Turismo insostenible. Parte 13 Selva

Cientos de turistas llegan diariamente a Puerto Nariño. Algunos solo están por un par de horas recorriendo sus fotográficas calles y otros se hospedan en busca de la selva profunda. Mientras los habitantes se quejan del deterioro de la economía local y el enriquecimiento de los grandes operadores turísticos, el relleno sanitario colapsa. 

Pesebre en problemas. Colombia 2022

Las realidades se viven de manera diferente. Muchas decisiones tomadas en un escritorio en Bogotá, difieren del contexto de comunidad de algunos poblados colombianos. El “pueblo pesebre” como es conocido a Puerto Nariño es una pequeña población de 3.279 habitantes en el casco urbano según su último censo y cercana a los 10.000 con las comunidades aledañas. Está a una distancia de 87 kilómetros a contracorriente por el río Amazonas sobre la desembocadura del río Loretoyacu.

Inicialmente fue un corregimiento llamado Villa Espejo, fundado el 18 de agosto de 1961 por el sargento de la policía José Humberto Espejo. Debido al acelerado crecimiento demográfico, fue elevado a la categoría de municipio el 18 de enero de 1984 en el gobierno del presidente Belisario Betancur y fue el primero en certificarse en el país, de acuerdo con la norma técnica sectorial de turismo sostenible NTS-TS 001-1.

Esta certificación busca que exista un equilibrio entre el medio ambiente, la economía y los aspectos socio-culturales de una región que se quiere dedicar al turismo. Aunque la sostenibilidad debe generar un cambio de conciencia para los pobladores y una formación cultural para los visitantes, mantener una certificación no es tarea fácil. Los problemas que se dan en la zona por satisfacer a los turistas, comienzan a generar inconformismo y cuestionamientos entre los residentes. 

Vida tranquila vs. fuente de ingresos.

Entrando a Colombia

La lancha rápida de Expresos Unidos Tres Fronteras, cubre la ruta Leticia–Caballococha-Leticia haciendo paradas intermedias. Tiene capacidad para 48 pasajeros y dos tripulantes. Está equipada con dos potentes motores fuera de borda que hacen verdaderamente ágil el desplazamiento, tardando solo treinta minutos entre Caballo Cocha y Puerto Nariño.

El parque principal y la cancha estaban inundados. Eran las dos de la tarde del 16 de mayo y accedí desde el muelle al sendero peatonal caminando por un entablado. Frente a la alcaldía dialogué con un grupo de agentes de turismo, me entregaron el mapa del municipio y explicaron la distribución de sus calles, la ubicación de hoteles y servicios.

La calma de un poblado sin motocicletas, donde todos se movilizan a pie, era completamente contraria a lo que había experimentado en los demás asentamientos sobre el río Amazonas. El pueblo pesebre de Colombia era diferente. Sus esquinas principales estaban adornadas con esculturas que facilitaban la ubicación del sendero por el que se debía caminar para llegar a las múltiples opciones de hospedaje. Opté por el hotel Wairurú de Alberto Lozada, un exalcalde de Puerto Nariño que dada la baja temporada me acomodo en su más amplia habitación con terraza en un segundo piso sobre la recepción de su hotel. Me orientó sobre las actividades a realizar en su municipio y fue enfático en el ritmo de vida que allí se llevaba, “se vive lento, se camina lento”.

En Puerto Nariño trabajan para ser reconocidos como el destino turístico sostenible más competitivo de la región amazónica y de Colombia. Cuenta con guías de sobra, algunos de ellos bilingües para atender al gran número de extranjeros que los visita.  Hay planes para todos los gustos y presupuestos, que ofrecen avistamiento de delfines, caminatas diurnas, nocturnas, visitas a reservas agrícolas y comunidades indígenas cercanas.

Escuchando a los residentes

Sin lugar a dudas, Puerto Nariño era el poblado más organizado que había conocido en la travesía. Después de una placida noche, seguí las recomendaciones de don Alberto y fui a buscar a Rogelio Martínez, el propietario del restaurante Martha. Don Rogelio atendía a sus comensales, impartía los pedidos a sus auxiliares y hacia entretenida la corta espera con su charla. Llevaba muchos años en la zona y añoraba los días en los que podían autoabastecerse de los productos del río y de la selva. Quería emprender una cruzada regional por reestablecer la seguridad alimentaria en su comunidad, promoviendo los cultivos tradicionales, para dejar la dependencia de insumos alimenticios traídos por lancha a escandalosos precios.

Al restaurante llegó María Antonia Ospina Olivares a entregar un pedido de cacao orgánico. Lo producía en la vereda Agua Roja, a una hora de caminata, su sentir era el mismo de don Rogelio, los productos en las tiendas de abarrotes tenían precio de turista. El costo de vida para los lugareños se había encarecido desde la masificación del turismo. Según ella, la mano de obra agrícola escaseaba y le tocaba asumir muchas funciones productivas en su finca. Los hombres ya no querían cultivar, cazar o pescar, solo ofrecer servicios de guianza.

La poca oferta de peces en el mercado local, debido en gran parte a la sobre explotación pesquera, los ha hecho cambiar sus costumbres. Sobre una carretilla trasportaban un bacu piedra de gran tamaño, era un pez de no muy gustoso sabor según los residentes por el alto contenido de grasa, pero al no tener otras especies, comenzaban a comerlo en la zona. El consumo de carne y pollo se había incrementado, al igual que sus precios al tener que traerlos de Leticia. La alta demanda de pescado para los restaurantes hace que el precio se eleve y los pescadores prefieran vendérselo a ellos dejando el mercado local desabastecido.

Ana victoria Lozada, era la representante de Triple A, como se conoce a la oficina de Servicios Públicos Domiciliarios A.A.A, encargada de dos puntos de suministro de agua potable para la comunidad. Allí, se pueden llenar los contenedores cumpliendo unos requisitos básicos. No lavarse las manos, no lavarse la cabeza y llevar los recipientes limpios. En su cartelera informativa tenía una infografía sencilla que reforzaba el programa de cuidado del agua. “De gota en gota, el agua se agota.”

Mantener activa la planta tratamiento de agua tiene unos costos enormes, por eso propenden por cuidar cada gota de agua potabilizada. La empresa está en un momento crítico dada la insostenibilidad financiera. Lo recaudado no alcanza para la compra de insumos y funcionamiento de las potabilizadoras.  Según Ana, la difícil situación se presentaba porque muchos de los habitantes, llevaban años sin pagar servicios públicos. El complejo futuro de la empresa ha llevado a las autoridades municipales en pensar ceder su operación a particulares. La privatización ineludiblemente busca prestar el servicio solo a quienes paguen por él.  

Buscando lectores

Las inquietantes charlas a la hora de las comidas, me hizo percibir que no todo era color de rosa en el paraíso y decidí interactuar con otros residentes. Comencé en la biblioteca llamada Poperapata con Luz René Flores Murrieta de la etnia Cocama. Era su encargada desde el año 2019, y me explicó que el nombre significaba casa de libros en Tikuna, y había sido fundada en el año 2006 por resolución gubernamental.

La visión de Luz René, es crear una biblioteca descentralizada. Trabajan con la comunidad, con los niños, los abuelos y en los hospitales, haciendo promoción de lectura.  La alcaldía tiene como programa hacer un evento mensual en el cual se articulan la biblioteca y varias de sus dependencias, como la oficina deportes y la de salud pública, para que todas las actividades se hagan en conjunto y sean más llamativas, inclusive interactuando con las escuelas de otras comunidades y pidiendo el apoyo de la policía nacional y el ejército.

En las instalaciones de la biblioteca se preparan actividades coordinadas con diferentes grupos. Del colegio, se realiza una programación semanal con los profesores de cada salón y Luz René hace el alistamiento de todo el material necesario. Con el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar se hacen los programas de primera infancia, madres lactantes y también de atención a la población discapacitada. Los usuarios residentes en Puerto Nariño tienen la opción de sacar los libros como préstamo para llevarlos a sus hogares por un periodo de diez días.

El grupo de trabajo en la biblioteca se había reducido, tenía siete personas de apoyo, pero a algunas de ellas se les acabó el contrato y quedaban solo cuatro. Todos los visitantes deben llenar un registro para hacer uso de la biblioteca, con el fin de hacer un balance cuantitativo a final de año y saber el número de personas del municipio que han requerido de los servicios para poder programar las actividades del siguiente año.

El mes de abril es muy especial para la biblioteca, celebran la semana de la niñez. Durante el año se recogen los libros que han donado y se arman paquetes para tratar de ser equitativos. Se programan para visitar las 22 comunidades de su zona de influencia y hacer lectura de cuentos y poemas para los niños. Se entregan los paquetes de libros en cada comunidad, con la idea de poder generar de esa manera el hábito de lectura en la población infantil.

Cuando el invierno termina, la cancha del pueblo se seca. Es el sitio de reunión de los adultos, que van allí a tratar de buscar señal de internet y es el momento en el que Luz René y su equipo aprovechan para que sus libros tomen un poco de aire y hacerle lectura a la población adulta que es la que menos interesada está en usar la biblioteca o requerir de sus servicios.

Impartiendo justicia

Yorely era la vendedora de empanadas en la esquina de la tortuga mata-mata. Su abuela Juliana, la acompañaba a atender el puesto en las mañanas, era una estupenda charladora con la que compartí varios días. Se encontraba molesta con las autoridades indígenas del resguardo Ticoya por la laxitud con la que impartían justicia en su comunidad.

La complicada situación de la que hablaba, era el caso de un joven indígena que en una borrachera había matado a su amigo y compañero de infancia. Días después, el joven se entregó a las autoridades policiales del municipio y estas sencillamente decidieron entregárselo a su comunidad para que ellos lo castigarán de acuerdo a la ley de las etnias y los resguardos indígenas. El argumento de las autoridades fue, que la familia del difunto no había puesto a tiempo las denuncias, ellos no podían hacer la investigación. La víctima ya había sido enterrada.

Al no tener cómo hacer las pruebas pertinentes al homicidio, el muchacho fue juzgado en su resguardo. El castigo recibido comprendió tres partes. La primera, la de varios juetazos en público. La segunda, someterlo a picaduras de la hormiga tangarana. Estas hormigas rojo-amarillentas de un olor muy fuerte viven en el árbol de su mismo nombre. Son muy territoriales, y no permiten el aproximarse a objeto o animal alguno. Cuando una persona se acerca y pone la mano sobre el tronco, salen de sus hormigueros infinidad de ellas a defenderse, produciendo su picadura ardor y fiebre.

La última parte del castigo, la iba a empezar a cumplir. Consistía en hacer una chagra. Debía buscar el sitio adecuado, tumbar la selva, prepararla para los cultivos y sembrarla. Tardaría seis meses en solitario y después de la aprobación de las autoridades indígenas, la entregaría en compensación a la familia de la víctima. 

Contaminando ando

Durante los años 80 escuche por primera vez el uso del eslogan “Turismo, la industria sin chimeneas”, ese antiguo recuerdo y que aún se usa esporádicamente por las agencias de viajes y promotores de vacaciones inolvidables, se ha convertido hoy en una fuente negativa de impactos ambientales. El turismo es un negocio y de él dependen muchísimas personas, pero impacta sobre la sociedad a la que vamos. Las necesidades de los turistas se imponen sobre las de los residentes, desestabilizando el funcionamiento de los poblados.

El “desarrollo sostenible”, fue la solución planteada por la Comisión Mundial para el Medio Ambiente y el Desarrollo en el año 1987 en el informe Brundtland. En él se definió la sostenibilidad como, “el desarrollo que satisface las necesidades del presente sin comprometer la habilidad de generaciones futuras de satisfacer sus propias necesidades”.

Puerto Nariño, siendo el poblado con el mejor manejo ambiental de los que visité en el río Amazonas, no lo estaba logrando. Las empresas de turismo masivo, llevan a la gente en paquetes todo incluido. Sus hospedajes están a las afueras de Puerto Nariño y de Leticia, les dan la alimentación y el transporte. Sus clientes toman un tour llamado pasadía, donde solo tienen oportunidad de estar un par de horas en el pueblo, tomar hermosas fotos y hablar de una realidad que nunca llegan a conocer a profundidad.

Los guías locales, atienden a los visitantes que llegan a hospedarse algunos días. Trabajan arduamente por complacer a los grandes grupos a cambio de una remuneración económica, pero no todos están capacitados para influir sobre sus clientes en el adecuado manejo de los residuos. En las caminatas que hicimos con Iván Ricardo Marín, nuestro guía de actividades, tuvimos que transportar hasta el centro del poblado varias bolsas de residuos que recogíamos en los caminos.

De los residentes escuche sus quejumbrosos comentarios: “Se toman unas cuantas fotos y se van, dejando solo la basura”, “Las grandes empresas no están dejando nada el municipio”, “Cuando los visitantes pagan el impuesto al turismo en el aeropuerto, adquieren el derecho a que les manejemos sus desechos, solo traen plásticos”.

La Organización Mundial del Turismo determina una serie de indicadores para ayudar a los destinos turísticos a tomar sus decisiones. La idea es establecer puntos de referencia para poder calcular la capacidad de carga de sus zonas. Se debe cuantificar: consumo de electricidad, consumo de agua dulce y potable y la producción de residuos sólidos en kilogramos por persona.

Decidí hacer la tarea y ver de primera mano las razones del descontento de algunos de sus pobladores en lo referente a la cantidad de basura que les dejaba el manejo del turismo desmedido en el municipio. En primer lugar, dialogue con Niela Macedo, una de las cuatro barrenderas con contrato de la alcaldía, que tenía la función de mantener limpias las calles peatonales, recogiendo hojas y lo que estaba fuera de las canecas. Niela era consciente del insuficiente número de contenedores, pero no entendía por qué tiraban las cosas por fuera. El tamaño de los recipientes era un problema adicional, cuando llegaban los grandes grupos, se llenaban de bolsas y botellas vacías rápidamente, desbordando su capacidad y cayendo al piso parte de su contenido.

La recolección de los residuos sólidos estaba a cargo de Brian Maldonado, un joven del interior del país, que tenía la fortuna de conducir el único vehículo de transporte en Puerto Nariño. Se trataba de un pequeño tractor con remolque y seis canecas plásticas azules de 55 galones, donde dos auxiliares clasificaban las basuras que recogían calle a calle.

Las leyes municipales prohíben la circulación de motocicletas, siendo uno de los atractivos más importantes para la tranquilidad del pueblo pesebre. Brian me contó que años atrás, un alcalde compró una motocicleta para su uso personal. El ruido en el pacífico poblado era tan notable y abrumador que lo hicieron cumplir la ley y sacar el vehículo del municipio.

Su tractor ha sido vandalizado en varias ocasiones, le han quitado piezas para inutilizarlo y le han pinchado sus neumáticos con el fin de torpedear su trabajo e influir en la ley para permitir la entrada de otros vehículos. Brian resiste, debe llevar a despinchar las ruedas a Leticia y conseguir los repuestos de su máquina cuantas veces sea necesario para cumplir a cabalidad su trabajo diario de recolección.

Marco Antonio Guzmán Restrepo, es el representante legal de la fundación Chacraselva y antiguo coordinador de la UMATA en la alcaldía de Puerto Nariño. Me entrevisté con él por ser el promotor del cierre y clausura del botadero a cielo abierto en la Vía a San Martín de Amacayacu, y de la inauguración del relleno sanitario municipal Guhjire Meane, que en Tikuna significa basurero limpio y del cual tenía un pronóstico reservado al creer que su capacidad ya era insuficiente.

Después de escuchar sus argumentos, resolví seguir a Brian en su trabajo. Llevó el tractor hasta el relleno sanitario de tres hectáreas y colocó los residuos orgánicos a un lado y los aprovechables a otro. Las cárcavas estaban saturadas con cartones, plásticos y latas, con su capacidad casi al límite. Para extender un poco la viabilidad del relleno sanitario, hacían pilas con basuras en bolsas que pasaban los dos metros de altura.

El volumen de residuos, que estaban evitando caer a las aguas del río Amazonas era increíble, y mucho más para un pueblo tan pequeño. Puerto Nariño era un ejemplo y pensaba en los asentamientos que había visitado en días anteriores, que no tenían ningún tipo de manejo ambiental y sanitario.

El poder tener una trituradora facilitaría el manejo de residuos, Brian pensaba que podría disminuir en más de la mitad el volumen de los desperdicios optimizando la capacidad de las cárcavas, pero que ineludiblemente tendrían que hacer unas nuevas para afrontar la temporada alta de turismo de fin de año.

Los turistas seguirían llegando y los suministros también. Hay que evitar a toda costa que los residuos caigan al río, pero la solución no es pagar una taza contributiva al consumo, un impuesto a las bolsas plásticas y a los empaques de un solo uso. Seguirá aumentando el tamaño del relleno sanitario en el mejor de los casos como este o el problema de las basuras será simplemente obviado en otros poblados con su desaparición en las aguas del río Amazonas.

Una posibilidad es influir en que cada uno de los visitantes haga un turismo responsable y retorne a sus ciudades de origen con los residuos aprovechables que generaron durante su estancia. Al ser entregados a los recicladores de las ciudades al interior del país, muy seguramente terminaran en las empresas transformadoras como materia prima para nuevos productos.

La sostenibilidad de Puerto Nariño, el pueblo pesebre de Colombia, el modelo a seguir, está en aprietos, es tiempo de tomar medidas drásticas para su viabilidad ambiental, económica y social.

“Pronto no quedará en la Tierra un solo lugar natural, un rincón privilegiado o un pueblo bello sin arrasar, sin masificar y ser convertido en un parque de cartón piedra para servir de fondo a la foto de la que presumir, sin pensar en la sostenibilidad ni medir las consecuencias.”

Sebastián Fernández Izquierdo, El país España mayo 26 de 2019.

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