Nueva Venecia

Como en un relato de García Márquez, divisamos el pesebre de casas palafíticas en medio de la ciénaga grande. El Morro, mejor conocido como Nueva Venecia, es un pueblo sin tierra firme, donde tener patio en la casa con un animal doméstico es un bien suntuoso. El agua dulce que se consume es del contaminado río Magdalena que adquiere un incalculable valor al igual que las cosas simples de la naturaleza, una piedra de río o una tabla de mala madera.

Valorar lo poco. Colombia 2018

 

Doña Carmen fue sin lugar a dudas la mejor de las anfitrionas que tuvimos en el viaje. Con algo de nostalgia se despidió de nosotros dándonos su bendición para el tramo final. Partimos de Remolino a las ocho de la mañana y tres kilómetros más abajo por la orilla derecha del río, justo como lo había indicado Manuel, encontramos el pequeño brazo de unos quince metros de ancho que nos conduciría hasta la ciénaga grande. Paleamos un par de horas por el canal con aguas completamente calmadas hasta encontrar una larga lancha camino al Morro. Hablamos con el hombre de la distancia que nos faltaba y si había alguna desviación. El, era hijo del concejal de Nueva Venecia, nos ofreció hospedaje en casa de su padre cuando llegáramos al pueblo. Según su experiencia navegando frecuentemente por el canal, gastaríamos dos horas remando suave y sin posibilidad de pérdida.

A las once de la mañana salimos del canal. Cien metros adelante encontramos un bote blanco de fibra de vidrio, en él estaba un hombre sacando agua con un balde y poniéndola dentro del bote. Era el recolector de agua dulce para los habitantes del pueblo y tenía que venir todos los días hasta ese sitio a cargar el agua. El bote estaba provisto de una motobomba a gasolina para succionar el agua y llenar los contenedores plásticos pero ese día no le funciono, teniendo que hacer el cargue a mano.

 

Trafico acuático

En el horizonte podíamos ver las construcciones sobre el agua, remamos hacia allí cómo atraídos por la gran fuerza de un imán. Media hora después estábamos entrando al pueblo con la música a alto volumen de algunos negocios y el paso de canoas en todas direcciones. Las coloridas casas estaban dispuestas en forma aleatoria, sin orientación alguna y por lo tanto sin una organización de calles y carreras como las que conocemos de los pueblos de tierra firme. Podría decirse que cada construcción esta elevada un metro sobre el nivel del agua, condición que cambia en la época de invierno cuando sube el nivel de la ciénaga. Cada una de las construcciones estaba soportada sobre decenas de palos de mangle incrustados en el fondo de la ciénaga.

Pedimos indicaciones para llegar a la casa del concejal José Donado. Remamos lentamente observando de primera mano las interesantes construcciones, vistas desde abajo, desde sus cimientos, bajo la inquietante mirada de algunos pobladores que nunca habían visto llegar a nadie a su corregimiento en ese tipo de embarcaciones. María Rodríguez -la esposa del concejal- nos dio la bienvenida a su posada La Bendición de Dios, nos acomodó en sus habitaciones y se disculpó por la no presencia del concejal, que llegaría al siguiente día.

Nuestra llegada después del medio día imposibilito el conseguir almuerzo, así que improvisamos con las pocas verduras, latas, paquetes y panes que conseguimos. Mientras disfrutábamos nuestro «sancocho de tienda» vimos pasar frente a la posada una canoa, que como en un cuento de ficción, era impulsada por un motor fuera de borda hecho de madera. Dos niños jugaban con él en la parte de atrás de la canoa mientras otro la empujaba con un palo, con la ilusión de tener uno de verdad cuando fueran pescadores.

El vendedor de verdura llego bogando, clavando un gran palo (boga) contra el fondo de la ciénaga al cual le amarran una horqueta en la punta para que no se entierre en el fango y luego dando pequeños pasos hacia adelante para mover su embarcación. La imposibilidad de comunicarse de otra manera, hace que los niños desde muy pequeños aprendan a ser autosuficientes, iniciando a navegar en las tapas de los tanques plásticos del agua y luego al crecer cuando el peso del niño no es soportado por la tapa pasan a aprender a bogar en pequeñas canoas de madera.

Salimos a recorrer los canales en busca del salón comunal. Desembarcamos junto a las escaleras de madera y un niño se abalanzó a ayudarnos con los kayaks e inmediatamente pidió prestado el sencillo para dar una vuelta mientras visitábamos la iglesia en frente. Su emocionada cara reflejaba la sensación de poderse transportar de una manera diferente. En nueva Venecia solo existe un corto camino hecho en madera que comunica el salón comunal, la estación de policía, la iglesia, el colegio y la cancha Falcao. Los pobladores, los vendedores, los colegiales, los pescadores, los turistas, las mercancías, todo se mueve en canoa.

 

Piedras en la iglesia

Pasando un puente elevado de madera, se encuentra la iglesia y en su fachada amarilla y blanca una placa conmemorativa a la masacre del 22 de noviembre del año 2000. Declarar objetivo militar a Nueva Venecia es impensable, una gran equivocación como no lo contaron sus habitantes. Mike no entendió que interés podían tener los grupos armados de la época, en un pueblo de estas características, alejado de todo, en medio de la ciénaga, sin vías de comunicación, con un comercio precario, sin cultivos, sin ganado y sin ningún interés económico para nadie.

Según cuentan sus habitantes, el hecho de venderle combustible a un guerrillero que iba de paso, fue el detonante para que los grupos paramilitares de la época declararan a los Morreros auxiliadores de la guerrilla. Los paramilitares los tenían entre ojos, pues decían que por allí pasaron a los secuestrados de La Ciénaga del Torno el 9 de junio de 1999 y decidieran ir a mostrar su poder en retaliación. Desde Pivijay fue organizada la acción militar que comenzó con la movilización por el caño El Clarín de aproximadamente setenta hombres armados en cinco canoas contra los pobladores que como única arma poseían su cuchillo para arreglar el pescado. Con lista en mano buscaban seis personas y terminaron masacrando treinta y siete (uno solo de los de la lista). Tras la barbarie, procedieron a saquear el pueblo y disparar contra las humildes casas. Jamás llegaron las disculpas y mucho menos la reparación. Los pobladores decidieron hacer una humilde ofrenda en memoria de los sacrificados colocando una piedra por cada víctima en la base de la iglesia.

 

El origen del pueblo

Addis Quiroz, funcionaria de la fundación CREATA y el Programa de Alianzas Para la Reconciliación en la ciénaga grande de Santa Marta, también estaba hospedada en La Bendición de Dios. Tenía una reunión concertada con la ayuda de Luis Alberto Higuera consultor de Turismo en el salón comunal de Nueva Venecia con algunos de los habitantes del pueblo, en especial mujeres que hacían parte del programa de empoderamiento para los habitantes, que busca el poder generar otras posibilidades económicamente sostenibles a través de la cultura, costumbres regionales y el turismo.

Con los gringos como conejillos de indias (haciendo de extranjeros ávidos de conocer la vida en Nueva Venecia), se dio inicio a la reunión hacia las tres y media de la tarde escuchando relatos históricos por parte del inspector de policía, un profesor y otros habitantes del corregimiento. De las muchas versiones sobre el origen de este pueblo palafítico en medio de la ciénaga, la que más nos gustó fue una mezcla de las historias escuchadas a Guti -el dueño de la tienda-, a José Donado -el concejal- y al inspector de policía.

Cuentan que los pescadores en la época de antes, cuando no disponían de hielo, ahumaban el pescado con leña en las trojas construidas con paja y madera de mangle, para poder preservarlo e irlo a vender a Barranquilla. La cercanía de estas trojas a la orilla del mangle permitía que los pájaros se comieran los pescados, así que empezaron a mudar la construcción de sus trojas ciénaga adentro para evitar el ataque de las aves. Ya establecidos en un sitio llano, como ellos llaman a los de poca profundidad, pudieron ampliar la cantidad de ahumaderos y construir los «cambuches» de los cuidadores de pescado. Poco a poco se hicieron más trojas y más viviendas, así nació el pequeño pueblo del Morro.

Con la inevitable aparición de las facilidades modernas, como los motores fuera de borda, lanchas de aluminio y fibra de vidrio, la demanda de pescado aumento, convirtiendo al Morro en un pueblo comercializador de pescado. El vaivén de hielo, plantas a gasolina y neveras de icopor hizo que las casas tuvieran más necesidades constructivas. Así que después de algunos incendios de los ahumaderos, la gente decidió cambiar la paja de sus techos por tejas de fibrocemento y la palma de las paredes por madera.

Cuando el presidente de Colombia 1994-1997, Ernesto Samper visito la zona, se enamoró del sitio y les dio un auxilio importante para el mejoramiento de vivienda. Posterior a la visita presidencial, de Sitionuevo vino el profesor Ismael Ambrosio Moreno que comparó el pueblo palafítico con Venecia, la ciudad italiana de innumerables canales y lo demás fue historia. Hoy en día la comunidad de Nueva Venecia, ubicada en la ciénaga El Pajaral, está compuesta por cerca de 450 casas y unas 2.600 personas de las cuales 700 son niños.

 

Baile de negros

La participación de las matronas invitadas a la reunión, se dio hacia el final de la tarde, con la representación cultural de su pueblo a través de sus cantos tradicionales y la danza.  Los músicos eran sus hijos. Como introducción, contaron que los pescadores negros descendientes de africanos, tocaban sus tamboras y hacían el Bullerengue y el Son de Negros, un ritmo musical con el cual hacían el relato de los aconteceres de su vida inclusive burlándose de sus desgracias. Cuando iban a vender el pescado a Barranquilla, se tomaban sus tragos y hacían sus parrandas. Los barranquilleros poco a poco fueron adoptando el goce de los pobladores palafíticos y tomaron como propio el festejo y la parranda dando origen al Carnaval de Barranquilla.

La orden de tamboras fue impartida y comenzó la interpretación musical por parte de los niños con el coro de sus madres y las palmas llevando el ritmo como apoyo. El calentamiento fue oportuno. Las mujeres empezaron a demostrar los pasos básicos de baile y después al son de “Vola Pajarito” sacaron a los tiesos invitados como parejas de baile. La diversión fue absoluta Mike y Clare trataban de aletear igual que sus parejas y el “vola, vola, vola pajarito” repetido una y otra vez para no dejar sentar a los gringos. La reunión termino satisfactoriamente, Addis felicito a los participantes e hizo entrega de algunos atuendos para complementar sus presentaciones futuras.

El no conocer otras alternativas de movilidad en el agua diferente a las canoas, hizo que para los niños y muchos adultos los kayaks inflables fueran la gran sensación y causaran admiración por su ínfimo peso al lado de una canoa de madera o fibra de vidrio y mucho más al saber que se podían hacer largos viajes en ellos como el nuestro por el río Magdalena. Esa tarde, parte de los asistentes a la reunión en el salón comunal, pudo navegar en los kayaks teniendo la breve experiencia de poder moverse en el agua de una manera distinta.

 

Jornada de pesca

Dentro de los programas que Addis y Luis Alberto querían proponer a la comunidad estaba la prueba piloto del llevar turistas a conocer las faenas de pesca de los Morreros. Tenían concertado para el día siguiente salir a la madrugada con dos pescadores en su canoa. El plan perfecto para que los pobladores actuaran de guías de recorrido, así que intercambiamos posiciones para que Mike y Clare actuaran de turistas y yo viajaría en el kayak doble con Luis haciendo el registro gráfico.

La canoa llegó a buscarnos a las cuatro y treinta de la mañana. Wilmer Hereira era el conductor, me saludó y comenzó a acomodar las tablas que harían de asientos para los pasajeros. Corrió hacia un sitio seguro el perol con las brasas que mantenía caliente el café negro e hizo subir a los invitados. Inició a bogar inmediatamente buscando la salida del sol hacia el centro de la ciénaga. Tomamos una distancia prudente en el kayak para no impedir la movilización de la canoa y poder buscar el mejor ángulo para las fotos. A las seis de la mañana Clare estaba recibiendo las primeras clases de como lanzar una atarraya de doce libras de peso desde una canoa de setenta centímetros de ancho. Al primer intento estuvo a punto de caer al agua con la fuerza del lanzamiento, en los siguientes trato de abrirla para poder arropar los peces.

Wilmer movió la canoa unos doscientos metros hacia el sol buscando otro sitio, allí pude apreciar una nueva técnica de pesca. El atarrayero tenía en su caja tres bolas de madera de diferente peso, tomó la mediana de unos diez centímetros de diámetro y la lanzo unos cuantos metros delante de la canoa haciendo un sonido seco al caer. Inmediatamente tomo la atarraya y la invito a bailar sobre su cuerpo abriéndola magistralmente para que cayera en el agua arropando la bola flotante. El resultado una veintena de lisas medianas que habían sido atraídas por el sonido de la bola y el gran aplauso de los espectadores.

Con algo más de sol, Wilmer procedió a compartir el café tibio de cuncho con arepas de queso al grupo acompañante. La suave brisa empezó a hacerse notar y con ella nuestro regreso. Sacó el mástil de su canoa y comenzó a desenrollar la burda vela fabricada con costales de fibra plástica unidos entre sí. Colocó el mástil en la tabla central de la canoa y una de las bogas en diagonal para abrir la tela. El impulso fue inmediato, la canoa empezó a moverse lentamente, Wilmer controlaba la dirección con el lazo amarrado a la punta superior de la boga tensionándola un poco para dirigirla de regreso al pueblo. Nos tomó solo treinta minutos en llegar, por el lado que ingresan todos los turistas a Nueva Venecia.

 

Futbol en la ciénaga

Es una paradoja el querer ser futbolista en un pueblo acuático. Se comienza con partidos uno a uno en cada tablado teniendo la precaución de tener a alguien en el agua para alcanzar el balón cada vez que se cae. Muy pocas casas tienen patio. Estos son hechos con sedimentos, basura, y lodo que extraen del fondo, para rellenar una pequeña barricada de troncos de mangle, que en algunos casos se entierran hasta dos metros uno junto a otro para tratar de no dejar escapar el relleno.

En pequeños lotes, que han demandado años de esfuerzo constructivo y material de relleno juegan apretadas hasta ocho personas, con dos en el agua para recoger rápidamente la pelota. Nueva Venecia no tiene parque o plaza principal, el terreno más grande que fueron construyendo en un esfuerzo mancomunado es la conocida cancha de futbol “Metropolipalo”, que en una época del año se inunda hasta por cinco meses y pierde parte de su superficie, teniendo que esperar la época seca para volver a poner sedimentos sobre ella. Es el principal sitio de reunión deportiva y la gente acostumbra a jugar descalza.

En el año 2015 se le entregó a la comunidad la cancha Falcao, donada por el futbolista colombiano y el auspicio de sus patrocinadores, con una interesante obra de ingeniería de pilotaje en concreto y metal que sobrepaso los 100.000 dólares de inversión. La expectativa de durabilidad de la cancha se quedó corta teniendo en cuenta el ambiente salino donde se instaló. El deterioro de la construcción es latente presentando serios problemas de corrosión y estructurales que hacen que sea poco utilizada y con mucha precaución.

 

Mirando el agua

Ser niño en Nueva Venecia es diferente. La visión de mundo es acuática y es adquirida desde que se tiene la posibilidad de estar sentado en el tablado fuera de la puerta de su casa sin tener a donde ir, mirando el horizonte con la ilusión de crecer rápido y ser algún día pescador y poder surcar los canales de su pueblo de madrugada para capturar algunos peces y venderlos en tierra firme.

Los niños solo tienen dos posibilidades. Estar en la casa bajo el fácil control de sus madres que siempre saben dónde están, o en el colegio al cual acuden complacidos con tal de estar en un espacio más grande. Es la oportunidad del día para calzar sus zapatos y ponerse el uniforme escolar. Muy temprano los residentes de Nueva Venecia se organizan para llevar en todas las canoas disponibles a los escolares. En algunos casos deben repetir la ruta dos o más veces para recogerlos a todos. Las condiciones técnicas del colegio son deficientes, no tienen agua suficiente para todos los niños, la temperatura al interior de sus aulas es elevada por la poca ventilación y la insuficiencia de salones hace que todas las mañanas dos profesoras le den clases a los más pequeños en el aula múltiple frente a la iglesia divididos por un simple espacio sin sillas para diferenciar el grupo. La mayoría de los profesores se desplazan todos los días desde Sitionuevo para atender cerca de 450 alumnos.

En una de las aulas donde se encontraban los alumnos de noveno, la profesora impartía la clase de inglés. Entramos con el permiso de la docente, presentándonos ante los estudiantes, quienes dirigidos diestramente por su profesora respondían sus preguntas. La profesora utilizaba el viejo sistema de mecanización del aprendizaje de hacer dos veces la misma pregunta, una detrás de la otra y los niños contestando en coro hicieron la demostración de su pronunciación costeña del idioma extranjero ante Mike y Clare: “Profesora: ticher, profesora: ticher, rojo: re, rojo: re, azul: blu, azul: blu, verde: gri, verde: gri”. Mike y Clare trataron de dar pautas de correcta pronunciación, ante un escaso conocimiento de vocabulario de los niños y entablar una pequeña conversación con el alumno pilo del salón, que esgrimió todas las palabras que se sabía en ingles pidiendo que antes de irse le enseñaran unas cuantas más.

Estudiar en el colegio de Nueva Venecia es diferente. El recreo es el espacio de reencuentro entre vecinos distanciados por el agua para hacer lo que no tienen oportunidad en sus casas, caminar. Van de un lado a otro en algarabía absoluta y se regresan como aves de corral limitadas por los canales de agua, utilizando el largo corredor de madera que comunica la iglesia con el aula múltiple, la cancha Falcao y un pequeño lote en tierra al lado de la iglesia. Compran «bolis», mango biche y paquetes de confites a las canoas apostadas al lado del colegio y continúan de inmediato la caminata deseando que no suene la campana que invita al regreso a los calurosos salones.

El ineludible final de jornada llega y las escolares rutas acuáticas empiezan los viajes de retorno. Van dejando uno a uno los niños en la puerta de sus casas para enfrentar la realidad del resto del día. Dejar de usar sus zapatos y gritarse de ventana a ventana para responder las inquietudes de las tareas del colegio o en el mejor de los casos pasar en canoa a la casa de enfrente para terminar las asignaturas escribiendo acostados sobre el multifuncional tablado que ahora hace de pupitre.

 

Elvira la vendedora

Mike y Clare habían decidido partir temprano rumbo a Cartagena en el kayak doble a tomar unos días de sol y playa para descansar, así que tendrían que hacer parte del recorrido de regreso hasta llegar de nuevo a Calamar para tomar el canal del dique. Me quedé en la casa del concejal para vivir un poco más de cerca la vida sobre el agua. Había convencido a doña Elvira –una vendedora ambulante- para que me dejara acompañarla en su recorrido. Catalino -su conductor- llegó sobre las ocho de la mañana. Repitiendo religiosamente la rutina de cada ocho días. Fue acomodando en la canoa la mercancía que doña Elvira le iba pasando. Les tomó una hora arreglar su venta ambulante. Catalino inició la ruta. Doña Elvira abrió su paraguas e hicimos la primera parada a escasos cincuenta metros de la posada.

Hay cosas que las palabras no pueden describir y una de ellas es el ver la emoción de los niños y sus madres desde el entablado de sus pequeñas viviendas al ver llegar a doña Elvira con la única alternativa de escoger algo para comprar entre el surtido que cabe en la canoa de fibra de vidrio de doce metros de largo. La felicidad está dada con las posibilidades de compra en un baratillo móvil que va de puerta en puerta ofreciendo chanclas, bermudas, blusas, camisetas, brasieres, ropa interior, sabanas y toallas.

El intenso sol hizo que Catalino se colocara su chaqueta roja de poliéster para seguir con el recorrido. En cada parada, los residentes me saludaban con algo de sorpresa y como bien dice el popular refrán “En pueblo chico, infierno grande”, los comentarios de los pobladores sobre el hombre que acompañaba a doña Elvira empezaron a aflorar además con el ineludible argumento que estábamos durmiendo en la misma casa. Catalino sonreía ante mis chistes y le decíamos a doña Elvira que el marido la iba a dejar cuando le llegaran los rumores.

De casa en casa doña Elvira visita a los habitantes de Nueva Venecia. Algunas veces se ve interceptada de manera abrupta por alguna compradora que la hace desviar de la ruta programada, pues quiere ver de primera mano su nuevo surtido antes de que llegue a las demás casas. Catalino, su conductor conoce la ruta y se detiene según las ordenes de doña Elvira. Le alcanza su cuaderno, donde tiene anotado a cada cliente, quien le debe, cuánto dinero abona y cuanto sigue debiendo para la siguiente compra. En algunas casas tiene más de un cliente, correspondientes a las tres generaciones de una misma familia, nieta, madre, abuela y algunas nueras que viven bajo el mismo techo.

El riguroso orden con el cual Catalino y doña Elvira acomodaron en la mañana todas las prendas sobre el bote, se perdía periódicamente, cuando algunos niños se abalanzaban a su interior como en piñata a escoger las prendas más coloridas. Luego sobre el entablado de sus casas se las probaban arrojando al interior del bote las que no les quedaban buenas y por consiguiente tener que ordenar de nuevo la mercancía antes de la visita a la próxima casa.

 

La excusa perfecta

El navegar en la canoa con doña Elvira, me dio la posibilidad de pararme en el entablado de muchos de sus clientes. Hablar con ellos y conocer de primera mano sus posibilidades y necesidades. La mayoría de las casas tienen servicio de energía eléctrica, que viene conducida de manera aérea desde Salamina en postes plásticos, pasando por Remolino, Sitionuevo y luego en cable sumergido hasta Nueva Venecia, donde se hace la conexión debajo de cada casa en precarias cajas metálicas no aptas para la salinidad del ambiente.

Gran parte de la población utiliza leña para cocinar, traída de los mangles cada vez más lejanos o de residuos de carpintería embarcados desde Barranquilla a unos costos impensables. Otros más afortunados encargan los cilindros de gas de cuarenta libras desde tierra firme. La dificultad para conseguir madera de buena calidad ha hecho que se empiece a utilizar láminas de fibrocemento para las paredes de las construcciones. La madera también se pudre, así que periódicamente deben renovar el apuntalamiento de las casas, que se debe hacer con las varas de mangle más largas -pues es la única madera resistente a la humedad- retirándoles con hacha y machete las partes sobrantes del tronco y posteriormente ser izadas a través de los techos para ser clavadas a golpes sobre el fangoso fondo de la ciénaga hasta que de «tope» como ellos dicen para poder alinear según su necesidad pisos o techos.

Las casas no tienen agua potable, el suministro para el pueblo se hace desde cinco botes particulares que tienen el contrato de llenar los tanques de agua de cada casa diariamente. Hacen su recorrido en la madrugada, hasta la desembocadura del brazo del río Magdalena a recoger el preciado líquido, que no es más que agua dulce, que ha pasado por infinidad de pueblos, que arrojaron sus basuras y aguas servidas al río. Además de la mala calidad del agua que consumen los Morreros, tienen un problema adicional, pues ninguna casa posee sistema de alcantarillado. Todas las aguas, las jabonosas, las amarillas y las más cafecitas van directamente a la ciénaga debajo de sus casas.

Algunos entablados están saturados con maderas, viejas neveras para producir hielo en bolsas, celulares en extrañas posiciones tratando de buscar señal, redes de pesca, viejos chinchorros y jaulas para captura de jaibas que algunos empresarios entregan a los pescadores locales a cambio de un porcentaje de su captura como pago de las jaulas.

La economía de Nueva Venecia está basada en la subsistencia diaria, todos se benefician de la abundancia de la pesca de lisas y chivos. “Hay gasto en el pueblo” dice su gente, música, parranda, cerveza e intercambio comercial. Pero cuando llega la época de escases de pescado, el comercio se ve duramente afectado y nadie tiene dinero para comprar sus insumos básicos. El tendero no vende, no hay dinero para traer nuevos productos, no hay como comprar gasolina para los motores, no hay como ir más lejos a pescar para tratar de buscar peces para comercializar y mucho menos como llevarlos a Barranquilla o Sitionuevo. Es un ciclo repetitivo año a año donde se pasa de la abundancia y el malgasto a la escasez precaria.

 

Vida animal

Perros y gatos conviven en hermandad absoluta al tener reducida su movilidad al poco espacio en sus casas. Algunos caninos ladraban desesperadamente a nuestro paso, recorriendo los pocos metros de su universo, de izquierda a derecha y viceversa, una y otra vez. Unos mansos que reciben caricias de desconocidos y otros muy territoriales defendiendo su entablado que no permiten que nadie desembarque si no está su dueño. Algunos de ellos han optado por nadar periódicamente y van en busca de los pocos patios vecinos con el deseo de sentir la tierra bajo las almohadillas de sus patas, pero otros canes aun con menor suerte, viven amarrados para evitar que se lancen a la ciénaga.

Una gallina o un pato es un lujo que muy pocos se pueden dar por no tener el patio para criarlos, por eso al desembarcar en algunas casas los propietarios orgullosos me dirigían a tomarle fotos a sus animales de corral libres en sus pequeños patios, pero cercados por agua.

 

Saboreando sábalos

El insuficiente material de relleno para hacer patios, hace que algunos Morreros construyan estanques piscícolas fabricando una especie de corral utilizando troncos clavados a cuarenta centímetros de distancia y colocando mallas plásticas para permitir la entrada de agua de la ciénaga e impedir que se salgan los pequeños sábalos (de veinte centímetros) que capturan en las faenas de pesca. Luego, los depositan en sus estanques para ser alimentados hasta por dos años con desperdicios de sus casas y peces más chicos que capturan con pequeñas atarrayas frente a sus casas. Cuando están de tamaño lucrativo, cercanos a los dos kilos de peso son sacrificados para ser comercializados.

José Donado encargó una mano de sábalos (cuatro unidades) para preparar el almuerzo de sus compañeros de partido político y le pidió el favor a Yovigildo -uno de sus colaboradores- para que se los arreglara. Con la mayor naturalidad del mundo Yovigildo se acercó hasta el borde del entablado, aparto un poco el bote frente a él y llenó un balde plástico con agua de la ciénaga y empezó a «componer» los peces diestramente abriéndolos por el lomo, retirándole las vísceras y dejándoles las agallas para que les diera sabor. Efectivamente a la hora del almuerzo después de que comieron los invitados, me sirvieron parte del espinazo del pez y pude comprobar el exquisito sabor del sábalo criado en aguas de Nueva Venecia.

 

Turismo Funesto

Infortunadamente, el turismo desmedido también tiende a apoderarse de este pueblo, con el planteamiento de la construcción del muelle a sus afueras para la llegada de los botes de gran capacidad de pasajeros. De solo pensar en el estado que quedan nuestras playas de la costa atlántica (a dos horas de Nueva Venecia) después de una saturada temporada de vacaciones es fácil imaginar la compleja situación que se les avecina.

Un par de embarcaciones de operadores turísticos pasaron a nuestro lado con grupos de visitantes que disparaban sin cesar sus cámaras llevándose imágenes descontextualizadas del lugar, pues no se bajaron en ninguna de las pocas tiendas y mucho menos hablaron con los pobladores. Después de una hora de navegar por sus canales regresaron por la vía a Tasajera, con la equivoca idea que ya saben todo acerca de Nueva Venecia, cosa que no lograremos nosotros tampoco hasta que con seguridad no regresemos a visitar a nuestros nuevos amigos en esta ciénaga.

 

Las canoas hablan

Sin canoa no se es nadie. El poseedor de una canoa en este pueblo la identifica con un nombre corto pintado sobre su costado con letras de colores, en algunos casos con errores ortográficos, pero con aciertos expresivos que definen el sentimiento propio y de sus familias y que puestas en cierto orden podría decirse que también manifiestan el sentimiento de toda la comunidad palafítica.

YOLANDONA

ASI ME ISO DIOS,

VIVE TU VIDA

NO SUFRAS X MÍ.

 

LA GATA

SOLO UN RECUERDO,

HAS CAMBIADO

AMOR GITANO.

 

MADELEN

LA PARRANDERA,

NO PIERDO LA FE

SOÑAR CONTIGO.

 

LA CONSENTIDA

MI NIÑA GABRIELA,

AQUÍ ESTOY

VOLVI A VIVIR.

 

LA FANIA

MELODIAS PARA DIOS,

LA BELLA ESPERANZA

ALBUM DE AMOR.

 

BELLAPINTA

LOS MENDOS,

MI HERMANA I YO

ASI SON ELLA.

 

LA VIDA CAMBIA,

LA FAMA,

LA GLORIA,

LA CODICIA,

LA ESMERALDA,

LA MARCA NIKE,

LA FE DE DIOS.

 

NADIEN COMO DIOS,

ASI ES LA VIDA

MANANTIAL DE AMOR.

 

MI DESEO

SUEÑOS CUMPLIDOS,

BIENVENIDA

REPARACION COLECTIVA.

 

EL TRAMO FINAL

Tenía programado el conocer a Nueva Venecia y la gente de esa Colombia oculta que poco apreciamos. Jamás pensé que lo haría por la ruta larga recorriendo parte del río Magdalena y conociendo a tantas personas, estilos de vida y necesidades. Esperé pacientemente por años a que las cosas se dieran sin precipitarlas, incluso hasta conocer los compañeros ideales de viaje, pero nunca imaginé el cómo salir de Nueva Venecia. No quería hacerlo, me sentía cómodo en un entorno donde las cosas simples de la vida se valoran de manera diferente. Después de veinte días de travesía las obligaciones personales reclamaban mi presencia, tenía que partir. Sabía que hacerlo remando en el kayak hasta Tasajera sería un despropósito por el largo trayecto y no tener ningún lugar para parar por sombra e hidratación. El hijo del concejal me ofreció un viaje expreso en su lancha durante hora y media, pero me sentía como si estuviera huyendo del lugar. Remé durante horas recorriendo las casas y hablando con las familias que había visitado con Elvira. Recorrí el pueblo de noche y nuevamente de madrugada. Yovigildo llegó hasta la posada y se sorprendió de verme aun en el pueblo. Me preguntó porque no había partido y le dije que no tenía ganas. Me dijo que Eliecer -su hijo- saldría con unos pasajeros hasta Tasajera en un par de horas y que debería aprovechar.

Las cosas se daban nuevamente a su ritmo. Desinfle el kayak, empaque el equipo y espere pacientemente por Eliecer. Después de recogerme, salimos en busca de sus pasajeros, un grupo de cuatro arquitectos jóvenes que estaban haciendo un trabajo de investigación en el pueblo. Emprendimos la marcha atravesando lentamente la ciénaga y pasando por Buenavista, el pueblo vecino menos famoso. Los arquitectos estaban extasiados por lo vivido en un par de días en el pueblo y su cara lo demostraba.

El viaje a tierra firme fue placentero, pasamos grupos de pescadores en diferentes zonas de mangle y poco a poco la ciénaga empezó a adquirir tamaño de respeto, de cuando no se ve la orilla. El acercamiento a Tasajera fue evidente cuando empezamos a escuchar el ruido de automotores en la carretera Ciénaga- Barranquilla. La orilla comenzó a aparecer y con ella las construcciones costeras en la ciénaga, pescadores, comerciantes, ruido y basura plástica en el agua. Habíamos llegado de nuevo a la “civilización”.