Una perra en el Cocuy

Había tenido la oportunidad de ir varias veces al Cocuy, pero nunca con una mascota. William decidió llevar su perra Sheisa, una gran danés de dos años, cariñosa, educada y acostumbrada a acompañar a su amo para todos lados en su trabajo, pero que por primera vez conocería la nieve.

Estupenda compañera. Colombia 1994

 

Estábamos matando fiebre con las bicicletas, llevándolas  a cuanta trocha y camino podíamos. Papo tenía un viejo Chevrolet Bel-air 55 al que le habíamos adaptado una robusta  parrilla que fabriqué en el taller para transportar las bicicletas. La habíamos probado en enero con buenos resultados en San Agustín y Tierradentro y sin pensarlo mucho organizamos viaje para el nevado del  Cocuy a mitad de año. El cupo era para seis personas, tres adelante y tres atrás. Alex, Pato, William, Papo y yo, faltaba uno para el  viaje y William dijo llevemos a Sheisa. El amplio carro americano era poderoso y generoso en espacio, se viajaba cómodamente a costa de un alto consumo de combustible.

Era mi primera vez, con mascota para viaje, pero por el tamaño de la perra nos preocupaba el peso de su comida, que tendría que llevar William adicional a su maleta. William  se tomó un par de días y le acondiciono unas alforjas a la perra para que ella llevara su propia  ropa y comida. Llego el día de la partida y como buen canino Sheisa se apropió de una de las ventanas traseras del carro, para recibir aire con la ventana abajo y poder sacar su cabeza.

El ascenso al Ritacuba

Acampamos en las cabañas, el sitio más cercano al Ritacuba Blanco. Era un largo camino que había hecho en varias ocasiones, pero nunca en bicicleta. Era una torpeza llevarlas, pero nuestro espíritu aventurero enfrentando todos los no posibles hizo que emprendiéramos el ascenso. Iniciamos con tres Bicicletas sorteando rápidamente el camino del valle inicial de frailejones hasta llegar a la base rocosa de la montaña. Nos turnábamos el morral con la comida, las cámaras y el trípode, pero el tener que empujar y cargar a cuestas las bicicletas constantemente hizo que continuáramos solo con dos.

Tratando de no desistir en ese absurdo intento de llevar una bici a la nieve, le decía a Alex que siguiéramos adelante, que lo podíamos hacer y  le contaba sobre la empujada de bicicleta que había hecho en enero, hasta la cueva de los Guácharos en Palestina (Huila) gastando 5 horas. El Cocuy no nos quedaría grande, analizábamos los pocos tramos de descenso que podríamos aprovechar al regreso, nos dimos mutuo ánimo y decidimos continuar con la terquedad de seguir subiendo empujando bicicletas, mientras los demás caminaban. Pato estaba muy incómodo por el frio, pero en cambio Sheisa parecía estar enrazada con cabra, brincando entre los frailejones, saltando las piedras del camino y llevando siempre la delantera mirando hacia atrás como tratando de apurarnos.

Después de varias horas de cargar, empujar y arrastrar las bicicletas, logramos llegar a bordo de glaciar y como si se tratara de un gran parque de pasto blanco y frío, Sheisa salto inmediatamente a la nieve. Se revolcaba, corría, ladraba y disfrutaba de esa extraña sensación bajo sus patas. Nunca había tenido un compañero de viaje al Cocuy que hubiera disfrutado tanto como esa perra. Continuamos el ascenso para tratar de buscar nieve más dura, e intentar descender con las bicicletas, pero el espesor de las ruedas impedía la movilización sobre la superficie. Parecía como un cuchillo cortando mantequilla y siempre terminábamos clavando la rueda delantera, cayendo por encima de la bicicleta y burlándonos unos a otros. De haber podido reírse estamos seguros que Sheisa también lo hubiera hecho.

 

El conocido Pato

El descenso fue placentero, pudimos pasar pequeños obstáculos y pedalear por cortos trayectos hasta llegar al campamento. Buscamos en el baúl del carro la carne oreada que había preparado William en su finca del Magdalena medio, pero parte de ella tenía gusanos. Así que quitamos las partes malas y salvamos la que pudimos. Pato no quiso comer, estaba indispuesto y el frío lo seguía atormentando. La altura le estaba dando duro. Comenzamos a hablar de nuestras anteriores aventuras de bicicleta y otras salidas hasta que Pato hizo alusión a una en la que salía con sus amigos. Alex lo increpo inmediatamente y le dijo – ¿Y entonces nosotros que somos? Pato contesto –Conocidos. La respuesta de Pato dio para divertirnos por el resto de la noche, inmediatamente entre todos comenzamos a molestarlo y a decirle Conocido Pato hasta que llegó la hora de descansar.

Llovió torrencialmente durante la noche, se nos mojó toda la ropa y las bolsas de dormir. El Conocido Pato no pudo conciliar el sueño y paso un mal rato tratando de descansar sin lograrlo. Mojado, con frío, mal de altura y ya con su mente y estado anímico al límite, decidió tomar su bicicleta muy temprano  y regresar al pueblo para buscar un bus que lo llevara de regreso a Bucaramanga. No logramos convencerlo, el Conocido Pato abandonaba la travesía. Tomamos nuestras cosas y las extendimos sobre unas improvisadas cuerdas para secarlas al sol. Mientras preparábamos el desayuno planeamos la segunda parte del viaje hacia la laguna.

 

Perra educada

El gancho de ir a acampar a la laguna de los verdes siempre fue el pescar trucha para la comida, así que con las cosas medio secas armamos morrales y nos fuimos con la perra para la laguna. La jornada del día anterior había sido muy dura con las bicicletas y nadie quería llevarla. Yo sabía que teníamos más oportunidades de montarla en esa jornada pero la cordura pudo más y no los pude convencer, solo lleve la mía.

El ascenso fue duro, pero los tramos que podía bajar los disfrutaba al máximo en compañía de Sheisa, siempre adelante. Llegamos a mediodía a la laguna, dispuesto a pescar las truchas para almuerzo. Nos instalamos en la cueva que siempre servía de cocina cerca de la laguna y ante una nueva redistribución de compañeros de carpa, dormiría con William y la perra.

Pescamos de nuevo en la tarde, jugueteamos con la perra, caminamos, cocinamos y nos fuimos a dormir. Al abrir el cierre de la carpa, la perra entro rápidamente, Sheisa se acomodó plácida e inteligentemente  en el centro de la carpa para no recibir frio por los laterales. Se acostó con su saco tejido de lana color pardo y a mitad de la noche sentí a la perra rascando la entrada de la carpa. Subí  el cierre de la puerta y salió la perra lentamente,  la escuche alejándose un poco de la carpa para orinar, regreso me lamió la cara en agradecimiento, se acostó de nuevo y no volvió a salir en toda la noche. En la mañana les conté a mis compañeros lo que había hecho la perra, William no se había dado cuenta y orgulloso de su mascota dijo  –La compañera perfecta.