Pescando amigos

Mi Tío Fernando me llevo por primera vez al rio Cachira en 1980 y desde entonces quede fascinado con aquellas sardinas que comían queso. La pesca de Sabaletas se convirtió en mi pasión y durante años este hermoso rio fue nuestro albergue para su práctica, interrumpida por una terrible avalancha que en el 2010 destruyo todo a su paso incluyendo el hábitat de estos peces que hoy poco a poco se recuperan.

Regresando a casa. Colombia 2012

 

Como de costumbre la jornada comenzó muy temprano antes del rojo amanecer y tras unos veinte kilómetros paramos a desayunar  comida típica en Rionegro un pequeño poblado cerca a Bucaramanga, pues el tío siempre nos acostumbro a un buen desayuno el día de pesca y a un tarde y a veces inexistente almuerzo.

Dos horas después llegamos a nuestro rio Cachira, dejando el carro frente a la vivienda del trabajador de una finca, cortamos en pequeños cubos nuestro queso “Reinoso” producido en el departamento de Boyacá para usarlo como carnada, así nos enseñó el Tío Fernando, aunque la gente de la ribera del rio pesca con carnada viva, generalmente insectos que son muy apetecidos por las sabaletas.   Atravesamos un par de cultivos y me dispuse  a hacer el reportaje de la primera sabaleteada con la cámara a prueba de agua que me regalo Carlos Beltrán, un  amigo artista.

Las piedras del río estaban muy resbalosas y continuamente caemos y somos arrastrados por la corriente un par de metros. Nuestras cañas telescópicas miden 4 metros de largo y utilizamos nylon de 15 libras para evitar enredarnos tanto en los pastizales y raíces de los pocos árboles  que quedaron luego de la avalancha. Infortunadamente los sitios de reproducción de los peces no se habían recuperado aun de la avalancha. Los pobladores estimaban que tardaría unos diez años la recuperación de la ribera del río. Debimos continuar caminando rio abajo buscando los peces. Mi primera captura fue inferior a la talla promedio y la regresé al rio, pues solo tomo sabaletas de alrededor  de 150 gramos.

En el camino encontramos pobladores utilizando un sistema llamado “Tarabita” que consiste en  una polea sobre una guaya para cruzar el rio con sus familias y animales, pues las caudalosas aguas en la época de lluvias destruyeron los puentes colgantes que existían. Un par de metros más abajo  en una resaca Fernando mi primo captura su primer ejemplar, luego otro y otro. Por fin encontramos el pique de peces que estábamos buscando. A las tres de la tarde decidimos parar y arreglar los peces para que no se deterioren retirándoles sus escamas, agallas y vísceras.

De regreso al carro encontramos un campesino sembrando habichuelas quien nos indaga por nuestra faena y nos comenta que el río aún no se recupera y debemos tener paciencia. Decidimos solicitar un espacio para extender las carpas y muy amablemente don Luis y doña Gladys nos ofrecieron el corredor exterior donde las armamos. Llegó la noche y muy amablemente nos ofrecieron comida y nos dedicamos a platicar con ellos contándoles nuestras  interminables y repetidas historias  de pesca en ese río.

A la mañana siguiente transportamos a doña Gladys y otras Señoras al pueblo de la Vega sitio a donde se dirigían a vender sus pocos productos y a hacer compras de víveres para la semana, aquí como en muchos de nuestros pueblos se acostumbra a hacerlo el día domingo usando los mejores trajes disponibles. Una de las señoras a la que transporte, decidió regalarme un aguacate y seis limones por el servicio.

Nos indicaron donde podíamos desayunar e hicimos planes para la nueva jornada, decidiendo ir unos cinco kilómetros arriba del pueblo y pescar donde nos indicaban los pobladores que era un buen lugar para las sardinas. Deje el Ladamigo en la escuela rural donde había otro servicio de “tarabita” igual el que encontramos el día anterior, pero este entre semana era usado por los estudiantes cruzar  el río y poder asistir a  la escuela.

Caminamos un par de kilómetros río arriba  por el margen  izquierdo y descendimos por un difícil camino por donde a diario debían transitar los campesinos con sus productos de cosecha. Insistimos mucho buscando el pique y solo después de unas dos horas mi primo capturó tres ejemplares y de nuevo el pique se ausento. Comenzamos a sospechar sobre la calidad de nuestro queso  pues era extraño que no encontráramos más peces. Decidimos salir del río atravesando unos cultivos de cacao y totumo tomar el carro y bajar nuevamente al pueblo y continuar hasta la escuela Primavera sitio de nuestros paseos de infancia. Fernando decidió no pescar mas y yo me dirigí de nuevo al rio donde capturé una sola sabaleta, me encontré con unos pescadores que iban río arriba utilizando un insecto llamado “Madredeagua”  y unas ocho capturas.

Regrese a la casa de nuestro amigo Tino donde su esposa muy amablemente nos ofreció limonada y algo de comer que compartimos con una lata de atún que llevábamos para nuestro almuerzo. Nuevamente comenzamos a recordar los tiempos donde la pesca fue buena y muy chicos (treinta años atrás) mi tío el papa de Fernando le encargaba a Tino el buscar insectos y algunas lombrices como carnada. Como siempre las palabras de despedida son -“¿Cuándo vuelven?  A la espera de compartir nuevamente las mismas historias y recordar a los que partieron a seguir pescando en el cielo.

Paramos a recoger nuestras cosas en la casa de doña Gladys y Fernando le compró unos huevos criollos de gallinas de campo, de las que aún comen insectos, escarban potreros y comen sobras de comida de casa algo que solo el sabor de una de ellas en un buen sancocho puede describirlo. Nos despedimos de estos nuevos amigos y en el camino Fernando  ve a doña Rosa una antigua amiga en todo el sentido de la palabra de ochenta años y con medio bulto de alimentos en su hombro, que iba a visitar un hijo enfermo en Bucaramanga. El Viaje  de regreso se convirtió en una amena charla dos horas más de anécdotas recuerdos y otras historias que de seguro se repetirán en el próximo viaje.