frente a su casa al día siguiente pues viajaría temprano.
En la mañana fuimos a desayunar y a despedirnos de Nubia agradeciéndole toda su ayuda y corroborándonos que Maribel nos estaba esperando en Morcote. Partimos después de pasar por el cementerio del pueblo, visitar unas casonas en tapia y llegar hasta la famosa piedra de Bolívar, lugar donde se reunió con los demás generales y sus tropas el 26 de junio de 1819. Este simbólico sitio convocado alrededor de una piedra y plasmado en un dibujo sobre una columna, es el punto de referencia del inicio del ascenso para pasar la cordillera. Nuestra travesía seguiría subiendo.