Kayakeando al Banco Magdalena

La aclimatación había terminado. El día uno de la travesía comenzó muy temprano para evitar los vientos del norte. El destino, Morales en el departamento de Bolívar situado al margen derecho del río, para lo cual teníamos que atravesar la ciénaga de Simití y tomar el brazo que lleva su nombre y que desemboca en el antiguo cauce del río Magdalena.

Buen comienzo. Colombia 2018

Partimos a las ocho de la mañana. Mike en el kayak sencillo disfrutaba el inicio de la jornada manteniendo un suave y constante paleo sobre las calmadas aguas. Preguntamos a infinidad de pescadores sobre las indicaciones para tomar el brazo que nos sacaría de la ciénaga. Cruzamos las islas y encontramos el canal que nos llevaría al brazo del Magdalena. A nuestro paso las arencas saltaban a lado y lado, cayendo algunas al interior del Kayak. Las bandadas de patos y garzas levantaban vuelo a medida que nos acercábamos, ese canal era el refugio de todas las aves de la zona. Seguimos lentamente tratando de tomar algunas fotografías hasta que encontramos el primer bote que venía en sentido contrario. Al preguntarles por nuestra ruta dijeron que íbamos para otro complejo de ciénagas, que la desviación que debíamos tomar estaba un kilómetro arriba. Giramos nuestros kayaks y nos ubicamos al lado de la canoa, Mike a la derecha y el nuestro a la izquierda. Tomaron nuestras cuerdas de amarre para remolcarnos, bajaron la velocidad para llevarnos lentamente hasta el desvío. La entrada era angosta e imperceptible, jamás la hubiéramos encontrado solos. Los pescadores retiraron algunos troncos de la entrada y despejaron nuestro acceso deseándonos buen viaje. Después de remar por algunos minutos encontramos varias veloces canoas en sentido contrario, indicación ineludible de que íbamos por buen camino.

Rumbo a Morales

Llegamos al brazo del río Magdalena cerca de las once de la mañana con la sorpresa de encontrar un río sin corriente. El poco movimiento que se veía en su superficie era producto del viento del norte que en muchas partes hacía que nos detuviéramos al dejar de palear. Parecía que continuábamos en la ciénaga. Tomamos la mitad del río para tratar de encontrar algo de corriente infructuosamente.

Una lancha que iba hacia Morales se detuvo a nuestro lado. Su conductor nos preguntó si éramos los que íbamos para Nueva Venecia (indicación de que ya se había avisado de nuestra travesía a los usuarios del río), le contestamos afirmativamente y nos invitó a remolcarnos a nuestro destino. Eran contratistas que llevaban los pupitres del colegio para arreglarlos en el pueblo. La canoa trato de incrementar su velocidad, pero desafortunadamente era tal la cantidad de agua que entraba a los kayaks que tuvimos que soltarnos. Dimos las gracias por el intento y remamos hasta las dos de la tarde cuando avistamos la antena de comunicación, señal de que estábamos llegando a un poblado.

Al acercarnos un poco más, pudimos observar a menor altura las torres del tanque de agua del pueblo. Paramos en el muelle flotante y me dirigí a buscar el hospedaje. El sol era intenso y Mike se había quedado en el bote. Una señora entrada en años se conmovió del insolado gringo y lo invito a entrar para escapar de la temperatura. Era doña Paulina Pérez dueña del Restaurante Brisas del río, quien disponía de servicio de alimentación y un par de camas. Ante la insistente oferta decidimos quedarnos en el lugar. Doña paulina me invito a buscar en el enfriador del negocio la chicha, una especie de jugo de arroz no fermentado, muy aguado, pero frio y refrescante. Serví las bebidas mientras miraba en el balde rojo al lado de la chicha, una serie de pequeñas patas entrecruzadas adosadas a una parte de carne y pequeños huevos amarillos, era carne de icotea. La dieta alimenticia de esta región está basada en arroz, peces y tortugas de ciénaga. El ofrecimiento para el almuerzo era icotea guisada, ante lo cual Mike dio un no rotundo y pidió su infaltable pechuga de pollo. Mi plato de tortuga, fue reconfortante y de agradable sabor. Al terminar nuestro almuerzo doña Paulina limpió la mesa, saludo amablemente a dos personas necesitadas del pueblo, dijo un par de oraciones y los hizo sentar para alimentarlos.

Los humildes cuartos no tenían ventanas, eran completamente calurosos, acomodamos los equipos y fuimos por turnos a tomar una ducha en el único baño del lugar, sacando el agua de la alberca -un poco más clara que la del río- utilizando un viejo casco de seguridad blanco. Salimos a conocer el pueblo, caminando por sus pocas calles, las más comerciales resguardadas del ardiente sol por una extensa polisombra de lado a lado y a lo largo de la cuadra. Nos acercamos a la orilla del río, al lado de una de las entradas de pescadores a contemplar el atardecer.

La algarabía de unos niños junto a un árbol llamó nuestra atención. Estaban persiguiendo una iguana para la cena, pero no habían podido capturarla, la corretearon al momento de caer luego de tumbarla con un tronco. La iguana entró a una tienda esquinera y con su cola empezó a tumbar las mercancías de las estanterías, asustando a su dueña y a los clientes. Al percatarnos de que nadie entraría por ella a la tienda me atreví a capturarla después de cerrar la puerta y perseguirla entre los estantes y los productos tirados en el suelo. Las gracias de la dueña de la tienda, se vieron opacadas por el gran desastre armado por el asustado animal, al salir los niños imploraban para que se las entregara, pero opte por darle una oportunidad liberándola en el río.

Regresamos a comer y ya entrados en confianza, doña Paulina me contó que era oriunda de Aguachica, pero de joven fue muy andariega y liberada, que por eso nadie se la aguantaba. Decidió mudarse a Morales a buscar marido y a criar a sus hijos entre ellos a Aníbal, quien le ayudaba en su negocio de más de cuarenta años. Doña paulina me dijo que pertenecía a una iglesia cristiana y su misión en la vida era ayudar al desvalido y alimentar al hambriento, que por eso se había conmovido tanto con el insolado Mike al llegar.

El Morales nocturno ofrecía poca bulla, la temperatura había bajado un poco y en sus calles se veía poca gente. Caminamos un par de cuadras y comenzamos a percibir el audible sonido de las alabanzas al unísono. En una de las cuadras se encontraban congregados los miembros de una comunidad cristiana. Alrededor de unas setenta personas respondían, gritaban y movían sus brazos en respuesta a las predicas del pastor. Mike se situó detrás del grupo y casi inmediatamente se me acercaron un par de pobladores biblia en mano para invitarme a la ceremonia. Respondí que solo estaba acompañando al pastor Mike y lo señalé. La pareja emocionada al ver al gringo me pregunto si podría decir algunas palabras en la ceremonia, de tal manera que comencé a llamarlo. “Pastor Mike, Pastor Mike”, un poco confundido Mike se acercó y comprendió al ver a la pareja que le estaba haciendo una broma. Les dije que él era de otra congregación y le insistí que dijera unas palabras en la ceremonia a lo cual dijo que de ninguna manera. No quiso seguir el juego y nos retiramos del lugar rumbo a la posada. Clare no paraba de reír y yo le insistía a Pastor Mike que podría haber pasado a decir cualquier cosa en ingles sin problema alguno.

Al llegar a la posada, doña Paulina había conseguido un par de ventiladores e instalo uno en cada cuarto. El calor era increíble, fumigó debajo de mi cama y se alborotaron aún más los zancudos, tuve que salir momentáneamente dejando la puerta cerrada. Fuimos a la otra habitación a ver que más necesitaban los gringos. Le di las buenas noches a Pastor Mike e inmediatamente doña Paulina pregunto qué de que congregación era y Mike solo me señalaba y decía “mentira, mentira”.

Bienvenidos a la Palma

Al amanecer la cara de Mike reflejaba el haber pasado una mala noche. Aníbal estaba encargado de preparar los desayunos y le ofreció nuevamente el guisarle tortuga a Mike, mostrándole las que tenía listas para preparar en el enfriador. La expresión de Mike al verlas fue contundente, solo huevos revueltos. Partimos después de desayunar con el gran comité de despedida de vecinos de doña Paulina.

Clare remaba afanosamente de una orilla a otra tratando de buscar infructuosamente algo de corriente en el río. Remamos hasta una isla donde paramos a estirar nuestros músculos y algunos kilómetros más adelante en una zona poco profunda del río, un grupo de areneros nos detuvo a indagar sobre nuestra travesía. Clare siguió adelante y en la margen derecha del río una afanada mujer sobre un barranco le hacía señas para que parara: -Venga, venga- Clare se detuvo. Los pescadores amarraron su kayak y trepó el extenso barranco hasta donde estaba la mujer con una gigantesca y oportuna jarra de limonada helada.

Al otro lado del barranco se encontraba un caserío. Nos dieron la bienvenida a La Palma y nos regalaron tres Bom Bom Bum. Otra mujer con su celular y tres cebollas cabezonas rojas en la mano se ofreció para mostrarnos su poblado después de la foto grupal. Era Isaura, una sonriente y mediana mujer que nos llevó a la iglesia, al jardín infantil y a presentar a los gringos a algunos de sus vecinos sin soltar sus cebollas. Quedamos gratamente sorprendidos al entrar al colegio y ver que en pequeños pueblos como este se conserven tradiciones de respeto, pues al entrar a cada salón de clase todos los niños se levantaban al tiempo dando los buenos días a los visitantes. Repetimos la acción tres veces más con el mismo resultado hasta llegar al salón donde estaban dando la clase de inglés. Interrumpimos a la profesora y Mike y Clare se tomaron por algunos momentos la clase dando breves consejos sobre la correcta pronunciación de las palabras escritas en el tablero. Los pobladores nos pidieron quedarnos, su amabilidad nos tenía gratamente sorprendidos, pero sabíamos que debíamos seguir avanzando pues de quedarnos en cada pueblo tardaríamos meses en llegar a nuestro destino.

Viejo río

Remamos un par de horas y después de sostener una fuerte lucha contra el barro de la orilla donde quede atascado, paramos a descansar y alimentarnos bajo unos arbustos. El intenso sol resplandeciente sobre el río hacia que nuestros rostros pidieran sombra. Posterior a la hidratación y al descanso remamos hasta Río Viejo, en la margen izquierda del río. Dimos a guardar los botes al celador del puerto don Manuel Muñoz, un hombre mayor que se sorprendió al vernos llegar en los «cayucos» inflables como los llamo. Clare tomo una moto y consiguió a un par de cuadras el hotel Río Plaza. Tomamos el servicio de bici taxi de Eugenio, para llevar el equipaje y coordinar con él, nuestro regreso al puerto al siguiente día.

La confortable habitación del hotel fue una grata sorpresa para Mike, quien pensaba que todas nuestras noches serian como la anterior donde doña Paulina, aclarándole que no sabía que nos esperaría más adelante, eso era parte de la aventura. Salimos a recorrer el pueblo hasta la alcaldía en busca del gestor cultural del municipio. David -el jefe de archivos de Río Viejo- se ofreció a darnos el tour y contarnos algo de su historia, de cuando eran puerto principal pues todo el río corría por el pequeño brazo que hoy los comunica. Eran una gran colonia de pescadores, madereros y proveedores de plumas de garza joven para los fabricantes de elementos de escritura. Los habitantes de Río Viejo son conocidos como los «matacuras», por cuenta de la muerte accidental de un sacerdote en el río y el haberle disparado perdigones muy finos de escopeta a otros en la época del conflicto entre liberales y conservadores donde la iglesia tomo partido y hasta el dentista del pueblo construyo un famoso cañón para defender a sus habitantes.

Al pasar por la estación de policía, David el capitán de la división, nos indagó por la ruta que seguiríamos y nos contó del paro armado que el ELN tenía programado del 10 al 13 de febrero a nivel nacional, nos recomendó cambiar la ruta de la ciénaga de Pinillos para evitar pasar por Tiquisio y Puerto rico, salir al brazo más caudaloso del río y luego tomar la ruta a Mompox por seguridad de los gringos. Era ineludible que debíamos replantear el recorrido. David se despidió de su tocayo y nos pidió hacer caso de las recomendaciones policiales. Lo invitamos a un refresco y al preguntarle por un sitio para comer nos recomendó el pequeño restaurante de Fraccedis contiguo al hotel.

La entrada al lugar estuvo precedida por el “uelcom” en acento costeño de Fraccedis y la risotada de Luisa su hija. Anyi –estudiante de fisioterapia- ayudaba en la cocina. La comida fue esplendida y la charla con las mujeres se hizo familiar. Mike se quejaba del dolor de hombro producto de dos días de paleo en el río, así que le pregunté a Anyi que cuando había sido el último gringo que había masajeado, ante su nunca, le dije que era la oportunidad con este adolorido y accedió a ayudarlo aplicándole nuestro infaltable Ungüento veterinario Nº 100.

Apurando el paso

Ante el inminente cambio de ruta, Clare dio uso a su segundo juego de tarjetas guía, debíamos pasar por Mompox. A las seis de la mañana estábamos desayunando donde Fracceidis y nos despedimos dándole las gracias a Anyi pues Mike estaba como nuevo. Eugenio nos recogió en el Hotel y llevamos nuevamente nuestro equipo a puerto. La multitud de curiosos no daba fe de todas las cosas se podían acomodar en los pequeños «cayucos».  Partimos a las ocho y tras un par de horas de remada paramos en una isla a saludar a un grupo de pescadores quienes nos dijeron que estábamos cerca de San Antonio, también conocido como Los Mangos. Era un pequeño caserío con iglesia y algunas casas nuevas construidas a metro y medio del suelo sobre pilares de concreto entregadas por el gobierno, después de la ola invernal de los años 2010 y 2011 que arrasó con algunos pueblos ribereños. Consumimos queso salado de la zona y varias chichas de arroz (ya sin pensar de donde sacaban el agua para su elaboración) y partimos hidratados hacia Tamalameque.

Arribamos cerca de las dos de la tarde y nuevamente dejamos los Kayaks con el celador del puerto. Tomamos cuatro mototaxis, uno con las maletas y otro para cada uno. Los pilotos tomaron velozmente la polvorienta vía, siguiendo al de las maletas hasta el hotel recomendado a unos cinco minutos del puerto. El hotel tenía una pequeña recepción y un extenso corredor de un metro de ancho con las habitaciones a unos de sus costados seguidas una de otra. Clare se sorprendió una vez más por encontrar habitaciones construidas en tierra caliente sin ventanas. Almorzamos en el restaurante del hotel y nos pusimos algo más decentes después de una agradable ducha.

Las recomendaciones generales nos encaminaron a buscar información del pueblo en la alcaldía. Allí fuimos presentados con Irene Amado -secretaria de enlace de víctimas- quien orgullosa de su temporal trabajo de guía nos llevó por todos los rincones de la antigua edificación. Nos presentó a los profesores del SENA y los instructores de música en el edificio de la casa de cultura. Heyner Miranda -el coordinador de cultura- después de una demostración de tamboras tradicionales, insistió en que no debíamos partir de Tamalameque sin conocer a Diógenes Pino un profesor de informática del colegio, con dotes de historiador.

Gracias a las indicaciones de Irene, buscamos al hijo de Diógenes en la registraduría y él amablemente nos llevó hasta su casa. Diógenes es el tipo de hombre que deberíamos tener en cada uno de los pueblos de Colombia, completamente abierto a compartir su conocimiento, a atender inquietos turistas habidos de saber cosas interesantes de cada poblado. Nos habló de Ambrosio Alfinger un alemán poco deseable que arraso con la mayor parte de los indios Chimilas en su afán de conquista y del primer secuestrado de américa latina, el cacique Tamaraguataca, quien tenía una hija llamada Meque, que un día se enfermó y fueron a buscarlo para dar la noticia de su estado y le dijeron al cacique “está mala Meque” y de allí dio origen al nombre del pueblo. Que el traslado constante del pueblo fue por la gracia de Fray Bartolomé Balzara que cada vez que discutía con el corregidor, se llevaba las campanas a un sitio despoblado las colgaba en un árbol, donde oficiaba la misa y se asentaban de nuevo sus feligreses.

Era imposible salir de su casa sin preguntar por la tradicional Llorona Loca, la triste historia de una niña de clase alta de la época, que tuvo un romance y quedo embarazada. El futuro padre se fue del pueblo abandonándola a su suerte y ella tomo un bebedizo para deshacerse de la creatura. Después una gran fiebre la ataco, y aunado a la culpa del aborto se volvió loca y el resto es historia, pues es una de las más grandes canciones compuestas por el maestro Benito Barros.

“A Tamalameque lo mato el tren” fue la contundente respuesta que nos dio Diógenes cuando preguntamos por la gran cantidad de construcciones clásicas a punto de caer. Paso de ser uno de los principales puertos sobre el río a ser olvidado por culpa de la carga transportada en vagones y luego por la carretera en los grandes camiones. Hoy solo queda una fuerte historia de tamboras y cantaoras que esperan seguir retrasmitiendo a las nuevas generaciones para no perder sus tradiciones.

En una calle de Tamalameque

dicen que sale una llorona loca

en una calle de Tamalameque

dicen que sale una llorona loca.

Que sale por aquí que sale por allá

con un tabaco prendido en la boca

que sale por aquí que sale por allá

con un tabaco prendido en la boca.

La gratificante y extensa charla llegó a su fin. Intercambiamos contactos con Diógenes y a la salida de su casa tomamos un ciclotaxi, Gustavo Navarro era su conductor y al contarle de nuestra aventura se ofreció a darnos el gran tour por su pueblo natal, llevándonos a los nuevos barrios, al centro y a su recién inaugurado polideportivo con patinodromo incluido. Mike y Clare comenzaron a hacer sus pinos de música colombiana tratándose de aprender “La llorona Loca”, fue su tarea para la noche y el ritmo de viaje hacia El Banco cantada en acento canadiense.

Bajando no ando

Clare tuvo una buena noche incluso sin ventanas. Salimos con nuestros equipos después del desayuno una vez más a través del largo y angosto corredor del hotel. Tomamos un motocarguero de regreso al muelle a buscar las embarcaciones con la sorpresa de encontrar a un celador diferente que estaba a cargo, quien nos entregó los kayaks sin reparo.

Una nueva jornada y las condiciones del río seguían iguales, nada de corriente. Remamos unas dos horas hasta que dejamos de ver momentáneamente a Mike. Se había retrasado. Para cuando llego a nuestro lado su Kayak parecía estarse levantando de las puntas. Estaba perdiendo rápidamente aire de la cámara principal. Revisamos y encontramos el agujero en la parte delantera interna del Kayak. La tela protectora de la cámara de aire se había roto quedando expuesta la goma inflable rompiéndose con alguna de las maletas.

La reparación tomaría un tiempo pues debíamos sacar el equipo y desarmar el kayak, así que buscamos sombra en la otra orilla del río y nos dispusimos a hacer un arreglo de emergencia. Los incrédulos pescadores comparaban sus resistentes canoas de madera, con nuestros neumáticos forrados como las llamaban y no daban buen pronóstico para llegar a nuestro destino. La reparación temporal tardo hora y media. Empacamos nuevamente las cosas en el bote y seguimos remando con poco aire en el Kayak para no lastimar el parche. La costura sobre la tela se había roto de nuevo, la tela estaba muy podrida en esa parte, tal vez por haber sido guardado húmeda por el anterior dueño de la embarcación. Ya no había alternativa, debíamos hacer una reparación mayor en maquina industrial de talabartero, la parada en El Banco Magdalena seria obligatoria.

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