Macedonia al desnudo. Parte 15 Selva

La idealización del mundo indígena, se compra en un tour en Leticia que parte muy temprano en la mañana. Hace una parada en la isla de los micos, otra en Macedonia y la última en Puerto Nariño para regresar en la tarde a la capital del Amazonas. Con mucha seguridad las selfies y fotografías del día no le hacen justicia a la realidad social y ambiental que viven las personas en sus comunidades.

Rappitour. Colombia 2022

 

Al escuchar los comentarios de los turistas a la salida de Puerto Nariño de la experiencia vivida en su pasadía con tres paradas, comprobé inmediatamente que se está vendiendo una Amazonia equivocada. Compartían las fotos de un grupo de indígenas danzantes en sus trajes típicos hechos en corteza de árbol y decorados con tintes vegetales y de cientos de micos abalanzándose sobre ellos a pedir comida en la isla que lleva su nombre.

Pocos saben que la isla de los micos tiene sobrepoblación de monos ardilla, una especie que fue introducida a la isla por el controvertido Mike Tsalikis, un norteamericano de origen griego a quien se le “debe” el desarrollo turístico de Leticia. En la década de los sesenta compró una isla de 450 hectáreas y construyó el primer hotel ecoturístico de la zona. Trajo a una comunidad entera de indígenas Yaguas desde el Perú y los instaló en la isla para que sus visitantes tuvieran la posibilidad de conocerlos y fotografiarlos. Exportó legalmente diversidad de fauna amazónica hasta mediados de los años setenta, cuando el gobierno colombiano puso en firme leyes para la prohibición del negocio. Se dice que luego se convirtió en traficante de especies y algo más, por lo que tuvo que vender su isla en un momento de crisis económica cuando el daño ya estaba hecho. Hoy, la isla recibe a cientos de turistas diariamente que deben hacer turnos para el ingreso en grupos y salir con el tiempo contado a visitar las comunidades para vivir la realidad equivocada.

Historia de micos

La salida de Puerto Nariño fue programada para las diez de la mañana del viernes 20 de mayo. Iván coordinó a Clarindo el conductor del bote, para que nos transportara junto a las holandesas Corinda y Cindy hasta la comunidad de Mocagua, colindante al Parque Nacional Amacayacu. Cuarenta minutos después llegamos al sitio de desembarque y ascendimos la pequeña colina por una amplia escalera con pasos de madera hasta la cabaña de registro. Allí fuimos recibidos por Jesús Catachunga, uno de los guías de la comunidad.

Jesús nos condujo por una de las veredas internas rumbo el restaurante donde dejamos nuestros morrales y recogió los remos de su canoa. Atravesamos Mocagua hasta llegar al bote y remó junto a Corinda por algunos minutos entre la zona inundada para llegar a la Fundación Maikuchiga, que es un centro de rehabilitación y reinserción de micos rescatados víctimas del tráfico ilegal, utilizados como mascotas o heridos por la caza.

Al momento de desembarcar, un mico churuco se le abalanzó a Corinda y la abrazó sin soltarla. Ingresamos a las instalaciones donde fuimos recibidos por Carlos Saul Mendoza Vásquez uno de los encargados del lugar donde nos dio la bienvenida y le pidió al churuco que soltara a la visitante. Carlos nos explicó que la mayoría de los micos son capturados mediante la muerte de su madre. En el corredor amazónico entre Perú, Brasil y Colombia, las fuerzas militares y la policía tienen el trabajo de incautar las especies en peligro para ser entregadas a Corpoamazonia para su evaluación. Posteriormente son cedidos a la fundación para ayudarlos en su recuperación y posible reinserción.

Maikuchiga, significa “Historia de Micos”, sólo reciben primates. Al momento de llegar a la fundación son puestos en uno de los dos cuartos de cuarentena, donde observan como están física y mentalmente los individuos. Cuando se considera que no son vulnerables, se pasan a un espacio abierto de adaptación donde está la zona de alimentación. Carlos colocó sobre un platón de aluminio en el suelo una generosa cantidad de guamas y los micos de diferentes especies comenzaron a llegar y degustar la pulpa blanca de la fruta. El objetivo de esa nueva etapa en el proceso, es el de familiarización con otros individuos ya recuperados y por emulación, hagan lo mismo que sus compañeros y después de un periodo de control, poderlos reintegrar a la selva. Según Carlos, la adaptación es mucho más fácil cuando los animales son pequeños. La mayoría de los adultos que les entregan, llegan gravemente heridos y tardan mucho más tiempo en el proceso o simplemente no son candidatos para ser liberados, como era el caso de un pequeño titi mutilado de su pata izquierda que comía sobre la baranda.

En el año 2006 fueron conformados legalmente como fundación y hoy son la única institución que hace rehabilitación de primates en la Amazonia. Jhon Vásquez Gonzáles tiene cuarenta años y es el representante legal de Maikuchiga. Heredó su pasión al trabajar desde los veinte años con Sara Bennett, una bióloga estadounidense del Dartmouth College que por amor llego a Colombia y se deslumbro por la selva del Vaupés. Allí trabajó por varios años hasta que la guerrilla de las FARC destruyó su campamento y decidió trasladarse al Parque Nacional Amacayacu.

En una decisión propia y autónoma de los habitantes de la comunidad de Mocagua que limita con el parque, decidieron no volver a cazar animales en peligro de extinción. Corpoamazonia en el año 2000 le entregó a Sara Bennett seis micos churucos y ella construyó en inmediaciones de Mocagua, selva adentro, las básicas instalaciones con madera decomisada para proteger a sus primeros huéspedes.

Jhon quiere seguir el legado de Sara y salvar micos incluyendo a los capturados legalmente con fines investigativos. Nos contó con tristeza en su rostro que el científico colombiano Manuel Elkin Patarroyo, utilizó más de 4000 monos para su búsqueda de la vacuna contra la malaria. Un buen fin, que no justifica los medios según su concepto, pues se convirtió en una fuente de ingresos para los cazadores de las comunidades. Jhon adolece de falta de equipo para continuar con su valioso trabajo de rescate de micos. Necesita cámaras, morrales, elementos de monitoreo y de camping. La fundación se sostiene con los aportes de los esporádicos visitantes que deciden no ir a la isla de los micos en Leticia y ver una experiencia diferente, de reinserción de los grandes churucos, los pequeños frailes, el tití Ardilla y otras especies de primates a su habitad natural.

Tomamos el camino de regreso y recorrimos Mocagua a través de los senderos peatonales, algunos en concreto, otros adoquinados y muchos en tabla, para ver sus coloridas fachadas pintadas con animales representativos de la amazonia. Jesús nos llevó hasta al Emprendimiento Gastronómico el Pajuil donde nos despedimos y disfrutamos de una sencilla comida muy bien preparada. Luego de recoger nuestros morrales bajamos de nuevo hasta el bote donde Clarindo aguardaba por nosotros.  Tomó un pequeño desvío antes de su retorno a Puerto Nariño con las holandesas y me llevó hasta la comunidad de Macedonia a veinte minutos rio abajo.

 

Vivir Macedonia

Había hablado telefónicamente con Elex Ahue Moran, un joven indígena que promociona su emprendimiento familiar utilizando medios digitales desde la ciudad de Bogotá, mientras adelanta sus estudios profesionales. La Maloca Barü está ubicada a 53 km de la ciudad de Leticia y 17 km de Puerto Nariño en una de las comunidades más conocidas en la zona por su trabajo en la elaboración de artesanías, Macedonia.

Fui recibido en la maloca por los padres de Elex, Eudocia Moran León de 55 años y su esposo Saul Ahue de 60 años, pertenecientes a la etnia Tikuna. Estaban en la cocina terminando de lavar una gran cantidad de loza de las personas que habían atendido a la hora del almuerzo. Me acomodaron en una básica habitación de madera con cama, toldillo y hamaca ubicada en la parte alta de la colina sobre la calle principal y ventana interior con vista al techo de paja.

Se podría decir que era una construcción de tres niveles. El del rio con su muelle en madera, el de la maloca y el comedor, y más arriba el de las habitaciones. La maloca estaba vacía. Funcionaba como espacio expositivo, tenía a sus costados pequeños puestos para exhibir artesanías las cuales estaban guardadas en cajas y cubiertas con plásticos.

Doña Eudocia me presentó a Avispa su juguetona perra y a Medardo Moran su hermano, quien se veía un poco extenuado. Estaba descansando contemplando el atardecer. Sus manos estaban pintadas de negro con huito, según el para espantar los mosquitos en la chagra, pero además por ser una tradición característica de los Tikuna. Era el encargado de recibir a los turistas en el muelle y conducirlos hasta el interior de la maloca donde les hacen una presentación de sus danzas ceremoniales. Medardo madrugaba todos los días para trabajar en la siembra y recolección de cacao en su chagra hasta las nueve de la mañana. Después debía dirigirse a la maloca para quitarse la ropa y colocarse su atuendo para recibir a los visitantes hasta la una de la tarde, hora en la que llegaba el último grupo.

Medardo me contó que su comunidad estaba compuesta por unas 1200 personas de diferentes etnias, Cocama, Yagua, Uitoto, Miraña, Tikuna y mestizos que vivían en unas 280 casas. Tenían colegio, centro de salud, iglesia evangélica y un polideportivo. Medardo debía llevar a un grupo de huéspedes a un pequeño recorrido a remo por el Quyantes y me invitó a acompañarlo. Les colocó los chalecos a las integrantes de la familia Cárdenas y subimos a la embarcación de aluminio de don Saul. El pequeño cauce del río que desembocaba al Amazonas, albergaba un gran número de casas palafíticas de gran tamaño a sus costados. Remamos hasta un puente de concreto que conducía a la parte alta de Macedonia donde Medardo dijo vivía la mayor parte de la población. Mientras un grupo de adolescentes saltaba desde las barandas del puente al agua, Medardo reflexionó en voz alta sobre el problema de la pérdida de la calidad del agua de la quebrada por basuras y el vertimiento directo de aguas sanitarias lo que conllevaba a la ausencia de peces.

Con la puesta del sol regresamos a la maloca. Don Saul estaba captando agua del río Amazonas con una motobomba eléctrica para llenar sus tanques, aprovechando el horario de fluido eléctrico en su comunidad que iba de 5 de la tarde a 10 de la noche y en las mañanas de 10:30 a 1:40 de la tarde. La excepción del servicio era la del día domingo, con un horario adicional de 7 a 10 de la mañana para conectar los parlantes y micrófonos de la iglesia evangélica y así poder celebrar el culto religioso.

Mientras doña Eudocia preparaba la cena, me integró a la conversación que sostenía con Karina Quiroga, una de las profesoras del colegio Francisco Orellana encargada de los niños del grado cuarto de primaria en Macedonia. Doña Eudocia estaba entristecida por el poco uso de su lengua materna, según ella, las nuevas juventudes de su comunidad sólo sabían algunas palabras en Tikuna.

—Si no fuera por eso, nadie les creería que eran indígenas, porque han perdido totalmente sus costumbres —afirmó doña Eudocia.

La profesora Karina después de un agotador día de trabajo, decía que los adolescentes solo pensaban en graduarse para irse del poblado, que su cercanía a Leticia los tenía permeados hacia vivir con el estilo de vida de la ciudad olvidando su cultura.

Doña Eudocia nació en Macedonia y se quejaba de la pérdida de sus costumbres ancestrales. Según ella, sus abuelos llegaron del Brasil donde conservan mejor sus tradiciones.

—Los hermanos Tikunas están en diferentes comunidades del Perú, Brasil y Colombia —decía doña Eudocia. —No tienen fronteras y todos somos una misma familia que deberíamos cultivar nuestra lengua y tradición —concluyó.

La profesora Karina, se despidió después de la cena y un poco antes de las diez de la noche, tiempo suficiente para poder llegar a su dormitorio antes del corte de energía eléctrica en la comunidad.

 

Nuevo día

La noche fue placentera. Salí a recorrer el poblado antes de las seis de la mañana encontrando muy pocas personas. Seguí el sendero peatonal en medio de muchas construcciones de madera y tejas de zinc, en busca del puente de concreto que había visitado el día anterior.

En el camino encontré al curaca, la máxima autoridad de la comunidad quien atravesaba el puente. Me dio la bienvenida a Macedonia y habló generosamente sobre la gran experiencia de los miembros de su comunidad en la elaboración de artesanías en madera palosangre y tejidos de la palma de chambira. Como en muchas otras comunidades, era sábado de trabajo comunitario y debían realizarlo los hombres entre catorce y cincuenta años a partir de las diez de la mañana.

Según el curaca, se vivían momentos difíciles en su comunidad por culpa de la desunión tribal, “cada uno anda por su lado”. Me dijo que la comunidad tubo un momento glorioso antes del año 2000 cuando solo eran quinientos habitantes. Gastaban tres días a remo para ir hasta Leticia y regresar, y sin usar dinero, solo hacían intercambio. La comunidad se había vuelto poco a poco dependiente del turismo, perdiendo su autosuficiencia y la pandemia los hizo volver momentáneamente a sus orígenes, a trabajar en la chagra para sembrar yuca, plátano, maíz, verduras, frutas o regresar a las jornadas nocturnas de caza y pesca, para dejar de depender de comprar en los supermercados.

Me señaló desde el puente la construcción de una nueva maloca para atender turistas y baje a conocerla. Pasé por el costado y entré a la casa de Florinda León Pérez, una mujer de 61 años nacida en la vecina comunidad del Vergel, quien había conocido Bogotá en 1983, pero prefería vivir en el Amazonas. Me mostró su humilde casa y me dijo que había rellenado el terreno con mucho esfuerzo pues vivía sola desde 1997, año de su separación y poco le gustaba viajar a la ciudad a visitar a sus hijos.

Me explicó que la nueva maloca sería más grande y cómoda para albergar a los artesanos y visitantes en un terreno menos propenso a inundarse pues en el momento debían llegar en bote. Entendí que se trataba de un emprendimiento diferente al de doña Eudocia y pertenecía a otro grupo de artesanos.

Cuando regresé a buscar el desayuno, encontré a Flor luz Dary Ahue Moran, la hija de don Saul y Doña Eudocia, impartiendo clases de tejido de manillas a sus huéspedes. En unas pequeñas maderas con dos puntillas en sus extremos, anudaban una cuerda delgada de chambira a la cual le habían introducido chaquiras hechas de semillas perforadas y tinturadas. El objetivo era fijarlas a una distancia determinada, amarrando una cuerda adicional de colores, mediante el uso de sencillos nudos que generaban el tejido deseado. Cada una de las Cárdenas se llevó su propia manilla tejida.

 

La llegada de visitantes

Después de terminada la clase, Flor se puso a organizar su puesto de artesanías, eran las nueve de la mañana y comenzaron a llegar los artesanos a la maloca. De bolsas, morrales y cajas, sacaron sus productos para ordenarlos de la mejor manera posible para ser exhibidos a los visitantes que diariamente llegaban en el horario de 9:30 de la mañana a 1:00 de la tarde.

Diana Melissa Yucuna y su pareja Lener Rodríguez, eran los artesanos del puesto más cercano a los baños del lugar. Tardaban media hora arreglando su puesto de trabajo en la maloca Barü todos los días. Cuidadosamente fueron limpiando y acomodando una a una sus artesanías, ofreciendo un gran surtido. Animalitos tallados, cucharas, peinetas, mascaras, cuencos, servilleteros, lapiceros, llaveros, manillas, escamas de Paiche, collares y atrapasueños. La perfecta disposición de su mercancía la hacía muy llamativa y estaban muy orgullosos de lo que podían ofrecer a sus posibles clientes.

Las mujeres de los otros puestos de artesanías, se cambiaron de ropa y vistieron sus trajes ceremoniales. Todo estaba listo. La primera embarcación llegó a las diez de la mañana. Lener bajó rápidamente al muelle para ayudar a asegurar el bote con la cuerda. Una familia de americanos padre, madre y dos pequeños niños fueron conducidos a señas al interior de la maloca.

La primera presentación del día inició con la postura de unos penachos con plumas a los visitantes y la danza de las mujeres al sonido de un par de tambores, unos sonajeros de semillas y el golpeteo seco sobre los caparazones de unas tortugas. Después de algunos segundos trataron de integrar al niño mayor de los americanos, haciéndolo danzar en círculos frente a sus padres para las respectivas fotos y posterior a la danza, invitaron a los extranjeros a visitar los puestos de artesanías.

Los americanos partieron y la segunda lancha llegó a las diez y media de la mañana. Una de las mujeres danzantes bajó rápidamente al muelle a hacer el recibimiento, pero Medardo llegó de improviso, aseguro el bote y se fue a cambiar rápidamente. Diez adultos se bajaron y fueron conducidos al interior. Eran colombianos y Medardo pudo comenzar la breve introducción a la experiencia en la maloca, enseñándoles cuatro palabras en lengua Tikuna. Numae (buenos días singular), numae gue (buenos días Plural), moeichi (gracias) y nuama (adios). Se dio inicio a la danza después de la charla, vistiendo de forma especial a una de las integrantes del grupo visitante, se pidió una colaboración voluntaria para las abuelas danzantes y se procedió a invitarlos a adquirir las artesanías.

Los grupos de turistas duran treinta minutos aproximadamente en la maloca Barü, viajan contra reloj para poder hacer las tres actividades programadas. La tercera embarcación, arribó con cuarenta personas, estaba fuera de itinerario con una hora de retraso. Les había tocado esperar cuarenta minutos para poder ingresar a la isla de los micos ante la gran cantidad de turistas. La maloca estaba llena. Se repitió la charla introductoria de las cuatro palabras y el mismo procedimiento para la danza. Al finalizar muchos de los asistentes pidieron fotos con Medardo y visitaron los puestos de artesanías.

A la una de la tarde llegó la hora feliz. Las donaciones de los turistas fueron repartidas equitativamente entre las abuelas de la danza. Medardo, se pudo vestir nuevamente para proceder a descansar y los artesanos hicieron el balance de sus ventas. Le pregunté a Diana y Lener como les había ido en la jornada, pero se habían visto perjudicados por el retraso de la última embarcación. En el tiempo que duraron esperando para poder ingresar a la isla de los micos habían adquirido artesanías a los Yaguas, de tal manera que al llegar a Macedonia tuvieron poco interés de compra.

 

La economía circular

Durante el transcurso de la mañana, en el interior de la maloca se vendieron alimentos para los visitantes. Harold, el hijo de Medardo era uno de ellos y había vendido todas sus empanadas de arroz con huevo. Se encontraba descansando al lado de la puerta de mi habitación contando el dinero en billetes de baja denominación que había recibido.

Era profesor, reparador de electrodomésticos y jugador de fútbol. Estaba incapacitado después de una cirugía por lesiones en un partido y andaba con muletas. Me contó que fue su segunda vez en un hospital. De niño fue picado por una culebra pudridora y curado en Puerto Nariño tomando alcohol con hiel de boruga y cebolla aplicada sobre la herida mientras llegaba al hospital.

Según Harold, Macedonia no fue fundada allí. Estaba asentada en la isla, pero cincuenta años atrás, después de una fuerte creciente del río Amazonas, Antero León y Virginia Macedo, miembros de la comunidad evangélica la reubicaron en la pequeña colina donde hoy están. Sus habitantes siempre han sido artesanos y su especialidad el tallado de palosangre. Con la llegada de la energía eléctrica y el alto flujo de turistas, compraron máquinas que aceleraron el proceso de producción, pero disminuyeron la calidad. Según Harold, el pulido y brillo de las tallas no es el mismo.

Mientras hablábamos llegó un hombre menudo apodado Cachipay. Se trataba de Edgar, un indígena que vivía en la vecina comunidad El Vergel y era uno de los mejores fabricantes de flechas para pesca. En su mano tenía dos, de tres puntas de metal cada una, diestramente forjadas con púas a los costados para evitar se escaparán los peces. El cuerpo de la flecha estaba hecho en vara de isana y las puntas de metal amarradas firmemente con cuerda.

Harol fue campeón comunitario de cerbatana y un apasionado pescador. Inmediatamente tomó las flechas, observó su manufactura y comprobó el perfecto balance. Cachipay le pidió veinte mil pesos por cada una a Harold y él le pagó sin regatear los cuarenta mil pesos (10 US) solicitados, con el dinero que había ganado en la mañana. Después de irse el vendedor, Harold se despidió emocionado diciéndome que saldría en la tarde a pescar para recuperar su inversión.

Caminé paralelo al río para conocer otro sector de Macedonia. Al cruzar un puente de madera, encontré que algunas construcciones eran un poco más robustas, utilizando ladrillo y concreto en sus bases. Un pendón plástico, daba la bienvenida a la maloca artesanal Muruweta. Observe a través de las parades de bambú y en su interior había otra gran muestra artesanal. Macedonia tenía tres entradas diferentes y cada una conducía a una maloca, de tal manera que los turistas visitantes en los paquetes de viaje, solo conocían uno de los tres emprendimientos.

En la parte alta de la colina, encontré una tienda en una caseta de madera estratégicamente ubicada al final del ascenso desde el río. Le pedí un refresco al hombre que la atendía y mientras me lo entregaba, mi mirada se dirigió fijamente hacia el estante superior, donde estaba acomodado el “matrimonio perfecto”, suero oral y papel higiénico.

—Es lo que más se vende para los extranjeros —dijo entre risas el hombre.

Se trataba de Pablo Pérez de Ucayali en el Perú, de la etnia Cocama. Me explicó, que la mayoría de los visitantes que venían a Macedonia por esa entrada eran extranjeros y debía tenerles solución a sus problemas estomacales. Don Pablo era casado con una Tikuna y mucha de su familia vivía en ese sector de Macedonia atendiendo turistas en la mañana. Llegó a Colombia en el año 1979, cuando solo vivían cien personas en la comunidad y se dedicó a civilizar montaña para la ganadería. Vivió la época de la violencia cocalera en la zona sin meterse con nadie viendo como aparecían muertos en las playas. Decidió internarse un tiempo en la selva del Putumayo hasta que todo se calmó, pasando ocho años exiliado de su terruño.

En la mañana, Don Saúl Madrugó a buscar las canoas de los pescadores que iban de regreso hacia sus casas más abajo del puerto de su maloca. La idea de interceptarlos en el río, era poder adquirir el pescado. Si no lo hacía, lo dejaban sin proteína para sus huéspedes. Compró ocho sartas surtidas a 10.000 pesos cada una, con bocachicos, arencas, mojarras, nicuros, lisas y mocholos. Regresamos al muelle frente a la maloca y don Saul de dispuso a arreglar los pescados. Fui hasta la cocina para tomar el desayuno y sobre una puntilla cerca al lavadero había un bagre colgado de tamaño mediano. Le pregunte por el a doña Eudocia y me dijo que se lo había comprado a su sobrino que había estado pescando en la noche. Harold había recuperado la inversión de sus flechas.

 

Ni de aquí, ni de allá

Doña Eudocia estaba arreglando la carne, el menú del desayuno sería boruga guisada. Estaba algo inquieta por atender a uno de los huéspedes franceses que era vegetariano y no sabía que prepararle. Habían llegado el día anterior a la maloca y estaba esperando a que bajara para ofrecerle huevo o pescado. Mientras cortaba finamente la carne, me preguntó cómo había pasado la noche.

La suspicaz pregunta era dirigida al comportamiento de los borugos de dos patas como le decía ella a los adolescentes. En la noche anterior habían salido antes de las diez para el pueblo vecino a celebrar el día de la madre, regresando alicorados a las cuatro de la mañana, generando algunos inconvenientes con los vecinos por la bulla y la gritería que venían haciendo.

Todos habíamos escuchado el incidente y habíamos quedado despiertos desde esa hora. Flor afirmaba desde su perspectiva docente, que los adolescentes de su comunidad pertenecían a una generación muy compleja, pues no hacían caso, no respetaban a sus mayores, y sus valores y costumbres las tenían en segundo plano queriendo estar solo de fiesta y pegados al celular.

Los adolescentes indígenas de los asentamientos cercanos a las grandes ciudades están en el limbo. Tienen que enfrentarse a la dualidad de querer pertenecer a la sociedad de consumo con oportunidades de vida diferentes a las que pueden vislumbrar en sus comunidades al seguir el ejemplo sus padres. No quieren saber del trabajo agrícola en las chagras o de labores de caza y pesca. Prefieren emigrar hacia las capitales cercanas para vincularse a la escaza oferta laboral disponible. Era una realidad palpable, la idealización del mundo indígena tenía una brecha generacional. Estaba siendo fotografiada solo con personas mayores, los artesanos, los encargados de las presentaciones a los turistas.

 

Despidiendo Macedonia

Flor me hizo el favor de hacer la reservación de un cupo desde el día anterior, para que la lancha que salía a las once de la mañana de Puerto Nariño me recogiera en la maloca. Lo grupos de turistas comenzaron a llegar y el ciclo de las presentaciones a repetirse. Medardo asumió de nuevo su papel de anfitrión y poco a poco fue vinculando a los presentes en su actividad artística junto a las abuelas danzantes.

Así como en el interior del país los conductores de los buses intermunicipales paran en determinados lugares para que sus pasajeros se alimenten, mientras ellos comen a cargo del dueño del lugar; los motoristas que traen a los grupos de turistas por el río a la maloca Barü, disfrutan de un buen plato de comida en la cocina de doña Eudocia.

Ellos se toman su tiempo. Comen lentamente, sabiendo que tienen treinta minutos. El motorista y doña Eudocia se agradecieron mutuamente por el intercambio y subió a sus pasajeros rumbo a Puerto Nariño. Minutos después una nueva lancha con turistas llegó y otro conductor de bote pasó a ser atendido en la cocina.

Medardo bajo al muelle con su arco a las once de la mañana. Pacientemente esperó el arribo del grupo más numeroso del agitado domingo. Cuarenta personas se bajaron del pequeño planchón de aluminio y los llevo al interior para dar inicio a la nueva presentación. La maloca estaba llena.

Tomé mis pertenencias y me fui a despedir de los magníficos anfitriones a la cocina, con la promesa de regresar algún día en verano. Agradecí sus cálidas atenciones, mientras ellos recibían la noticia del conductor de turno que comía, de la llegada de un tour con doscientas personas en camino. Sería un buen día para la Maloca Barü.